Homilía en la Celebración Eucarística por el Centenario de la Bendición del Templo y los 50 años de la erección canónica de la parroquia de los siete dolores de María Santísima

El Capulín, Gto., 12 de enero de 2012

Les saludo con gozo en el Señor a cada uno de ustedes hermanos y hermanas de las 26 comunidades que integran esta comunidad parroquial, quienes elevan hoy su canto de acción de gracias al Señor por 100 años de gracia y de bendición, que nuestro Padre Dios  ha mostrado en este Templo “símbolo y hogar visible de la comunidad cristiana” bajo la maternal intercesión de la “Bienaventurada Virgen María, en su advocación de los Siete Dolores”.

Saludo a los presbíteros que hoy en comunión han venido para unirse al gozo de esta comunidad parroquial, de manera particular agradezco a los señores curas y vicarios que a lo largo de todo este tiempo han tejido la historia de la salvación en estas tierras, formando la identidad parroquial. De manera especial a su actual Señor cura el P.  Alejandro Ledesma y a su Vicario colaborador el P. Jonathan Basaldúa. Gracias por entregar su vida al servicio del Evangelio.

Saludo a los miembros de la Vida Consagrada.

A los seminaristas.

A cada uno de los movimientos y asociaciones.

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Al inicio de esta celebración hemos escuchado la crónica que nos permite reconocer las maravillas de Dios que entre la fe y la esperanza se han ido manifestando para formar en el corazón de los hombres de estas comunidad parroquial  la imagen de Jesucristo, a la luz de su Evangelio y bajo la guía y formación humana y cristiana de los pastores. Destaco de manera significativa la presencia franciscana de la provincia de Michoacán, quienes desde la Iglesia de San Juan Bautista en Xichú, en los inicios de la fundación de esta comunidad, en la persona de Fray Juan de San Miguel,  bajo el espíritu de San Francisco se ganó la confianza de los indios otomíes y chichimecas para poder trasmitir la primera evangelización.

2. Hoy de manera especial reconocemos los anhelos y proyectos de los padres Fray José María y Fray Ambrosio Malabear, quienes con una visión profética construyeron el primer templo, (el actual salón grande del curato parroquial) y cimentaron el segundo, entendiendo que en una comunidad la presencia de la vida eclesial se ve reflejada en el templo, “símbolo de la vida religiosa, cultural y social de la comunidad”.

3. Esta hermosa celebración nos permite venerar la figura significativa del padre Juan Plaza quien continua con los cimientos del templo, y el padre  José Cleofas Arvizu quien preocupado por la vida de la comunidad se dedicó con ahínco en la construcción cultural, física y social de la comunidad, llevando a termino la obra material del templo que hoy conocemos y del cual hoy celebramos el centenario.

4. Es importante reconocer la labor civilizadora que estos hombres de Dios quienes impulsaron las tradiciones y las costumbres, en al ámbito de la música y las artes, a pesar de los tiempos políticamente adversos por las situaciones en contra de la fe y de la religión, al grado de sufrir la persecución y el destierro y que en colaboración con los cristeros supieron  defender la fe cristina. No quiero dejar de lado sin mencionar la tan significativa figura del Venerable Padre Porfirio Vega, primer párroco de esta comunidad, de quien muchos de ustedes aún recuerdan con amor y con gratitud su persona, pues su amor al Evangelio y su sencillez de vida, imprimió en sus corazones un singular amor a la Eucaristía, al Sagrado Corazón de Jesús,  a la santísima Virgen de los Dolores, a San Isidro Labrador y a Santa Cecilia, marcando el ritmo y la vida cultural de esta comunidad.

5. Hoy en este contexto de fe y de celebración gozosa, hemos escuchado la Palabra de Dios,  la cual es esperanzadora pues  confirma la promesa de Dios, no solo para reconocer el pasado histórico con veneración, sino también para impulsar el legado cultural, social y religioso que hemos recibido mediante nuestros padres “herederos de la fe”; sin duda que la gran mayoría de ustedes reconocen en este templo su casa, su identidad y  el fundamento de su fe, pues es aquí donde por el agua del bautismo recibieron la adopción de los Hijos de Dios. Siendo incrustados en el edificio espiritual del verdadero Templo que es Jesucristo, donde han sido agregados al pueblo santo de Dios por la unción de los sacramentos como sacerdotes, profetas y reyes, donde constantemente se alimentan de su Palabra y de su Eucaristía, donde muchos de ustedes han recuperado la gracia y experimentado el amor misericordioso de Dios mediante el sacramento de la Reconciliación, donde las familias domésticas han sellado su alianza de amor en el sacramento del Matrimonio, donde muchos, en una suplica constante, en el encuentro con Jesús Eucaristía, han orado y pedido por las vocaciones sacerdotales, misioneras y religiosas, pues reconocemos el gran numero de sacerdotes  y consagradas que han salido de esta comunidad parroquial.

6. Todo esto queridos hermanos, es fruto de la gracia y acción del Espíritu, pues el templo es una parábola de nuestra existencia que vive la tensión entre la lejanía y la intimidad con Dios, entre el misterio y la revelación, entre el tiempo y la eternidad. Su belleza y armonía, destinadas a dar gloria  nos  invitan a nosotros,  limitados y pecadores, a convertirnos para  formar un «cosmos», una construcción  bien  ordenada,  en  estrecha  comunión  con Cristo,  el  verdadero Santo de los Santos.

7. Queridos hijos, la pregunta que el evangelio de hoy nos hace: “¿No saben  que son  templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Si alguno destruye este templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y este templo son ustedes?” (1Cor 3, 16-17). Es una pregunta que hemos de responder con nuestra vida. San Agustín nos exhorta a que «cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y  limpia, como  le  agrada  a Dios  que  sean  sus  templos  santos. Así  vivirá  contento  el Espíritu Santo en nuestra alma».   En  esta  fiesta  hacemos  referencia  al  lugar  concreto  del  culto comunitario  a  Dios.  La  adoración  en  espíritu  y  en  verdad  si  bien  no  se circunscribe  o  se  limita  a  un  lugar,  tiempo  o  fórmula,  necesita  un  ámbito exterior de manifestación de  la  comunidad que  celebra  su  fe y  alaba a Dios. Como meta de peregrinación nuestro templo  también ofrece  el patio de  los gentiles, espacio abierto que  invita a  todo el mundo a rezar al único Dios. En este sentido a nosotros nos toca purificar el templo como a Jesús en su tiempo, quitando “aquello que es contrario al conocimiento y a la adoración común de Dios,  despejando  por  tanto  el  espacio  para  la  adoración  de  todos”.

8. Es a partir de este Templo de donde la vida de la gracia para toda esta comunidad surge y de dónde, como decía el profeta Ezequiel en la primera lectura,  crecen toda clase de árboles frutales, es decir los hijos de Dios que dan frutos de vida y de salvación para alimentar la esperanza y las alegrías de las comunidades.

9. Queridos hermanos y hermanas, la fiesta que hoy celebramos con jubilo y a la cual nos hemos preparado durante estos meses, nos recuerda que  el  verdadero Templo es Jesucristo, en el cual estamos llamados a ofrecer el culto en espíritu y en verdad, pues esta es la llamada que Dios  nos  hace “Nosotros somos colaboradores de Dios, ustedes son campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica” (1 Cor 3, 9). En virtud del bautismo todos estamos llamados a la Misión de construir el verdadero Templo, para la salvación de los hombres.

10. Hemos recibido una herencia cultural muy valiosa, porque ha habido hombres y mujeres que se han preocupado de trasmitirnos la fe en el Dios verdadero, a nosotros hoy día nos toca reconocer e impulsar un futuro que garantice la fe verdadera, que mueva a los hombres a Dios. Nuestros niños y jóvenes tienen derecho a recibir la luz del Evangelio. Por eso renovemos nuestro compromiso con él, al celebrar 50 años de vida parroquial,  renovemos “la espiritualidad de comunión”, la cual es la expresión eclesial de la conversión y de la vocación universal a la santidad de los discípulos de Jesucristo, y no debe considerarse como algo extraordinario en el sentido de algo reservado a un grupo o categoría especial de fieles, sino que es la manera ordinaria y común de vivir la fe, de ser cristiano, en cualquier estado o condición de vida en que se desarrolle la existencia. Es el sentido obvio de la invitación de Jesús: Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48), de manera que las dificultades e incomprensiones que los fieles laicos experimentan al momento de dar testimonio público de la fe son parte del camino de santificación que Jesucristo les propone al momento de invitarlos a su seguimiento.

11. “El acceso a Jesucristo se nos da por el don de la fe recibida en el bautismo, pero debe alimentase y crecer, en primer lugar, mediante la escucha, meditación y estudio de la Palabra de Dios hecha oración y alabanza en la liturgia de la Palabra, en la liturgia de las Horas y mediante la Lectio Divina. Es tan importante esta conversión de los católicos a la Sagrada Escritura, que el Concilio recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3, 8), pues, desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (S. Jerónimo) (DV 25)”.

12. Desde la primera evangelización hasta los tiempos recientes la Iglesia ha experimentado luces y sombras. Escribió páginas de nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió también tiempos difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras, por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad. Sin embargo, lo más decisivo en la Iglesia es siempre la acción santa de su Señor.

13. “La gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de esta comunidad parroquial que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”.  Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias sociales y políticas, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas que tratan de responder, a su manera, a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos” (cf. DA 10).

14. Recobremos, pues, “el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo – como los primeros evangelizadores de nuestras tierras, como el Padre Juan Plaza, el Padre José Cleofas Arvizu y el Padre Porfirio Vega, como tantos señores Curas que aún realizan su tarea apostólica y misionera, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de los mas de cien años de historia de esta comunidad  cristiana de el Capulín – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”. Recobremos el valor y la audacia apostólicos.

15. Nos ayude la compañía siempre cercana, llena de comprensión y ternura, de María Santísima la Virgen Dolorosa a quien tanto amor y devoción profesamos en esta parroquia. Que nos muestre el fruto bendito de su vientre y nos enseñe a responder como ella lo hizo en el misterio de la anunciación y encarnación. Que nos enseñe a salir de nosotros mismos en camino de sacrificio, amor y servicio, como lo hizo en la visitación a su prima Isabel, para que, peregrinos en el camino, cantemos las maravillas que Dios ha hecho en nosotros conforme a su promesa. Por eso nos encomendamos a ella y le decimos: ¡Santa Madre mía, Madre del Señor ruega por nosotros hijos del dolor. Ten piedad del alma que se acoge a Ti, santa Madre mía, ten piedad de mí! Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro