Homilía en la Celebración Eucarística de Acción de Gracias por las Fiestas Tradicionales

Santuario de Nuestra Señora del Pueblito, Corregidora, Qro., 19 de febrero de 2012

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

Es para mí un motivo de alegría poder encontrarme con cada uno de ustedes en esta noche, para darle gracias a Dios por los beneficios que e través de la Santísima Virgen del Pueblito nos ha concedido durante este año y poder celebrar la fe expresada en estas fiestas tradicionales. Pues la gracia de Dios se manifiesta muy concretamente cuando en su nombre vivimos los misterios de la fe.

Saludo con gozo en el Señor a mis hermanos sacerdotes aquí presentes, al Padre Guardián del Santuario Fr. Ignacio De la Cruz Morales, a los demás frailes novicios y formandos.

Me dirijo con mucho respeto y aprecio para saludar a cada uno de quienes conforman las diferentes corporaciones: a sus Mayordomos y Tenanches, a los Concheros, a las diferentes danzas, a los inditos e inditas, y a quienes forman parte de la guardia real de la Santísima Virgen María.

Al reuniros en este día de fiesta, en primer lugar hemos de tener presente la centralidad de Jesucristo resucitado, pues en el domingo “los cristianos reunidos en la escucha de la Palabra y en la comunión del pan único y compartido, celebramos el triunfo del Señor que ha vencido a la muerte, con su cruz, en la esperanza del domingo sin ocaso”. Una esperanza que debe ser alimentada por la Palabra de Dios leída y celebrada en comunidad, la cual ha de nutrir nuestra espiritualidad y explicar el sentido de aquello que hacemos y celebramos con júbilo en la fiesta.

En este domingo que nos hemos reunido en esta santa Misa, continuamos escuchando el evangelio según san Marcos, donde se nos presenta a Jesús como Aquel que tiene el poder de perdonar los pecados, curando a un paralítico, reintegrándolo a la comunidad y mandándolo a su casa con sus hermanos. En este episodio Jesús no parece sólo como el portador de un bienestar material; la narración fija su acentuación sobre el poder de perdonar los pecados, un poder que solamente pertenece a Dios: con su autoridad Jesús cumple aquello que sólo Dios puede hacer.

“El perdón de los pecados es expresión de la misericordia de Dios que ha encontrado su visibilidad histórica y definitiva en la persona de Jesucristo”. Como dice San Pablo en la segunda lectura: “todas las promesas de Dios en Cristo son un “si”. Jesús es el “si” de Dios, el signo de su fidelidad. En Cristo el anuncio positivo de la liberación y del perdón de los pecados que los profetas habían proclamado se ha acentuado. La vida de Jesús en una continua lucha contra el pecado. Sus palabras y sus gestos revelan en el confronto con el pecado una doble actitud: de condena (el pecado compromete la santidad de Dios y esclaviza al hombre, por lo que debe ser denunciado sin justificaciones vanas). Y de perdón (Jesús toma sobre sus espaldas los pecados de los hombres y acoge a los pecadores). Así en Jesús se hace visible la misericordia de Dios en dos aspectos: de denuncia y de perdón. Por lo que San Pablo continúa a indicar como signo de la fidelidad de Dios el Don del Espíritu Santo. Quien se imprime en nosotros como un sello de pertenencia, representa un anticipo de aquello que se manifestará un día, cuando las promesas se cumplirán en plenitud y seremos perfectamente conformados a Cristo Jesús en la gloria de la resurrección.

Hermanos y hermanas, esta palabra que hemos escuchado nos permite notar que la actitud de Dios en confrontación de nuestras actitudes es diverso de aquello que muchas veces nosotros esperamos. Nuestro deseo de ser liberados del mal que nos atormenta viene hecho un signo de una liberación más amplia y más profunda. Hemos visto en la primera lectura que a los exiliados de Israel, Dios les promete la liberación de la esclavitud política pero contemporáneamente le hace ver sus pecados y les asegura especialmente la liberación es estas esclavitudes humanas. “Yo, borro tus crímenes por amor de mi mismo, y no recuerdo más tus pecados”. De la misma manera en el evangelio al paralítico que pide la sanación Jesús le dice en un primer momento: “Hijo, tus pecados son perdonados”. Agregando después: “levántate, toma tu camilla y camina”. La curación física del paralítico es signo de la salvación más profunda y radical obtenida con el perdón de los pecados. Si el corazón no está libre del peso del pecado, ninguna gloria y ningunas lavación es posible para el hombre. El pecado es fuente de opresión y de división en el hombre y entre los hombres. Sin la liberación del pecado la liberación terrena se manifestaría como una ilusión y causa de nuevas esclavitudes. Liberado del peso del pecado, el hombre puede volver a caminar como el paralítico del evangelio.

El gesto de los cuatro hombre que portan al enfermo a Jesús es un gesto de la solidaridad, de la creatividad e intercesión de la comunidad. Portar quiere decir soportar, sufrir juntos. Signo de aquella conversión que solicita el rostro de Dios es la caridad hacia el prójimo. También nosotros debemos ser hombres del “sí” en el perdón misericordioso. Es con la disponibilidad hacia el pobre y débil, demostrada por Jesús, que nosotros podemos orar con veracidad y repetir las palabras del salmo responsorial: “renuévanos, Señor, con tu perdón”. El Vaticano II afirma: “aquellos que se acercan al sacramento de la reconciliación recién de la misericordia de Dios el perdón de las ofensas cometida contra él y la reconciliación con la Iglesia que han roto con su pecado, pero que obra la conversión con la caridad, el ejemplo y la oración (cf. LG 11).

Quiero exhortar a cada uno de ustedes a mirar el rostro de Jesucristo y experimentar su mirada que llena de “compasión” ha aceptado nuestros sufrimientos y nuestros pecado para que redescubramos el entido de nuestra vida, de nuestras fiestas. La fiesta que hoy celebramos como comunidad del Pueblito nos ha de conducir a reencontrar el sentido de la vida social y cultural, pues es un momento de regeneración del tiempo y del mundo. La fiesta ofrece al hombre y a la comunidad el marco adecuado para expresar sus expectativas de futuro mediante el canto, la danza, el lenguaje, los gestos del cuerpo y los cuetes. La fiesta es a su manera, un momento contemplativo, estético y de celebración de la vida, porque es parte de aquellas realidades que por sí mismas no tiene un propósito específico, pero si un sentido. Tiene un fin en sí mismo, dedicarse a considerar lo que es esencial para la vida. Y en este sentido queridos hermanos les felicito y les invito a seguir conservando sus tradiciones tan arraigadas, siempre con un espíritu auténticamente cristiano. Pues la alegría del Señor es nuestra fiesta. Él, es el sentido y el propósito de nuestra alegría. Él, es quien da el significado más íntimo, su reconocimiento, su proclamación y aceptación de la propia existencia como un don y gratuidad, como libertad y liberación de la esclavitud del pecado y del cansancio cotidiano. Por lo que el sujeto de la fiesta cristiana es comunitario y no individual. Es la comunidad cristiana la que se reúne junto con María para celebrar a Jesucristo. Su objeto está siempre presente en el misterio de Cristo “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 1, 24).

Hagamos de nuestras fiestas un momento histórico de salvación, en el cual como comunidad guiados de la Virgen del Pueblito conozcamos más a Jesucristo Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 1). Que él sea el sentido de nuestra fiesta. Pues podemos caer en el riesgo cultural de vaciarlas de sentido. No es poco frecuente que en nuestra sociedad se le reste importancia a la fiesta, es decir, se le considere una especie de tiempo vacaciones, tiempo libre o descanso. La verdadera fiesta, dicen algunos es “hacer nada”, lo que siembra una mentalidad ambigua que confunde la fiesta con un tiempo vacío. Gracias a los frailes franciscanos que de manera muy cercana tutelan estas tradiciones, les invito a no desfallecer en el camino de la evangelización mediante estos instrumentos que la religiosidad como “joya preciosa” nos aporta y nos favorecen.

Que la Virgen Santísima del Pueblito, la primera evangelizadora de estas, tierras siga intercediendo por cada uno de nosotros. Quienes suspiramos arrepentidos en este valle de lágrimas. Por eso le decimos: “Buenas tardes Madrecita, te venimos a saludar, son tus hijos los inditos que te venimos a cantar. Virgen Santa del Pueblito, te venimos a bailar, pues estamos festejando en este día de tu natal. Madrecita de mi vida, madrecita de mi amor, alza tus benditas manos y danos tu bendición”. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro