La Torre de Siloé y la Higuera

Apuntes homiléticos para el III Domingo de la Cuaresma

1. El domingo primero de Cuaresma nos situó la liturgia en el Monte de la Tentaciones, en pleno desierto. Desierto y montaña, lugares privilegiados, por la altura y por la soledad, para un encuentro con Dios. Sólo en el diálogo y contacto con Dios se vence al Tentador. El domingo pasado nos llevó la santa Iglesia al Monte de la Transfiguración, el Tabor, y nos presentó a Jesús resplandeciente, testimoniado por Moisés y por Elías. Todo el Antiguo Testamento, la Ley y los Profetas, nos orienta hacia Cristo. Hablan de su ‘éxodo’, de su partida y muerte en Jerusalén. Pedro se encandila con la gloria de Jesús, y minimiza su pasión. La ‘nube’ cubre todavía la realidad divina de Cristo y señala a los discípulos -a nosotros- que antes hay que subir a otro monte, al Calvario, para tener acceso al monte definitivo, el de la Resurrección. 

2. Este domingo tercero de Cuaresma, nos pone en la realidad del camino que debemos de transitar entre el Tabor y el Calvario, para llegar a la Gloria. Es el camino interior de la conversión del corazón. Por eso el Evangelio nos habla del mal que existe en el mundo, del sufrimiento que necesariamente nos acompaña en la vida, y de cómo hacer de éste un instrumento de conversión, pues “identificar el origen del mal en una causa exterior es una forma de pensar ingenua y miope”, dice el Papa Benedicto XVI en su mensaje de Cuaresma. 

3. Por supuesto, nadie quiere el dolor, menos Dios. A nadie le gusta sufrir. Por eso, Dios ve la opresión de su pueblo en Egipto; Dios oye sus lamentos; Dios conoce sus sufrimientos; Dios bajapara librarlo de la opresión y para sacarlo de la tierra de la esclavitud y llevarlo a una tierra que mana leche y miel, la tierra prometida a los Padres. Todo esto lo hace porque él es El Señor, Yahvé. Por eso, Israel reza y proclama: El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar (Ps 102). Es la fe de Israel, la fe que nutrió a María y a José  y que aprendió Jesús en su hogar. 

4. Pero el realismo de la vida se impone con toda su crueldad: Le contaron a Jesús “que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios y que, se sobre entiende, Dios no los protegió, a pesar de que estar en lugar sagrado. ¿Habrán cometido un pecado? ¿Dios los habría castigado? Jesús responde con un rotundo ¡No!. Y lleva al extremo la situación, con un accidente natural: Los dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Y reitera Jesús:¡Ciertamente no!  La conclusión es: No se puede establecer  una  conexión clara entre pecado personal y castigo, entre fortuna y virtud. Ninguno de nosotros está capacitado para hacerlo. Lo contundente es lo que sigue: Cada uno tiene que ver su conciencia, descubrirse pecador y hacer penitencia por sus pecados. Esta es la condición humana realista, que el cristiano tiene que vivir durante su camino entre el Monte de la Tentación y Jerusalén. El camino del discípulo es el del Maestro, y sólo por la Cruz se llega a la Luz. El Crucifijo es la respuesta luminosa de Dios al misterio del dolor humano. 

5. Queridas familias: Ante las desgracias naturales que sufrimos, ¿le vamos a echar la culpa a Dios? ¿De quién son los muertos, asesinados en nuestro país por la violencia criminal? ¿Ellos eran  más culpables que nosotros? Es verdad; no podemos simplemente cerrar los ojos y decir aquí no pasó nada, que nadie es culpable. Ciertamente hay responsables, pero Jesús no viene a repartir culpas, sino a invitarnos a no incurrir en ellas mediante la conversión del corazón. Nos invita a mirarnos en su corazón compasivo. En efecto, si Yahvé en el A. Testamento  liberó al pueblo de la esclavitud del faraón con brazo extendido y mano poderosa por medio de Moisés, ahora Jesús nos libera haciéndose esclavo y víctima inocente por nuestros pecados. Esa es la diferencia. Jesús no permanece indiferente, sino que se hace solidario y víctima del mal, y así elimina la tentación de responder a la violencia con la violencia y crear otra mayor. Por eso el cristiano dice no a la represión, sí a la conversión. 

6. La respuesta del cristiano ante la violencia no puede ser la violencia, sino la solidaridad en vistas a la conversión del violento y pecador. La respuesta es que dejemos la esterilidad de una vida improductiva y nos  pongamos a cavar en torno al árbol de la fe, que fue sembrado en nuestro corazón el día del Bautismo y que no ha dado los frutos esperados. Quien ejerce la violencia no sólo es improductivo, sino árbol venenoso porque produce frutos de muerte. Eso lo debemos reconocer y remediar. Los Obispos de México, en la Exortación Pastoral: Que en Jesucristo, Nuestra Paz, México tenga una vida digna, pedimos que “cada quien actúe en su propio ámbito de competencia” (No. 106). ¿Cuál es el ámbito de competencia de nosotros los católicos? ¿De ustedes, padres de familia, y de nosotros los pastores? 

7. En el Documento citado, proponemos que se considere la violencia “desde un enfoque de salud pública”, como una verdadera pandemia que requiere un diagnóstico multidisciplinar, que identifique los factores de riesgo sobre los cuales hay que intervenir con la participación de todos, sin excepción. Estos factores de riesgo son tres: a) La crisis de legalidad: somos un país donde no se respetan las leyes, ni las de Dios ni las de los hombres, ni en el hogar ni en la vida pública. b) El debilitamiento del tejido social: se ha fragmentado la sociedad, incrementado el individualismo y aumentado la apatía con un “sálvese quien pueda”, porque la autoridad ha perdido credibilidad y eficacia; y c) La crisis de moralidad: El laicismo, al atacar y desprestigiar la fe religiosa, debilitó la cultura y el sentido moral. Este indoctrinamiento, al repudiar a Dios, autor de la sociedad, generó el deterioro social. Por eso, la agresividad y la vulgaridad se han vuelto moneda corriente en los medios de comunicación, que han hecho de la pornografía y la violencia sus productos más redituables. Toda crisis social es, en el fondo, una crisis moral, guste o no guste esta verdad. La renovación social debe comenzar necesariamente por la renovación moral. 

8. La Iglesia nos propone “recomenzar desde Cristo”, desde nuestro Bautismo, desde el Kerigma y desde la Iniciación cristiana. De allí tomará nueva vida el árbol familiar y el árbol eclesial y, por consiguiente,  nuestra Patria. Esta puede ser para nosotros los católicos una manera propia y productiva, genuinamente patriótica, de dar gracias a Dios y fortalecer el don de nuestra libertad.

† Mario De Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro