Carta Pastoral Nº 6: La Antena y el Campanario, sobre los Medios de Información Social

A los Hermanos Presbíteros,
a los Hermanos y Hermanas de la Vida Consagrada,
a los Padres y Madres de Familia,
a los Informadores y Fieles Católicos:

 

Primera Parte: Introducción 

Los medios de información, una prioridad

1. Hace ya tiempo que el campanario de la Iglesia parroquial perdió la batalla por la altura en los pueblos y ciudades de tradición y cultura católicas. No sólo se han construido edificios más elevados, sino que, sobre ellos, en las cimas de las montañas y en órbita en torno de la tierra, se han instalado antenas de radio, de televisión y de telecomunicaciones, que llevan y traen imágenes y voces mucho más potentes y lejanas que los sonoros repiques de las campanas. ¿Se trata de una guerra entre la antena y el campanario? ¿La antena es una alternativa a la torre de la Iglesia? ¿O será posible que la antena tome, potencie y transmita la voz del campanario? Estas preguntas tratan de ilustrar el enorme desafío que representan para la Iglesia los medios informativos modernos, y que escuchamos de labios del Papa los obispos latinoamericanos en Santo Domingo cuando nos dijo: “Intensificar la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación ha de ser ciertamente una de vuestras prioridades” (Disc. Inaug., 23). Los obispos recogimos el reto del Pontífice y concluimos el documento final de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, comprometiéndonos a poner en práctica los acuerdos tomados en la asamblea mediante “una moderna comunicación” (SD 303).

Un nuevo areópago

2. En su carta encíclica Redemptoris Missio, sobre la permanente validez del mandato misionero de Jesús, el Papa Juan Pablo II menciona los nuevos “areópagos”, o sea, “las nuevas áreas o espacios culturales” que deben ser evangelizados, como hizo san Pablo con “un lenguaje adecuado y comprensible” (cf Hch 17, 22-31) en el areópago de Atenas. Y explica el Santo Padre: «El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola –como suele decirse– en una “aldea global”. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios» (RM 37, c).

Integrar el Mensaje en la nueva cultura

3. Menciona a continuación el Papa en esa Encíclica el descuido en que se encuentran los medios de comunicación social por parte de los agentes de la evangelización, y pasa a señalar, con singular perspicacia, en qué consistía el papel específico de esta labor misionera: «El trabajo, dice, en estos medios, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta “nueva cultura” creada por la comunicación moderna» (RM 37, c). No podría ser más aguda y exigente la observación del Santo Padre respecto al reto formidable que le ofrece este  nuevo areópago a la Iglesia: “Integrar el mensaje mismo en esta nueva cultura”; porque el Evangelio que no se hace cultura pronto se desvanece.

Los medios informativos en el próximo Sínodo para América

4. En los “lineamenta” preparatorios a la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos, se enfoca este mismo tema desde el ángulo de la conversión, y se plantea la nueva problemática con toda su crudeza: «Otro campo de conversión –leemos– es el de los medios de comunicación social y de los espectáculos. Este es uno de los desafíos más urgentes, que exige de parte de la Iglesia una respuesta pastoral adecuada. Urge educar a la gente no sólo para que use con responsabilidad cristiana esos medios admirables y a la vez ambiguos, sino también para que sepa emplearlos como instrumentos preciosos para conocer y anunciar la Palabra de Dios. Aquí también se hace presente la invitación de Cristo a un cambio interior de corazón y de actitudes. Aún cuando son medios maravillosos de formación e información, frecuentemente son manipulados para “desinformar” y “deformar”, propagando una mentalidad materialista y hedonista, en la que se realza la riqueza, el poder, el egoísmo, la violencia y la sensualidad. Además, la difusión a través de los medios masivos de comunicación social de ciertos modelos de vida que exaltan el individualismo y atentan contra los valores de la familia y de la fe, lleva frecuentemente a una aceptación indiscriminada e inconsciente de tales modelos, dando lugar, de este modo, a una verdadera infiltración cultural. Por otra parte, con la telemática, de la que es muestra elocuente la Internet o “pista de información”, se abren a la familia humana y, por lo mismo, al Evangelio, nuevos campos y horizontes de presencia, de comunicación y de testimonio» (Lineamenta, 24).

Un reto ineludible

5. Tenemos aquí un elenco bastante completo de culpas y vicios imputables a los medios de información social. No debemos olvidar que se están considerando en orden a una conversión del corazón y que, por eso, se recalca lo negativo, sin que lo positivo se niegue o deje de ser verdad. Como podemos observar, se trata de un problema complejo, de difícil comprensión, tanto por su novedad como por su amplísimo campo de operación; pero también sabemos que la asistencia divina y el dinamismo que el Espíritu imprime a la Iglesia, no pueden dejarla sin respuesta y menos sin poder ofrecer una justa solución. Teniendo, pues, como trasfondo esta urgencia y ante tan amplio panorama, me propongo en esta Carta Pastoral presentar a mis hermanos presbíteros, a los miembros de la vida consagrada, a los agentes de pastoral, a los padres y madres de familia y a los fieles laicos, especialmente a los informadores que de alguna manera comparten con nosotros la fe católica, algunas reflexiones que nos abran una puerta para asomarnos al desafío formidable que se le presenta hoy a la Iglesia; porque, «como decía mi predecesor Pablo VI –añade Juan Pablo II–: “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo” (EN 20); y el campo de la comunicación actual confirma plenamente este juicio» (RM 37, c).

Segunda Parte: La comunicación humana

El hombre es comunicación

6. El fenómeno de la comunicación humana a través de los medios técnicos de difusión social, es uno de los que más han evolucionado en las últimas décadas, y de los que más transformaciones se esperan en los años venideros. Esto no sucede al azar. El hombre, como ser eminentemente social, está hecho para comunicarse, es comunicación por naturaleza, que toma precisamente de Dios cuya Trinidad de personas es un eterno y vivo intercomunicarse. Tanto la creación como la redención son, en su raíz, fenómenos de comunicación humano-divina. Dios creó, en efecto, todas las cosas mediante su Palabra, es decir, mediante el instrumento por excelencia de comunicación; y Dios nos redime no sólo cuando nos habla por medio de su Hijo, sino cuando nos lo entrega para comunicarnos su vida abundante. La comunicación humana tiene, pues, su raíz y fundamento en Dios y es instrumento que manifiesta y perfecciona nuestra naturaleza humana. No es al acaso que el ser humano busque siempre más y mejores “medios” de comunicación, para así perfeccionar su ser y colmar sus aspiraciones. Los cristianos debemos no sólo ver con buenos ojos, sino dar gracias a Dios por el don de la comunicación y por los distintos “medios” de que disponemos para lograrla. Todo lo que favorezca el intercambio humano y el diálogo con el Creador, goza de la bondad y de la bendición del Señor, como nos enseña el libro de la Sabiduría: “Dios creó todo para que subsistiera, y las creaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte” (Sb 1, 14).

Optimismo de la Iglesia

7. Dentro del ámbito eclesial, fue el Concilio Vaticano II quien abordó el tema de los “medios de comunicación” de manera sistemática y clara, en un documento que, desde sus primeras palabras, no oculta su admiración y hasta su entusiasmo: “Entre los maravillosos inventos de la técnica –dice el Concilio– que, sobre todo en nuestros tiempos, ha extraído el ingenio humano, con la ayuda de Dios, de las cosas creadas, la Madre Iglesia acoge y fomenta con peculiar solicitud aquellos que miran principalmente al espíritu humano, y han abierto nuevos caminos para comunicar con extraordinaria facilidad noticias, ideas y doctrinas” (IM 1). En el mensaje de la primera “Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales” inaugurada por el Papa Pablo VI, leemos: «Gracias a estas técnicas maravillosas, la convivencia humana ha alcanzado dimensiones nuevas: el tiempo y el espacio han sido superados y el hombre se diría que se ha convertido en ciudadano del mundo, que participa y es testigo de los acontecimientos más remotos y de las vicisitudes de toda la humanidad. Como ha dicho el Concilio, «se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa” (GS, intr.)» (Mensaje 1967, 2). Es claro que, para la Iglesia, este optimismo ha de transformarse en responsabilidad y acción de todos los seguidores de Cristo, “el perfecto comunicador” (Comm. Et Progr., No. 11).

 

Realismo, no ingenuidad

8. Este optimismo no es ingenuidad, pues –añade el Concilio– también “sabe nuestra Madre la Iglesia que los hombres pueden utilizar tales medios contra el propósito del Creador y convertirlos en su propio daño” (IM 2). El hombre puede usar esos medios maravillosos en perjuicio propio, pues“Dios no creó la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos (…) Los malvados, en cambio, llaman a la muerte con señales y palabras, la tienen por amiga y la desean: han hecho un pacto con ella y, por tanto, merecen la muerte” (Sb 1, 13.16). Los malvados se sirven de los medios informativos para llamar a otros, a los telespectadores, a los usuarios, en fin, a la muerte con señales y palabras, desearla y tenerla por amiga. En el mensaje del año siguiente, Pablo VI decía en tono profético: “Los ecos de la prensa, del cien, de la radio y de la televisión abren a los hombres sin cesar nuevos horizontes y les ponen a tono con la vida del universo entero. ¿Quién no se regocijará de un progreso semejante?  ¿Quién no verá en él camino providencial para una promoción de toda la humanidad? Todas las puertas están abiertas a la esperanza, si el hombre sabe dominar estas técnicas nuevas; pero, en cambio, todo podría estar perdido, si se olvidase de su responsabilidad” (Mensaje 1968, 1). La palabra clave en el uso de los medios de difusión social es responsabilidad. Cuando las empresas productoras de estos medios informativos se olvidan del único fin digno que justifica su existencia, que es el servicio del hombre, y se convierten en su propio fin, “degeneran en instrumentos de explotación y es fuerza calificarlas de corruptoras”(Mensaje 1970, 3), y la corrupción es la antesala de la muerte.

Elección inexorable

9. Los medios de información social, como toda la creación, están también “sujetos a la vanidad, no por su gusto, sino por aquél que los sometió”, el maligno (Rm 8, 20). De esta manera participan de la ambigüedad de todo lo creado, que sirve tanto para alabar como para perderse. A cada momento debe el hombre necesariamente elegir: “Pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia (…) Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y uniéndote a él” (Dt 38, 15.19-20). En el botón de un aparato de radio, en el control electrónico del televisor y en la página de una revista o de un diario, tenemos cada día que elegir inexorablemente entre lo que invita a la vida o lo que alienta a la muerte, e ir construyendo así nuestra felicidad o nuestra desdicha.

La gravedad del caso

10. La variedad de medios informativos y la abundancia de canales televisivos, pretenden hacernos creer sobre las múltiples posibilidades de ejercer nuestra libertad de elección. Pero, si consideramos más atentamente este asunto, constatamos que esa pretendida libertad de elección, especialmente en lo que respecta a la televisión, constituye un caso de engaño de particular gravedad; porque su posibilidad se reduce al mínimo si no es que se ve prácticamente anulada. En efecto, nos vemos compelidos a elegir un modelo de vida impuesto, determinado y totalizador. Aunque se ofrezca un variado menú, siempre encontraremos que son los mismos ingredientes los que componen la oferta, pues el modelo es el mismo, si bien encubierto con diferentes máscaras o disfraces. La existencia de numerosos canales televisivos no diversifica la oferta sino que encubre el engaño. Es siempre más de lo mismo; campea por doquier el único y consabido esquema de dominio mediante los ídolos del poder, del tener y del placer, aunque con ropaje y maquillaje nuevos. Las empresas televisivas no están destinadas a informar, quizá ni a entretener, sino a entregarle a los patrocinadores una audiencia a la cual vender sus productos y, al concesionante –el Estado–, un público sumiso y dócil. Por tanto, la multiplicidad de “ofertas” de ninguna manera equivale a libertad de elección, sino a incremento de sumisión.

Cambio de paradigma

11. Los medios de información social son variados y de diversa índole, pero ninguno ha alterado tanto el comportamiento humano como la televisión. Refiriéndose a este medio informativo, y para señalar su capacidad de impacto entre la gente, se suele citar aquel viejo proverbio que atribuye más eficacia a una imagen que a mil palabras. Esto es verdad, pero lo significativo de este medio electrónico es que aquí tenemos a la imagen en movimiento. Al llamar a la cultura moderna “cultura de la imagen”, se la contrapone a la cultura del libro y de la escritura, a la llamada “Galaxia de Gutenberg”, que es una concepción estática del aprendizaje y de la cultura. Estudiar o aprender mediante la televisión ola computadora, es cambiar este paradigma estático por otro dinámico. Este es un salto casi mortal, porque en el primero existe la posibilidad de la relectura, del análisis y de la reflexión; mientras que en el segundo todo este proceso cognoscitivo prácticamente viene eliminado y el interlocutor se convierte en un mero receptor pasivo. La brecha generacional en este campo se vuelve un abismo. El efecto de la imagen en el receptor suele llamarse impacto, y en realidad lo es, pues hiere la sensibilidad humana llegando a causar efectos físicos en la visión y en el sistema nervioso, afectando necesariamente el comportamiento humano.  Según un estudio reciente de la UNAM, los niños mexicanos dedican dos mil horas anuales a ver televisión y 600 horas efectivas a la escuela. ¿Cuántas se dedican al diálogo familiar?

Recobrar la primacía de la palabra

12. Es de lamentar también el abuso que se ha hecho de la palabra, sobre todo en el discurso mercantil, en la proclama política y en el campo de la escritura, desacreditando así su naturaleza dialogante y comunicativa. Tanto las palabras como el mismo lenguaje, han cambiado de significado: frases hechas, repetitivas y machaconas, expresiones agresivas, extranjerizantes y engañosas se escuchan por doquier en los medios informativos. El mismo lenguaje religioso no escapa a este proceso degenerativo de la palabra que padecemos. Sobran maestros y faltan testigos, decía el Papa Pablo VI (cf EN 42), refiriéndose a la palabra sin contenido y sin compromiso. Este descrédito de la palabra fácilmente se convierte en aprecio incondicional de la imagen televisiva. Es urgente que la palabra recobre su valor. “En el principio existía la Palabra” (Jn 1, 1), y ésta será siempre el medio privilegiado de comunicación. Bastó una palabra de Jesús a Magdalena –“¡María!”– para desvanecerle la imagen engañosa del jardinero, clarificarle la vista y devolverle la fe. La imagen puede ser más atrayente, pero no por eso es más verdadera ni más eficaz.

Ambigüedad de la imagen

13. Buena parte de las imágenes que transmiten los medios se ubican en un contexto vago e impreciso, que no permite someterlas a un análisis crítico ni alcanzan a ser racionalizadas. Son imágenes de fantasía. Permanecen como impulsos sensibles y emociones, sin llegar a ser asimiladas por la conciencia y por la razón. La imagen esquelética del niño africano que ahora causa impacto, mañana se olvida. No hace más que proporcionarnos la dosis cotidiana de horror que necesitamos para aquietar nuestra conciencia, pero que nos impide percibir la realidad dolorosa que tenemos a nuestro alrededor.  Suele incluso decirse, a manera de máxima, que los medios informativos acercan lo lejano y alejan lo cercano. El televidente se conmociona pero no razona, a causa del efecto letárgico que produce la televisión. Una misma imagen, según el contexto, puede significar muchas cosas y tiende, como de suyo, a la ambigüedad. Se necesita todo un proceso de educación y reflexión para aprender a ver televisión y para saber “leer” la imagen, ubicándola en su contexto real, racional y emocional. Sin este proceso de interiorización, la imagen no informa ni forma, sólo deforma. Deforma porque no transforma la vida, sólo la insensibiliza y endurece mediante la costumbre. En el anuncio del Evangelio, será siempre la palabra la que tenga y goce de la primacía; sobre todo cuando se maneja correctamente el lenguaje bíblico, tan lleno de símbolos e imágenes literarias y, sobre todo, dotado de la fuerza del Espíritu. Los otros medios serán útiles y recomendables, más aún necesarios, pero siempre supeditados a la palabra, que “en todas las expresiones creadas, debe ser eco fiel de la eterna palabra increada, el Verbo del Padre, la luz de las inteligencias, la verdad que tanto nos sublima” (Pablo VI, L’Oss. Rom., 24 Jul., 1966).

Tercera Parte: Los limitantes de la televisión

Señalamientos

14. Voy a señalar en seguida algunos “limitantes” de la televisión, que nos ayuden a situar su aporte al mundo de la información en un lugar más modesto del que ella misma suele atribuirse, y nosotros estamos habituados a conceder. Esto mismo valdrá para los otros medios informativos, en lo que a cada uno corresponda según su naturaleza.

Información epidérmica, espejo de vanidades

15. La televisión suele presentarse como una ventana abierta al mundo, por la que el espectador se asoma y mira el acontecer mundial. Es verdad que, por medio de un noticiario nos enteramos, de forma casi inmediata, de hechos acaecidos en países lejanos; pero el desfile de imágenes y situaciones no equivale a estar bien informados.  Esta es una pretensión equivocada. La abundancia y sobre posición de imágenes produce saturación y confusión, que imposibilitan la verdadera información. El lenguaje televisivo, por ser esencialmente imagen en movimiento, se queda en la impresión externa, en la epidermis, y no penetra al corazón ni a la razón. La información comporta una asimilación de la noticia, que no puede reducirse al simple impacto de la imagen. Hay, pues, que decirlo muy claro: la televisión no es esa gran ventana abierta al mundo, como se suele afirmar. El número de países que aparecen en la televisión, y que son generadores de noticias, es muy reducido y continuamente se repiten.  Los países poderosos cuidan de estar siempre presentes, de “ser noticia” para el resto del mundo, y de hacerse propaganda; en cambio, la mayoría de los países del Tercer Mundo nunca aparecen y cuando se les menciona es con ocasión de algún escándalo o de alguna desgracia. Las contadas agencias noticiosas internacionales controlan la información y están al servicio de las ideologías dominantes. La televisión, más que ventana al mundo, es un espejo donde los poderosos se miran complacidos y quieren ser admirados para acrecentar su dominio sobre los demás. Los países que han resistido los embates del Pentágono, se han doblegado ante Hollywood.

 

Concentración en grupos de poder

16. Ya el documento de Santo Domingo señalaba cómo “el desarrollo de la industria de la comunicación muestra el crecimiento de grupos económicos y políticas que concentran cada vez más en pocas manos y con enorme poder la propiedad de los diversos medios y llegan a manipular la comunicación, imponiendo una cultura que estimula el hedonismo y consumismo y atropella nuestras culturas con sus valores e identidades” (SD 280, b). La televisión, el cine y cierto tipo de revistas han sido entre nosotros instrumentos de dominación y de colonialismo cultural, “al ejercer una presión sobre los espíritus, que penetra profundamente en la mentalidad y en la conciencia de los hombres” (Pablo VI, Mensaje 1967, 4). Es mal que venimos padeciendo desde hace muchos años atrás y aún de impredecibles consecuencias.

¿Comunica o incomunica?

17. Una de las paradojas de los medios informativos, y en particular de la televisión, es que estando hechos para comunicar, para intercambiar ideas, bienes y dones y enriquecer espiritualmente a los humanos, se vuelven ellos mismos causa de incomunicación, de empobrecimiento y de soledad. En el mejor de los casos llegan a informar, mas no a comunicar, pues la comunicación implica mutua búsqueda de la verdad e intercambio de conocimientos y de valores entre las personas o grupos sociales. La comunicación es una actividad humana recíprocamente enriquecedora; si va únicamente en la verticalidad del emisor al receptor, no hay comunicación; podrá quizá hablarse de información, pero de ésta al indoctrinamiento y a la manipulación no hay sino un paso. Los medios de información social producen una multitud de solitarios rodeados de mensajes cuyo contenido ni pueden asimilar ni mucho menos replicar. Imposibilitan así el diálogo y el auténtico desarrollo humano. Ni la radio ni el cine ni los discos ni la prensa escrita habían llegado a romper la comunicación y diálogo familiar en el grado en que lo ha hecho la televisión. Ha llegado inclusive a suplantar el oratorio y el altar familiar. Es un verdadero ídolo que despóticamente ordena y programa la vida de la familia y, cuando llega a instalarse en la recámara, rompe por completo toda comunicación de la pareja. Allí la soledad llega a ser total y hasta fatal.

La “verdad” de los medios

18. Es frecuente citar a los medios como fuente de conocimiento y de certeza. Algo se tiene por verdadero si apareció en la televisión. El no estar presente en los medios informativos equivale en la práctica a no existir, y la sola aparición se toma como aval de importancia social y credibilidad. El prestigio moral que se atribuía al maestro, al sacerdote, al científico o al paterfamilias, ahora se atribuye al televisor. Las estadísticas sobre credibilidad en los medios han pasado a ocupar el lugar que antaño ocupaban los padres. Tal parece como si ese medio inmunizara del error. Esto es una vana apreciación, pues el espectador no tiene la más mínima posibilidad de reflexionar y menos de comprobar la veracidad de lo que allí se menciona o se exhibe. Todo lo que aparece y se dice en la televisión, es objeto previo de selección y de interpretación por parte de las agencias de noticias, de los patrocinadores de los programas y de los armadores de los noticiarios. Pasa generalmente por la censura de los gobiernos o la autocensura de los informadores. La manera y forma de enfocar las imágenes, la selección de las mismas, el lugar que ocupan en el noticiario respecto a otras imágenes, el tono del locutor y sus ademanes, todo eso lleva un mensaje añadido, una interpretación de los hechos que raya en la manipulación de la verdad. Por más que se ofrezcan “hechos”, éstos nunca existen en estado puro, menos en la televisión. Las acciones de los hombres son todas opacas, es decir, capaces de recibir múltiples y variadas interpretaciones. Pretender ofrecerlas o encontrarlas en los medios informativos en su pura y llana objetividad, es engaño y vana ilusión. Cada medio tiene su estilo y modo propio de comunicar, de acercarse a los hechos, de transmitir sus mensajes y aproximar al oyente la realidad; pero pretender que allí está la verdad, es desconocer la naturaleza y los límites propios de cada medio y género informativo. Un pueblo instruido y culto, provisto de valores espirituales, recurre con prudencia a los medios en búsqueda de información verídica y de cultura. Frecuentar un solo programa o la misma estación televisiva, produce hombres unilaterales y desinformados. La complementariedad de los diversos medios puede, de alguna manera, ofrecer algún paliativo a esta congénita enfermedad. La única cura a este mal consiste en despertar el talento crítico del espectador. En una palabra: la educación. En la televisión nada es gratis nada es inocuo y nada ocurre sin intención.

Siempre hay “alguien” detrás

19. Los recientes conflictos entre dos empresas televisivas de nuestro país, nos permitieron asomarnos al mar tortuoso de pasiones que allí se agitan. Vimos unas muestras de sus intereses económicos, de sus influencias políticas y de la reducidísima calidad moral de sus protagonistas, litigantes y voceros. A todos, pues, nos debe quedar muy claro que detrás de cada noticiero, comercial, telenovela, programa y empresa hay “alguien” que está promoviendo y defendiendo su propio y exclusivo interés. No hablan los hechos, sino los intereses. Los viejos ídolos del tener, del poder y del placer ahora resucitan con malicia nueva y se meten en el santuario de nuestro hogar y de nuestra conciencia. Con frecuencia varios poderes idolátricos se asocian y se apoyan el uno al otro a costa del televidente. Tenemos entre nosotros numerosos y tristísimos ejemplos de maridaje entre el poder político y el económico, con la complacencia y participación del poder informativo, que han prácticamente arruinado al país, empobreciéndolo en todos los órdenes de la vida, desde el económico hasta el cultural y moral.  Andrés Oppenhaimer acaba de ilustrar en su libro “México: En la frontera del caos”, los mecanismos de manipulación que radio, prensa y televisión llevaron a cabo en las pasadas elecciones presidenciales (Cap. 7, pág. 139-150).

La vida como espectáculo

20. La televisión, aprovechando sus enormes recursos expresivos y técnicos, suele dar rienda suelta a la espectacularidad a fin de conseguir y sostener la audiencia. Allí la vida se vuelve espectáculo; lo que cuenta no es el ser humano ni su interior, sino la espectacularidad y la fascinación. El televidente pasa de la brega diaria y de la cruda realidad, al mundo de las ilusiones donde canta, festeja y goza momentáneamente al ritmo que le marca el artista de moda o el comercial tentador, para regresar, al poco rato, a la dura realidad empobrecido y debilitado. El lenguaje televisivo está hecho para encandilar, aletargar y evadir, no para enfrentar y superar la realidad cotidiana. Su uso incontrolado no promueve ni engrandece a los individuos y a los pueblos, más bien los debilita y disminuye. Los mismos noticiarios se han convertido en espectáculos o revistas informativas.

La banalización de los valores

21. Al fenómeno de la espectacularidad se añade el de la banalización de la vida, sobre todo en lo que respecta a los valores religiosos y morales. Las fiestas religiosas se convierten en espectáculo, y se juega con los sentimientos nobles y profundos de los humildes que, aunque poco ilustrados, no por eso son menos válidos y dignos de respeto. Hay reporteros de fiestas religiosas y entrevistadores de gente humilde que son verdaderos atracadores de su intimidad religiosa y de su nobleza espiritual. Lo religioso generalmente se ubica entre lo folklórico y, en la prensa, en la página de “sociales”. El tiempo y el lenguaje televisivo, marcado por el movimiento y la acción, impiden la interiorización de los contenidos. Sus personajes son necesariamente epidérmicos, huecos, y privan al hombre de su riqueza interior. La doctrina y las convicciones propiamente cristianas no caben en la televisión, pues su lenguaje privilegia lo anecdótico y sentimental.  El tratamiento de la sexualidad se hace sin referencia a los valores y a la familia; se usurpa el lugar de ésta y se convierte en indoctrinamiento funcionalista, ofensivo a la dignidad humana.

Inversión y destrucción de valores

22. Ambos vicios, la espectacularidad y la trivialización, se confabulan para destruir la dimensión trascendente y moral del individuo, manosear el núcleo íntimo de las personas y lucrar con él. La vida cotidiana de las personas y de las familias suele transcurrir en “santa paz”, sin degenerar en lo banal ni caer en lo espectacular. Suele ser una vida normal, impregnada de valores humanos y cristianos. Esta vida sana y llana de las gentes, viene a ser como el tejido básico que sostiene la convivencia humana, y que permite a un pueblo avanzar y superarse. Esto es precisamente lo que desconoce y hasta ridiculiza la televisión y los medios informativos en general. Sus patrones de conducta y de éxito están frecuentemente en discordancia y contraste con esta vida normal y ordinaria de las personas y de las familias, y con los valores espirituales que las sostienen. Se ha producido así una inversión de valores de alto riesgo para la sociedad.  Contra el trabajo honesto y la vida tesonera y productiva, se enaltece el golpe de suerte, el dinero fácil y el triunfo espectacular, provocando un desequilibrio afectivo y social que genera individuos descontentos y desadaptados. Los valores se invierten y terminan destruyéndose.

Una nueva religión

23. Más allá de los contenidos de los programas, el mismo proceso cognoscitivo que origina el hecho de la televisión, influye de tal manera en la visión nueva y diferente del mundo, que no sólo condiciona el contenido del pensamiento moderno, sino el mismo proceso de comprensión del mundo y de nosotros mismos. El hombre moderno ya no entiende el mundo, ni se entiende a sí mismo sin la televisión; la ha llegado a considerar como una nueva religión, que nos está despojando no sólo de nuestro tiempo y de nuestro dinero, sino de nuestra alma. El hombre busca respuestas a los grandes interrogantes de su vida; necesita de un mundo de valores y significados en los cuales apoyar su existencia y justificar sus actos.  Esto es imprescindible en el ser humano, y no va a cambiar; pero ahora, la pregunta de fondo es saber si este mundo de significados y valores, los patrones de conducta y los criterios de juicio, los va a seguir tomando del cristianismo o de la televisión.  Ningún pastor de almas puede eludir esta cuestión.

Incremento del analfabetismo funcional y moral

24. La prensa escrita no está exenta de éstos y otros deslices; no sólo exalta lo banal y espectacular, sino que incurre frecuentemente en el amarillismo alarmista, realidad infecta con la que suele convivir y lucrar. Huéspedes obligados de la página roja de los periódicos son los humildes e indefensos, mientras que los poderosos aparecen a colores en las páginas de sociales, subrayando así su carácter discriminatorio. Tanto la prensa escrita como la electrónica han caído en la imagen violenta, en el lenguaje soez, en el doble sentido y en el albur, en la ostentación y en la prepotencia. La vulgaridad ha suplido al ingenio, y con creces. Basta asomarse a un expendio de periódicos para constatar el grado de desnutrición cultural y espiritual que padece nuestra sociedad. Esto es tanto más doloroso, cuanto que la prensa escrita es la que debería inducir a la reflexión y al análisis, y abrir horizontes para la superación. La pretensión de la televisión de brindar cultura, ha incrementado el número de los analfabetas funcionales. Aquellos tiempos cuando los “clásicos” estuvieron al alcance del pueblo, han quedado atrás como página efímero y cerrada de nuestra historia. “Un analfabeta –nos recordaba recientemente el Papa– es un espíritu desnutrido, expuesto a todo género de manipulaciones”. Cada día se cierran más librerías y se abren más cantinas y prostíbulos, y no tardaremos en importar casinos. Esta es consecuencia lógica de una organización social a partir del economicismo y no desde el humanismo; de una educación proyectada hacia el éxito en el tener, y no en el cultivo de la persona en su integralidad; de una sociedad fincada en el dominio y en el placer, y no en los valores humanos y cristianos, sólidos y duraderos.

Cuarta Parte: La Iglesia y los medios de información

La opinión pública

25. Los medios informativos modernos participan de la ambigüedad de todo lo creado: son buenos por venir de la mano del Señor y del talento humano, pero están sujetos al abuso a causa del corazón torcido del hombre.  Es deber de la iglesia utilizarlos para hacer el bien, pues “se sentiría culpable ante su Señor si no utilizase estos poderosos medios… pues, gracias a ellos consigue hablar a las muchedumbres” (EN 45). Así contribuye a formar “la opinión pública”, que “consiste en la forma común y colectiva de pensar y de sentir de un grupo social más o menos amplio en determinadas circunstancias de lugar y tiempo, y señala lo que la gente comúnmente piensa sobre un tema, un hecho, un problema de cierta importancia. La opinión pública se forma por el hecho de que un considerable número de personas hace propio, considerándolo  verdadero y justo, lo que algunas personas o algunos grupos, que gozan de una determinada autoridad cultural, científica o moral, piensan y dicen” (Juan Pablo II, Mensaje 1986, 3). Son, pues, los medios de información instrumentos aptísimos para crear una opinión pública sana, pues las gentes tienen derecho de pensar y sentir en conformidad con lo que es verdadero y justo. En una palabra, tienen derecho a la verdad y a no ser engañados ni manipulados. La Iglesia defiende el verdadero derecho a la información.

Los medios y el lenguaje religioso

26. Un reto constante que enfrenta la Iglesia ante los medios de información, es el del lenguaje religioso, particularmente el eclesiástico. Muchas palabras y expresiones no significan lo mismo en el ámbito eclesial que en el profano, y se pasa sin pudor ni cuidado de uno al otro. Más aún, se favorece la confusión.  Cuando el cardenal Hugo Poletti se refirió a la muerte del Papa Juan Pablo I como un “misterio”, hablaba del misterio cristiano de la muerte; pero la prensa lo entendió y propaló como si se tratara de algo “misterioso” y lo convirtió en un caso policíaco. Expresiones para los católicos queridas y llenas de contenido religioso y espiritual, en la jerga periodística e informativa se han convertido en palabras poco menos que infamantes. Términos como católico, dogmático, espiritual, clero, laico, jerarquía, prelado, caridad, etc., son tenidos casi siempre como peyorativos; y expresiones bíblicas como rey, pastor, oveja, viña, etc., suelen evocar un mundo pasado, extraño y casi de fantasía. Estos sencillos ejemplos nos deben hacer reflexionar sobre la gravedad de la advertencia de los obispos en el Documento de Puebla: “La Iglesia, para una mayor eficacia en la transmisión del Mensaje, debe utilizar un lenguaje actualizado, concreto, claro y a  la vez cuidadoso. Este lenguaje debe ser cercano a la realidad que afronte el pueblo, a su mentalidad y a su religiosidad, de modo que pueda ser fácilmente captado, para lo cual es necesario tener en cuenta los sistemas y recursos del lenguaje audiovisual, propio del hombre de hoy” (DP 1091).

Inculturar el mensaje mediante el lenguaje

27. El evangelizador no sólo debe ser cuidadoso en el uso del lenguaje, sino tratar de recrearlo haciendo que el contenido de la revelación y del magisterio eclesiástico –sin tener que renunciar necesariamente al vocabulario propio, muchas veces insustituible– se encarne en una nueva cultura, donde el evangelio sea sustrato y expresión vital. En este campo nuestro enemigo mayor es el analfabetismo religioso. Es ineludible el enemigo la tarea del sacerdote de educar a los fieles proporcionándoles literatura católica. No puede considerarse válida la acusación de que “el pueblo no lee”, si antes no lo enseñamos y le acercamos qué leer. El universo semántico del catecismo de Ripalda se ha desvanecido, y no ha sido remplazado por otro, que ahora necesariamente tiene que ser el del lenguaje bíblico y el del nuevo catecismo. No deja de ser significativo el fenómeno provocado por la desacralización,  –ya felizmente en decadencia– que ha traído consigo, como reacción, una vuelta a la búsqueda de lo religioso. La política y el comercio recurren al lenguaje y simbolismo religioso, lo mismo que grupos y textos musicales o cinematográficos. El leguaje religioso nunca pasará de moda, y será nuestro deber actualizarlo y potenciarlo con la savia cristiana. En una palabra, tenemos por delante la tarea de rehacer la auténtica cultura católica.

Criterio moral

28. Llegados ya a este punto, no podemos eludir la pregunta: ¿Cuál es el criterio para medir éticamente la conducta de los medios de información, respetando la sana libertad de expresión? Este es un tema difícil y controvertido. El documento conciliar aborda sin ambages, y responde:“Como no rara vez las recientes controversias sobre este tema tienen su origen en falsas doctrinas sobre la ética y la estética, el Concilio declara que la primacía absoluta del orden moral objetivo debe ser respetada por todos, puesto que es el único que supera y congruentemente ordena todos los demás órdenes de las realidades humanas, por dignas que sean, sin excluir el arte” (IM 7).

Orden moral objetivo

29. El orden moral objetivo abarca y ordena todas las restantes realidades humanas. Nada escapa al orden moral: ni la economía ni la política ni la medicina ni el arte ni la misma manifestación de la verdad. No basta que algo sea verdadero, para que alguien se sienta con el derecho de divulgarlo; tiene que haber un motivo suficiente, que generalmente es el bien público, salvo siempre el respeto debido a la dignidad de la persona humana. De lo contrario se incurre en la difamación, práctica común e impune entre nosotros. Sin este ordenamiento moral, todos los demás órdenes se desquician y controvierten; porque son los valores espirituales y morales, cae él mismo en el libertinaje e induce a la sociedad a la desintegración.  De ordinario se invocan la libertad artística y la libre expresión como justificantes, pero una libertad sin límites simplemente deja de ser humana, y, fuera de la divina, sólo queda la pretensión diabólica. En México, los medios electrónicos son concesionados por el Estado a los particulares, lo que ha degenerado lamentablemente en un régimen de dádivas y de favores. Aquí la responsabilidad del Estado es doble: concederlos a quien realmente lo merece, y no dejarse sobornar anteponiendo intereses particulares a la pública utilidad.

La moral y el “moralismo”

30. Pero hay que estar atentos para no caer en el peligro contrario: que el orden moral se llegue a confundir con los gustos o criterios personales de la autoridad o del grupo dominante. A este vicio se le llama “moralismo”, y es tan nocivo como la misma inmoralidad. Por eso hablamos aquí de un orden moral objetivo, el cual debe responder a la “verdad” del hombre, a su naturaleza tomada integralmente, en su dimensión corpórea y espiritual; en su devenir terreno y en su dimensión de eternidad; en su inviolabilidad como sujeto y en su comunicabilidad como ser social, tal como lo expone el Papa en su encíclica sobre el esplendor de la verdad. Lo que responda a esta múltiple dimensión del ser humano, será auténticamente digno del hombre y, por ende, moral. Así como el pensamiento humano, para ser plenamente tal, necesita de unas leyes que le marca su propia naturaleza, y que se llaman la lógica; así la actividad humana debe someterse a la “lógica” que le señala su propia naturaleza, y que se llama la norma moral. Esta norma moral no es extrínseca al ser humano y a su actuar, como tampoco lo es la lógica al pensamiento.  Pretender una “neutralidad” o “indiferencia” moral en el actuar humano, es una flagrante inmoralidad, pues contradice de raíz la naturaleza humana; hace del hombre un ser instintivo, irracional y pasional. En el rechazo de la norma moral suele esconderse también una inadecuada o errónea comprensión del hombre. La “pretensión” de la moral cristiana no es una imposición o intromisión en el orden mundano, sino que fluye de la convicción de la validez de la antropología cristiana cimentada en la Palabra de Dios y en la experiencia de la Iglesia en su trato con la humanidad.  La Iglesia es “experta en humanidad” decía el Papa Pablo VI.

La moral cristiana: nobleza y grandeza del hombre

31. La moral cristiana no le viene al individuo de fuera; no es imposición, sino respuesta exigente a la nobleza de su naturaleza y a la grandeza de su vocación. La moral cristiana no es para pusilánimes, sino para magnánimos, porque no limita sino que potencia y sublima al hombre. Allí están los santos y los mártires, y también la heroicidad diaria de tantos cristianos honestos y coherentes con su fe. En este contexto, aun la presentación y exhibición del mal “pueden servir para conocer y analizar más a fondo al hombre, para manifestar y exaltar la naturaleza de la verdad y del bien mediante oportunos y logrados efectos dramáticos” (IM 7). No se trata, pues, ingenuamente, de ocultar o disimular el mal, ni de dejar de llamar a las cosas por su nombre, sino de ahondar en la naturaleza traicionera y sublime a la vez del hombre, para sacar de males bienes e inducir bienes mayores. Vencer el mal con el bien, decía san Pablo. En la Biblia tenemos el modelo perfecto de esta enseñanza; allí al mal se le llama por su nombre, se le describe con crudeza pero, al mismo tiempo, se le cubre con misericordia y se transforma en bien por el glorioso poder de Dios. Los que se regodean en el mal quisieran hacer del hombre un eterno derrotado, un incapaz de la virtud, un ser a ras de tierra, cuando su vocación es la trascendencia y la superación. La Iglesia ha enseñado siempre este “realismo cristiano”, ascético y recio, pero camino seguro y fuente duradera de felicidad.

Respeto a la dignidad e intimidad de la persona humana

32. Lo arriba asentado tiene un patrón objetivo de conducta y expresión en el respeto debido a la dignidad de la persona humana, y en la inviolabilidad de su intimidad y de su conciencia. La persona humana no es una mercancía ni un objeto para comerciar; se la respeta y se la promueve, no se vende ni se trafica con ella. Cuando esto último sucede, y suele suceder a menudo en los medios de información, se puede estar seguro de que se está violando su dignidad y, por ende, el orden moral. Allí es donde compete a la autoridad civil una intervención oportuna y eficaz, como derecho y deber inaplazables. Esto es particularmente urgente en todos aquellos casos, en los cuales se exhibe la intimidad de las personas y se hace de sus dramas morales y espirituales objeto de curiosidad y de espectáculo, abusando de su situación de angustia o de ignorancia. Al encontrarnos con esas personas heridas por la vida, tanto la caridad cristiana como el respeto a la dignidad y a la intimidad de las personas, nos prohíben este trato indigno que, finalmente, degrada más a quienes las exhiben y comercian con sus dramas. Este regodearse en las miserias espirituales de los pobres e indefensos, es una muestra clara de la bajeza moral de los empresarios, patrocinadores, locutores y reporteros, y de la irresponsabilidad de las autoridades que lo permiten y propician. En la Biblia se describe esta miseria espiritual como la “desnudez” que produjo en el hombre y en la mujer el pecado, y que Dios mismo se apresuró a cubrir. Nos enseña así el Señor a tratar con respeto la miseria espiritual de nuestros semejantes, y a no regodearnos en ella, como fue el caso de Cam ante la desnudez de su padre, y que le atrajo la maldición divina (cf Gn 9, 22-25).

Televisión, pornografía y escándalo

33. Hay en el Evangelio unas palabras de Jesús sumamente graves, pero que en nombre de una presunta sociedad liberada y sin complejos, se busca no mencionar. La primera se refiere a quienes escandalizan a los “pequeños”, es decir, a cualquiera que se encuentre en estado de debilidad por su edad, cultura, o necesidad. No hay justificación alguna para la actividad pornográfica y para difusión, ni siquiera con el pretexto de que siempre hay consumidores, o que, si no hace uno, otro lo hará.  La pornografía es ilícita por sí misma, porque comercia y degrada la dignidad del ser humano. El pansexualismo televisivo roba su infancia a los niños obligándoles a hacerse preguntas y cuestionamientos que violentan su proceso natural de maduración psicológica y moral. Esta es una violencia brutal contra la infancia y una obscenidad total. A quienes la propician o practican van dirigidas estas palabras de Jesús: “Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar.  ¡Ay de quienes son causa de pecado en el mundo! Es inevitable que esto exista.  Sin embargo, ¡ay de aquellos que sean ocasión de pecado!” (Mt 18, 6-7). Y, a continuación viene la advertencia contra los que aceptan hacer el mal que se les ofrece: “Si tu mano, o tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo y arrójalo.  Es mejor entrar en la vida manco o cojo, que ser arrojado con las dos manos o los dos pies al fuego que no se apaga. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo y arrójalo; es mejor entrar en la vida con un solo ojo, que ser echado con los dos ojos al fuego que no se apaga” (Mt 18, 8-9).

Un juicio implacable e inapelable

34. Lo hiperbólico de las expresiones de Jesús no disminuye su validez, sino que la reafirma. Se trata de algo de suma gravedad. Quisiera aquí invitar a los productores o consumidores de pornografía o de droga, a que tengan el valor de leer y meditar estas palabras de Jesús y de confrontar su actitud con esta verdad soberana que aquí se les ofrece. Lo que está en juego es su salvación eterna, y no hay argumento o razón alguna capaz de justificar su actitud pecaminosa. No se trata de aparecer como conservador o como liberal, como tradicionalista o como progresista, sino de saber si uno es capaz de encarar y resistir el juicio y la justicia de Dios. “Porque la Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta lo más profundo del ser y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Así que no hay creatura que esté oculta a Dios.  Todo está al desnudo y al descubierto a los ojos de Aquél a quien hemos de rendir cuentas” (Hb 4, 12-13). Los medios de comunicación suelen vender la idea de que los libertinos y los ambiciosos, los desvergonzados y los perdonavidas son más felices que el hombre honrado y honesto, cuando la verdad de la vida demuestra lo contrario. Se repite así la vieja historia del comienzo: el fruto prohibido, aunque apetitoso, lo único que es capaz de ofrecer al hombre es el descubrimiento de su “desnudez”, de su miseria corporal y espiritual y conducirlo a la muerte (cf Gn 3, 7).

Televisión y violencia

35. Lo arriba dicho debe aplicarse de manera análoga a la exhibición y manejo de los hechos violentos en la televisión. Tanto en los mensajes como en las imágenes se percibe una creciente carga agresiva que no responde sólo a la manifestación de la crudeza de la vida o de los hechos antisociales, sino que difícilmente escapan a los cargos de persuasores ocultos y hasta de promotores de violencia. La capacidad intrínseca de los medios informativos ofrece enormes posibilidades de persuasión y, como señala el Papa Juan Pablo II, la exhibición de la violencia “se hace con tal complacencia que bajo el pretexto de condenarla, se la exalta” (Mensaje 1981, 4). El crecimiento numérico de los hechos delictivos debe ser atribuido en buena parte a la propaganda que de ellos se hace en los medios informativos. Las cifras elevadísimas de escenas violentas que presencian los niños y los jóvenes, no pueden menos que afectar sus mentes y conducta. Para muchos niños la muerte natural es la violenta, y ésta carece de trascendencia; para ellos el ser humano simplemente desaparece, tal y como lo presencian en sus pantallas. Si este esquema se pasa a la vida, tenemos la explicación y de tantos y tantos crímenes cometidos con todo lujo de violencia, sin piedad y sin la menor conciencia de falta de moral.

La Buena Noticia

36. Cuando san Lucas narra la aparición de Juan el Bautista anunciando la salvación de Dios ya presente en Jesús, sitúa este mensaje en el contexto de la historia universal mencionando al emperador Tiberio, al gobernador Poncio Pilato, a los reyes Filipo y Lisanias y a los sumos sacerdotes Anás y Caifás. La selección de estos personajes no es al acaso, sino intencionada.  El evangelista los escoge como prototipos de la corrupción política y religiosa de su tiempo (cf Lc 3, 1-6). Allí, en esa época violenta y en ese contexto de corrupción, se escuchó por primera vez la buena nueva de la salvación y apareció Jesucristo nuestro Señor. Algo análogo podemos imaginar del anuncio del Evangelio en los actuales medios de información social. En un mundo lleno de intereses económicos y políticos, de luchas egoístas y fratricidas, envuelto en imágenes fantasiosas y en montajes engañosos; en un medio que enturbia y banaliza lo más alto y sublime, la noticia religiosa será siempre algo discordante y extraño, pero ese será su lugar. El Evangelio será precisamente allí, aunque incómoda, la buena noticia para la humanidad. A Herodes, la noticia del nacimiento del Mesías le quitó el sueño y le envenenó el corazón; pero para los pastores y los magos, fue causa de alegría y de salvación. Entre los poderosos, la Iglesia, como su Maestro, nunca tendrá buena prensa ni buen televisión; pero Jesús seguirá siendo el Salvador del mundo, y la Iglesia el signo de su presencia y el instrumento de su salvación.

Entre la ignorancia y el prejuicio

37. A esta dificultad intrínseca del Evangelio, se añaden otras muchas que suelen hacer particularmente hostil el medio de la información a la noticia religiosa;  me quiero referir, con respeto pero con verdad, a los informadores: a su falta de profesionalismo, que se manifiesta unas veces en la ignorancia de los contenidos y, otras, en su prejuiciado voluntad. Casi un siglo de silencio o de ocultamiento de lo religioso, de discursos y actitudes anticlericales y anticatólicas, es evidente que tenían que dejar profundas huellas en sus almas y en sus plumas. El hecho religioso viene con frecuencia presentado con matices de fanatismo o de escándalo, y envuelto en la sospecha. Los medios informativos han trastocado el vocabulario religioso y eclesial a base de prejuicios y sarcasmos. De esta manera, lo específico del hecho cristiano, escapa a su alcance: tienen ojos –y lentes telescópicos– y no ven. Además, “al acontecimiento religioso no se le puede comprender adecuadamente si se le considera tan sólo en su dimensión humana, sicológica y socialmente comprobable. Hay que descubrir también su dimensión espiritual, o, lo que es igual, la conexión e inserción en el misterio de la comunión del hombre con Dios, es decir, en el misterio de la salvación” (Pablo VI, Mensaje 1972, 2).

Juicio crítico

38. En este campo los medios informativos andan en las antípodas; se ve a la Iglesia como simple hecho sociológico y se la equipara, sin más, con cualquier institución humana como si se tratara de una empresa, de un partido político o de un sindicato. Con este espejo por delante, todo se mira como lucha de poder, como interés del dominio o búsqueda de prestigio. El descrédito que la autoridad civil padece en sus instituciones, se pasa sin más a la Iglesia, y así, todo acto de autoridad se interpreta como enfrentamiento y conflicto. No pretendemos negar el aspecto humano de la Iglesia, y que también el pecado se hace presente entre sus miembros; lo que no podemos aceptar es que se le mida con raseros propios de las instituciones meramente humanas. Todo esto es difícil de evitar, y nosotros no lo vamos a lograr ni a intentar. Las obras de Dios se justifican por sí mismas, y la falta de comprensión de parte del mundo es garantía de autenticidad para el cristiano. Sin embargo, es nuestro deber señalarlo y advertir a los fieles católicos para que estén sobre aviso, y detecten lo que se dice respecto a su Iglesia y a su fe; y también, –¡por qué no?–, para que seleccionen sus medios informativos, elijan los que mejor respondan a su fe, y no contribuyan al sostenimiento de quienes la denigran. Esta es una manera muy eficaz de ayudar a los medios informativos a ser más veraces y profesionales. San Pablo nos da una sabia descripción de este sentido crítico del cristiano, cuando dice: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno. Apártense de todo tipo de mal” (1 Ts 5, 21-22).

Autocontrol y responsabilidad

39. Llegados a este punto, conviene retomar las preguntas iniciales: ¿Es bueno mirar la televisión, escuchar los programas de radio y leer la prensa diaria y las revistas? ¿Se han pervertido de tal manera los medios informativos, que más bien conviene evitar su uso o limitarlo? Lo primero que se impone es el autocontrol. El dominio de sí mismo es indispensable para la formación recta de la persona, especialmente de la voluntad. No todo es bueno, ni todo edifica; pero tampoco podemos satanizar en bloque a los medios informativos. Entre productos y consumidor, entre emisor y receptor, hay una mutua correspondencia y corresponsabilidad. Al deterioro moral de los productores corresponde una miseria cultural y espiritual de los usuarios. El televidente o el radioescucha no pueden permanecer pasivos, sino que deben responder, contestar y reprobar públicamente lo que ofende y degrada a la persona y a la familia humana. Es verdad que los medios informativos no promueven de manera explícita los antivalores. Esto sería muy burdo. Su malicia consiste en el viejo pecado satánico de llamar bien al mal y al mal bien (cf Is 5, 20). Bajo el pretexto de un valor innegable: el arte, la libertad, la compasión, la salud, etc., se defienden y promueven verdaderos antivalores. La solución de raíz no consiste en apagar el receptor, ni cambiar simplemente de canal, porque el mal sigue allí; tampoco en suprimir la televisión, sino en contribuir a que sea digna del ser humano y a que edifique a la comunidad con auténticos valores.

Acceso a la réplica

40. La pasividad que nos suele caracterizar ante los medios, debe remediarse a través del acceso del público a la respuesta y a la réplica.  La autoridad está obligada a exigir a los medios un acceso fácil y seguro del público al disenso y a la crítica. Hoy su estado es de total indefensión. Los oyentes y los espectadores son tratados como objetos, como mercancías; no como personas capaces de dar una respuesta a los mensajes agresivos y tono altanero de los informadores. De hecho, las vías actuales de acceso de que dispone el público, como son los telefonemas o las encuestas, son un instrumento más de manipulación; su veracidad es incontrolable, pues se publican las que favorecen a la empresa mientras que las adversas, se silencian.

Caminar con Dios

41. La pasividad de auditorio obedece también a la falta de criterios de juicio y al temor de expresar en público nuestro parecer.  Preferimos aguantar y callar. Es notable en este campo el silencio de la escuela y de la universidad católica, de los profesionistas educados en ella y de los grupos apostólicos. Los obispos en Santo Domingo advirtieron, ante la “extensión planetaria de la cultura actual”, la necesidad de “formar una conciencia crítica frente a los medios de comunicación social. Urge dotar de criterios de verdad para capacitar a la familia para el uso de la televisión, la prensa y la radio” (SD 277). Para responder a este reto, es necesario que los católicos hagamos un esfuerzo decidido por aumentar nuestra cultura cristiana, por conocer la Palabra de Dios” y aprender, como dice la Biblia, “caminar en la presencia de Dios” y a juzgar con criterios del Evangelio los variados acontecimientos de nuestro mundo. Quien camina con Dios fácilmente convive con sus hermanos en santa paz.  La sintonía de nuestra vida con la voluntad de Dios, será siempre el punto de referencia para sintonizar la radio, leer la prensa o encender el televisor. Cuando la Palabra de Dios llena la vida, no se experimenta el vacío que pretendemos llenar con la televisión, o con cierto tipo de música o diversión. A la luz de la Palabra de Dios, la palabra y la imagen humanas revelan su validez o su vaciedad, su verdad o su engaño.  Generalmente se termina apagando el televisor.

Momentos inolvidables

42. Las posibilidades que los medios de información social abren al hombre para su perfeccionamiento cultural, social y espiritual son muy grandes. Todos hemos tenido momentos agradables frente al televisor, y estamos agradecidos a estos medios por habernos ofrecido momentos inolvidables en nuestra vida, como la llegada del hombre a la luna, los viajes espaciales, innumerables eventos deportivos, la visita del Papa a nuestro país, las múltiples contribuciones a la difusión de conocimientos científicos y culturales. Todo esto debe reconocerse y agradecerse sin mezcla de tacañería, pues constituye una muestra de lo mucho que pueden contribuir los medios informativos al desarrollo cultural y espiritual del hombre, y a construir la solidaridad y fraternidad universales.

Tiempo de construir y de reconstruir

43. No tratamos aquí de instaurar un tribunal calificador, poniendo lo bueno y lo malo en los platillos de la balanza, sino de acrecentar lo bueno para que sea más y mejor. En nuestro país, donde hay tanto por construir y todo por reconstruir, el aporte de los medios de información es de primerísima necesidad. Causa, por eso, una profunda pena que, instrumentos tan valiosos y aptos para tan noble fin, se desperdicien en banalidades y perversiones. La excusa de que “eso es lo que gusta a la gente” es tan inconsistente como irresponsable y ofensiva. La información verídica y la diversión ennoblecedora es un derecho de la comunidad, antes que un negocio particular. Los medios informativos tienen una grave responsabilidad social y, para poder cumplirla, es necesario que exista un “proyecto de nación”, fincado en los mejores valores de nuestra cultura y en las auténticas tradiciones de nuestros pueblos. La raíz de nuestros males y carencias está en que no tenemos un proyecto de nación, participativo y obtenido por consenso, y no impuesto por el particular modo de gobernar o la moda sexenal. Los proyectos que han existido han sido efímeros y hasta contradictorios, impuestos por grupos de poder e intereses ideológicos, con una visión chata de nuestra historia y de nuestra cultura. Se necesita amplitud de miras, apertura de espíritu y grandeza de corazón, para hacer en México el gran país que todos queremos ser y que tenemos derecho de lograr.

La antena y el campanario

44. Como puede fácilmente desprenderse de lo antes dicho, en este campo es muy grave y delicada la responsabilidad de la autoridad. Hasta ahora, las autoridades se han mostrado pasivas y complacientes, y sus criterios de concesión muy discutibles. Debemos exigir de ellas mayor determinación y firmeza en este campo, y no podrán hacerlo sin poseer una incuestionable autoridad moral. Pero no es menos grave la responsabilidad de cada ciudadano, de elegir el bien sobre el mal, la vida antes que la muerte, la felicidad verdadera, y –marcada siempre con la cruz de Cristo–, y no la vana ilusión. El enemigo no sólo se oculta en los medios, sino que lo llevamos en el corazón. La solución, pues, no consiste en elegir entre la antena y el campanario, sino en lograr que la antena recoja la voz de Dios que resuena en el campanario, y así “toda lengua proclame, para gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor” (Flp 2, 11).

Quinta Parte: Propuestas prácticas

Inicio del camino

45. A pesar de ser un tema tan amplio y tan poco reflexionado entre nosotros, vamos a señalar algunos deberes básicos que corresponden a los pastores de almas ante sus fieles, a los padres y madres de familia ante sus hijos y a los informadores ante la comunidad, a fin de lograr que los medios informativos cumplan con la misión que les señala la Providencia en este nuevo areópago que se abre al Evangelio.

1. A los sacerdotes:

1°. Deber de informarse. Todo sacerdote y agente de la pastoral, debe buscar estar informado con veracidad del acontecer nacional e internacional. La nota de catolicidad que adorna a nuestra Iglesia  y a nuestro ministerio, nos lo exige. Se requiere una selección y acercamiento a medios informativos serios, que no son siempre de sencilla lectura ni de fácil adquisición. Sólo así podremos estar al corriente de la “opinión pública”, tan cambiante y tan opuesta hoy al sentir eclesiástico. Estar informado es ya un acto de caridad pastoral.

2°. Deber de informar. La misión evangelizadora comporta el deber de informar al pueblo sobre el designio salvador de Dios, y sobre los obstáculos que le salen al paso. El profetismo está unido sustancialmente al deber de no callar ni ocultar la voluntad del Señor, manifestada en su Palabra y en los acontecimientos de nuestra historia. La parroquia debe ser un centro de información y de comunicación.  Debe existir una “opinión pública parroquial”, cuyo primer impulsor será el sacerdote.

3°. Deber de formar. La Iglesia se llama a sí misma “Madre y Maestra” de gentes y de pueblos; y la parroquia fue siempre un centro de formación, no sólo espiritual sino también en el campo de la cultura y de las artes. La legítima autonomía de éstas no nos exime, sino que nos apremia, a estar presentes en esos campos también. La fácil acusación de que “el pueblo no lee”, lleva consigo, al menos en parte, una confesión de culpa.

4°. Deber de reformar. Toda educación implica necesariamente una reforma del pensamiento y de las conductas desviadas. A la ignorancia generalizada, hay que añadir la deformación que ha sufrido el pueblo católico a causa del indoctrinamiento antirreligioso por parte del discurso y de la historia oficiales, por lo menos en lo que va de este siglo. Necesitamos una “purificación de la memoria” histórica, nos decía el Papa en su último Mensaje de la celebración del día de la paz (No. 3).

5°. Deber de transformar. Es evidente que, una formación que se ajusta a la verdad del hombre y a los altos valores cristianos que la sustentan; que se apoya en el testimonio del evangelizador y en la fuerza dinamizadora del Espíritu, genera necesariamente cambios a favor del individuo y de la comunidad. Deberíamos tener más confianza en la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, en el dinamismo del Espíritu y en nuestra propia misión.

2. A los padres y madres de familia:

1°. Deber de asumir su grave responsabilidad como formadores de la conciencia moral de sus hijos. Junto con la formación intelectual y el desarrollo físico, les está encomendada la formación de una conciencia recta en sus hijos, acorde con los valores y virtudes humanas y cristianas, poniéndose, ellos mismos, a la mitad del camino entre la emisión del mensaje y la recepción en la casa.

2°. Ser conscientes de que, o educan ellos a educan otros, sean los amigos o sean los medios informativos.  Su tarea educativa es inaplazable e insustituible. Por eso, deben proporcionar a sus hijos otros medios de entretenimiento: el gusto por la lectura, el amor a la naturaleza y los pasatiempos familiares.

3°. Busca el momento adecuado para dialogar y reflexionar con sus hijos respecto al contenido de sus lecturas, de lo que escuchan o de lo que ven en la televisión.  Deben ver la televisión junto con sus hijos y reflexionar con ellos los contenidos de lo que ven, oyen o leen.

4°. Informarse no sólo del contenido de las lecturas o de los programas, sino ser capaces de calibrar el grado de impacto que producen en la conciencia y conducta de sus hijos, que suele ser más fuete de lo que los adultos se imaginan. Hacérselo saber a sus hijos.

5°. Enseñar  a sus hijos a cotejar la información recibida con las enseñanzas del Evangelio, y a comparar las conductas con el ejemplo de Jesús, y preguntarse sobre el auténtico comportamiento cristiano. Leer, por ejemplo, un pasaje del Evangelio y confrontarlo con el modelo de vida que presentó la televisión.

3. A los informadores:

1°. Tener en cuenta, en primer lugar, a los destinatarios de sus mensajes y no a quienes pagan sus servicios. No olvidar que son formadores de la opinión pública. Sin esa preferencia, se desvirtúa de raíz su profesión, pues son informadores y formadores de la comunidad y no simples asalariados de un patrón. Deben dignificar su profesión.

2°. Ser capaces de erigir un código de ética, acorde a los valores humanos y cristianos, para normar su conducta y medir su responsabilidad. Elemento primario de este código es la honestidad. Una información sin fundamento en la verdad, es pervertir la profesión.

3°. Rechazar, a pesar de las constantes y fuertes presiones que reciben, todo mensaje que se oponga a la paz, contrario a la dignidad de la mujer y de la niñez. La ética debe abarcar también a los patrocinadores y empresarios: deben hacérselo saber.

4°. Hacer de los medios informativos instrumentos de difusión de los valores democráticos, de la cultura y de la solidaridad entre los pueblos. El informador católico debe superar la berrera de la vergüenza y disimulo de su fe, y convertirse en testigo sereno y firme de la misma.

5°. Recordar constantemente a los dueños o concesionarios de los medios informativos, que el fin que justifica su existencia, es el servicio a la comunidad. Es el bien social y no el lucro personal la razón por la que el Estado les otorga la concesión.

Sexta Parte: Conclusión

Un grito desesperado

46. Es evidente que sólo la acción de la sociedad podrá hacer frente a los abusos que propician los medios y, en particular, la televisión. Recogemos, como síntoma particularmente significativo de este malestar, el grito desesperado de Akbar S. Ahmed, erudito musulmán paquistaní de la universidad de Cambridge, quien, sensible a los valores religiosos que siente amenazados por los modernos medios informativos, escribe: “Todas las religiones tradicionales, ya sean budistas, hindúes, musulmanas o cristianas, fomentan la piedad, la contemplación y el misticismo. En contraste con ello, la violenta embestida en gran escala de los medios de comunicación constituye un grito obsceno a favor del ruido, el materialismo, el consumismo y la broma pesada. Los seductores anuncios, las glamorosas estrellas, todo ello ahoga los pensamientos de piedad y austeridad. Luego arrebata a los seres humanos la corona más delicada de todas: la dignidad. La tumultuosa irreverencia y la turbulencia del ingenio postmoderno no le conceden dignidad a nadie”(En Fin de Siglo, Ed. Mc Graw Hill, México 1996, pág. 28).

Respuesta de fe

47. Para terminar quisiera citar, con admiración y gratitud, unas palabras del Papa Juan Pablo II, que nos dice: “¡No tengáis miedo! Lejos de ignorar la realidad en que vivimos, leámosla con más profundidad. Discernamos a la luz de la fe los verdaderos signos de los tiempos… Dios creó en el hombre la exigencia de la comunicación y las capacidades para desarrollarla a escala planetaria. ¿Acaso no se asustó también María de un anuncio que, sin embargo, era el signo de la salvación ofrecido a toda la humanidad? Gracias a su fe, la Virgen María acoge el designio de Dios, entra en el misterio de la comunión trinitaria y, convirtiéndose en Madre de Cristo, inaugura en la historia una nueva fraternidad. Dichosos los que creen, a los que la fe libra del miedo, ¡que ésta abra a la esperanza, lleve a construir un mundo en el cual, por la fraternidad y la solidaridad, haya todavía espacio para una comunicación de la alegría!” (Mensaje 1988, 4.5).

Que el arcángel san Gabriel, mensajero privilegiado de Dios, que anunció a María el misterio de la encarnación de la Palabra divina en su seno, nos asista en la noble misión de ser continuadores del anuncio de la Buena Nueva para toda la humanidad.

Santiago de Querétaro, Qro., Enero 24 de 1997,

Festividad de San Francisco de Sales, Patrono de los Comunicadores.

† Mario de Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro