Homilía en la entrega de la «Liturgia de las Horas» a una comunidad del Camino Neocatecumenal

Templo parroquial de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Santiago de Querétaro, Qro., 13 de septiembre de 2013
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano
Queridos  sacerdotes,
estimados miembros de las comunidades del Camino Neocatecumenal,
hermanos y hermanas todos:
 

1. Al reunirnos en esta noche para celebrar nuestra fe en el Señor, les saludo a todos ustedes con el corazón lleno de gozo. Saludo de modo especial al Sr. Cura el Pbro. Guillermo Landeros Ayala.  Me alegra poder encontrarme con ustedes miembros del Camino Neocatecumenal, en esta celebración litúrgica en la cual entregaremos de manera solemne a estos hermanos, el libro litúrgico de la Liturgia de las Horas, la cual constituye un tesoro precioso para la vida de la Iglesia y que expresa y representa “el cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro, continuado fiel y constantemente por la Iglesia, con una maravillosa variedad de formas” (Const. Apost. Laudis Canticum).

2. Esta oración recibe su unidad del corazón de Cristo. Pues quiso, nuestro Redentor «que la vida iniciada en el cuerpo mortal, con sus oraciones y su sacrificio, continuase durante los siglos en su cuerpo místico, que es la Iglesia». De donde se sigue que la oración de la Iglesia es «oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre». Es necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

3. Al escuchar en esta noche el evangelio de San Lucas, alcanzamos a descubrir la centralidad de la oración en nuestra vida. Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.

4. Queridos hermanos, como decía, esta página del Evangelio es especialmente adecuada al proceso y al Itinerario Neocatecumenal en el cual se encuentran ustedes, pues recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.

5. Ustedes ahora se unen a la tarea de la Iglesia que asume el mandato de orar sin desfallecer. (1 Tes 5, 16). De ahora en adelante se les encomienda este instrumento de oración. El Salterio ―como es llamado también―,  se presenta para cada uno de ustedes  como un «formulario» de oraciones, una selección de ciento cincuenta Salmos, lecturas bíblicas, antífonas e himnos, que la tradición bíblica da al pueblo de los creyentes para que se convierta en su oración, en nuestra oración, en nuestro modo de dirigirnos a Dios y de relacionarnos con él. En este libro encuentra expresión toda la experiencia humana con sus múltiples facetas, y toda la gama de los sentimientos que acompañan la existencia del hombre. En  la Liturgia de las Horas se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como mediación privilegiada de la relación con el único Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. En cuanto oraciones, los Salmos y los himnos litúrgicos, son manifestaciones del espíritu y de la fe, en las que todos nos podemos reconocer y en las que se comunica la experiencia de particular cercanía a Dios a la que están llamados todos los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las distintas formas literarias de los diversos Salmos, himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción de gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas.

6. Las oraciones del Salterio, con las que se habla a Dios, nos hablan de él, nos hablan del Hijo, imagen del Dios invisible (cf. Col 1, 15), que nos revela plenamente el rostro del Padre. El cristiano, por tanto, al rezar el Oficio Divino, ora al Padre en Cristo y con Cristo, asumiendo estos cantos en una perspectiva nueva, que tiene en el misterio pascual su última clave de interpretación. Así el horizonte del orante se abre a realidades inesperadas, todo Salmo adquiere una luz nueva en Cristo y el Salterio puede brillar en toda su infinita riqueza.

7. Queridos hermanos y hermanas, al iniciar esta etapa de crecimiento y de formación en el Camino, es necesario que no se olviden de dos cosas: el silencio y la meditación. El silencio, es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de dejarse, por decirlo así, «llenar» del silencio, nos predispone a la oración. Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. La meditación,  en nuestro tiempo estamos absorbidos por numerosas actividades y compromisos, preocupaciones y problemas; a menudo se tiende a llenar todos los espacios del día, sin tener un momento para detenerse a reflexionar y alimentar la vida espiritual, el contacto con Dios. En el evangelio que escuchamos en esta noche, María nos enseña que es necesario encontrar en nuestras jornadas, con todas las actividades, momentos para recogernos en silencio y meditar sobre lo que el Señor nos quiere enseñar, sobre cómo está presente y actúa en nuestra vida: ser capaces de detenernos un momento y de meditar. San Agustín compara la meditación sobre los misterios de Dios a la asimilación del alimento y usa un verbo recurrente en toda la tradición cristiana: «rumiar»; los misterios de Dios deben resonar continuamente en nosotros mismos para que nos resulten familiares, guíen nuestra vida, nos nutran como sucede con el alimento necesario para sostenernos. Y san Buenaventura, refiriéndose a las palabras de la Sagrada Escritura dice que «es necesario rumiarlas para que podamos fijarlas con ardiente aplicación del alma» (Coll. In Hex, ed. Quaracchi 1934, p. 218).

8. Queridos hermanos y hermanas, tomemos, por tanto, en nuestras manos este libro santo; dejémonos que Dios nos enseñe a dirigirnos a él; hagamos del Oficio Divino una guía que nos ayude y nos acompañe diariamente en el camino de la oración. Y pidamos también nosotros, como los discípulos de Jesús, «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1), abriendo el corazón a acoger la oración del Maestro, en el que todas las oraciones llegan a su plenitud. Así, siendo hijos en el Hijo, podremos hablar a Dios, llamándolo «Padre nuestro». Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro