Homilía en la Misa de Institución de los Ministerios de Lectorado y Acolitado

Capilla de Teología del Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalaupe,
Santiago de Querétaro, Qro., a 9 de mayo de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Jubilosos aún por la alegría de la Pascua, esta tarde nos hemos reunido para celebrar nuestra fe en el Señor resucitado, con la esperanza de que algún día también nosotros resucitaremos a una vida nueva por el amor del Espíritu Santo (Or. Colecta). Les saludo a cada uno de ustedes, lleno de gozo por ver a estos jóvenes seminaristas y diáconos, concretando la respuesta generosa a la llamada que Jesús les ha hecho. Pues la vocación a la vida sacerdotal requiere de una maduración y de una asimilación paulatina que comprometa, a una vida de consagración y configuración para manifestar y testimoniar de manera original el «radicalismo evangélico» (cf. Exhort. Apost. Pastores davo vobis, 20).

2. Durante estos días del Tiempo Pascual hemos estado escuchando en la Liturgia de la Palabra el libro de los Hechos de los Apóstoles, con la intención de favorecer en la comunidad de fe, los rasgos esenciales de la identidad cristiana, buscando que cada creyente una vez que ha renovado su fe en Dios, se comprometa con su nueva identidad de “iluminado” por la luz de Cristo resucitado y que  con su testimonio de fe,  ilumine el corazón y la realidad de aquellos que viven aún en la oscuridad. Esta tarde hemos escuchado el texto en el que el evangelista Lucas narra la experiencia de lo que le sucedió a Saulo, camino a Damasco, donde Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a él, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego, representando exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su «sí» definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente (Hech 9, 1-20).

3. En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación», porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en «basura»; ya no es «ganancia» sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo.

4. Sin embargo no debemos pensar que san Pablo se cerró en un acontecimiento ciego. En realidad sucedió lo contrario, porque Cristo resucitado es la luz de la verdad, la luz de Dios mismo. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.

5. Queridos hermanos y hermanas, ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral adquirida a partir del bautismo. Quiere decir que también nosotros como bautizados hemos sido iluminados por la luz de la resurrección. Sólo seremos buenos cristianos si nos encontramos con Cristo resucitado. Ciertamente hoy día es poco común que se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. También nosotros podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.

6. En esta tarde, tres son los acontecimientos que distinguen la celebración que estamos viviendo y que nos ayudan a comprender con mayor firmeza lo que la palabra de Dios nos ha dicho. Jesús sigue llamando en su Iglesia a personas muy concretas para que con su vida y con su testimonio anuncien la luz de la resurrección:

7. Al instituir el Ministerio del Lectores, la Iglesia dócil a las enseñanzas de su Señor, asegura que sea la palabra de Dios,  leída y proclamada en la acción  liturgia, la fuente de vida y espiritualidad de la  vida cristiana, por eso queridos jóvenes que hoy reciben este ministerio, les animo para que sean ustedes los primeros en amar y escuchar la Palabra de Dios. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la vida de cada cristiano, más aún de cada joven que se prepara para el ministerio sacerdotal. “La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria” (EG, 175). Queridos jóvenes que en adelante desempeñarán en la comunidad este noble ministerio, acojan con docilidad el sublime tesoro de la Palabra revelada que quiere ser para su vida y la de la  comunidad, la fuente perenne donde se nutra su corazón y su existencia. La fuente perenne donde encuentren el punto de partida para que como San Pablo, lleguen a decir en su vida “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!” (1 Co 9,16).

8. Por otro lado, al instituir el Ministerio de los Acólitos, la Iglesia sigue mostrando su esperanza y su fe en la centralidad de la Eucaristía donde encuentra su fuente y el culmen de su vida y de su misión, por eso al instituir a personas muy concretas para este ministerio, es consciente que cada cristiano está llamado a configurar su vida, en una vida eucarística. Queridos jóvenes  seminaristas elegidos para este misterio, sepan que de ahora en adelante su vida deberá comprometerse cada vez más en el amor a la Santísima Eucaristía; sería muy triste que habiendo recibido este ministerio ustedes se quedasen al margen y no tuvieran en la comunión su principal alimento. De modo muy especial quiero exhórtales a que se esfuercen en desempeñar este ministerio de manera que las acciones litúrgicas de esta comunidad y del lugar donde sean enviados a colaborar, sean celebraciones vivas que lleven a los fieles a un encuentro verdadero con Dios. ¡Sean asiduos adoradores del Santísimo Sacramento y celosos promotores del amor a Jesucristo presente en la Eucaristía! Cuiden la dignidad y el buen desempeño del culto eucarístico, de manera que contribuyan junto con el sacerdote para que la belleza de celebrar nuestra fe, transforme realmente la vida de la comunidad. Sería muy triste que redujeran el ministerio a un requisito o a una función práctica. Hagan suyas las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de esta tarde: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como  el Padre, que me ha enviado posee la vida y yo vivo por él, así  también el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 55-57).

9. Finalmente, me alegró que en esta misma celebración, estos 15 diáconos, próximos a la ordenación sacerdotal, hoy manifiesten públicamente ante nosotros su fe y su deseo de permanecer  fieles a su ministerio, mediante un estilo de vida célibe y de total obediencia a Cristo y a la Iglesia. En este sentido el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros,  nos ayuda a entender el sacerdote es un hombre llamado a vivir la plena comunión con la iglesia, pues nos enseña que: “A través del misterio de Cristo, el sacerdote, ejercitando su múltiple ministerio, está insertado también en el misterio de la Iglesia, la cual «toma conciencia, en la fe, de que no proviene de sí misma, sino por la gracia de Cristo en el Espíritu Santo». De tal manera, el sacerdote, a la vez que está en la Iglesia, se encuentra también ante ella” (cf. n. 13),  Hoy queridos diáconos, necesitamos ser conscientes que al ser parte del ministerio sacerdotal la fidelidad al ministerio debe verse reflejada, no sólo en la ortodoxia de la fe, sino también en su compromiso por hacer de la nueva evangelización un estilo de vida, capaz de hacer  llegar la luz de Luz del evangelio a tantos y tantos que aún en estos tiempos no se han encontrado con Cristo.

10. Oremos al Señor para que nos ilumine, para que nos conceda en nuestro mundo el encuentro con su presencia y para que así nos dé una fe viva, un corazón abierto, una gran caridad con todos, capaz de renovar el mundo.  Y que a estos jóvenes seminaristas y diáconos les conceda la gracia de ser entre nosotros, testigos  convencidos de la resurrección.

11. Que santa María de Guadalupe, Patrona y Reina de este Seminario, que a lo largo de casi ya 150 años  ha sostenido la vocación de tantos seminaristas y formadores, sigo mostrando su amparo y protección para con nosotros. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro