Homilía en el Domingo de la Ascensión del Señor, Peregrinación Anual de Catequistas a la Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano

Soriano, Colón, Qro., 20 de mayo de 2012

Hermanos Sacerdotes:
Queridos Diáconos:
Apreciados miembros de la vida Consagrada:
Hermanos y hermanas catequistas:
Hermanos todos en el Señor:

Les saludo a todos ustedes catequistas en la alegría del Señor resucitado, “hombres y mujeres, que con amor y entrega, custodian y trasmiten como discípulos y misioneros la tradición de la fe y el Evangelio a las jóvenes generaciones”, de manera especial saludo al padre Alejandro Sánchez Ruiz, Responsable de esta Dimensión Pastoral en nuestra diócesis, gracias por venir de las de las diferentes parroquias de nuestra diócesis queretana, bienvenidos a esta Basílica donde la Madre de los Dolores nos acoge con amor y con compasión.

La fiesta de la ascensión que hoy celebramos es sin duda una grande manifestación gloriosa de Cristo resucitado, la cual marca una nueva etapa en la historia, Jesús había descendido para encontrarse con la humanidad y realizar una misión salvadora; ha terminado su cometido, haciendo la voluntad de su Padre y ahora asciende, trazándonos el camino definitivo que nos propone recorrer, por supuesto, después de haber realizado nuestra misión, haciendo la voluntad de Dios. Sin embargo, la tarea de Dios continúa, ya que no nos dejará solos, pues con la Ascensión se inaugura una nueva forma de presencia entre nosotros, Él lo había prometido: «Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». La Iglesia es el lugar en el cual se manifiesta esta presencia activa del resucitado, allí donde hay un bautizado allí hay presencia de la Iglesia.

Hermanos y hermanas, antes de subir al cielo Jesús nos dejó una gran tarea, el mandato misionero. Cuando Jesús se dirige a los discípulos, y hoy a nosotros, les da una orden, que de ninguna manera podemos tomar como algo alternativo, es decir como algo que se pueda dejar para después, porque hay muchas otras cosas que hacer: «Vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda creatura» (Mc 16, 15).

«Por todo el mundo»: seguramente viene a nuestra mente las comunidades donde vivimos, o que conocemos, y reconocemos que la realidad es desafiante ya que existen muchas familias que no han recibido las bendiciones de este mandato; porque todo el mundo significa la inclusión, sin excepción, de todos los habitantes. Muchas familias, seguirán esperando a un discípulo misionero valiente que les comparta su testimonio del amor de Dios. No bastará ciertamente con una visita de cortesía, sino que el misionado necesitará recibir el impacto de un misionero que esta en proceso de conversión, de santidad; misioneros con una sólida vida interior que preparándose con métodos pastorales eficientes y asegurando una coordinación de las fuerzas parroquiales, compartan el amor de Dios que ya están luchando por vivir, siempre con la luz de la Palabra de Dios.

«A toda creatura»: todos necesitamos que el anuncio del amor de Dios pase de nuestra mente a nuestro corazón; por ello quien anuncia lo hará de corazón a corazón. Hagamos el ejercicio de mirar a nuestro alrededor, y seremos testigos de cuanta necesidad existe de este anuncio; incluidos nuestros prójimos mas próximos.

El Papa Benedicto XVI en su reciente visita a México nos animaba cuando nos exhortaba: «La Misión Continental, que ahora se está llevando a cabo diócesis por diócesis en este Continente, tiene precisamente el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente. También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar»» (Homilía en el Parque Bicentenario de la Ciudad de León, 25 de marzo de 2012).

Hermanos peregrinos, queridos catequistas, el misionero tendrá que reflejar en su rostro el elemento fundamental de la alegría, de tal manera que una sonrisa en el silencio del caminar y en la proclamación de la Palabra, será un elemento evangelizador muy importante; es decir, llevar una sonrisa evangelizadora. La autoridad del testigo presupone saber doctrinal y competencia profesional, pero no depende tanto de ellas como de “la coherencia de la propia vida” y de “la implicación personal, expresión del amor verdadero”. Y para ser creíble este testimonio ha de ser alegre. La buena noticia sólo la pueden proclamar fehacientemente testigos felices; ellos son el contenido del evangelio por el solo hecho de vivir ya cuanto creen y esperan (Mt 5,3-8). Más aún, “la alegría del discípulo es antídoto frente a este mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio” (cf. DA 29).

Jesús ascendió a los cielos, y nos ha dejado una gran tarea, asumámosla; no estamos solos, Cristo camina con nosotros. Hagámoslo con alegría, porque nadie le creerá a un misionero con un ceño fruncido. De ahí que, cuanto más se ponga el evangelizador, como María, a disposición de la Palabra, mejor la encarnará y más eficazmente la podrá anunciar y convertirla en propuesta educativa. Puesto que no sólo proclamará “la verdadera alegría…, aquella que brota del ser conscientes de que sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68)”, sino que su misma vida, como la de María, será dichosa “porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios”.

Apreciados catequistas: Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo (cf. DA 29). Muchos de ustedes tienen el “privilegio” de ser los primeros comunicadores de la Buena Noticia, pues los niños, jóvenes y adultos llegan a la catequesis sin antes haber recibido una evangelización. Es decir, sin haber experimentado el amor de Dios como una realidad personal, mucho menos el haber entrado en un proceso de evangelización. Para ello ustedes han sido elegidos por Cristo, para vincularse íntimamente con su persona, asumir un mismo estilo de vida y unas mismas motivaciones, correr la misma suerte y hacerse cargo de la misión de hacer nuevas todas las cosas.

En este proceso, la catequesis, no puede ser vista como yuxtapuesta, al contrario debe favorecer la evangelización, como un proceso de transmisión del Evangelio, que la comunidad cristiana lo celebra, lo vive y lo comunica (Cfr. Lineamentos sobre el sínodo de la nueva evangelización, 14). Una evangelización que pretenda ser eficiente hoy parte de una doble convicción: primero, el evangelio posee en sí mismo una profunda capacidad educativa y humanizadora; segundo, para el cristiano toda actuación educativa está orientada al evangelio, en el que tiene su origen, su fundamento y su objetivo. Destinatario de la evangelización es una persona con una precisa historia y un destino eterno: puesto que el creyente se hace y vive en una historia, el evangelio ha de hacerse más educación que mera instrucción, más permanente itinerario que intervención casual, más constante acompañamiento que encuentro fortuito. Y puesto que está orientado a un evangelio eterno, su educación ha de estar abierta a lo bueno, a lo bello, a lo verdadero, a la transcendencia, a Dios. La identidad del creyente es, primero y para sí, vocacional; y no basta con que la evangelización se lo recuerde a menudo, hace falta un camino educativo permanente que la haga posible.

Hoy, posiblemente, “el desafío fundamental planteado a la misión evangelizadora de la Iglesia es la educación”, más aún la educación de la fe. Hoy de modo particular la evangelización ha de comenzar por la familia, que es la cuna de la vida y del amor, escuela de inserción social e iglesia donde se aprende a poner a Dios al centro de la vida y, a Su luz y con Su gracia, vivir todas las fases de la existencia humana.

Hoy la catequesis está llamada a corregir imágenes deformadas de Dios y de Cristo, concepciones falsas o incompletas de la Iglesia y, sobre todo hacer madurar al discípulo de Jesús configurándolo cada vez más con él a través de una acción educativa que va cambiando formas de pensar y de sentir y de actuar, hasta tener “la mente de Cristo” (1Cor 2,16), el amor como dinamismo de la vida (cfr. Rom 8,2) y el mismo Cristo como ley (Gal 6,2).

Queridos hermanos y hermanas, el reto es grande pero nuestra fe en Jesucristo es mucho más, por ello, les animo a creerle a Jesús; Tu y Yo somos los responsables en este momento e la historia de llevar a la realidad el mandato de Jesús dado a sus discípulos antes de subir al cielo, solo así podremos llegar a la tarde de nuestra vida y poder decirle al Señor hemos hecho lo que teníamos que hacer. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer la labor que cada uno de ustedes desempeña en esta importante tarea en la vida pastoral de las comunidades parroquiales. El Señor les conceda las gracias para imprimir en el corazón de tantos niños el amor a Jesucristo, a su fe y a su Iglesia.

Que Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, a la cual veneramos con tanto amor y devoción, interceda por nosotros con abundantes gracias, de manera especial ella que es Sede de la Sabiduría, nos enseñe a reconocer en Jesucristo sabiduría del Padre para que lo amemos y lo anunciemos con el intenso testimonio de nuestra vida.

Virgen de los Dolores de Soriano madre de Jesucristo, a tus pies ponemos nuestras angustias y nuestras necesidades, de manera especial te encomendamos a nuestros niños que en el proceso de conocimiento de tu Hijo, sufren por el impacto de las tecnologías y de la nueva cultura, muchas veces adversas a los valores y principios de la enseñanza cristiana. Te pedimos por nuestros Jóvenes que se preparan a recibirte en algún sacramento, que su corazón se asemeje al tuyo cada vez más, y que como tú, meditando las palabras de tu Hijo sepan hacer de ellas un estilo de vida. Finalmente te pedimos por nuestras familias, de manera especial aquellas que sufren la enfermedad, el desempleo y la falta de trabajo. Intercede por nosotros Virgen Santa de los Dolores. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro