Homilía en la Misa del 149° Aniversario de Fundación del Seminario Conciliar

Capilla de teología, Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe,
Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., a 1 de marzo de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

Estimados padres formadores,
Queridos seminaristas:

1. Bendito sea Dios que nos permite encontrarnos esta mañana, en este lugar tan entrañable para nuestra Diócesis y de modo muy especial para nuestro Seminario. Bendito sea Dios, que nos da la gracia de poder llegar como Institución a este día y poder ofrecer así a Dios,  nuestra oración matutina para agradecer todos sus beneficios a lo largo de estos 149 años.  Sí, bendito sea Dios que nos permite reunirnos para celebrar nuestra fe en esta feliz ocasión.  Me alegro de poder encontrarme con ustedes, seminaristas en sus diferentes etapas de formación, y poder saludarles, animándoles a continuar su formación con seriedad y con la valentía de quien se ha decidido a ser en el mundo, testimonio de fe, esperanza y caridad. De modo muy especial, queremos acogernos de nuestra Señora la Santísima Viren María de Guadalupe, buscando sea ella, quien nos ayude a ofrecer a Dios nuestra acción de gracias.

2. Celebrar este aniversario nos ha de mover a reconocer el arduo trabajo de los nueve obispos diocesanos, quienes desde D. Bernardo Gárate, primer Obispo de esta Diócesis, cuando el 02 de marzo de 1865 funda este Seminario hasta la fecha, nos hemos preocupado de promover y proveer esta casa, con lo necesario para su digna formación y sustento,  a pesar de las condiciones históricas, económicas y culturales por las que ha tenido que caminar. Hemos de tomar conciencia que el Seminario en su origen, nació como un seminario pobre, enfrentándose a la difícil situación económica y cultural. Además, como Institución eclesial tuvo que afrontar y vivir en el anonimato y en el exilio, los diferentes momentos crueles por las persecuciones religiosas y la difícil situación social, momentos en los cuales la maternal intercesión de la Santísima Virgen María de Guadalupe y la astucia del P. Florencio Rosas y el P. Ezequiel de la Isla Castro, contribuyeron para mantener en pie este bendito Seminario. Las condiciones materiales le han llevado a tener su sede en diferentes edificios, logrando establecerse en este lugar hasta las últimas décadas del pasado siglo. Es importante que cada uno de nosotros, valoremos el trabajo y la impronta que los 16 rectores han dejado para guiar la formación en sus diferentes áreas, especialmente tratando de responder a los desafíos que la evangelización ha ido exigiendo en cada época. El Seminario de Querétaro al ser un Seminario Conciliar, tienes el compromiso y la necesidad de irse renovando bajo el espíritu y las directrices del Magisterio de la Iglesia.

3. Esta mañana deseo proponer a cada uno de ustedes  ―formadores y seminaristas― algunas ideas que ayuden a fortalecer los aspectos prioritarios de la formación sacerdotal, en este tiempo caracterizado por las grandes transformaciones sociales, culturales y tecnológicas, ante las cuales no podemos ni debemos permanecer indiferentes.  Hoy, más que nunca, es preciso que los seminaristas, con recta intención y al margen de cualquier otro interés, aspiren al sacerdocio movidos únicamente por la voluntad de ser auténticos discípulos – misioneros de Jesucristo que, en comunión con su Obispo, lo hagan presente con su ministerio y su testimonio de vida. Para ello, hace falta fortalecer la formación que integre fe y razón, corazón y mente, vida y pensamiento. Pues, una vida en el seguimiento de Cristo necesita la integración de toda la personalidad.

4. Por lo cual es preciso que prestemos especial atención al proceso de formación humana hacia la madurez, de tal manera que la vocación llegue a ser en cada uno de ustedes, un proyecto de vida estable y definitivo, en medio de una cultura que exalta lo desechable y lo provisorio. Dígase lo mismo de la educación hacia la madurez de la afectividad y la sexualidad. Ésta debe llevar a comprender mejor el significado evangélico del celibato consagrado como valor que configura a Jesucristo, por tanto, como un estado de amor, fruto del don precioso de la gracia divina, según el ejemplo de la donación nupcial del Hijo de Dios; a acogerlo como tal con firme decisión, con magnanimidad y de todo corazón; y a vivirlo con serenidad y fiel perseverancia, con la debida ascesis en un camino personal y comunitario, como entrega a Dios y a los demás con corazón pleno e indiviso (cf. DA, 321).

5. Queridos seminaristas y padres formadores, para ello es necesario,  “formar el corazón”. Uno de los puntos en los que más se debe insistir en la formación sacerdotal, ya sea en su etapa inicial como en la permanente, es el de la educación de la afectividad y la sexualidad. La madurez afectiva es el resultado de la educación en el amor verdadero y responsable, que se caracteriza por comprometer a toda la persona, y que se expresa mediante el significado «esponsal» del cuerpo humano (cf. PDV, 44). A su vez, la madurez afectiva que se desea en los sacerdotes, debe estar caracterizada por la prudencia, la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, al igual que por la estima y el respeto a las relaciones interpersonales con hombres y con mujeres (cf. PDV, 44). Se trata, por tanto, de una tarea que rebasa las solas fuerzas humanas, y que requiere de la eficaz gracia de Dios, pues Él es, en definitiva, el Educador del corazón humano.

6. El cambio de época que nos ha tocado vivir conlleva una serie de retos que deben ser afrontados ya desde la formación inicial. Podemos advertir que, además de haberse incrementado un ambiente donde se vive el permisivismo moral y el hedonismo, ha comenzado a aparecer, también entre los sacerdotes, un nuevo individualismo de corte estético-emotivo, que afecta directamente la dimensión afectiva de la persona. Este nuevo individualismo está constituido por la apariencia y la emoción, en donde las cosas son relevantes en la medida en que logren estimular los sentidos o engrandecer la imaginación.

7. Debemos advertir sobre la presencia, cada vez frecuente, del narcisismo. El narcisismo contemporáneo, va de la mano con la aparición del individualismo de corte estético-emotivo, y quizá por ello se ha difundido más en la sociedad. Este narcisismo se caracteriza, además de un equivocado amor a sí mismo, por la ansiedad, pues se busca encontrar un sentido a la vida ya que se duda incluso de su propia identidad. Quienes lo viven, generalmente presentan actitudes sexuales permisivas y egocéntricas. Son ferozmente competitivos en su necesidad de aprobación o aclamación y tienden a desprestigiar y desconfiar de los demás. Su autoestima depende de los demás y no pueden vivir sin una audiencia que los admire y apruebe. Presentan conductas antisociales en las que se huye de la cooperación y el trabajo en equipo, pues son personas que viven en un lamentable y estéril individualismo. Además, tienden a la codicia, son amantes de las gratificaciones inmediatas y viven preocupados por fantasías de éxito ilimitado. Se sienten «especiales» y por ello buscan siempre un trato «especial» y protagónico. Asimismo, frecuentemente envidian a otros o creen que los demás los envidian a ellos, y presentan comportamientos o actitudes arrogantes, soberbias y carecen de empatía hacia los demás.

8. Queridos seminaristas, esto conlleva por tanto, el necesario fortalecimiento de su formación espiritual. La cual no es un conjunto de devociones más o menos prescindibles, sino la «vida eterna» de que habla San Juan, o el «vivir en Cristo», de que habla San Pablo. Es la vida del Espíritu que el Señor ha dado a su Iglesia. Hay que plantearse la «formación espiritual» con esa radicalidad. Pero puede resultar difícil. ¿Cómo convertir esta verdad que parece tan sublime en una vivencia práctica? ¿Cómo conseguir esa «formación espiritual»? ¿Con qué medios contamos? Afortunadamente, no son ustedes los primeros. Tenemos por delante muchos testigos, con mucha experiencia y sabiduría. Podemos acudir a ellos para saber en qué consiste la vida en el Espíritu o vida espiritual, y cuáles son los medios para lograrla. De entrada, hay que decir que la llamada a la vida espiritual es una vocación bautismal, para todos los cristianos. Desde que nos bautizaron, se nos infundió el Espíritu Santo con un principio de vida, para morir al hombre viejo y resucitar en Cristo. Todos tenemos el germen de una vida nueva, y hemos de vivir de una manera nueva. Con el impulso del Espíritu tenemos que superar las viejas huellas del pecado y revestirnos de Cristo. En ese progresivo «revestirse» o «conformarse» con Cristo consiste la verdadera formación espiritual. Y dura toda la vida. El Documento de Aparecida parte de esa identificación con Cristo, como requisito para la Nueva Evangelización (cf. DA, 136-142).

9. Finalmente, es necesario que sigamos asumiendo un compromiso real para “formar la inteligencia para reconocer y amar la Verdad”. La Exhortación Post-sinodal Pastores dabo vobis señala el amor a la verdad como una de las cualidades humanas necesarias para lograr una personalidad equilibrada, sólida y libre (cf. PDV, 43). El amor a la verdad supone primero su aprehensión, lo cual se logra mediante la formación de la inteligencia. La inteligencia se forma cuando se aprende a pensar, cuando descubre por sí misma, cuando lee el interior de las realidades, principalmente, la realidad personal. Los conocimientos que son fruto de la tarea personal de pensar, descubrir, conocerse a sí mismo, entender, conectar unos acontecimientos con otros, son los que realmente logran formar esta capacidad. Ante la incoherencia que se puede presentar entre la forma de pensar y de vivir, debemos estar atentos a corregirla oportunamente, pues a veces, quien pretende vivirlo no se ha dado cuenta de la relación vital que guardan los principios que ha aceptado teóricamente con la vida personal, ni ha logrado traducirlos en acciones concretas y congruentes con esos principios.

10. Para lograr presbíteros según el corazón de Cristo, se ha de poner la confianza en la acción del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, y pedir con gran fe al Señor, «Dueño de la mies», que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio (cf. Lc 10,2), uniendo siempre a esta súplica el afecto y la cercanía a quienes están en el seminario con vistas a las sagradas órdenes. Por otro lado, la necesidad de sacerdotes para afrontar los retos del mundo de hoy, no debe inducir al abandono de un esmerado discernimiento de los candidatos, ni a descuidar las exigencias necesarias, incluso rigurosas, para que su proceso formativo ayude a hacer de ustedes sacerdotes ejemplares.

11. Queridos seminaristas, deben sentirse orgullosos de poder contar con un espacio como este, con un cuerpo de formadores que elegidos por el obispo, muestran disposición y generosidad para formarles; ellos tienen mucho que ofrecerles. Quisiera invitarles a no perderse en el vasto mar, es necesario que cada uno en su etapa y a su nivel formativo asuman con responsabilidad las exigencias propias de su edad, siendo conscientes que tenemos un único objetivo.

12. La Santísima Virgen María de Guadalupe, a la que invocamos como Madre de Dios y Madre nuestra, sabrá adecuarnos y acompañarnos en este itinerario formativo; les invito a ponerse bajo su cuidado y a encomendarse a ella, especialmente en los momentos de dificultad. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro