PALABRA DOMINICAL: Domingo XXX Ordinario. Lc 18, 9-14

Palabra Dominical.

Lc 18, 9-14

El odio, el desprecio, la incomprensión ante quien es diferente, el catalogar a las personas haciendo juicios de valor, la auto referencialidad y sobre todo el miedo a ver y enunciar mi aquello que no está bien en mi vida, son las realidades que se esconden de tras de la afirmación que hoy el Evangelio pone en labios del fariseo:

«¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.»

¿Pero a quien pretende engañar el fariseo? En otros lugares de la Escritura se les describe a los fariseos como personas incoherentes y escrupulosas. ¿Será acaso que es el único que no se ha dado cuenta de su realidad? Cuanta falta le hace a este personaje darse la oportunidad de interiorizar en sí mismo, para con objetividad evaluar su vida, y poder descubrir una la lista interminable de virtudes que posee, pero de igual manera poder contemplar lo que hoy tan tiernamente llamamos ‘áreas de oportunidad’ que no son otra cosa que aquello que está mal en nuestra vida y debemos cambiar.

Esta escena me recuerda mucho una frase repetida a menudo por algunos cristianos: ‘no robo, no mato, no hago mal a nadie’, ¿Qué pecado puedo tener? Y esto no es otra cosa que evadir una evaluación serena y sensata de nuestra realidad, un pretexto para no cambiar y superarse. No es extraño pues el enunciar de manera clara y precisa las realidades negativas y sobre todo asumir la responsabilidad de los actos no es sencillo, desde la antigüedad tenemos reporte de esta actitud, en el capítulo 150 del Libro de los muertos, una de las obras más populares del Antiguo Egipto se encuentra la así llamada la ‘confesión negativa’, porque el difunto iba recitando una serie de malas acciones que no había cometido. Algo parecido encontramos también en algunos Salmos. (Cf 26(25),4-5): No me siento con gente falsa, con los clandestinos no voy; detesto la banda de malhechores, con los malvados no me siento.

Alguna vez un santo afirmo: ‘Al pecado por su nombre’. También hoy la psicología nos ha enseñado que para superar algún problema debemos en primer lugar reconocerlo. En esta línea los invito a que leamos el pasaje del Evangelio de este domingo.

La pedagogía sacramental nos ha enseñado que, para obtener el perdón, para poder iniciar una vida nueva, lo único que se requiere es aceptar, enunciar nuestra falta, no para lastimarnos sino para descubrir donde estamos parados y poder así dar el siguiente paso a una nueva etapa. Esta es la alegría del Evangelio, la invitación a saber quiénes somos, pero sobre todo saber que Con Jesucristo siempre nace y renace a una vida nueva y esto llena el corazón. El publicano al aceptar su realidad puede tomar decisiones para cambiar, y así fue justificado, pero quien piensa que todo está bien, quien pierde el tiempo juzgando a los demás, quien es esclavo de la autorreferencialidad, nunca podrá experimentar el amor de Dios y la invitación al cambio. Nunca podrá sentir la invitación de Jesús a una nueva vida.

Queridos hermanos, a la luz del Evangelio de este domingo, quiero invitarlos a un profundo examen de conciencia, que no permita valorar la riqueza de nuestro corazón, pero también con humidad y profunda honestidad enunciar aquellas cosas que no están bien y que debemos empezar a cambiar. Dios ya lo sabe, y quizá también nosotros, pero ahora es necesario asumir el compromiso de cambio. Dar el siguiente paso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer su realidad y atreverse a caminar con aquel que me conoce y me invita a crecer. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (Cf 2 Co 5,14).  No demos largas a la invitación de seguir creciendo. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo electo de Durango

Administrador diocesano de Querétaro