HOMILÍA EN EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA, RITO DE RECEPCIÓN DE LA SOTANA, BANDA Y COTA DE LOS SEMINARISTAS DEL CURSO INTRODUCTORIO DE QUERÉTARO.

Capilla de San Miguel Arcángel, San Miguel Galindo, San Juan del Río, Qro., Domingo 24 de marzo de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Muy estimados padres formadores,

Queridos seminaristas,

Estimados familiares y bienhechores,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con alegría celebramos esta Santa Misa en este Tercer Domingo del Tiempo de la Cuaresma, el cual paulatinamente nos encamina hacia la celebración de la Pascua, en donde como Iglesia renovaremos nuestra identidad cristiana, gozosos de poder “ser” y “llamarnos” hijos de Dios. En este sentido se entiende la insistente invitación a la conversión que la liturgia de este tercer domingo nos ofrece.

  1. La página del evangelio de san Lucas (13, 1-9), refiere el comentario de Jesús sobre dos hechos de crónica. El primero: la revuelta de algunos galileos, que Pilato reprimió de modo sangriento; el segundo, el desplome de una torre en Jerusalén, que causó dieciocho víctimas. Dos acontecimientos trágicos muy diversos: uno, causado por el hombre; el otro, accidental. Según la mentalidad del tiempo, la gente tendía a pensar que la desgracia se había abatido sobre las víctimas a causa de alguna culpa grave que habían cometido. Jesús, en cambio, dice: “¿Piensan acaso que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos?… O aquellos dieciocho, ¿piensan que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?” (13, 2. 4). En ambos casos, concluye: “No, se les aseguro; y si no se convierten, todos perecerán del mismo modo” (13, 3. 5).

  1. Por tanto, el mensaje que Jesús quiere transmitir a sus oyentes es la necesidad de la conversión. No la propone en términos moralistas, sino realistas, como la única respuesta adecuada a acontecimientos que ponen en crisis las certezas humanas. Ante ciertas desgracias —advierte— no se ha de atribuir la culpa a las víctimas. La verdadera sabiduría es, más bien, dejarse interpelar por la precariedad de la existencia y asumir una actitud de responsabilidad: hacer penitencia y mejorar nuestra vida. Esta es sabiduría, esta es la respuesta más eficaz al mal, en cualquier nivel, interpersonal, social e internacional. Cristo invita a responder al mal, ante todo, con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida. De lo contrario —dice— pereceremos, pereceremos todos del mismo modo.

  1. Frente a la fácil conclusión de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y poniendo en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras sean el efecto inmediato de las culpas personales de quien las sufre. Jesús invita a hacer una lectura distinta de esos hechos, situándolos en la perspectiva de la conversión: las desventuras, los acontecimientos luctuosos, no deben suscitar en nosotros curiosidad o la búsqueda de presuntos culpables, sino que deben representar una ocasión para reflexionar, para vencer la ilusión de poder vivir sin Dios, y para fortalecer, con la ayuda del Señor, el compromiso de cambiar de vida. Frente al pecado, Dios se revela lleno de misericordia y no deja de exhortar a los pecadores para que eviten el mal, crezcan en su amor y ayuden concretamente al prójimo en situación de necesidad, para que vivan la alegría de la gracia y no vayan al encuentro de la muerte eterna. Pero la posibilidad de conversión exige que aprendamos a leer los hechos de la vida en la perspectiva de la fe, es decir, animados por el santo temor de Dios. En presencia de sufrimientos y lutos, la verdadera sabiduría es dejarse interpelar por la precariedad de la existencia y leer la historia humana con los ojos de Dios, el cual, queriendo siempre y solamente el bien de sus hijos, por un designio inescrutable de su amor, a veces permite que se vean probados por el dolor para llevarles a un bien más grande.

  1. En efecto, las personas y las sociedades que viven sin cuestionarse jamás tienen como único destino final la ruina. En cambio, la conversión, aunque no libra de los problemas y de las desgracias, permite afrontarlos de ‘modo’ diverso. Ante todo, ayuda a prevenir el mal, desactivando algunas de sus amenazas. Y, en todo caso, permite vencer el mal con el bien, si no siempre en el plano de los hechos —que a veces son independientes de nuestra voluntad—, ciertamente en el espiritual. En síntesis: la conversión vence el mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre puede evitar sus consecuencias.

  1. Queridos seminaristas, en este contexto se puede entender muy bien el gesto que estamos a punto de realizar: “la recepción de la Sotana, la Cota y la Banda Azul”. Signos propios de sus ser e identidad como seminaristas; el signo exterior que la Iglesia les confía al iniciar este tiempo de formación hacia el sacerdocio. Estos tres signos son sin duda una herramienta que les ha de conducir como en un itinerario paulatino de constante conversión, hasta que lleguen a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” y puedan así abrazar el ministerio sacerdotal con un corazón plenamente enamorado del Señor y de su misión redentora.

  1. Estos tres signos que hoy cada uno de ustedes recibe, no son un “adorno clerical” que los coloque en un status diferente o en una clase privilegiada; son un compromiso que les debe mover a conocer y amar más a Dios, a su Iglesia y a su propia vocación. Esto exige, sin duda: voluntad, disciplina, generosidad y profundo deseo de llegar a ser como Jesucristo mismo. Especialmente, cuando sumergidos en una cultura de grandes transformaciones y apresurados cambios sociales, el vestir la Sotana les ha de ayudar a entender que es desde el Evangelio, desde donde Dios les llama a tener y poseer su proyecto de vida. Como enseña la nueva Ratio fundamentalis: “La vocación sacerdotal tiene su origen en un don de la gracia divina que se hace concreto después en la ordenación sacramental. Este don se expresa a lo largo del tiempo por mediación de la Iglesia que llama y envía en nombre de Dios. Correlativamente la respuesta se desarrolla en un proceso, que inicia con la forma de conciencia del don recibido y madura gradualmente, con la ayuda de la espiritualidad sacerdotal, hasta configurarse como una forma de vida, con un conjunto de deberes y derechos, y una misión específica asumida por el ordenado” (n. 35). Esto sin duda no es posible, si no se tiene como base y como fundamento, el encuentro con el Señor y a partir este encuentro la conversión. En la primera lectura (Ex 3, 18ª 13-15) escuchamos como Moisés, logra entender su misión y lo que Dios le pedía, gracias a que fue capaz de dejarse interpelar por los signos de la presencia de Dios, como la zarza ardiente que no se consume. Así es la vocación sacerdotal. no se entiende y no hay cambio de vida, hasta que no nos dejamos interpelar por su persona, manifestada en infinidad de signos y realidades.

  1. Les animo y les pido que cada vez que se vistan con la Sotana, recuerden el compromiso de asemejarse más y más a Jesucristo. Por eso es negra, porque es una constante invitación a morir al hombre viejo y revestirse del hombre nuevo. Que cada vez que se ciñan la cintura con la Banda Azul, recuerden que en este proceso de conversión les acompaña la Santísima Virgen María. Que cada vez que se revistan con la Cota blanca para participar de las acciones litúrgicas, tengan presente que sólo en el encuentro con Dios y con su gracia, es posible la conversión y la configuración con el Señor. Usen estos tres signos con reverencia, con respeto y con dignidad, de tal forma que al verles revestidos con ellos, quienes los vean y donde se paren, entiendan y comprendan que ahí está, un verdadero discípulo misionero del Señor, por sus virtudes, actitudes, sentimientos, emociones y estilo de vida.

  1. Pidamos a María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, especialmente en esta Año Jubilar Mariano que les acompañe y les sostenga en el itinerario cuaresmal, y que les ayude a todos ustedes a redescubrir la grandeza y la belleza de la conversión. Y que a todos nosotros nos ayude a comprender que hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarse a sí mismo y mejorar la sociedad. Amén.

+Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro