ESCUDO Y LEMA EPISCOPAL 

Mons. Fidencio López Plaza

X Obispo de la Diócesis de Querétaro

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𝗘𝗦𝗖𝗨𝗗𝗢 𝗘𝗣𝗜𝗦𝗖𝗢𝗣𝗔𝗟
𝐷𝐸𝑆𝐶𝑅𝐼𝑃𝐶𝐼𝑂́𝑁 𝐻𝐸𝑅𝐴́𝐿𝐷𝐼𝐶𝐴

 

Basado en la heráldica eclesiástica y en la propia tradición, se ha elaborado el escudo episcopal de Mons. Fidencio López Plaza, X Obispo de Querétaro. Lo esencial de un blasón es el campo de este, que contiene los símbolos y esmaltes que nos hablan de la persona, de lugares y de la historia. Existen otros elementos como la ornamentación exterior que nos refieren su dignidad y la divisa que enuncia, regularmente en idioma latino, su lema episcopal; también existe dentro de los elementos externos del escudo, la mitra y el báculo. La mitra que, como reza la fórmula de la entrega en la ordenación episcopal, es “signo de santidad”, para que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores, merezca recibir la corona de gloria que no se marchita. Y el báculo, “signo del ministerio pastoral”, de tal manera que cuide de todo el rebaño que el Espíritu Santo le ha encargado guardar, como pastor de la Iglesia de Dios.

𝗗𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗽𝗰𝗶𝗼́𝗻:

𝟭. 𝗖𝗮𝗺𝗽𝗼 𝗱𝗲𝗹 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗱𝗼. De acuerdo al criterio y lenguaje de partición de un escudo, en este caso es cuartelado en cruz, que es la superposición del partido y cortado, resultando un campo dividido en cuatro cuarteles, aproximadamente iguales.

 

𝟮. 𝗣𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿 𝗰𝘂𝗮𝗿𝘁𝗲𝗹. Localizado en la parte superior izquierda, en fondo azur (azul), color que simboliza la realeza, belleza y serenidad, está la venerada imagen de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Principal Celestial Patrona de la Diócesis de Querétaro.

𝟯. 𝗦𝗲𝗴𝘂𝗻𝗱𝗼 𝗰𝘂𝗮𝗿𝘁𝗲𝗹. Localizado en la parte superior derecha en fondo oro (amarillo), simboliza, entre otras cosas: el sol y el día domingo, día de la Resurrección; se entrelaza a los elementos que aparecen en él, la Cruz de San Andrés, apóstol, que con su martirio imita al Maestro Jesús, derramando su sangre, por ello el color rojo de la Cruz y alcanzado la promesa de la vida eterna; también hace referencia a la Sede Episcopal de San Andrés Tuxtla, a la que nuestro Obispo sirvió como su pastor. Encontramos en la parte superior de la cruz, la venera de plata, símbolo del apóstol Santiago, patrono de la ciudad episcopal de Querétaro y de su Santa Iglesia Catedral.

𝟰. 𝗧𝗲𝗿𝗰𝗲𝗿 𝗰𝘂𝗮𝗿𝘁𝗲𝗹. En la parte inferior izquierda, encontramos una fortaleza con las puertas abiertas, que simboliza la Iglesia, lugar de acogida y remanso de la fe para todos los cristianos; espacio de consuelo y gracia en el cuerpo místico de Cristo. Con ello se quiere dar a conocer que la prioridad del ministerio episcopal será dar continuidad al Plan Diocesano de Pastoral que pretende llegar a ser cada vez más “Iglesia de puertas abiertas y en salida misionera”. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que les he mandado» (Mt 28,19-20). «Hoy en este ‘vayan’ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva ‘salida’ misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (cf. EG, 20). Esto supone en nosotros la ‘conversión personal y pastoral’ y la decidida ‘opción misionera’, capaces de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cause para la evangelización. En este sentido, es fundamental que para que esto llegue a ser una realidad, todos —pastores y fieles—necesitamos asumir una perenne renovación espiritual que hunda sus raíces en el corazón y en la misericordia del Padre que nos amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1). En realidad, no es suficiente una «formación permanente», se necesita también y, sobre todo, «una conversión y una purificación permanente». Sin un «cambio de mentalidad» el esfuerzo funcional sería inútil. (cf. Francisco, Discurso a los integrantes de la Curia Romana, 22.12.2016).

𝟱. 𝗖𝘂𝗮𝗿𝘁𝗼 𝗰𝘂𝗮𝗿𝘁𝗲𝗹. En la parte inferior derecha, con esmaltado el fondo en azur (azul), se enmarca la efigie del Casto Patriarca san José, padre putativo de Jesús, varón prudente. Patrono de la Iglesia Universal. San José, ocupa un lugar muy especial en la vida y en la devoción del Señor Obispo, a quien, desde el día de su ordenación sacerdotal, consagró su ministerio, en la amada Parroquia de San José, en San José Iturbide, Gto.

𝟲. 𝗢𝗿𝗻𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗲𝘅𝘁𝗲𝗿𝗶𝗼𝗿. En el remate exterior del escudo encontramos tres elementos, primero, en la parte central la Cruz, que nos indica que es un blasón eclesiástico, su fuste que corre por todo el escudo, sirve en la parte inferior como sostén a la divisa, es decir, el festón que enuncia el lema del eclesiástico, en este caso del obispo: “Quae non assumpta, non redempta sunt”. Los otros dos elementos que timbran el escudo son en la izquierda la mitra y en la derecha el báculo, ambos nos hablan de la dignidad episcopal.

𝐋𝐄𝐌𝐀:
“𝑸𝒖𝒂𝒆 𝒏𝒐𝒏 𝒂𝒔𝒔𝒖𝒎𝒑𝒕𝒂, 𝒏𝒐𝒏 𝒓𝒆𝒅𝒆𝒎𝒑𝒕𝒂 𝒔𝒖𝒏𝒕”

 

 

 

  1. El Eterno Padre, por un designio amoroso, envió a su único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para redimir al hombre caído por el pecado (cf. LG, 2).
  2. Tal designio amoroso está abrigado por el misterio de la encarnación del Verbo, pues el enviado es Dios como su Padre, y al encarnarse, también es hombre como nosotros (Filp. 2,6-8). Así, nuestro Señor Jesucristo conserva en su persona las dos naturalezas sin detrimento de ninguna, tal como nos lo han enseñado los Santos Padres en el Concilio de Calcedonia cuando afirman que sus naturalezas son “sin confusión, sin división, sin cambio, sin separación” (cf. DZ, 302), contra aquellos que le negaban ya sea su naturaleza divina o aquellos otros que menospreciaban la humana. De este modo, la Iglesia profesa que Jesucristo es “perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad” (cf. DZ, 301), menos en el pecado (2Cor 5,21).
  3. Ese misterio de la Encarnación, como hemos dicho arriba, está en orden a nuestra propia salvación y redención, pues Jesucristo siendo Dios puede salvarnos, y siendo hombre conoce nuestra humana debilidad (S. Clemente, I Cor 32,2; 36,2-5; San Ignacio Magn. VI,1; 8,2. I Tim. 2,5). Por tanto, era necesario que Jesucristo asumiera nuestra condición humana para que ésta fuera redimida por su divinidad. En efecto, venciendo a la muerte con su muerte y resurrección en la naturaleza humana asumida, el Hijo de Dios ha redimido al hombre y lo ha transformado en una nueva creatura (Gal 6,15; 2Cor 5,17). ¡Si Jesucristo no hubiera asumido una naturaleza humana real sino aparente, igualmente nuestra salvación no hubiera sido real sino ficticia! Los Santos Padres, conocedores de esa verdad, acuñaron la frase: “Quod non assumptum est, non est sanatum”.
  4. La Iglesia, que refleja en sí misma ese misterio de la encarnación al ser al mismo tiempo divina y humana (LG, 8), dotada de los dones de su Señor, recibe la misión de seguir anunciando a todos los hombres el Reino de Cristo y de Dios, y ser para ellos Sacramento de salvación (LG, 1). Por eso, imitando a Jesucristo que dijo: “Les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan lo que acabo de hacer con ustedes” (Jn 13,15), la Iglesia “abraza con amor a cuantos están afligidos por la debilidad humana y es más reconoce en los pobres y sufrientes la imagen de su Fundador” (LG, 8).
  5. En consecuencia, el lema, al mismo tiempo que condensa una verdad dogmática plantea un ideario pastoral: Ninguna realidad humana le es ajena a la Iglesia, más bien busca con alegría, iluminar con el Evangelio todas las esperanzas, todas las aflicciones, todos los anhelos y todos los acontecimientos humanos. Porque todo lo humano ha sido asumido, todo lo humano necesita ser redimido. “La realidad que no es asumida, no es redimida”. Pablo VI nos lo explica de una manera muy hermosa: “El reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna […] Hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada” (cf. Evangelii Nuntiandi, 20). Llamado al que el Papa Francisco nos urge de manera permanente (cf. Exhort. Apostol. Evangelii Gaudium).

 

Con la colaboración de:

+ 𝑀𝑜𝑛𝑠. 𝐹𝑖𝑑𝑒𝑛𝑐𝑖𝑜 𝐿𝑜́𝑝𝑒𝑧 𝑃𝑙𝑎𝑧𝑎.
𝐿𝑖𝑐. 𝑀𝑖𝑔𝑢𝑒𝑙 𝐹𝑒𝑟𝑟𝑜 𝐻𝑒𝑟𝑟𝑒𝑟𝑎.
𝑃𝑏𝑟𝑜. 𝐿𝑖𝑐. 𝐼𝑠𝑟𝑎𝑒𝑙 𝐴𝑟𝑣𝑖𝑧𝑢 𝐸𝑠𝑝𝑖𝑛𝑜.