Homilía en la Memoria Litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, Jornada Mundial del Enfermo

Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Colón, Qro., 11 de febrero de 2012

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

He querido reunirme con ustedes en este día, con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, en la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, para expresar mi cercanía con todos ustedes, quienes viven la experiencia del dolor y la enfermedad. Les saludo y les animo a vivir con esperanza, confiando en que la misericordia de Dios esté presente entre ustedes.

Al celebrar esta eucaristía deseo unirme espiritualmente al sufrimiento de todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por sus familias y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y la enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos espirituales y materiales del hombre para curarlos.

Como es sabido desde el jueves 11 de febrero al viernes 16 de julio de 1858, la Virgen Santísima se apareció dieciocho veces a la Pastorcita de 14 años, Bernardita Soubirous, en la gruta de Massabielle a orillas del Río Gave, en las proximidades del pueblecito de Lourdes. Con un mensaje muy particular sobre la penitencia y la reconciliación, invitando a rezar el rosario por la conversión del corazón. De esta manera la maternal intercesión de la Virgen María se convierte en una realidad que permite vislumbrar la enfermedad como un verdadero tiempo de conversión, pues la enfermedad transmite a la conciencia un mensaje, es decir, la conciencia de sí mismo y por lo tanto, la cualidad de la vida y respectivamente la cualidad de su esperanza de vivir. Un teimpo en el cual la fe tiene que resaltar en la vida de quien sufre, pues “el que cree nunca esta solo” (SS Benedicto XVI).

Al escuchar la Palabra de Dios en esta mañana, la narración de la multiplicación de los panes, nos permite reflexionar que el motor primario de las acciones de Jesús es la “compasión” que siente por la muchedumbre al contemplar sus necesidades, no sólo primarias, como es el saciar el hambre, sino también nos ayuda a ir más allá. Los discípulos proponen despedir a la gente y que cada cual se las arregle como pueda, pues sus recursos son pocos y parece imposible que pueda saciar el hambre de todos. Sin embargo, Jesús aprovecha esta gran oportunidad para dar una gran enseñanza. “aquello que tenemos poco o mucho es importante que lo pongamos al servicio de los más necesitados”, él, hará su parte.

Con esta jornada que celebramos, la Iglesia pretende sensibilizar a la comunidad cristiana acerca de la importancia del servicio pastoral en el vasto campo de la salud, servicio que es parte integrante de su misión, pues se enraíza en la misma misión salvadora de Cristo. “Él, Medico divino, pasó haciendo el bien y sanando a todos aquellos que estaban bajo el poder del diablo” (Hech 10, 38). Pues el sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y contemporáneamente ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un nuevo orden: ha sido unido al amor, a aquel amor que crea el bien tomándolo inclusive del mal. Obteniéndolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido obtenido por la cruz de Cristo, y constantemente toma de ella su fuerza. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la cual brotan torrentes de agua viva.

El Señor Jesús en la última cena, antes de retornar al Padre, se ha en inclinado a lavar los pies a los Apóstoles, anticipando el supremo acto de amor de la Cruz. Con tal gesto ha invitado a los discípulos a entrar en la misma lógica del amor que se dona especialmente a los más pequeños y necesitados. Siguiendo su ejemplo, cada cristiano está llamado a revivir, en contextos diversos y siempre nuevos, la escena de la multiplicación de los panes en la cual como discípulos de Jesús estemos preocupados por las necesidades físicas y espirituales de los demás y a las cuales haya que responder incluso con lo poco que tengamos. Inclusive la propia vida. Hoy, la realidad contemporánea es muy similar, mucha gente tiene hambre y necesita comer no solo físicamente, sino sobre todo espiritualmente.

Ante la enfermedad, Dios no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría seguir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y reflexionar sobre la propia vida.

En la Lectura del evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una predilección por los que lo seguían. Hoy muchos de ellos son quienes viven la enfermedad, y la iglesia lo que les ofrece son los sacramentos: la reconciliación, la Unción de los enfermos y la Santa Eucaristía. “En ellos, dice el Papa Benedicto XVI, Cristo llevando en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, el enfermo se conforma cada vez con más plenitud con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Asociando con quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos” (Benedicto XVI, Mensaje para la XX JME, 2012). De manera particular la Eucaristía en forma de Viático, es el “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte”, sacramento del paso de la muerte a la vida.

Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe una ancla segura, alimentada por la escucha de la Palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos. “Lo que cura la hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella, y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (cf. Spe Salvi 37).

A quienes trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias, que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús. La pastoral de la salud es la respuesta a las grandes interrogantes sobre la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor (cf. DA 418).

La invitación es a impulsar la pastoral de la salud en nuestras comunidades para acercarnos y “tocar”, como Jesús a tantos hermanos que necesitan de una oración, para buscarlos y poder, en el nombre de Jesús, orar por su sanación; acercarnos, con actitud misionera, a tantos que seguramente en algunos hogares sufren el abandono o por el vacío de Dios. Tengamos en cuenta que solo acercándonos físicamente podremos mostrar la cercanía de Dios. El testimonio de Jesús nos alienta; él se compadece, es decir hace suyos los sufrimientos del enfermo, arriesga su propia salud. Sentir como propio el dolor del otro, eso es hacerse prójimo. Es oportuno que la Misión Permanente incorpore una estrategia de visitas permanentes a los enfermos y ancianos, a fin de hacerles sentir la cercanía y la sanación de Cristo, así como a sus familiares y a quienes los cuidan en medio de la soledad.

Gracias y bendiciones para quienes con la audacia propia del discípulo misionero, se acercan a los enfermos, salen a su encuentro en los hospitales, en las comunidades marginadas, y tocan tantos rostros sufrientes, en su cuerpo y en su espíritu. El Papa Benedicto XVI nos recuerda que en el momento del sufrimiento, “surge en la persona la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación”.

Esta es la mejor manera de unirnos a la Jornada Mundial del enfermo en nuestra Iglesia. Pidamos a María, madre de misericordia y salud de los enfermos, la Virgen dolorosa, que nos muestre su maternal comprensión, vivida junto a su Hijo agonizante en la cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro