La historia: Dios en el tiempo

Filiberto Cruz Reyes

Cuando Dios crea lo hace por medio de su Palabra, el libro del Génesis repite como estribillo “dijo Dios” (1, 3; 1, 6; 1, 9; 1, 11; 1, 14; 1, 20; 1, 24; 1, 26; 1, 29); al crear, al pronunciarse, Dios está ya salvando, el acto creador es al mismo tiempo un acto de salvación; la creación, y por tanto la historia, no es un mero escenario donde el ser humano estará como accidente, sino el lugar donde se juega su salvación eterna, donde el Reino tiene su inicio: “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”; el mismo Espíritu que “aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1, 2) es el mismo que conduce a Jesucristo en su ministerio; es decir, Jesucristo, la Palabra eterna del Padre realiza la creación (“todo fue creado por Él y para Él” Col 1, 16) y la salvación.

Por esta misma razón, cada uno de nuestros actos o está en sintonía con el proyecto del Reino o está en contra de él: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30). La historia es pues la presencia de Dios en el tiempo.

El pasado lunes 16 de este mes de noviembre se llevó a cabo en nuestra Diócesis de Querétaro la XXVII Asamblea Diocesana de Pastoral, que tuvo como objetivo “Impulsar la comunión misionera, revisando las orientaciones pastorales Diocesanas, evaluando las acciones concretas que cada Comisión diocesana asumió para impulsar la Pastoral de la Comunicación (2015), y conociendo las Directrices de la evaluación y actualización del PDP (2016), para asumir corresponsablemente la Misión permanente en nuestra Diócesis, bajo el patrocinio de san Junípero Serra”.

En la Asamblea, nuestro Pastor Diocesano, Mons. Faustino Armendáriz hizo dos importantes intervenciones, la primera, al darnos las “Orientaciones claves y criterios para evaluar y actualizar el Plan Diocesano de Pastoral”, y la segunda, durante la Homilía en la Santa Misa. Queremos resaltar dos llamamientos que el Obispo nos ha hecho. El primero, durante la homilía: “Invito a todos a seguir  impulsando el uso  de los medios de comunicación en el quehacer pastoral. ¡En la cualidad y calidad de la trasmisión  del mensaje del Evangelio, estará la clave de la respuesta de nuestros interlocutores!” (n. 4). Por esta razón, desde nuestras limitadas fuerzas continuamos con estas sencillas líneas. El segundo llamamiento que enfatizamos es la primera de sus Orientaciones claves y criterios para evaluar y actualizar el Plan Diocesano de Pastoral: “Ver y leer la realidad con los ojos de Dios”, de la cual nos explicita: “Debemos ser realistas y reconocer la complejidad de la situación y los graves problemas del mundo, de México y de nuestra diócesis. Debemos recordar que la fuerza del Espíritu es la que nos guía en el camino de la nueva evangelización”. Es decir, guiados por nuestro Pastor diocesano debemos hacer nuestro el aforismo siempre antiguo y siempre nuevo en la Iglesia: “Ecclesia semper reformanda est” (“La Iglesia está siempre en estado de reforma”), o en palabras de San Agustín: “la fe que busca entender”, la teología no es otra cosa que la búsqueda constante de la voluntad de Dios, cómo actuar en la historia, cómo contribuir a la instauración del Reino, cómo ver y leer la realidad con los ojos de Dios. Este pensamiento de nuestro Pastor diocesano hunde sus raíces en el más puro magisterio de la Iglesia, de manera especial en la enseñanza de los Obispos de América latina expresado en los documentos del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), y más puntualmente en el Documento de Aparecida, que nos exhorta a que “en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el Cielo” (n. 19). Resuene pues fuertemente en nuestros corazones el llamamiento de nuestro Obispo para continuar con la misión que Dios nos ha encomendado en este momento histórico que nos ha tocado vivir, para que Jesucristo, Rey del Universo nos encuentre haciendo su voluntad cuando venga a juzgar a vivos y muertos (cfr. Mt 24, 46).