La cercanía de Dios

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Mc. 1, 40-45

La madre del pequeño, quien no superaba los cuatro años de edad, y a quien portaba en sus brazos se acerca y me pide que ore por su niño que tiene cáncer en los ojos, y lamentablemente ya perdió uno. ¡Qué manifestación de fe en su rostro impotente por la enfermedad de su hijo, pero al mismo tiempo con la serenidad de una madre que quiere lo mejor para él, y ofrece a Dios la sanación de su vástago! Que testimonio de fe y ante quien Jesús seguramente le dirige la misma expresión que dijo al enfermo de lepra “quiero sanarte”.

Al contemplar la narración de la curación del leproso seguramente podemos recordar a tantos hermanos y hermanas, niños, jóvenes, adultos y ancianos que se acercan a la oración, ante la intercesión de María o de un santo para que las sane el Señor Jesús, con la fe de aquel hombre que se acercó a Jesús para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”.

En el texto de San Marcos, descubrimos al hombre que por la lepra ha perdido su rostro, sus facciones que le dan identidad, reflejo de tantos hermanos que pierden el suyo por la indiferencia de quienes podemos buscarles donde estén, para que saliendo del anonimato puedan recibir la ayuda de la comunidad donde se vive. Jesús sale a los lugares donde se desenvuelve la realidad caótica de la humanidad y “lo toca”, a pesar de la intransigente ley que amonestaba sobre la contaminación de impureza para quien lo hiciera. El sentimiento profundo del leproso, seguramente era de rechazo de la sociedad y del mismo Dios porque no se le permitía entrar en lugares de culto; la soledad, el rechazo y el oprobio acentuaban su sufrimiento.

Jesús se mancha las manos con el dolor de la persona que sufre a pesar de las consecuencias socio-religiosas que eso le trae; y solo acercándose físicamente le puede mostrar la cercanía de Dios.

La invitación es a impulsar la pastoral de la salud en nuestras comunidades para acercarnos y “tocar”, como Jesús a tantos hermanos que necesitan de una oración, para buscarlos y poder, en el nombre de Jesús, orar por su sanación; acercarnos, con actitud misionera, a tantos que seguramente en algunos hogares sufren el abandono de sus familias o el vacío de Dios. Tengamos en cuenta que sólo acercándonos físicamente podremos mostrar la cercanía de Dios. El testimonio de Jesús nos alienta; él se compadece, es decir hace suyos los sufrimientos del enfermo, arriesga su propia salud. Sentir como propio el dolor del otro, eso es hacerse prójimo. Es oportuno que la Misión Permanente incorpore una estrategia de visitas permanentes a los enfermos y ancianos, a fin de hacerles sentir la cercanía y la sanación de Cristo, así como a sus familiares y a quienes los cuidan en medio de la soledad.

Gracias y bendiciones para quienes con la audacia propia del discípulo misionero, se acercan a los enfermos, salen a su encuentro en los hospitales, en las comunidades marginadas, y tocan tantos rostros sufrientes, en su cuerpo y en su espíritu. El Papa Benedicto XVI nos recuerda que en el momento del sufrimiento, “surge en la persona la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación”.

Esta es la mejor manera de unirnos a la Jornada Mundial del enfermo en nuestra Iglesia.

† Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro