HOMILÍA EN LA SOLEMNE VIGILIA PASCUAL

Santa iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., noche santa de la Resurrección del Señor, 26 de marzo de 2016

Año Santo de la Misericordia – Año de la Evaluación y Programación del PDP

 ***

Estimados sacerdotes y diáconos,
queridos catecúmenos: David, Daniel, Ricardo, Marco Antonio, Bernabé,
queridos miembros de la primera comunidad del Camino Neocatecumenal de la Parroquia de Nuestra Señora de la Paz,:
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. He resucitado y estoy contigo, aleluya: Has puesto tu mano sobre mí, aleluya: Tu sabiduría ha sido maravillosa, aleluya, aleluya.” (Antífona de entrada Sal 138, 18.5-6). Estas palabras que nos introducen en el misterio de esta noche santa, son para nosotros, la síntesis del misterio pascual que nos ayuda a comprender que Jesucristo, el Hijo de Dios, ha vencido a la muerte y ha resucitado y, ahora está sentado a la derecha el Padre para reinar por los siglos de los siglos. La promesa del Padre de resucitar a Jesucristo de entre los muertos al tercer día, se ha cumplido y es para nosotros en esta noche, la alegre noticia que quiere trasformar nuestras tinieblas en luz y nuestra voz en un canto nuevo de alabanza para anunciar a todos los hombres que el amor de Dios está vivo. ¡Si hermanos, Cristo ha resucitado y está vivo! El Padre de la misericordia ha mirado con benevolencia el sacrificio de su Hijo y resucitándole de entre los muertos, ha puesto su mano sobre él para elevarlo como Pastor y Guía de su pueblo, la Iglesia. Su sabiduría ha sido maravillosa, pues tras el suplicio de la Cruz, ha resucitado a su Hijo, aceptando nuevamente estrechar los lazos de amistad con todos aquellos que en la libertad, quieran renovar la alianza santa de amor, viviendo como hijos de la luz, la nueva ley del amor inscrita en el corazón. ¡Cristo ha resucitado! y, hoy y siempre, se hace presente en medio de nosotros como el ‘Canto Nuevo’ que alegra el corazón y el alma de quienes extraviados en el camino, han perdido la fe y la esperanza de una vida mejor, de una vida nueva, de una vida feliz. ¡Alegrémonos todos en el Señor, porque Cristo nuestra pascua ha resucitado!
  1. Queridos hermanos y hermanas, la liturgia de esta noche nos ayuda a entender cómo es que esto sucedió y cómo es que los cristianos de ayer, de hoy y de siempre, podemos hacer nuestra esta victoria de Cristo. El itinerario mistagógico de esta solemne vigilia, tomándonos de la mano, nos encamina, paso a paso por cada una de las etapas de esta gran celebración.
  1. En primer lugar nos pone de frente al misterio de la luz, pues como hemos escuchado en el pregón pascual: “Gracias a la resurrección de Cristo, la noche es clara como el día”. La resurrección de Jesús es un estallido de luz. Se supera la muerte, el sepulcro se abre de par en par. El Resucitado mismo es Luz, la luz del mundo. Con la resurrección, el día de Dios entra en la noche de la historia. A partir de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia. Se hace de día. Sólo esta Luz, Jesucristo, es la luz verdadera, más que el fenómeno físico de luz. Él es la pura Luz: Dios mismo, que hace surgir una nueva creación en aquella antigua, y transforma el caos en cosmos. Con tanta razón a los cristianos de los primeros siglos se le llamaba los “Ilumiandos”, pues su fe les hacía vivir, pensar y actuar como hijos de la luz.

La invitación que el Señor nos hace en esta noche es clara, hemos encendido nuestras lámparas para que  así come esta luz ha iluminado las tinieblas de la noche, así cada uno de nosotros, iluminemos nuestro mundo. Especialmente aquellas zonas y regiones donde tantos y tantos hombres llevan una vida de murciélagos y se han acostumbrado a vivir y actuar como hijos de la noche y de las tinieblas.

  1. En segundo lugar, hemos escuchado y meditado los portentos que el Señor obró desde el principio a favor de su pueblo, especialmente trayéndonos a los oídos el alegre mensaje de la resurrección. Hoy hacemos nuestras las palabras de aquellos varones que estaban en el sepulcro y que han dicho a las mujeres: “¿Por qué buscan entre los muerto a que está vivo? No está aquí ha resucitado”. (Lc 24, 1-12).

Nuestra naturaleza es una naturaleza que está orientada necesariamente a Dios, pues de él venimos, en él nos movemos y en el existimos. No podemos negar que como seres humanos estamos sedientos de Dios y nuestra vida y nuestra identidad, no se explican sin él. Sin embargo, muchas veces buscamos a Dios donde no está, donde lo único que encontramos y con lo que nos topamos es con muerte, con pecado, con egoísmo, con soberbia, con envidias, con críticas, con la búsqueda de los propios intereses. Es sorprendente como en algunos sectores pulula el culto a la muerte, pues  se presenta como una realidad viva, que responde y que anima. Sin embargo, la muerte no es Dios. Fue aniquilada y está vencida. No nos engañemos pensando que rindiéndole culto, nuestra vida tendrá éxito. Todo lo contrario. A lo único que nos orienta es a la tristeza, la pobreza, al sinsentido y a la misma muerte. No caigamos en el error de adorar cualquier cosa como Dios, pues seguramente nos robará la paz, la alegría, la fe y la esperanza. La salvación es gratuita. La salvación te librara de la esclavitud y del pecado. Te da la gracia y la vida de Dios.

En esta noche cada uno de nosotros hemos escuchado que Jesús no está entre los muertos, que ha resucitado. Como las mujeres del evangelio estamos llamados a ir y anunciar a los demás que se quedaron en casa, que Jesús resucitó y que ha hecho grandes cosas por nosotros. Allí donde trabajamos, donde estudiamos, donde nos movemos cada día, muchos no han escuchado esta alegre noticia. Allí es preciso que les anunciemos que la verdadera vida está en Jesús, el Hijo de Dios, muerto y resucitado. Seguramente que a más de alguno el anuncio del evangelio les parecerá un desvarío y no nos creerán; sin embargo acompañemos nuestro anuncio con el testimonio de vida para que sea más creíble.

  1. Es muy significativo que en la tercera parte de esta solemne Vigilia, que es la liturgia bautismal, todos los bautizados y junto con nosotros los catecúmenos, renovemos las promesas de nuestro bautismo. Pues necesitamos de manera libre y voluntaria, volver siempre la mirada a la esencia del evangelio, al amor de la primera vez, ese amor que nos cautivó y nos hizo discípulos de Cristo. El Papa Benedicto XVI explicando cual es el verdadero sentido de la renuncia enseñaba que renunciar a Satanás, es renunciar a todo lo que implica una vida sin Dios, una cultura sin Dios “de una way of life, de un estilo de vida, en el que no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación, y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y considerarse sólo a sí mismos vencedores. Por lo tanto, esta renuncia era muy real: es la renuncia a un tipo de cultura que es una anticultura, contra Cristo y contra Dios. Se optaba contra una cultura que, en el Evangelio de san Juan, se llama «kosmos houtos», «este mundo». Con «este mundo», naturalmente, Juan y Jesús no hablan de la creación de Dios, del hombre como tal, sino que hablan de una cierta criatura que es dominante y se impone como si fuera  este  el mundo, y como si fuera este el estilo de vida que se impone”. (cf. Lectio divina en la asamblea eclesial de la Diócesis de Roma, 12 de junio de 2012). La renuncia supone la profesión de fe en el Dios vivo, en el Dios de Jesucristo. Una profesión que incluso exige el heroísmo de los mártires. ¡Cómo no decir, además, que por doquier, incluso donde no hay persecución, para vivir con coherencia el Evangelio hace falta pagar un alto precio! Muchos bautizados, influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de costumbres, son indiferentes a los valores del Evangelio e incluso se ven inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida, lo que dificulta la pertenencia a una comunidad eclesial. Aun confesándose católicos, viven de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con consecuencias morales y espirituales de diversa índole. Yo les invito para que hagamos del Credo la norma de nuestra vida que sea capaz, que nos lleve a vivir y actuar como lo que queremos ser: “Cristianos”.
  1. Queridos neocatecmenos, ustedes han caminado mucho tiempo este itinerario de fe que los ha conducido hasta este momento por los camino de la vida, al renovar en este día su profesión de fe, sean conscientes que el camino apenas empieza, y que su vida debe seguir siendo una contante ocasión para que Dios los trasforme en criaturas nuevas. La batalla final no está ganada, hay que fraguarla cada día con disciplina y con tenacidad.
  1. Finalmente, acompañados de los nuevos miembros de la Iglesia, que renacerán en el bautismo, estaremos todos invitados a la Mesa que el Señor mismo nos preparará por medio del memorial de su muerte y resurrección, hasta que el vuelva. Es allí, donde nos damos cuenta que Cristo es el varadero Cordero Pascual que quitó el pecado del mundo.  Es allí, donde estamos invitados a nutrirnos de Dios. Es allí, donde cada Domingo estamos invitados a fortalecer lo que somos.
  1. Queridos catecúmenos: Daniel, David, Ricardo, Marco Antonio, Bernabé, en unos momentos más ustedes dejarán de ser simples criaturas y por el agua y el Espíritu, participarán sacramentalmente en la muerte y resurrección de Cristo. Dejen que sea la gracia de Dios la que los trasforme en creaturas nuevas. Eviten poner un impermeable que impida que el fuego del Espíritu penetre lo más profundo de su ser y puedan así como Cristo, llegar  a ser “hijos en el  Hijo”; discípulos misioneros de Cristo, que no se cansen de anunciar lo que el Señor ha hecho en ustedes. Hoy, inician una nueva vida cuya meta es la santidad de vida. sus papas y sus padrinos les acompañaran con el ejemplo y el testimonio de vida, de manera que aprendiendo a caminar, alcancen la estatura de Cristo.
  1. Que a todos nosotros, los que hoy nos hemos reunido para celebrar esta gran fiesta, el Señor nos ayude para luchar siempre por vivir nuestro bautismo con valentía, con fidelidad pero sobre todo con esperanza. Amén.

 

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro