HOMILÍA EN LA CXXIX PEREGRINACIÓN DIOCESANA DE VARONES DE A PIE DE QUERÉTARO AL TEPEYAC.

Balcón Papal de la INBG, Ciudad de México, a 28 de julio de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Muy estimados hermanos sacerdotes,

Queridos peregrinos,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con alegría, con júbilo, con oraciones y con cantos, después de peregrinar todos estos días, y recorrer fatigados caminos, pueblos y ciudades, el día de hoy nuestros ojos y nuestro corazón han podido contemplar en este bendito lugar, los ojos amorosos y misericordiosos de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, la Morenita del Tepeyac. Tras recorrer varios kilómetros paso a paso, con el anhelo de contemplar las maravillas del Señor, nuestro corazón y nuestros labios han podido refrendar el amor y la devoción que le tenemos a la Santísima Virgen María en esta prodigiosa Imagen de Santa María de Guadalupe.

  1. A lo largo del camino hemos podido venir experimentando en un ambiente de fraternidad, que la vida cristiana necesita de la oración. Sin oración no se puede ser auténticamente cristiano. “Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga” (Evangelii Gaudium, n. 262). “De otro modo —como enseña el Papa Francisco—, todas nuestras decisiones podrán ser solamente «decoraciones» que, en lugar de exaltar el Evangelio en nuestras vidas, lo recubrirán o lo ahogarán. Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él, siempre aprender” (Gaudete et Exultate, n. 150).

  1. La palabra de Dios el día de hoy nos anima para que nos atrevamos, siguiendo el ejemplo de los discípulos, para que le digamos a Jesús que nos enseñe a orar. Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”. Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con el Padre. Y así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también deberíamos decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”. ¡Aunque recemos quizás desde hace muchos años, siempre debemos aprender! Por eso Jesús en el pasaje del evangelio que acabamos de escuchar, a la súplica de los discípulos, responde con la enseñanza del Padre Nuestro. Jesús pone en los labios de sus discípulos una oración breve, sencilla, simple; pero que hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. «Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre Nuestro, sino también cuando Él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas por una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación.» (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 544).

  1. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que, después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia Él, ofrecen nuestra miseria a su gracia. “Abismo que llama al abismo” (Sal 42, 8) (n. 2803).

  1. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia Él, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no “nos” nombramos, sino que lo que nos mueve es “el deseo ardiente”, “el ansia” del Hijo amado, por la Gloria de su Padre, (cf. Lc 22, 14; 12, 50): “Santificado sea […] venga […] hágase […]”: estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). (n. 2804).

  1. El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas invocaciones eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: “danos […] perdónanos […] no nos dejes […] líbranos”. La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la vida, el combate mismo de la oración. (n. 2805).

  1. Queridos peregrinos, a nosotros, con frecuencia preocupados por la eficacia operativa y por los resultados concretos que conseguimos, la oración de Jesús nos indica que necesitamos detenernos, vivir momentos de intimidad con Dios, «apartándonos» del bullicio de cada día, para escuchar, para ir a la «raíz» que sostiene y alimenta la vida. Uno de los momentos más bellos de la oración de Jesús es precisamente cuando él, para afrontar enfermedades, malestares y límites de sus interlocutores, se dirige a su Padre en oración y, de este modo, enseña a quien está a su alrededor dónde es necesario buscar la fuente para tener esperanza y salvación.

  1. Como peregrinos tenemos muchos elementos que nos favorecen para orar, el primero de ellos es el Santo Rosario, las alabanzas y los cantos, el trisagio santo de la Trinidad, las novenas, todas estas fórmulas que son muy bellas y muy ricas y que si las meditamos con atención y cuidado nos enseñan muchas cosas. Cuidémoselas, pero también, dejemos que sea el Espíritu de Dios, el que las inspire, sostenga y acompañe, por eso cada que hagamos oración, iniciemos innovando el Espíritu Santo, con la confianza que él nos lo enviará. Conscientes de lo que dice san Pablo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26).

  1. Que el Señor Jesús nos dé la gracia de una total confianza en Dios, Padre compasivo que nos ama y permanece siempre a nuestro lado. Que Nuestra Señora de Guadalupe nos ayude a entregarnos al amor providente de Dios y a poner en Él toda nuestra esperanza. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro