Homilía en la Ordenación de 11 Diáconos para la Iglesia Diocesana de Querétaro

Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe, Querétaro, Qroo., 20 de febrero de 2012

Queridos hermanos en el sacerdocio,

queridos ordenandos,

muy estimados papás y familiares de estos jóvenes,

muy queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. Les saludo a cada uno de ustedes con gozo en el Señor Jesucristo, quien ha venido a servir y a dar la vida por nosotros en la Cruz.

2. Como obispo de esta diócesis, me alegra particularmente poder celebrar las primeras ordenaciones diaconales de estos 11 jóvenes seminaristas, para el servicio de Dios y de nuestra Iglesia diocesana. Junto con todos ustedes y particularmente con las familias de los ordenandos, damos gracias al Señor por el don de estos nuevos colaboradores del Obispo, “quienes recibirán por la imposición de las manos, el espíritu para servir a los miembros del Cuerpo de Cristo, sobre todo a los pobres y pequeños, y servir a su cabeza”.

3. Quiero dirigir un saludo particular a ustedes, queridos ordenandos: hoy están en el centro de la atención del pueblo de Dios, un pueblo simbólicamente representado por la gente que llena esta plaza, en el corazón de nuestra diócesis, el Seminario; la llena de oración y de cantos, de afecto sincero y profundo, de auténtica conmoción, de alegría humana y espiritual. En este pueblo de Dios ocupan un lugar especial sus padres y familiares, sus amigos y compañeros, sus superiores y formadores del seminario, las distintas comunidades parroquiales y las diferentes realidades de la Iglesia de las que proceden y que les han acompañado en su camino, y a las que ustedes mismos ya conocen pastoralmente en sus visitas durante los “días del seminario” para la promoción vocacional. Sin olvidar la singular cercanía, en este momento, de numerosas personas, humildes y sencillas pero grandes ante Dios, como por ejemplo las monjas de clausura, los niños y los enfermos. Les acompañan con el don precioso de su oración, de su inocencia y de su sufrimiento.

4. Por lo tanto, toda nuestra Iglesia Diocesana de Querétaro pone su gran confianza y esperanza en cada uno de ustedes y espera frutos abundantes de santidad y de auténtico testimonio de vida cristiana. Pues la predicación del Evangelio, de ahora en adelante será su norma de vida, el motivo de sus inspiraciones pastorales y la dignidad de su ministerio. Como lo explicita la entrega de los evangelios en el rito que estamos por cumplir: “Recibe el evangelio de Cristo, del cual has sido constituido su mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado (cf. Ritual de la ordenación de los diáconos).

5. Hermanos hemos escuchado en esta solemne liturgia, el Evangelio que nos presenta el “itinerario de vida” de quienes desean seguir al Señor Jesús, pues él mismo presenta ante los ojos de los discípulos los condicionamientos para su seguimiento: “yo les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere dará fruto abundante. Si alguien quiere servirme que me siga” (Jn 12, 24), este anuncio evangélico puede ser traducido en tres acciones concretas como hemos pedido en la oración colecta de esta celebración: 1. La Disponibilidad en la acción, 2. Humildad en el servicio y, 3. Perseverancia en la oración. Tres realidades mediante las cuales los discípulos y misioneros de Jesús pueden hacer vida el evangelio, de manera particular ustedes jóvenes seminaristas, quienes próximos a la recepción del Sagrado Orden, públicamente han manifestado su deseo de seguir al Señor mediante el ministerio ordenado en el grado de diáconos.

6. Ministerio que configura a los diáconos como parte del Orden y queda vinculado sacramentalmente a la Iglesia local. Y para que quede bien patente el hecho de que los diáconos no forman parte del presbyterium, sólo el Obispo impondrá las manos a los nuevos diáconos.

7. La naturaleza de este ministerio radica no en el sacerdocio, sino el Orden Sagrado, por ello, deseo detenerme con ustedes a reflexionar en la oración consecratoria que acompaña el rito de la ordenación, pues nos ayuda a comprender con mayor claridad la Palabra de Dios que hemos escuchado, pues el rito y la palabra escriben en nosotros nuestra identidad: en primer lugar la plegaria de ordenación diaconal, después de recordar que Dios Padre ha constituido tres ordenes al servicio de su nombre, invoca a Dios para que derrame sobre el ordenando el don del Espíritu Santo para que ejerza el ministerio fielmente, por eso pide que sea fortalecido con los siete dones del Espíritu Santo, aquellos que ya había predicho Isaías; lo cual es un compromiso pues configura al ordenando con Cristo profeta, llamado a ser testigo de la verdad incluso, al grado de derramar la sangre en el martyrio. Hoy debemos reconocer que estamos comprometidos en ser “heraldos de la verdad”; quienes hemos recibido este ministerio, no debemos tener miedo a defender la verdad de la vida, de la familia, de Jesucristo.

8. En las tres lecturas que escuchamos, aparecen tres figuras que la oración consecratoria recoge y que representan las tareas ministeriales del ordenando: Los levitas, Cristo servidor, y los siete hombres. Y Para que sea mas claro estos jóvenes harán públicas las promesas “de desempeñar con humildad y amor el ministerio de diáconos, colaborando con el orden Sacerdotal”; “de vivir en la obediencia y observar el celibato”; “de observar y acrecentar el espíritu de oración, celebrando la “Liturgia de las Horas”; “de imitar siempre el ejemplo de Cristo”. En ella, se refleja la dimensión litúrgica del diaconado, inseparable de la dimensión servicial o caritativa. Su servicio al Altar sirve para ligar la acción litúrgica con la acción real en el seno de la Iglesia y en medio del mundo, en nombre de la Iglesia, haciendo presente el servicio de Cristo.

9. Lo mas interesante de la oración resulta cuando se pide para los diáconos que 1. Resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, 2. Amor sincero, 3. Solicitud por los pobres y enfermos, 4. Una autoridad discreta, 5. Pureza sin tacha y 6. Una observancia de sus obligaciones espirituales. Seis virtudes que no se pueden ignorar y las cuales hay que reflejar desde la manera como vestimos, como hablamos, como tratamos a los demás, como desempeñamos nuestro ministerio. Virtudes que favorecen y embellecen el celibato que los ordenandos con la promesa abrazan y desean vivir. “Pues éste debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida, tanto en la comunidad de los fieles, como en la profana” (cf. Celibatus Sacerdotalis, 14). Sólo de esta manera se garantiza en la Iglesia la fidelidad del ejercicio ministerial. “Jesús, que escogió los primeros ministros de la salvación y quiso que entrasen en la inteligencia de los misterios del reino de los cielos (Mt 13, 11; Mc 4, 11; Lc 8, 10), cooperadores de Dios con título especialísimo, embajadores suyos (2Cor 5, 20), y les llamó amigos y hermanos (Jn 15, 15; 20, 17), por los cuales se consagró a sí mismo, a fin de que fuesen consagrados en la verdad (Jn 17, 19), prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios (Lc 18, 29-30)” (cf. Celibatus sacerdotalis, 22).

10. La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15, 13; 3, 16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales él ha hecho sentir sus llamadas más comprometedoras (cf. Mc 1, 21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso, la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad» (cf. LG, 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. Así, dedicado total y exclusivamente a las cosas de Dios y de la Iglesia, como Cristo (cf. Lc 2, 49; 1Cor 7, 32-33), su ministro, a imitación del sumo sacerdote, siempre vivo en la presencia de Dios para interceder en favor nuestro (Heb 9, 24; 7, 25), recibe, del atento y devoto rezo del Oficio Divino, con el que él presta su voz a la Iglesia que ora juntamente con su esposo, alegría e impulso incesantes, y experimenta la necesidad de prolongar su asiduidad en la oración, que es una función exquisitamente de Cristo confiada a su Iglesia. (Hch 6, 2).

11. Queridos ordenandos, la invitación de Jesús a «perderse a sí mismos» y a “tomar la cruz”, ustedes lo vivirán de manera particular ejerciendo por gracia la predicación del Evangelio, administrando el Bautismo, reservando y distribuyendo la Sagrada Comunión, asistiendo al Matrimonio, y bendiciéndolo en nombre de la Iglesia, llevando el Viatico a los moribundos, leyendo la Sagrada Escritura a los fieles, instruyendo y exhortando al pueblo, celebrando la Liturgia de las Horas con la Iglesia y por la Iglesia. Es esta la tierra, dónde el grano de trigo que el Padre dejó caer sobre el campo del mundo, muere para convertirse en fruto maduro, dador de vida.

12. Sin embargo en el plan de Dios, esta entrega de Cristo se hace presente en el ministerio al que ustedes servirán y es algo que no puede menos que llenaros de íntimo asombro, de viva alegría y de inmensa gratitud: el amor y el don de Cristo crucificado y glorioso ya pasarán a través de vuestras manos, de vuestra voz y de vuestro corazón. Es una experiencia siempre nueva de asombro ver que en nuestras manos y con nuestra voz, el Señor realiza este misterio de su salvación lo cual exige “pureza y rectitud de corazón”.

13. Queridos jóvenes, el camino que nos indica el Evangelio de hoy es la senda de su espiritualidad, de su acción pastoral y de su eficacia, incluso en las situaciones más arduas y áridas. Más aún, este es el camino seguro para encontrar la verdadera alegría, no habrá en su ministerio mayor satisfacción y mayor regocijo, sino aquel que sea fruto de la entrega y de la fidelidad a las promesas que en unos momentos mas harán públicamente en esta asamblea antes de la ordenación. Esfuércense por vivir alegres y felices en el Señor Nuestra alegría será el mejor modo de predicar el la Buena Noticia de Cristo. Al ver la felicidad en nuestros ojos, quienes no conocen a Dios o viven lejos de él, tomarán conciencia de su condición de hijos de Dios. Pero para eso debemos estar convencidos y proclamar: “todo lo puedo en quien me fortalece”. Superemos siempre el desaliento, ya que nuestra vida tiene sentido porque vivimos la ternura del amor de Dios. La alegría del Señor es nuestra fuerza. Todos nosotros, si tenemos a Jesús dentro, debemos llevar la alegría como novedad al mundo. “La alegría es oración, la señal de nuestra generosidad, de nuestro desprendimiento y de nuestra unión interior con Dios” (cf. Madre Teresa de Calcuta).

14. Deseo que de corazón que la “nueva vida” que ahora comienzan a vivir mediante este compromiso, les impulse a entregarse sin reservas en la misión permanente por establecer el Reino de Dios en medio de nuestra realidad diocesana al servicio de los más pobres. Si así lo hacen no tendrán tiempo para distracciones vanas que debiliten su entrega. Nuestra Iglesia quiere Consagrados misioneros; por ello comunico al Pueblo de Dios, ¡cuenten con los Diáconos y Sacerdotes como Misioneros incansables en sus comunidades! que caminen con alegría con ustedes por las calles y en las rancherías mas alejadas. Porque todos, por mandato de Jesús decimos ¡SI A LA MISIÓN! Si a renovar las estructuras que posibiliten con eficacia la transmisión de la fe. Hermanos Diáconos, esta tarea no la hacemos como un asistencialismo o una opción, sino como una urgente obligación, pues el diaconado que hoy se deposita en sus manos, y que transforma toda su realidad es un don y no una función. Por lo tanto, no se ordena al que ejerce funciones diaconales sino que el don recibido capacita al ordenando para el diaconado, para que se haga presente la solicitud generosa de Cristo en el ejercicio de su ministerio apostólico.

15. Finalmente, invito a cada uno de los aquí presentes, sacerdotes y laicos, a que sigamos orando por estos jóvenes. La mejor manera de ayudarles, hermanos sacerdotes, será con su testimonio de entrega integra; tienen esa gran responsabilidad de que su palabra y ejemplo nutra la vida espiritual y pastoral de estos jóvenes, y de los que se encuentran en formación; estaremos atentos a que así sea. Nunca un mal ejemplo. Hermanos laicos, su oración y aliento será muy importante para que nuestros jóvenes consagrados sean fieles a su vocación. Ellos lo hace libremente, por ello la responsabilidad de vivir sin tacha en su conducta, en lo público y en lo privado. Su formación aún no ha terminado, continúa, lo cual exige la co-responsabilidad de todos nosotros en su cuidado. Es muy hermoso como la asamblea justo en el momento previo a la ordenación, invoca a los Santos mediante la letanía, pues es claro que esta obra está sostenida por la comunión de los santos y de la Iglesia que peregrina. El signo visible se manifiesta mientras se imponen las manos a los ordenandos en el silencio y una vez terminada la plegaria de ordenación, a una voz la comunidad responde con solemnidad “Amén”.

16. Pidámosle a María, Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, la discípula por excelencia, que siga intercediendo por nosotros, por los sacerdotes, por el seminario, para que ella como Madre de Jesucristo y madre nuestra, nos enseñe el camino de entrega al pueblo santo de Dios. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro