Lectio Divina: XXI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C

1. Lectura del texto: Lc 13,22-30

(Se pide la luz del Espíritu Santo)

 

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fíeles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne,
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.,
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos. Amén.      (Juan Pablo II).

 

(Cada uno lee en su Sagrada Escritura)

puerta estrechaEn aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Jesús les respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo; ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él les responderá: ‘No sé quienes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

 

Repasar el texto leído

(Se pregunta a los participantes y responden leyendo los versículos en su Biblia)

  • ¿Qué hacía Jesús mientras atravesaba ciudades y pueblos? v.22
  • ¿Qué le preguntó alguien a Jesús? v.23
  • ¿En qué se debe esforzar el discípulo de Jesús? v.24
  • ¿Qué sucederá cuando el dueño de la casa se levante y cierre la  puerta? v.25
  • ¿Qué dirán con insistencia los que toquen la puerta? v.26
  • ¿Qué responderá desde adentro el dueño? v.27
  • ¿Qué sucederá cuando vean a los patriarcas y a  los profetas en el Reino? v.28
  • ¿Quiénes se pondrán a la mesa? v.29
  • ¿Qué pasará con los últimos? v.30

Explicación del texto

En este pasaje de la Escritura Jesús responde a una pregunta concreta: ¿son pocos los que se salvan? Podemos decir que es un recurso estilístico que Lucas emplea para desarrollar la enseñanza de Jesús  acerca de la participación en el Reino de los cielos, del problema que significa el deseo de saber cuál es el número de los que se salvarán.

Ya desde el comienzo del capítulo 13 trata acerca del arrepentimiento o de las consecuencias que trae consigo cuando no existe. Lo mismo trata de la tierna atención que Jesús tiene para con los desafortunados y las mujeres, que algunos veían fácilmente como excluidos de participar en el Reino. Jesús viene abrir la posibilidad que tiene todo hombre de participar de su salvación, pues insiste con muchas imágenes en el aspecto universal de este Reino.

Sin importa las personas Jesús dice que la condición para salvarse es esforzarse, este verbo denota un enérgico despliegue de fuerzas (Jn 18,36; 1 Cor 9,25; 1 Tim 4,10). Jesús no afirma que muchos estén ya condenados desde un principio a pesar de sus intensos esfuerzos por salvarse. Muchos buscarán tarde, después de que el reino ya haya venido; todos y cada uno deben esforzarse ahora.

Jesús dirá a algunos no sé quienes son ustedes. Es preciso que Jesús reconozca y ame para luego otorgar la fe que justifica. Nadie tiene un derecho forzoso al reino por razón de nacimiento o por cualquier otro criterio externo. Jesús utiliza un proverbio conocido que encaja muy bien en este contexto para explicar la participación de muchos no solamente los judíos en el Reino.

 

2. Meditación del texto

(Cada participante puede compartir su reflexión personal)

Jesús nos enseña que la entrada en el Reino de los cielos tiene sus dificultades y sus exigencias, podemos decir que participar del seguimiento de Jesús es ya participar anticipadamente de la vida de Dios. Pero no es un camino fácil, mientras enseña esto él mismo ha tomado la firme determinación de subir a Jerusalén donde encontrará la muerte.

Este texto también es una advertencia para los judíos en ese momento y para los cristianos ahora, que serán arrojados fuera mientras vendrán de todos los puntos cardinales hombres y mujeres a formar parte de este Reino porque lucharon en el esfuerzo diario por vivir los valores Jesús. No basta con haber oído la predicación de Jesús o sobre Jesús, si no hay una verdadera conversión a su evangelio y sobre todo la vivencia práctica de sus enseñanzas.

Para los judíos de entonces les quedó claro que pertenecer al pueblo de Israel, quien fue el primer beneficiario de la predicación de la Buena Noticia en sus calles y plazas, no les daba automáticamente la entrada en el Reino; se requiere la aceptación de esa noticia y la consiguiente conversión.

Las palabras de Jesús sobre la puerta estrecha o angosta, no describen el resultado del juicio, ni son una respuesta a la pregunta del número de los que se salvarán. En el judaísmo del tiempo de Jesús, esta pregunta hubiera recibido una doble respuesta. Para los fariseos todos los israelitas, y sólo ellos, conseguirían la salvación. Pero en los círculos apocalípticos se sostenía, con una visión más pesimista, que sólo unos pocos estaban destinados a la felicidad eterna.

Jesús no se interesa por el número, sino que quiere estimular en sus discípulos una decisión por el Reino e impulsar el empleo de todas nuestras fuerzas en su servicio. Sus palabras son una demanda del esfuerzo que tenemos que hacer para ganarlo. El Reino es descrito con la imagen del banquete en el que los elegidos estarán junto con los patriarcas y los profetas.

 

3. Compromiso personal y comunitario

(Cada participante puede proponer compromisos personales y comunitarios)

  • Hacer una reflexión sincera de la propia vida si hay un discipulado sincero con los riesgos que conlleva.
  • Preguntarse cuáles son los signos concretos que manifiestan en la vida personal que ha habido una verdadera conversión.
  • Luchar contra los obstáculos que impiden crecer en la vida cristiana: la pereza, el desánimo, la desidia, la indiferencia, etc.
  • No conformarse con practicar actos de piedad o participar de los sacramentos si no hay conciencia de un verdadero cambio de vida.
  • Trabajar por la salvación de los demás en el compromiso misionero de salir al encuentro de los alejados  organizadamente en la parroquia.

4. Oración

(Se puede hacer una oración donde participe quien guste en voz alta y den gracias a Dios por la Palabra escuchada o recitar alguna oración ya  formulada)

¡Oh Señor!, tú has creado todas las cosas. Tú les has dado su ser y las has puesto en equilibrio y armonía. Están llenas de tu misterio, que toca el corazón si es piadoso.

También a nosotros, ¡oh Señor!, nos has llamado a la existencia y nos has puesto entre ti y las cosas. Según tu modelo nos has creado y nos has dado parte de tu soberanía. Tú has puesto en nuestras manos tu mundo, para que nos sirva y completemos en él tu obra. Pero hemos de estarte sometidos, y nuestro dominio se convierte en rebelión y robo si no nos inclinamos ante ti, el único que llevas la corona eterna y eres Señor por derecho propio.

Maravillosa, ¡oh Dios!, es tu generosidad. Tú no has temido por tu soberanía al crear seres con poder sobre ellos mismos y al confiar tu voluntad a su libertad. ¡Grande y verdadero Rey eres tú!

Tú has puesto en mis manos el honor de tu voluntad. Cada palabra de tu revelación dice que me respetas y te confías a mí, me das dignidad y responsabilidad. Concédeme la santa mayoría de edad, que es capaz de aceptar la ley que tú guardas y de asumir la responsabilidad que tú me transfieres. Ten despierto mi corazón para que esté ante ti en todo momento, y haz que mi actuación se convierta en ese dominio y esa obediencia a que tú me has llamado. Amén.

(Romano Guardini)

 

Lectio Preparada por el Pbro. José Luis Salinas Ledesma, Rector del Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe.