Homilía en la Misa de la XIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Auditorio del Instituto 5 de Mayo, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 2 de febrero de 2015

Año de la vida consagrada – Año de la Pastoral de la Comunicación

 

 

Estimados  hermanos sacerdotes,

muy queridos miembros de la vida consagrada,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

armendariz-escudo1. Con profunda alegría les saludo a todos ustedes en esta tarde, reunidos para celebrar la Fiesta de la Presentación del Señor. Fiesta en la cual celebramos un misterio de la vida de Cristo, vinculado al precepto de la ley de Moisés que prescribía a los padres, cuarenta días después del nacimiento del primogénito, que subieran al Templo de Jerusalén para ofrecer a su hijo al Señor y para la purificación ritual de la madre (cf. Ex 13, 1-2.11-16; Lv 12, 1-8). Con este gesto tan sencillo vemos que es Dios mismo quien presenta a su Hijo Unigénito a los hombres, mediante las palabras del anciano Simeón y de la profetisa Ana. En efecto, Simeón proclama que Jesús es la ‘salvación’ de la humanidad, la ‘luz’ de todas las naciones y ‘signo de contradicción’, porque desvelará las intenciones de los corazones (cf. Lc 2, 29-35). Esta fiesta es llamada ‘fiesta del encuentro’ por el encuentro que se da en el Templo entre Jesús y los ancianos Simeón y Ana. Ellos reconocen en él al Mesías tan esperado y dan testimonio de su fe a los demás, anunciando lo que han visto sus ojos. Simeón y Ana  representan a la humanidad que encuentra a su Señor en la Iglesia, la cual también está llamada a reconocer a Jesús como luz de las naciones. Esta fiesta por lo tanto es una invitación para  cada uno de nosotros para que  nos dejemos encontrar por Cristo.

2. Es en este contexto litúrgico que celebramos en este día la XIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada, agradeciendo a Dios el inestimable regalo de cada uno de ustedes en la vida de la Iglesia, presente mediante sus diferentes carismas y ministerios fundacionales; me complace poder estar con ustedes y saludarles en este día tan especial para la Vida Consagrada. Saludo con especial afecto a Mons. Javier Martínez Osornio, Vicario Episcopal para la vida consagrada, a quien le agradezco su servicio en esta tarea tan importante en la vida de la Diócesis.

3. La sugestiva liturgia que estamos viviendo, enriquecida con el Rito de la bendición de las candelas y la procesión por las calles de nuestra ciudad, es un signo visible que ha querido manifestar que la Iglesia encuentra en Cristo ‘la luz de los hombres’, la acoge con todo el impulso de su fe y la lleva al mundo; es un signo preclaro de lo que la vida consagrada ha sido en la vida de nuestra Diócesis, desde mucho antes de su fundación hasta nuestros días. La policromía de los crismas y ministerios propios de las Ordenes, Congregaciones e Institutos, presentes en nuestra diócesis han marcado el caminar y dejado su huella en medio de nuestro pueblo, anunciando a los queretanos la alegría del evangelio e indicando con valentía y con audacia evangélica el camino para gestar la cultura, la sociedad y la civilización. Creo que necesitamos reconocer que la vida consagrada en Querétaro es sinónimo de cultura, de historia, pero sobre todo de evangelización. Durante varios siglos los consagrados y consagradas se han hecho presentes recorriendo los caminos de la historia llevando  a Cristo, ‘Luz de mundo’, para iluminar  a las naciones.

4. Este tiempo de gracia que vivimos en la Iglesia con la celebración del año jubilar, es una ‘nueva llamada’ para volver la mirada a Cristo, renovar la alegría de seguirle a él y sobretodo ser en el mundo un ‘evangelio vivo’, capaz de interpelar a cada hombre y a cada mujer por nuestro estilo de vida.

5. La liturgia de la Palabra que hemos escuchado en esta Santa Misa, nos ofrece algunas pautas mediante las cuales podemos lograr estos objetivos.

a. Necesitamos ¡abrir las puertas de nuestro corazón¡ (Sal 23), de manera que —como ha dicho el profeta Malaquías— el mensajero de Dios que viene, pueda entrar para responder y saciar nuestro corazón (Mal  3, 1). Permitamos que Jesús entre en nuestra vida. Dejemos que el Rey de la gloria llegue a nuestra historia y la transforme. Derrumbemos las puertas de la soberbia y del egoísmo que quizá con el paso de los años y las fatigas de la vida cotidiana hemos cerrado. Si Cristo entra en cada consagrado y cada consagrada podremos decir como el apóstol “No soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mi” (cf. Gal 2, 20). Cuando éramos niños muchos de nosotros quisimos ser sacerdotes, consagrados o consagradas porque queríamos que nuestra vida, insatisfecha por las cosas del mundo, fuera saciada por Dios. Renovemos en nuestro corazón el ferviente deseo que sea Dios quien sacie nuestra existencia, nuestra voluntad y los deseos de nuestro corazón. De manera que renovando nuestra consagración, ejerzamos la ‘pobreza alegre’ con plena libertad, sin depender de las cosas del mundo; vivamos la ‘castidad sin mancha’ despejando de nosotros los egoísmos; y actuemos movidos por la ‘obediencia generosa’ buscando hacer la voluntad de Dios manifestada en nuestros legítimos superiores.

b. Es necesario que ¡Cristo, luz del mundo, nos ilumine con su luz!, de manera que aquello que ha envejecido en nuestra vida, en nuestra comunidad, en nuestra orden, se vea rejuvenecido por la alegría del encuentro con Cristo, por la alegría de saber que en Cristo se cumplen las expectativas que en los años de nuestra consagración hemos ido fraguando. Simeón,  era un varón justo y temeroso de Dios. En él moraba el Espíritu Santo. Sin embargo, hasta que se encontró con el niño Dios pudo exclamar: “Mis ojos han visto al Salvador” (v. 30). Quizá muchos de nosotros somos hombres de Dios, observamos sus mandamientos, somos buenos y hacemos el bien. Pero nos falta dejarnos encontrar por Jesús, de manera que también como Simeón podamos exclamar: ¡mis ojos han visto al Salvador!.  Ana, la profetiza, era muy anciana. No se separaba del templo ni de día ni de noche. Servía a Dios con ayunos y oraciones (vv. 36-37), sin embargo, después de su encuentro con el niño Jesús, dio gracias a Dios y hablaba de él a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Muchos de nosotros somos hombres de Dios, justos y temerosos de cumplir los mandamientos, incluso no nos aparamos del templo ni de día ni de noche, pero en realidad nuestro corazón ha envejecido y ha perdido la esperanza. Queridos consagrados y consagradas, solamente Cristo puede devolvernos la juventud de corazón. Sólo él será capaz de devolvernos la alegría para evangelizar. Especialmente entre aquellos que esperan la liberación, pues por la pobreza, la enfermedad, la falta de oportunidades y la poca cultura por la carente educación, viven sumidos en la esclavitud. Sigamos el ejemplo de estos dos ancianos, quienes se dejaron encontrar por Cristo, y tras este encuentro cambiaron su vida. Recuperaron la alegría de vivir.

6. La vida consagrada está atravesando un vado, pero no puede quedarse en él definitivamente. Estamos llamados a levantar la mirada hacia Cristo, que viene a  salvarnos. El papa Francisco ha escrito en su carta Testigos de la alegría: “Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía” (II, 2.). Despertémoslo con nuestro modo de vida, interpelemos a los jóvenes viviendo los consejos evangélicos con radicalidad y entrega. No nos dejemos vencer por la incertidumbre de no saber hacia dónde dirigir nuestro camino, sobre todo cuando Dios es poco visible a nuestros ojos y los del mundo. Que la velita que hemos portado en nuestro peregrinar permanezca encendida como signo de la vocación a la que la vida consagrada está llamada, difundiendo su resplandor entre los hombres y mujeres de la tierra.

7. Felicidades en este día. Les reitero mí agradeciendo a todos ustedes por su servicio en esta Iglesia Diocesana. Sepan que como obispo estoy convencido que ustedes son un parte muy valiosa e importante en mi tarea pastoral.

8. Que sus santos patronos  y fundadores intercedan por cada uno y cada una de ustedes, para que hoy y siempre, la ‘intuición’ que dio origen a la fundación de su Orden, Congregación o Instituto, sea un carisma que contribuya a la tarea de la nueva evangelización. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro