Homilía en la Celebración Eucarística por 7º Aniversario de Consagración Episcopal de Mons. Faustino Armendáriz

Seminario Conciliar, Santiago de Querétaro, Qro., 23 de febrero de 2012

Queridos hermanos sacerdotes diocesanos y religiosos,
muy queridos seminaristas,
hermanos y hermanas en el Señor:

1. Saludo con grande gozo y afecto en el Señor a todos ustedes, quienes el día de hoy se han congregado en este lugar tan significativo para todos, el Seminario, para ofrecer junto conmigo, el sacrificio de acción de gracias al Dios grande y bueno, por el don del episcopado que ha confiado en mi persona y que reconozco como un don al servicio del pueblo de Dios, movido por su gracia, la cual me ha sostenido y acompañado durante estos ya siete años de servicio episcopal. Gracias a todos ustedes por sus oraciones y su disposición a colaborar en esta tarea que no es mía sino de Jesucristo, el Gran Pastor de las Ovejas (Jn 10,11). Su presencia hoy es un testimonio visible de su compromiso gozoso para vivir la fe, en comunión con toda la Iglesia y con el sucesor de los apóstoles en esta Iglesia Diocesana, y de ser anunciadores valientes del Evangelio. Gracias por sus oraciones. Desde aquí, expreso también mi gratitud a quienes serví durante mas de seis años en Matamoros; gracias por su apoyo en la oración y sus manifestaciones de afecto espiritual. Agradezco a Mons. Salvador Espinosa Medina, las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos ustedes. Gracias Monseñor.

2. El día de ayer hemos dado inicio al itinerario cuaresmal que la Iglesia nos propone como un camino de conversión y de regeneración cristiana, que nos permita llegar a la gran fiesta de la pascua, donde celebraremos el triunfo del Señor resucitado, y renovaremos nuestro compromiso bautismal. Indudablemente que quien nos irá marcando la pauta y el recorrido es la Palabra de Dios, vivida y celebrada en la liturgia de la Iglesia.

3. En esta solemne liturgia hemos escuchado del evangelio según san Lucas, un trozo paradigmático que toca la medula de la existencia cristiana. Y que representa la novedad en el seguimiento de Jesús. “si alguno quiere acompañarme que no se busque así mismo que tome su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23). La gloria de Cristo pasa primero por la cruz. Y pasa por la cruz como consecuencia de su manera de vivir la misión. La cruz de Jesús no es un accidente, tampoco una equivocación. Los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, asesinaron a Jesús porque no podían tolerar más su forma de vivir. Porque estorbaba y amenazaba su poder. Jesús representaba una propuesta absolutamente distinta de vida buena y justa: el reino de Dios. Una alternativa al sistema dominante de la “normalidad de la vida”, cuyos valores e ideología se hallaba diametralmente opuesta al querer de Dios. Cuando Jesús anuncia su muerte, no está diciendo otra cosa que asumirá consecuentemente su vida justa y solidaria. Pero, no anuncia sólo su muerte, anuncia también su resurrección. Resurrección que sólo vendrá como consecuencia de su muerte en la cruz. El resucitado es el crucificado. El crucificado es el encarnado. En otras palabras, por la encarnación a la crucifixión y por la crucifixión a la resurrección.

4. «Tomar la cruz» no es otra cosa que asumir el proyecto de vida que Jesús nos mostró a través de su encarnación. La cruz es el resultado de decisiones voluntarias y compromisos escogidos al querer seguir a Jesús. Cargar la cruz es un estilo de vida cotidiana como resultado de enfatizar los
valores del reino, de escoger una ética de justicia y de solidaridad, y de comprometerse con el proyecto de Dios en la transformación del mundo. ¿Cuál es, entonces, el camino que debe recorrer quien quiere ser discípulo? Es el camino del Maestro, es el camino de la total obediencia a Dios. Seguir a Cristo como discípulo es vivir como condenados a muerte por el mundo (2 Cor 4,10), dispuestos cada día a afrontar el desprecio de todos. Pero lo característico de esta muerte concreta es conducirnos ala verdadera vida.

5. Por eso Jesús en otro pasaje pregunta a Santiago y a Juan: ¿están dispuestos a compartir mi opción de realizar hasta el final la voluntad del Padre? ¿Están dispuestos a recorrer este camino que pasa por la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor? Los dos discípulos, con su respuesta segura, “podemos”, muestran, una vez más, no haber entendido el sentido real de lo que les promete el Maestro. Y de nuevo, Jesús, con paciencia, les hace dar un paso más: ni siquiera experimentar el cáliz del sufrimiento y el bautismo de la muerte les da derecho a los primeros puestos porque estos son “para aquellos para los cuales han sido preparados”, está en las manos del Padre celestial; el hombre no debe calcular, debe simplemente abandonarse en Dios, sin pretensiones, conformándose a su voluntad.

6. El señor pone ante nosotros la vida y la muerte, pidiéndonos tomar una decisión y ratificarla día tras día. Se trata de una opción que no es evidente, ya que Jesús lo indica con una paradoja: a la vida según Dios, a la vida que es Dios, se llega negándonos a nosotros mismos, llevando nuestra cruz cada día tras el Maestro, aceptando perder por él la vida presente. Nuestra vida queridos hermanos sacerdotes y seminaristas es una disposición radical a seguir a Cristo hasta el final, no es un esfuerzo moral por mejorar el propio carácter o las propias costumbres.

7. No es fácil responder con un sí decidido a la invitación, que no deja lugar a ilusiones: “El que quiera seguirme…”. Sin embargo, si aparece clara la perspectiva de sufrimiento incluida en el seguimiento, no aparece menos clara la meta final: la resurrección, salvar la vida, una vida en plenitud sin parangón con ganar el mundo entero. Optamos, pues, por la vida amando al Señor, obedeciendo su voz y manifestándonos unidos a él: si con él logramos atravesar la muerte a nosotros mismos cada día, con él experimentaremos desde ahora el inefable gozo de la resurrección y de la vida con él.

8. ¿Cómo puede describir su experiencia a lo largo de estos siete años? Es una pregunta que hoy y cada aniversario afronto y que la quiero responder, en esta ocasión, con palabras de su Santidad Benedicto XVI, las cuales asumo y creo que de alguna manera reflejan mi esfuerzo permanente en este servicio y el de todo Sacerdote, en el nombre de Cristo: “En el texto griego la palabra «guardián» (1 P 2, 25) se expresa con el término epíscopos (obispo). Un poco más adelante a Cristo se le califica como el Pastor supremo, archipoimen (1 P 5, 4). Sorprende que san Pedro llame a Cristo mismo «obispo», «obispo de las almas». ¿Qué quiere decir con esa expresión? En la raíz de la palabra griega “episcopos” se encuentra el verbo «ver»; por eso, se suele traducir por «guardián», es decir, «vigilante». Pero ciertamente no se refiere a una vigilancia externa, como podría ser la del guardián de una cárcel. Más bien, se entiende como un «ver desde lo alto», un ver desde la altura de Dios. Ver desde la perspectiva de Dios es ver con un amor que quiere servir al otro, que quiere ayudarle a llegar a ser lo que debe ser. Cristo es el «obispo de las almas», nos dice san Pedro. Eso significa que nos ve desde la perspectiva de Dios. Contemplando desde Dios, se tiene una visión de conjunto, se ven los peligros al igual que las esperanzas y las posibilidades. Desde la perspectiva de Dios se ve la esencia, se ve al hombre interior. Si Cristo es el obispo de las almas, el objetivo es evitar que en el hombre el alma se empobrezca; hacer que el hombre no pierda su esencia, la capacidad para la verdad y para el amor; hacer que el hombre llegue a conocer a Dios, que no se pierda en callejones sin salida, que no se pierda en el aislamiento, sino que permanezca abierto al conjunto. Jesús, el «obispo de las almas», es el prototipo de todo ministerio episcopal y sacerdotal. Desde esta perspectiva, ser obispo, ser sacerdote, significa asumir la posición de Cristo. Pensar, ver y obrar desde su posición elevada. A partir de él estar a disposición de los hombres, para que encuentren la vida. Así, la palabra «obispo» se acerca mucho al término «pastor»; más aún, los dos conceptos se pueden intercambiar. La tarea del pastor consiste en apacentar, en cuidar la grey y llevarla a buenos pastos. Apacentar la grey quiere decir encargarse de que las ovejas encuentren el alimento necesario, de que sacien su hambre y apaguen su sed. Sin metáfora, esto significa: la Palabra de Dios es el alimento que el hombre necesita. Hacer continuamente presente la Palabra de Dios y dar así alimento a los hombres es tarea del buen pastor. Y este también debe saber resistir a los enemigos, a los lobos. Debe preceder, indicar el camino, conservar la unidad de la grey” (En la toma del palio. Junio de 2009). Sin metáforas, mi tarea como Obispo es llevar el amor de Dios a todos, hoy con la grave responsabilidad de impulsar la misión permanente, sin tregua, con sacerdotes que aspiren a la santidad, con religiosas, religiosos y laicos enamorados de Dios. Pensar, ver y obrar desde su posición de Cristo y a partir de él estar a disposición de los hombres, para que encuentren la vida.

9. Durante estos ya casi 30 años de vida sacerdotal y 7 de servicio episcopal, he podido experimentar la certeza de estas cosas, he podido ser consciente que vivimos para Aquel que muriendo por nosotros, es la Vida; morimos a nosotros mismos para vivir para Cristo, pues no podemos vivir para él si antes no morimos a nosotros mismos, a nuestra propia voluntad. Somos de
Cristo no de nosotros. Morimos pero morimos en favor de nuestro pueblo, en favor de que los fieles tengan vida, porque la Vida muere en favor de los que están muertos. Ninguno puede morir a sí mismo si Cristo no vive en él. Si Cristo vive en él, ninguno puede vivir para sí. ¡Vive en Cristo como Cristo vive en ti! Se ama a sí mismo quien se odia así mismo para su bien.” San Juan Crisóstomo escribe: “Él, es mi báculo, él es mi seguridad, él, es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta su palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (De las homilía de san Juan Crisóstomo antes de partir al exilio, 1-3).

10. Finalmente, quiero reiterar mi consagración episcopal y la de toda nuestra querida Diócesis de Querétaro al Corazón Inmaculado de María; le pido también que sostenga con su intercesión la tarea de la misión permanente y acoja bajo su manto a todo nuestro Presbiterio y nuestro Seminario; pedimos también al Señor que nos conceda ser, siguiendo sus huellas, buenos pastores, «no forzados, sino voluntariamente, según Dios (…), con prontitud de ánimo (…), modelos de la grey» (1P 5, 2-3). Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro