Dios es una mano tendida

XIX DOMINGO ORDINARIO
Mt. 14, 22-33

Los discípulos aparecen en este pasaje en una situación crítica, se encontraban solos en medio de aquella tempestad ya que Jesús se había quedado a solas para orar. En esta situación ven a alguien caminar y creen que es un fantasma ya que el Señor se había quedado ya en la lejanía, por ello sienten miedo.

En contra de lo que veces pensamos, no es malo el miedo que se despierta en nosotros cuando detectamos una situación de peligro o inseguridad, ya que es la señal de alarma que nos pone en guardia ante aquello que puede, de alguna manera hacernos daño.

Cuando un creyente, acosado por el miedo, grita como Pedro, “Sálvame, Señor”, ese grito no hace desaparecer sus angustias. Todo puede seguir igual. Sin embargo, todo cambia cuando en el fondo del corazón se despierta la confianza en Dios. Lo más importante y decisivo de nuestro ser está a salvo.

El miedo aparece siempre ante la ausencia de nuestras seguridades, nos paralizamos, la inseguridad nos hace incapaces de actuar y, por tanto, permanecemos a merced de las circunstancias externas: miedo al futuro, miedo a perder la estima de los otros, miedo “al que dirán”, miedo a la soledad, etc.

Dios es una mano tendida que nadie puede quitar. La fidelidad y la misericordia de Dios están por encima de todo. Por encima, incluso, de toda fatalidad y de toda culpa.

La realidad que se afronta cambia radicalmente con la presencia de Jesús, a pesar de las tinieblas y de las aguas turbulentas, la Palabra del Señor hace que la seguridad y la paz se hagan presente para quienes viven la experiencia del hundimiento de la barca; pero también Jesús quiere  tender su mano a quien en peligro de hundirse es capaz de confiar totalmente y gritar “Sálvame”.

Confiarse a él es condición indispensable para no ser sometidos por las fuerzas del mal. Por ello es bueno recordar que a pesar de las tempestades den la vida, no es Dios es el que se aleja de nosotros; más bien somos nosotros los que nos alejamos de Dios, especialmente cuando no le dedicamos un momento de nuestras complicadas jornadas y agendas, para fortalecer nuestra amistad con él en la oración.

“No teman, soy yo”, son las palabras que harán eco en ti, en la medida que estés dispuesto a quitar tantos ruidos que imposibilitan escuchar y dejarse ayudar por el Señor.

El nos quiere dar paz y seguridad, lo cual no es la ausencia de tormentas que zarandean la vida, sino que es su presencia cercana, llena de novedad y poder, y que nos ayuda en los momentos más críticos, a pesar de que nos estemos hundiendo.

La  invitación es a tener fe en Jesús, fe en que él es fiel y misiericordioso y camina a nuestro lado, aunque no sepamos reconocerle o le confundamos con un fantasma.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro