Homilía en la Misa de Profesión Solemne de la Hna. Melisa del Amor Crucificado, Carmelita Descalza

Capilla del Monasterio de las Carmelitas Descalzas del Dulce Nombre de Jesús, Santiago de Querétaro, Qro., a 17 de agosto de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano
 
Muy queridas hermanas consagradas,
Queridos familiares y amigos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor.

 

1. Me alegra mucho poder encontrarme con esta comunidad monástica en esta mañana, en las entrañas de este monasterio, para celebrar con gran solemnidad la profesión perpetua de nuestra Hna. Melisa del Amor Crucificado, quien generosamente se ofrece a Dios para vivir por siempre la perfección evangélica, en la oración, la contemplación y la clausura como esposa de Jesucristo. Les saludo a cada uno de ustedes en el Señor, con la certeza que la fe en Jesucristo Resucitado, es el fundamento de toda nuestra vida y de nuestro compromiso cristiano. Saludo a la Hna. Leticia, priora de este monasterio, a quien le agradezco su amor y su entrega, para custodiar la observancia y la vivencia de la Regla del Carmelo, en la santidad de vida de esta comunidad. Saludo a los papás, amigos y familiares de nuestra hermana, quienes han venido para vivir esta consagración como un acto generoso de entrega y de donación a Dios.

2. Estoy muy alegre porque este tipo de celebraciones siguen siendo en nuestro mundo y en nuestra Iglesia Diocesana, una realidad posible; un signo preclaro de que Dios sigue haciéndose presente en medio de su comunidad, eligiendo para sí, mujeres que desean dar su respuesta teologal de fe, esperanza y amor a la revelación y a la comunión del Dios vivo por Cristo en el Espíritu Santo. «El esfuerzo por fijar en Él (Dios) la mirada y el corazón, se convierte en el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que hoy todavía puede y debe coronar la inmensa pirámide de la actividad humana y de la vida de la Iglesia». Pues “es el Espíritu Santo quien ha iluminado con la luz nueva de la palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado todo carisma y de ella quiere ser expresión toda Regla” (Caminar desde Cristo: un renovado compromiso de la vida Consagrada en el tercer milenio, n. 24). En efecto, el Espíritu Santo atrae a algunas personas a vivir el Evangelio de modo radical y a traducirlo en un estilo de seguimiento más generoso. Así nació esta obra del Carmelo, esta familia religiosa que, con su misma presencia, se convierte a su vez en «exégesis» viva de la palabra de Dios.

3. Toda la vida de consagración sólo puede ser comprendida desde este punto de partida: los consejos evangélicos. Los tienen sentido en cuanto ayudan a cuidar y favorecer el amor por el Señor en plena docilidad a su voluntad; la vida fraterna está motivada por aquel que reúne junto a sí y tiene como fin gozar de su constante presencia; la misión es su mandato y lleva a la búsqueda de su rostro en el rostro de aquellos a los que se envía para compartir con ellos la experiencia de Cristo. Caminando desde Cristo reencontrando el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4, 10.19). Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20). Sólo el conocimiento de ser objeto de un amor infinito puede ayudar a superar toda dificultad personal y de este monasterio. Las personas consagradas no podrán ser creativas, capaces de renovar la comunidad y abrir nuevos caminos de pastoral, si no se sienten animadas por este amor. Este amor es el que les hace fuertes y audaces y el que les infunde valor y osadía.

4. Queridas consagradas y hermanos todos, los votos con que solemnemente se consagra a Dios nuestra Hna. Melisa del Amor crucificado, confieren toda su radicalidad a la respuesta de amor que quiere dar con la propia vida. La virginidad ensancha el corazón en la medida del amor de Cristo y nos hace capaces de amar como Él nos ha amado. La pobreza nos hace libres de la esclavitud de las cosas y necesidades artificiales a las que empuja la sociedad de consumo, y nos hace descubrir a Cristo, único tesoro por el que verdaderamente vale la pena vivir. La obediencia pone nuestra vida enteramente en sus manos para que la realice según el diseño de Dios y haga una obra maestra. Se necesita el valor de un seguimiento generoso y alegre. La clausura es un modo particular de estar con el Señor, de compartir el anonadamiento de Cristo mediante una pobreza radical que se manifiesta en la renuncia no sólo de las cosas, sino también del «espacio», de los contactos externos, de tantos bienes de la creación, uniéndose al silencio fecundo del Verbo en la cruz. Se comprende entonces que «el retirarse del mundo para dedicarse en la soledad a una vida más intensa de oración no es otra cosa que una manera particular de vivir y expresar el misterio pascual de Cristo, un verdadero encuentro con el Señor Resucitado, en un camino de continua ascensión hacia la morada del Padre (cf. Instrucción sobre la clausura de las monjas Verbi Sponsa, 3).

5. La elección que Dios hace, es una elección radical para unirnos más íntimamente a su pasión redentora mediante el amor. “Dios te ha elegido por el amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho a tus padres” (Dt 7, 8). Esto quiere decir que al elegirnos, el Señor, nos une a su pasión, muerte y resurrección, a fin que el anuncio de los discípulos continúe a través de los tiempos; que dicho anuncio reúna a los hombres y reconozcan a Dios y a su Enviado, Jesucristo; pues en él, “Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz” (cf. Lumen fidei, 57). En unos momentos más uno de los signos visibles de esta consagración será la oración consecratoria, en la que se pedirá a Dios que derrame el Espíritu Paráclito y alimente la llama del propósito que él mismo suscitó en el corazón de nuestra hermana; manifestado que la llamada es de Dios, por eso se le cambiará del velo blanco por el negro para significar la pertenencia a Dios y la total dedicación al Esposo Jesucristo y a su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Cumpliéndose así en ella, las palabras del Evangelio: “No son ustedes los que me han elegido, soy yo que los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre” (Jn 15, 16).

6. De este modo, la clausura se convierte así en una respuesta al amor absoluto de Dios por su criatura y el cumplimiento de su eterno deseo de acogerla en el misterio de intimidad con el Verbo, que se ha hecho don esponsal en la Eucaristía y permanece en el sagrario como centro de la plena comunión de amor con Él, recogiendo toda la vida de la monja para ofrecerla continuamente al Padre (cf. Hb 7, 25). Al don de Cristo-Esposo, que en la Cruz ofreció todo su cuerpo, la monja responde de igual modo con el don del cuerpo, ofreciéndose con Jesucristo al Padre y colaborando en la obra de la Redención. De esta forma, la separación del mundo da a toda la vida de clausura un valor eucarístico, además del aspecto de sacrificio y de expiación, adquiere la dimensión de la acción de gracias al Padre, participando de la acción de gracias del Hijo predilecto.

7. San Pablo en la carta a los romanos se pregunta: “¿Qué cosa podrá apartarnos de este amor?” (cf Rm 8, 35). Indudablemente que las pruebas son muchas en el camino de la fe y de la vida ordinaria, pero la gracia de Dios nos basta. Los consagrados y consagradas, estamos llamados de modo especial, a ser testigos de la misericordia del Señor, en la cual el hombre encuentra su salvación. Hemos de tener viva la experiencia del perdón de Dios, porque tenemos la conciencia de ser personas salvadas, de ser grandes cuando nos reconocemos pequeños, de sentirnos renovados y envueltos por la santidad de Dios cuando reconocemos nuestro pecado. Por esto, también para el hombre de hoy, la vida consagrada debe ser una escuela privilegiada de «compunción del corazón», de reconocimiento humilde de su miseria, y también es una escuela de confianza en la misericordia de Dios, en su amor que nunca abandona. En realidad, cuanto más nos acercamos a Dios, cuanto más cerca estamos de él, tanto más útiles somos a los demás. Hemos de experimentar la gracia, la misericordia y el perdón de Dios no sólo para nosotros mismos, sino también para los hermanos, al estar llamados a llevar en el corazón y en la oración las angustias y los anhelos de los hombres, especialmente de aquellos que están alejados de Dios. En particular, ustedes que viven en clausura, con su compromiso específico de fidelidad a «estar con el Señor», a «estar al pie de la cruz», a menudo desempeñan ese papel vicario, unidas al Cristo de la Pasión, cargando sobre sí los sufrimientos y las pruebas de los demás y ofreciendo todo con alegría para la salvación del mundo.

8. Querida hermana, hoy usted al asumir voluntariamente estos compromisos, se une con su vida a los labios de la Esposa de Cristo, —la Iglesia— que continuamente le alaba sin cesar; le pedimos que constantemente pida al Señor para que los que vamos por el mundo llevando su Evangelio, lo hagamos sin desfallecer y con valentía; de manera especial pida por la Misión Continental Permanente y la Misión Intensiva, que en la Diócesis de Querétaro hemos asumido. Sé que en unos meses Usted saldrá de este monasterio junto con 7 hermanas más, desde ahora pida por su nueva comunidad, por la misión evangelizadora en aquella nación de San Salvador. De manera que la Nueva Evangelización sea una realidad, según el mandato de Jesucristo.

9. Sepa que la oración y el sacrificio de sus familiares, amigos y de esta misa comunidad, le sostendrán en el propósito de su vida virginal y pobre. Que los santos patronos fundadores Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús y San Juan De la Cruz, intercedan cada día por usted, para que estando continuamente a los pies del amor de Dios y al trono de su gracia, experimente en su vida la gracia del amor y sea desde este lugar, un destello de su amor para esta comunidad y dentro de unos meses para el pueblo Salvadoreño. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro