Homilía en la Fiesta de la Ascensión del Señor, Encuentro Diocesano con Educadores

Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., 20 de mayo de 2012

Hermanos Sacerdotes:
Estimados miembros de la Vida Consagrada:
Queridos educadores:
Hermanos y Hermanas en el Señor:

1. Les saludo a todos ustedes con grande alegría en el Señor resucitado, en esta fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, la cual nos permite renovar nuestra fe y celebrar el triunfo de Cristo sobre la muerte, para devolvernos la vida y la esperanza en la gloria del cielo mediante la resurrección. Saludo de manera especial al Padre Mauricio Ruiz, Coordinador de la dimensión de cultura y educación. Agradezco a todos ustedes su valiosa presencia en esta hermosa asamblea eucarística.

2. El día de hoy, al encontrarnos reunidos en esta celebración que conmemora la Ascensión de Cristo al cielo, después de haber llevado a cumplimiento la obra de redentora del Padre, hemos escuchado en la liturgia de la Palabra un mensaje que me llena de profunda esperanza y renueva en mi la convicción en mi compromiso con la misión evangelizadora. Nos recuerda lo que debemos creer y proclamar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla. Es el llamado de Cristo que nos revela en el Evangelio: “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor. Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios. Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó. Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia.

3. Para cumplir con esta tarea, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente: “El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles; a otros ser profetas; a otros ser evangelizadores; a otros ser pastores y maestros. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo, “hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, “y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.

4. Queridos hermanos y hermanas educadores, a ustedes Dios les ha concedido la noble tarea de colaborar con él en la educación integral el ser humano, una tarea que exige por su naturaleza el anuncio de la verdad del Evangelio, pues solamente en Dios encontramos nuestra plena perfección, nuestra mas grande realización y la educación su máxima finalidad. Sin embargo, educar es hoy, sin duda, “un reto cultural y un signo de los tiempos, pero es sobre todo una dimensión constitutiva y permanente de nuestra misión de hacer presente a Dios en este mundo”. Dicho más claramente, “el deber educativo es parte integrante de la misión que la Iglesia tiene de proclamar la Buena Noticia, de la Nueva evangelización”. La cual no es posible si no se genera una nueva cultura, es decir, un nuevo modo de valorar la persona humana, de relacionarse, de contemplar la realidad, de afrontar los desafíos, y esto por el simple motivo que no hay ‘dignidad’ si no hay igualdad, si no hay libertad, si no hay solidaridad, si no hay una sana ‘laicidad’. Si el evangelio proclamado y aceptado, no desencadena dinamismos de transformación de la mente, del corazón de las personas y, por consiguiente, de las estructuras sociales, políticas, económicas, religiosas, no puede hablarse de eficaz evangelización. Estoy convencido de que el grande desafío, “el drama de nuestro tiempo”, como lo formuló ya Pablo VI en la encíclica Evangeli Nuntiandi, es “sin duda alguna la ruptura entre evangelio y cultura” (cf. EN 20). Y puesto que hoy educar es no sólo introducir y vehicular una cultura sino producirla y mejorarla, creo legítimo afirmar que el drama de la humanidad es el divorcio entre evangelización y educación. Y no hay forma de superar este drama si no se supera ese divorcio. Mientras la evangelización no lleve a la transformación de la cultura, queda en la superficie, no alcanza el corazón y menos aún las formas de pensar, de juzgar y de hacer opciones no negociables. Mientras la educación continúe identificándose con la instrucción escolar, con la trasmisión de conocimientos o saberes y el desarrollo de habilidades, no logrará su cometido fundamental que es formar la persona humana, el profesional competente, el ciudadano activo.

5. Hermanos y hermanas, en esta tarea se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu” (cf. DA 11). Todos en la Iglesia estamos llamados a ser discípulos y misioneros. Es necesario formarnos y formar a todo el Pueblo de Dios para cumplir con responsabilidad y audacia esta tarea.

6. Por lo cual queridos hijos, La “nueva evangelización”, debe ser ante una buena noticia para la humanidad, hecha de asunción de todo lo que es realmente humano, capaz de suscitar interrogantes que provoquen la búsqueda de Dios, revestida de la simpatía propia de quien acoge al otro sin prejuicios e intenta comprenderlo, pronta a una grande apertura al diálogo sin que esto sea renuncia a lo que no es negociable, comprometida en aquellas causas a la que hoy es más sensible la humanidad (la salvaguarda de la creación, el compromiso por la justicia, la libertad, la dignidad y los derechos de la persona, el desarrollo común sostenible…), con la capacidad no sólo de leer la historia e interpretar los signos de los tiempos, sino también de generar nuevos signos de los tiempos, que ayuden a dinamizar la sociedad. El Papa Benedicto XVI nos decía en el parque bicentenario en la ciudad de León: “También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar” (cf. Homilía del Santo Padre Benedcito XVI, Parque bicentenario, 25 de marzo 2012). Estoy convencido, que solo una evangelización educadora es la salida a la actual situación donde “parecen faltar las certezas fundamentales, los valores y las esperanzas que dan sentido a la vida” y cuando “se difunde fácilmente, tanto entre los padres como entre los maestros, la tentación a renunciar a su tarea y, antes incluso, el riesgo de no comprender ya cuál es su papel y su misión”. De ahí que “hoy, cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria por la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento”. La familia, la escuela, y la misma Iglesia sienten a menudo “la tentación de abdicar de sus funciones educativas. Aquí esta la dignidad e importancia de nuestro ministerio evangelizador.

8. Evangelizar es la razón de ser de la Iglesia, su dicha y su vocación, su identidad más profunda: la Iglesia “existe para evangelizar” (cf. EN 14). Pero antes que agente de evangelización, la Iglesia es su fruto más evidente, pues “se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella”. Lo que significa que antes de evangelizar tendrá que haber sido evangelizada, educada en la fe previo a ejercer su misión de educadora. Si evangelizar es “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad”, convirtiendo “al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (cf. EN 18), no se ve bien cómo pueda llevarse a cabo con eficacia si, contemporáneamente, no se atiende y se forma al oyente del evangelio. Yo quiero invitarles a todos ustedes esta tarde a creerle a Jesús y a sumir este proyecto como algo propio.

9. Queridos educadores, el desafío de la evangelización no se afronta reivindicando la prioridad de la evangelización sobre la educación sino dando calidad educativa al acto mismo del anuncio evangélico, es decir, promoviendo una evangelización que salvaguarda, conjuntamente, “la integridad del anuncio y la gradualidad de la propuesta”. Ni la educación debe marginar o silenciar el anuncio, ni la evangelización puede descuidar su intencionalidad educativa. Jamás podrá faltar el evangelio, anunciado y practicado, pero el testimonio y la vida evangélica habrán de presentarse también como propuesta educativa. Si es obvio que la educación que lleva adelante un cristiano ha de inspirarse en el evangelio, no es menos necesario que la evangelización sepa adaptarse a la situación concreta en que se encuentra el evangelizado, a sus urgentes necesidades y a sus legítimas aspiraciones.

10. Para evangelizar educando tenemos esperanza que resiste desalientos y afronta retos, cuyo único motivo es que “sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida» […], que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación […]. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. (cf. Spe Salvi 27). Y vivimos esperanzados, nunca mirando “sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino que vivir animados por esa gran siempre adelante… Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo”, por difícil que se nos antoje. “Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (cf. DA 3). Pues sólo quien ha convivido con él “durante todo el tiempo, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos”, podrá entrar a formar parte del grupo apostólico y – como dijo Pedro – “ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,21-22). Es indispensable que, con el testimonio, se demos credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir […]. De este modo, quienes encuentran testigos creíbles del evangelio se ven movidos así a constatar la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la acogen. La buena noticia sólo la pueden proclamar fehacientemente testigos felices; ellos son el contenido del evangelio por el solo hecho de vivir ya cuanto creen y esperan (Mt 5,3-8).

12. De ahí que, cuanto más nos pongamos, como María, a disposición de la Palabra, mejor la encarnaremos y más eficazmente la podremos anunciar y convertirla en propuesta educativa. Puesto que no sólo proclamaremos “la verdadera alegría, aquella que brota del ser conscientes de que sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68)”, sino que nuestra vida, como la de María, será dichosa “porque hemos creído, y en esta fe hemos acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibimos de la Palabra la podemos extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios” (cf. VD 97-98). Pidámosle a ella que nos enseñe el camino y nos ayude a ser verdaderos discípulos y misioneros de su Hijo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro