Homilía en la Santa Misa Crismal

 Santiago de Querétaro, Qro., 4 de abril de 2012

Venerado hermano en el episcopado:
Queridos presbíteros:
Hermanos diáconos:
Apreciados hermanos y hermanas de la vida Consagrada:

Muy amados laicos de las diferentes comunidades parroquiales que integran nuestra querida Diócesis de Querétaro:

1. Me llena de gozo poder saludar a cada uno de ustedes en esta hermosa celebración, en la cual nuestra Iglesia diocesana está hoy sacramentalmente presente de un modo excepcional y único; es quizás la celebración que mejor expresa nuestra pertenencia eclesial, no solo por el hecho de estar reunidos en comunión con el obispo, sino porque en ella resplandece Cristo, quien nos ama y quien con su Espíritu nos ha ungido para hacer de nosotros un reino de sacerdotes para el servicio de Dios, irradiando su amor en el mundo. Agradezco a todos ustedes –sacerdotes y laicos– su presencia en esta celebración, sé que significa y confirma su adhesión al ministerio apostólico. Su entrega y generosidad en la caridad pastoral, como he constatado en mis visitas pastorales a sus comunidades parroquiales, es para mí hoy día, un impulso que reconozco y agradezco infinitamente.

2. Como todos sabemos este día la Iglesia diocesana se renueva desde sus entrañas de Madre, al ofrecer a sus diferentes comunidades parroquiales los santos Oleos, que significan y garantizan la presencia del Espíritu que construye el pueblo santo de Dios, lo santifica y lo conduce. Además es una oportunidad propicia para redescubrir la belleza del Sacerdocio Bautismal y de manera particular la hermosura del Sacerdocio ministerial, del cual a algunos de nosotros, Cristo nos ha participado y hoy día estamos invitados a renovar con generosidad.

3. Al escuchar la Palabra de Dios en la Liturgia de la Palabra de esta celebración, nuestro corazón se llena de profunda alegría, pues vemos cumplidas en Jesucristo las promesas mesiánicas, que garantizan en su persona y en su ministerio, el nacimiento de una nueva humanidad, destinada a ser una nación santa, un pueblo de reyes y de sacerdotes (cf. 1 Pe 2, 9). “Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo” (cf. LG, 5). “Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino «a servir y a dar su vida para la redención de muchos» (Mc 10,45)” (cf. LG, 5). De ello nos da testimonio el mismo Jesús, que en Nazareth se reconoce enviado por el Espíritu para “…llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos. Dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia el Señor…” (Lc 4, 18-19), no buscando hacer su voluntad sino la de Aquél que lo ha enviado (cfr. Jn 5,30).

4. De ahí que por el bautismo, toda vocación cristiana ha de expresar algo del rostro “salvador” de Dios y es entendida y vivida dentro de su designio de salvación universal. Por eso, al responder cada bautizado a su propia vocación, el cristiano no busca primariamente su provecho, gusto o realización personal, ni siquiera su propia santidad. Más bien cuando el cristiano responde a la llamada de Dios sólo desea agradarle y colaborar con su obra salvadora. Paradójicamente así descubre la verdadera felicidad y su vida se hace fecunda y plena; sólo así alcanza la auténtica santidad.

5. Queridos hermanos, esta es la grandeza del sacerdocio bautismal que Cristo nos comparte y al cual nos compromete no como una opción, sino como una exigencia radical. “Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una Iglesia que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu” (cf. DA 11).

6. Sin embargo, la decisión redentora de Jesucristo no se limita aquí de este modo, sus horizontes son más amplios y precisos, pues “Cristo no solo comunica la dignidad del sacerdocio real a todo el pueblo redimido, sino que con especial predilección y mediante la imposición de las manos elige a algunos de entre los hermanos y los hace partícipes de su ministerio de salvación” (cf. Prefacio para la misa crismal).

7. Queridos hermanos sacerdotes, este es el sentido más puro y mas pleno del sacerdocio que Cristo nos ha confiado, por eso en palabras del Apóstol Pablo les exhorto a “reavivar el don que les fue conferido cuando les fueron impuestas las manos” (cf. 2 Tim 1, 6). “Dios nos ha salvado y nos ha llamado a una vocación santa, no por nuestras obras sino por propia voluntad…” (2 Tim 1, 9)Ante este ministerio, que no es nuestro, sino de Cristo, hemos de permanecer alertas y custodiando nuestra alma para que sea grande y admirable. San Juan Crisóstomo dirá al respecto: “el sacerdocio se ejerce en la tierra pero tiene el rango de las realidades celestes. Y con razón. Pues ni un hombre, ni un ángel, ni un arcángel, ni ninguna otra potencia creada, sino el Paráclito mismo dispuso este orden y persuadió a los que aún permanecen en la carne a reproducir el ministerio de los ángeles. Por ello, es necesario que el sacerdote sea puro, tal como si estuviese en los cielos mismos en medio de aquellas potencias” (San Juan Crisóstomo, Diálogos sobre el Sacerdocio III, 4). Hemos de ser consientes que aunque la dignidad del sacerdocio es tal, sin embargo, no debemos excluir la debilidad y fragilidad de nuestra naturaleza. No es posible ocultar la debilidad de los sacerdotes. Por el contrario, hasta las más pequeñas se hacen rápidamente manifiestas. Un atleta mientras permanece en casa y no lucha con nadie puede pasar inadvertido por muy débil que esté, pero cuando se alista para el combate se pone en evidencia rápidamente. Los hombres que llevan una vida particular y desocupada tienen la soledad como cubierta de los propios pecados. Pero si ejercen una actividad pública se ven obligados a desnudarse de la soledad como un manto y mostrar a todas las almas desnudas por medio de los movimientos externos. Dice san Juan Crisóstomo en otra parte: “Sus virtudes aprovechan a muchos, pues los exhortan a un celo idéntico, pero sus faltas ocasionan también negligencia en el cultivo de la virtud, y los disponen a relajarse en los esfuerzos por el bien. Por ello, la belleza de su alma tiene que brillar por todas partes para que puedan alegrar y juntamente iluminar a las almas de quienes los miran” (cf. San Juan Crisóstomo, Diálogos sobre el sacerdocio III, 10).

8. Amados hermanos, es preciso recordar que nuestra misión no es un cualquier trabajo, es un ministerio, es decir un servicio noble y empeñativo. Sí, el Sacramento del Orden nos pone al servicio de Cristo, que nos ha escogido, llamado y enviado; nos pone al servicio del pueblo de Dios, que espera de nosotros la predicación de la Palabra y los sacramentos de la redención; nos pone al servicio de unos para con otros, en la ayuda mutua, en el sostenimiento fraterno, pues todos estamos llamados a edificar el único cuerpo del Señor que es la Iglesia. “La Esposa de Cristo que no desea más que engendrar muchos hijos de Cristo y que Cristo sea engendrado en todos sus hijos”.

9. Nuestro ministerio exige una constante vigilancia para que no venga a menos el amor que es su principio y su fuerza. Este amor no significa un sentimiento pasajero, un sentimiento favorecido por las condiciones, es la participación del amor mismo de Cristo. Por lo tanto, el ministerio que se resiste al amor de Cristo es un ministerio que pronto se vuelve estéril y vacío. Un sacerdote rechaza la gracia de Dios, cuando se escapa de la comunidad, de las reuniones, del cambio que nos exigen las estructuras caducas e incluso de la propia conversión del corazón, en pocas palabras cuando se niega al amor en su ministerio. Somos privilegiados, Dios nos ha regalado un don, pero ese don hay que cuidarlo.

10. Quiero invitarles a todos y a cada uno a vivir una vida santa. Sí, una santidad por vocación. Los sacerdotes del antiguo Testamento debían ser santos y ofrecían solamente incienso, pan y carne de animales, cuánto más deben ser santos y puros los sacerdotes del Nuevo Testamento que ofrecen el mismo Cuerpo y Sangre de Cristo, lo tocan con sus manos y lo consumen con su propia boca. San Carlos Borroneo hablándoles a sus sacerdotes les decía: “infelices aquellos sacerdotes por los cuales son insípidos los bienes espirituales! Infeliz aquel sacerdote que siente nauseas por los bienes del espíritu y tiene nostalgia de las cebollas de Egipto que son sus pecados!” Nuestro corazón está llamado a una libertad extraordinaria, única, pues nuestro único tesoro es el Señor Jesucristo, a quien hemos sido configurados con el Sacramento del Orden. Nada ni nadie, puede suscitar nostalgias en el vivir como sacerdotes, una vez que el Sacramento –con su carácter impreso en nosotros– nos ha unido indeleblemente a Cristo, el Señor.

11. Como sacerdotes también nosotros estamos llamados a seguir el ejemplo de Cristo, tenemos el deber de entregarnos incondicionalmente a los seres humanos; acercándonos a ellos en la amistad, hagámosle sentir a ellos nuestro amor, visitándole en sus casas, sentándonos a su mesa, solidarizándonos en sus responsabilidades y con sus tribulaciones. Es solo haciendo ver que la Iglesia es amiga de los hombres, que nosotros nos haremos creíbles y lograremos establecer un diálogo, tanto más comunicativo cuanto más es comprensivo por su realidad existencial. Especialmente cuando el sufrimiento les toca es cuando más deben sentir nuestra cercanía. A través de la sinceridad de nuestra condivición es como ellos podrán darse cuenta de nuestro amor. En una palabra, todo se resume en aquella confirmación que reza: “el amor todo lo hace posible, en aquella imitación que el amor hace deseable, en aquella comunión que el amor hace eterna”. En síntesis se trata solamente de amar. El amor es amor, hasta que se da.

12. Queridos hijos, Dios ha puesto en nuestras manos todos sus tesoros, los sacramentos; ha puesto en nuestras manos las almas que él ha redimido con su sangre; ha puesto en nuestras manos el cielo con el poder de abrirlo y cerrarlo. Cómo ser ingratos ahora hacia tanta dignidad y tanta predilección, si pecase contra de él, profanando esta boca, con la cual cada día recibo el Cuerpo de Cristo, profanando estas manos consagradas para tocar el Cuerpo del Señor.

13. Termino con las palabras del Papa Benedicto que en su carta Lumen caritatis escribe: “animo en modo particular a los sagrados ministros, presbíteros y diáconos, a hacer de su vida un animoso camino de santidad y a no temer a la euforia de aquel amor confiado a Cristo, por el cual tantos sacerdotes se han olvidado de sí mismos dejando todo. Queridos hermanos en el ministerio, la Iglesia pueda encontrar siempre en ustedes una fe resplandeciente, una vida sobria y pura, que renueven el ardor apostólico que han manifestado tantos pastores de la Iglesia”. Queridos sacerdotes, vean que sustancialmente se trata solamente de amar. Gracias nuevamente por su entrega y su testimonio palpable en cada una de sus comunidades, felicidades en este día, pues en unos momentos más, cada uno de ustedes, han de renovar su sí a Jesucristo, su sí a una vida de entrega, su sí, a la misión, delante de esta comunidad, que “siente la necesidad de: – Presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración. – Presbíteros-misioneros movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. – Presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También, presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación” (DA 199). Pido a todas las comunidades que intensifiquen su oración por los ministros consagrados, sus pastores, ayudándoles a ser fieles en su entrega, rogándole al Señor, “Danos muchos y muy santos sacerdotes, según tu corazón”.

14. María, Madre y maestra del gran Sacerdote y Madre de todos los sacerdotes, nos ayude a permanecer fieles a esta llamada de amor y de fidelidad, a nuestro sacerdocio bautismal y ministerial. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro