Carta Pastoral Nº 7: La Diócesis de Querétaro ante el Tercer Milenio

Sobre el estado que guarda la Iglesia Diocesana ante el gran Jubileo de la Encarnación del Hijo de Dios en vísperas del Tercer Milenio de la Era Cristiana.

 

A los Hermanos Presbíteros,
a los miembros de la Vida Consagrada,
a los todos los fieles católicos de la Diócesis de Querétaro:
 

Salud, paz y bendición en el Señor Jesucristo.

Presentación

0. El Gran Jubileo.

El Gran Jubileo de la Encarnación convocado por el santo Padre Juan Pablo II mediante su Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente es una ocasión propicia para asomarnos, aunque sea de una manera rápida, a la realidad rica y misteriosa de nuestra vida de creyentes y como miembros de una comunidad de salvación que llamamos Iglesia, con la intención de esclarecer nuestra identidad católica, de agradecer a Jesucristo su obra redentora y de corregir lo que hay entre nosotros como menos conforme con su Evangelio a fin de que seamos ante el mundo signo más creíble de su presencia salvadora.

 

 

Primera Parte: Quiénes somos 

1. En el mundo pero no del mundo

Los discípulos de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, congregados en su nombre por voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo, formamos un pueblo y constituimos una familia que llamamos Iglesia.  Pertenecemos a la una, santa, católica y apostólica Iglesia de Jesucristo. Somos un pueblo visible pero que persigue bienes invisibles; un pueblo terreno pero con destino celestial; un pueblo constituido por hombres marcado por la fuerza del pecado, pero sostenidos y vivificados por la gracia santificadora de Dios que nos hace vencedores en la lucha contra el mal; en una palabra, estamos en el mundo pero no somos del mundo, porque nuestro origen y nuestro destino miran y se asientan en la eternidad.

 

2. Constructores de la historia

Los cristianos formamos parte de la historia de la humanidad y contribuimos a construirla, sabiendo que esta historia está regida y gobernada por Dios y es, por tanto, una historia de salvación. Aceptamos y disfrutamos del mundo, amamos las realidades terrenas y buscamos su pleno desarrollo; más aún, sabemos que de este sincero empelo por mejorar la creación depende en mucho la salvación que esperamos; pero no identificamos la salvación con el progreso material ni el Evangelio con la cultura, si bien éste debe vivificar y elevar las culturas. Es precisamente el Evangelio de Cristo nuestra fuente de inspiración y cumplirlo nuestra meta, pues en él encontramos los valores trascendentes y eternos que sostienen nuestra vida y con los cuales buscamos mejorar el mundo y transformar la creación a imagen de Cristo resucitado.

 

3. Redimidos en la esperanza

Creemos con fe firme que el universo viene de Dios y que tiende a Él como a su fin. El es el principio y el fin de toda la creación y ésta, aunque sometida a la vanidad y al pecado, ha sido ya redimida por Cristo mediante su muerte y resurrección. “Los cielos nuevos y la tierra nueva en que habitará la justicia” (2 P 3, 13) son un realidad ya conquistada en la esperanza; pues somos ya hijos de Dios en verdad, pero aun no aparece lo que seremos en plenitud. Lo sabremos cuando aparezca Cristo y venga por nosotros.

 

4. El don de la fe

Estas cosas las conocemos mediante la Palabra divina que nos fue dad por medio de los apóstoles y los profetas en la santa Escritura, que la Iglesia conserva en su memoria, vive en el culto y constantemente enseña y recuerda por medio de sus Pastores. Es la santa Tradición. Sabemos que muchas de estas cosas no pueden ser entendidas ni comprendidas por quienes no gozan del fon de la fe, o por quienes la han perdido. Sin embargo, el hecho de ser creyentes no nos envanece, pues la fe es don y gracia de Dios que Él da, sin mérito personal alguno, a quien quiere o a quien de corazón se la pide. Por eso comprendemos y amamos a quien no piensa como nosotros, pero lo invitamos a conocernos con el deseo de que algún día comparte con nosotros esperanza tan consoladora.

 

5. El esplendor de la verdad

Los creyentes en Jesús tenemos un mandato grave e imperioso: predicar el Evangelio a toda creatura, y lo hacemos con alegría y confianza, sabiendo que la verdad que poseemos se impone no por coacción física o por humanos artilugios, sino por la fuerza de la misma verdad sostenida por el Espíritu Santo. Somos, pues, un pueblo sujeto a la verdad divina revelada y en obedecerla encontramos la realización más plena de nuestra voluntad y de nuestra libertad. Obedeciendo a Dios somos plenamente libres, gozamos del esplendor de la verdad y obtenemos como recompensa la paz.

 

6. Pecadores reconciliados

Nos causa dolor y pena la presencia del pecado en nuestra vida y en nuestra comunidad, pues, aunque la Iglesia es santa porque en ella circula la gracia de nuestra cabeza Cristo Jesús y es animada por el Espíritu Santo, nosotros, sus miembros, estamos aún sometidos a la tiranía del pecado y muchas veces incurrimos en él. Pero esto no nos desanima, sino que nos estimula a poner nuestra confianza en Dios y en su divina misericordia. En efecto, Cristo no vino a buscar a los justos sino a los pecadores, y por eso recurrimos a su misericordia y Él nos otorga su perdón. Con humildad reconocemos que no todos los miembros de la Iglesia somos santos, pero nuestro deseo es llegar a esa meta porque Dios nos ha llamado a la santidad. Estamos también seguros que existe mucha santidad oculta en la Iglesia, que sólo Dios conoce y que Él premiará y hará brillar a su debido tiempo.

 

7. Vencedores con Cristo

Por otra parte, como enseña san Agustín, “no debe perturbarnos el ver que sean muchos los que siguen al demonio y poco los que siguen a Dios, porque también el trigo, comparado con la paja, ocupa poco espacio. Pero así como el labrador sabe lo que ha de hacer del inmenso montón de paja después de recoger el trigo, así, para Dios no significa nada la muchedumbre de los pecadores, porque sabe lo que ha de hacer de ellos para que su reino no sea en manera alguna perturbado o afeado. No hay que creer que ha venido el demonio porque arrastra consigo a muchos, pues con todos ellos será vencido por pocos” (Para Catequizar a los Rudos, No. 31). El Señor tolera como paja hasta el día de la trilla a los pecadores recalcitrantes, para confirmar la fe de sus escogidos y ofrecer a aquellos un espacio de penitencia y de salvación. Quien está unido a Cristo y no lo niega ante los hombres, será vencedor con Él.

 

8. Cristo, plenitud de la historia

Algo que es fundamental para los cristianos y que constituye la mayor paradoja a los ojos de la increencia, es que el acontecimiento cumbre y definitivo de la historia humana y del cosmos ya ha tenido lugar, ya se ha realizado en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Si las cosas son así, como en realidad lo son, el progreso humano, al cual queremos contribuir sinceramente, lo vemos siempre a la luz de Cristo muerto y resucitado en quien la historia humana llegó a su plenitud y el hombre a su perfección; por eso, para los cristianos, todo progreso tiene en Cristo su plena realización y su medida. Para quien no entiende o ignore este punto de referencia de nuestro actuar, la vida y conducta cristiana serán siempre una paradoja.

 

9. Supremacía de Cristo

Cristo jamás será superado y la humanidad no podrá dar un paso auténtico hacia el progreso si lo hace en contra de Cristo. En Cristo se realizó la glorificación perfecta de Dios y la dignificación plena –divinización– del hombre. Todo lo que contradiga y se oponga a este plan de Dios o atente contra la dignidad del ser humano, está fuera del ámbito del Evangelio y del progreso. “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva” (S. Irineo), y la Iglesia ha sido llamada a recorrer el camino del hombre redimido por Cristo (cf Juan Pablo II, Redemptor Hominis No. 1). Ella debe cuidar y acompañar al hombre de todos los tiempos para que llegue a su plenitud porque Cristo es su Redentor y Salvador.

 

Segunda Parte: Cómo lo vivimos

10. Vida escondida con Cristo en Dios

Esta riqueza de gracia y de vida que recibimos de Cristo resucitado no ha llegado en nosotros a su plena manifestación. San Pablo nos lo recuerda: “Vuestra vida      –dice– está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida vuestra, entonces también os manifestaréis gloriosos con él” (Col 3, 4). Si nuestra vida está “escondida” quiere decir que sólo se percibe por la fe; pero al estar escondida en Cristo resucitado, esa misma fe nos impulsa a la esperanza: vivimos de la fe sostenidos por la esperanza. Es precisamente esta esperanza la que nos hace amar a nuestros hermanos, superar las adversidades, perdonar las ofensas, vencer los obstáculos y mantener nuestra confianza en el hombre y en su mundo, capaz siempre de redención. La fe nos lleva a la esperanza y ésta culmina en la caridad. En efecto, nuestra existencia cristiana se ve constantemente –a diario– sometida a la prueba, pero de ella salimos vencedores gracias al amor de Cristo. Así la Iglesia cumple en sus miembros lo que falta a la pasión de Cristo, su Cabeza y Señor.

 

11. Las heridas del Cuerpo de Cristo

Dos son en particular los clavos que taladran el cuerpo eclesial de Cristo: los perseguidores y los herejes y cismáticos.

Los perseguidores. Desde su nacimiento Cristo fue perseguido a muerte por el impío Herodes y, mientras exista en el mundo un discípulo de Cristo, la casta herodiana no se extinguirá. En sangre fue después bautizado nuestro Salvador y la sangre de sus discípulos se ha unido a la suya del Calvario por toda la redondez de la Tierra.  Viña santa nuestra Iglesia, “que crecía tanto más cuanto más era regada con sangre de mártires” (S. Agustín, Ibid. No. 44). En nuestra patria, desde la sangre infantil de los niños Mártires de Tlaxcala derramada en los inicios de la evangelización hasta la sangre de los centenares de mártires de la persecución de hace unos cuantos años, la Iglesia, como ha dicho el Papa, “ha vuelto a ser una Iglesia de mártires” (TMA  No. 37). De entre ellos han sido beatificados 22 sacerdotes del clero diocesano, dos jóvenes de la acción católica, un padre de familia y dos religiosos agustinos cuya sangre se sumó a la de San Felipe de Jesús y a la del Padre Miguel Agustín Pro sj.

Testigos de Cristo. La Iglesia de Cristo en su peregrinar desde hace 500 años en estas tierras mexicanas no sólo permanece incólume, sino que, gracias a esta sangre generosa, ha sido fecunda en frutos para Dios. Todos estos testigos de Cristo con otros muchos desconocidos, murieron frente al pelotón con el nombre de Cristo en sus labios y con perdón para sus asesinos en el corazón. Las balas de los perseguidores traspasaron sus cuerpos, pero el veneno de su odio no tocó su alma. Nosotros, los católicos de hoy, recogemos esa sangre y la guardamos con gratitud y veneración en nuestra memoria eclesial; al mismo tiempo que oramos por los perseguidores pues, como afirma san Pablo acerca de Herodes y Pilato, “si hubieran conocido al Señor de la gloria, no lo hubieran crucificado” (1 Co 2, 8). Por ignorancia procedieron, pues “el señor de este mundo”, el diablo, ensombreció sus mentes y envenenó su corazón para que lo cerraran a todo gesto de compasión a favor de las víctimas inocentes. En efecto, la persecución religiosa en nuestra patria en el primer tercio de este siglo ha sido una de las más crueles y despiadadas de la historia de la Iglesia.

 

12. Los herejes y cismáticos

Pero esta misma Viña del Señor también necesita ser podada para que sus sarmientos defectuosos sean separados y arrojados fuera; es por eso que del árbol santo de la Iglesia se desprenden los cismas y las herejías propiciadas por hombres soberbios quienes, en nombre de Cristo buscan su propia gloria y provecho y no la de Cristo. Por eso ya desde los comienzos de la Iglesia hubo disensiones y anticristos que dañaron la tela inconsútil de su unidad, pero que también contribuyeron a aquilatar y probar la bondad y virtud de los verdaderos sarmientos. Esos, dice san Juan, “salieron de entre nosotros pero, en realidad, nunca fueron de los nuestros” (1 Jn 2, 19).  Al final de los tiempos “separará Jesucristo a los buenos de los malos, poniendo entre éstos últimos no sólo a los que no quisieron creer en él, sino también a aquellos que creyeron sin corregir su vida” (S. Agustín, Ibid. No. 44). Por eso la división entre los discípulos del Señor nos lastima pero no nos perturba; nos preocupa pero no nos quita la paz ni debilita nuestra fe.

 

13. Intentos de división desde el poder

En nuestra patria se trató de dividir a la Iglesia católica desde lo alto del poder político durante la persecución religiosa, pero ya desde los tiempos de la llamada Reforma se buscó debilitar la unidad católica con la introducción de sectas y grupos religiosos. A este propósito escribió Matías Romero: “Siendo ministro de Hacienda, favorecí la implantación de la comunidad protestante… tuve que mandar por los protestantes a traerlos acá, ya que sólo unos cuantos extranjeros tenían otra religión que la católica… Favorecí entonces una comunidad protestante regida por un Mr. Riley que deseaba establecer una Iglesia Nacional Mexicana, en competencia con la católica romana… Con la cordial ayuda del presidente Juárez que participaba de mis propósitos, y quizá era más radical que yo en estas materias, vendí la Iglesia de san Francisco, una de las más bellas en el barrio mejor de México” (Citado por Aquiles P. Moctezuma, El Conflicto Religioso de 1926, Ed. Ayac, México, D.F., P. 198, 1929). Ahora estos grupos religiosos pululan por doquier y van señalando a su paso quiénes en verdad son de los nuestros y quiénes nunca fueron sarmientos genuinos de la Viña del Señor.

 

14. Responsabilidad personal

Cuando alguien pide la fe a la Iglesia, se le advierte de su gratuidad y del compromiso que implica su condición de creyente y, si acepta, se le dan los signos de a fe y de pertenencia a la comunión católica; pero sólo Dios sabe lo que cada uno lleva en su corazón y lo que hará en el porvenir. Los pastores de la Iglesia cumplimos con nuestro deber cuando anunciamos el Evangelio y enseñamos a observar lo mandado por el Señor. El resto es responsabilidad personal y de cada comuni- dad. Lo cierto es que al bien de la humanidad más contribuye uno que profesa la verdad que cientos que viven en el error, pues la auténtica libertad y la dignidad humanas son hijas de la verdad y no del error. Por eso, reprobamos el error aunque respetamos y amamos al que yerra y es nuestro deseo que se acerque a nosotros para compartir el gozo y el descanso de la verdad.

 

Tercera Parte: Nuestra acción de gracias 

15. Un siglo de fidelidad

Al finalizar este siglo debemos dar gracias a Dios por los sumos Pontífices que el Señor regaló en este trayecto secular a su Iglesia, comenzando por el glorioso pontificado del Papa León XIII quien convocó y celebró el Primer Concilio Plenario Latinoamericano y honró a la Iglesia con un magisterio brillante, en el cual sobresale su encíclica Rerum Novarum (1891) sobre las relaciones entre el trabajo, el capital, la propiedad privada y la dignidad de la persona humana, en particular de los obreros. Esta carta encíclica sirvió de inspiración a numerosas legislaciones laborales de los Estados y aún conserva en mucho su validez.

 

16. Un siglo de dolor

Le sucedieron en la cátedra de san Pedro grandes y santos pontífices: San Pío X es recordado con cariño y gratitud entre nosotros por haber permitido el acceso de los pequeños a la sagrada eucaristía; el Papa Benedicto XV y el Papa Pío XI, defendieron ante el mundo la libertad religiosa conculcada en nuestra patria y con firmeza condenaron los atropellos que se hacían a la comunidad católica. Sobre todo fue el Papa Pío XI quien llevó a México mártir en su corazón. Al Papa Pío XII le tocó enfrentar con valentía a los grandes dictadores de este siglo, hombres violentos promotores de la guerra que llenaron el mundo de miseria y de dolor. Su vida y servicio apostólico fue un himno a la paz en un mundo plagado de odio, y su magisterio un faro luminoso en el corazón de la Iglesia.

 

17. Reforma conciliar

Al Papa Juan XXIII, por designio especial de la Providencia y moción del Espíritu Santo, tocó convocar el máximo acontecimiento salvífico de este siglo, el Concilio ecuménico Vaticano II, dejando entrar aire nuevo y vivificante en la Iglesia, y el Papa Pablo VI lo llevó a feliz término poniendo en marcha  ala Iglesia bajo esta nueva luz en tiempos ciertamente tormentosos y oscuros. Su mano firme llevó adelante a la nave de Pedro, enfrentando los embates  de quienes deseaban reducir las enseñanzas conciliares a sus cortas miras e intereses. Fue este pontífice un firme timonel de la Iglesia, profeta y constructor de la nueva civilización del amor, defensor de la vida y de la dignidad humana, quien allanó el camino de la Iglesia hacia la modernidad.

 

18. Un siglo de gloria

Del breve pontificado del Papa Juan Pablo I recordamos su magisterio sereno y amable que encantaron al mundo y dieron paz a la comunidad creyente. De manera particular agradecemos a Dios el pontificado del Papa Juan Pablo II quien inició su ministerio visitando nuestro país con ocasión de la tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles (1979), que tato impulso dio a la evangelización en nuestra patria y en todo el continente. Su cariño hacia México y su amo a la Virgen de Guadalupe, así como su magisterio luminoso lleno de sabiduría, audacia y prudencia pastoral, son un legado precioso cuyos frutos durarán hasta el tercer milenio. A él debemos los reducidos espacios de libertad jurídica de que goza la Iglesia en México.

 

19. La vida por las ovejas

Damos gracias a Dios por los nobles y valientes obispos que el buen Pastor regaló a la Iglesia en México en este siglo, y en especial durante los años aciagos de la persecución religiosa. Todos ellos permanecieron fieles a su fe, a su ministerio episcopal y guardaron la comunión con sus hermanos obispos y con el sucesor de Pedro, a pesar de lo difícil de las comunicaciones y de los obstáculos que se les presentaban. Esto representó para ellos privaciones , amenazas, vejaciones, despojos y destierro, pero ninguno abandonó por temor a su rebaño ni pactó con los poderosos en contra de su fe o de su conciencia, resistiendo a las amenazas, difamaciones y torturas físicas y morales a las que fueron sometidos.

 

20. Obispo santo

Como no podemos mencionar aquí a todos los grandes pastores de la grey católica de este siglo, sólo recogemos el nombre del Beato Rafael Guisar y Valencia, obispo de Veracruz, infatigable misionero, amante de la santa Eucaristía, devoto de María Santísima y servidor de los pobres, quien padeció afrentas y destierro y a quien el Papa Juan Pablo II elevó a los altares. En su persona honramos a todos los obispos mexicanos víctimas de la persecución y fieles servidores de la Iglesia.

 

21. Nuestros Padres en la fe

De nuestra diócesis hacemos memoria agradecida de Mons. Rafael Camacho García, iniciador de la peregrinación masculina a pie al Tepeyac y fundador de la Escuela Diocesana de Música Sacra, que tanto ha contribuido a la celebración digna de la divina liturgia; de Mons. Manuel Rivera Muñoz, alma cultivada y piadosa que llevó en su corazón el deseo de construir la Iglesia Catedral, proyecto que resultó fallo a causa de los acontecimientos históricos adversos; de Mons. Francisco Banegas Galván, investigador de la verdad histórica de nuestra patria y defensor de los derechos de la Iglesia, quien padeció destierro y persecución; de Mons. Marciano Tinajero, reconstructor y organizador de la vida eclesial mediante la celebración del primer Sínodo Diocesano, y de mi ilustre predecesor Mons. Alfonso Toríz Cobián, hombre sabio y de buen humor, quien enfrentó con fortaleza los embates que originó la reforma conciliar en su no correcta comprensión.

 

22. Amor al Seminario

Virtud común a todos estos pastores fue su amor por el Seminario diocesano que los llevó a no escatimar esfuerzos por mejorar sus instalaciones materiales y a cuidar con esmero la formación intelectual y espiritual de los sacerdotes. Nosotros, su herencia espiritual, con la santa Escritura decimos: “Por siempre permanecerá su descendencia y su gloria no se marchitará; sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su apellido vive por generaciones. Los pueblos proclaman su sabiduría, y la asamblea celebra su alabanza” (Si 44, 12-15).

 

23. Sacerdotes ilustres

Invito cordialmente a todos los fieles católicos a dar gracias al Señor por el don del sacerdocio concedido a esta Iglesia particular en la persona de tantos abnegados presbíteros que han entregado su vida, en comunión con sus obispos, al servicio del Evangelio sea en las remotas parroquias de la sierra o bien en los cargos pastorales y administrativos del cabildo catedralicio, de la curia diocesana o del Seminario. En la persona del Sr. Cura D. Gonzalo Vega, apóstol de la Acción Católica y creador de instituciones destinadas a la formación y promoción de los obreros y defensor de los más pobres, quiero honrar a todos los abnegados trabajadores de esta porción de la Viña del Señor.

 

24. Mujeres Insignes

Agradecemos profundamente a Dios el don de la vida consagrada, con cuyos carismas y dones se ha visto enriquecida la fe cristiana y la acción apostólica y misionera de nuestra Iglesia diocesana. Los monasterios de vida contemplativa han sido remanso espiritual en los que la acción pastoral y evangelizadora han encontrado fuerza y salud sobrenatural. Particular mención merecen tres mujeres dotadas de dones extraordinarios de piedad, sabiduría y fortaleza: la Reverenda Madre Clemencia Borja Taboada, fundadora del Instituto de las Misioneras Marianas con apoyo del Reverendo Padre Luis Martín Hernández; la Reverenda Madre María Eugenia González Lafont, fundadora dela Congregación de las Misioneras Catequistas de María Santísima y la abadesa de las Religiosas Clarisas Sacramentarias del Monasterio de la Santísima Trinidad, la Reverenda Madre Sor María Trinidad Urquiza Septién. En la persona de estas tres mujeres insignes nuestra Iglesia diocesana agradece a todos los Institutos de Consagradas su testimonio de servicio al prójimo y de fidelidad a Cristo.

25. Tierra de catequistas

Los nombres de los innumerables apóstoles seglares, sobre todo catequistas, son conocidos sólo por Dios. Nuestra Iglesia Diocesana, gracias a la solicitud de sus pastores, ha sido y es terreno fértil y generoso de catequistas y evangelizadores. Sus buenas obras y méritos los harán brillar como estrellas en el firmamento pro toda la eternidad.  Recojo la memoria y el testimonio martirial de dos de ellos, de Manuel J. Campos Loyola, apóstol y defensor de los derechos de los campesinos asesinado por odio a la fe, y del maestro y luego ayudante de la parroquia de Colón, José Inés Sotero Nieves, padre de familia y cristiano ejemplar que fue vejado y después sumariamente fusilado en el atrio del santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano por no revelar el escondite del sacerdote de la región. Estos sencillos y valerosos cristianos son ejemplo y honra de nuestra Iglesia diocesana.

 

Cuarta Parte: Frutos amargos 

26. Patria maltratada

Ciertamente la situación de nuestro país es triste y en muchos casos lamentablemente dolorosa a causa de la pobreza, abandono y miseria que oprime a gran número de hermanos, así como de la ignorancia y violencia que consume los mejores esfuerzos de la comunidad nacional. Acuciosos son los estudios y señalamientos críticos que hacen analistas de la realidad política, económica y social de nuestro país. Pero parecen servir de poco, pues la situación empeora cada día. Las autoridades lamentan la situación pero el deterioro no parece tener remedio ni fin. La realidad cruda y cruel está a la vista y todos llevamos en nuestra carne las heridas que produce esta situación en el cuerpo de la nación. Aunque algunos gobernantes hayan cambiado de signo político, en la práctica siguen el mismo modelo avasallador e insensible hacia los más pobres.

 

27. Proyecto fracasado

Lo decimos con toda crudeza: ha fracasado el proyecto de nación (si ha existido algo que pueda llamarse así) impuesto por unos  cuantos e inspirado en el extranjero que nos ha regido durante este siglo. Ha fracasado la política económica y social y el descalabro del sistema educativo está a la vista a pesar de los esfuerzos humanos y la enormidad de recursos económicos empleados. Se impuso desde el poder un modelo político y educativo a contrapelo de la conciencia y de los valores que la nación mexicana lleva en su matriz cultural generando un lenguaje ideologizado y demagógico como instrumento de dominación de un pueblo de muy escasa escolaridad. Todo pensamiento y acción social o política de inspiración católica ha sido marginada deliberadamente en la elaboración de planes y programas comunes dando por resultado el desinterés, la ineficacia y el abstencionismo.

 

28. Modelo de vida equivocado

Dos son los señalamientos graves que hemos hecho los obispos al sistema educativo nacional: El“ubicar en su centro a las instituciones –desde donde fácilmente se imponen ideologías y se deforman las realidades– a la vez que se subordina o nos e toma en cuenta a las personas; y, por lo que respecta a la cultura, es necesario reconocer una preocupante tendencia hacia la destrucción de nuestro estilo cultural. Esta tendencia se debe, en parte, a que la planeación y acción educativas, no respetan las diferentes culturas y regiones que conforman nuestro país. Existe un incomprensible afán por buscar la uniformidad y por normar la educación en función de este criterio, cuando lo que hay que perseguir vehementemente es la unidad a partir de la diversidad que la enriquece y define… La consecuencia de ambos errores –el haber  desplazado a la persona del centro del proceso de la educación organizada y de aferrarnos al falso ideal de la uniformidad cultural e impuesta– es la injusticia.  Hemos logrado repartir injustamente un modelo de vida equivocado” (Cem, Presencia de la Iglesia en el Mundo de la Educación en México, Nos. 103 y 104). La demagogia confundió e invirtió los valores viniendo la cantidad a deteriorar la calidad y la escolaridad a confundirse con la educación. Esto lo decíamos n 1987, mucho antes de la crisis de Chiapas y de la actual.

 

29. Semillas de increencia

Los católicos sabemos por la fe y por la experiencia que el misterio del hombre expresada en las preguntas ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido último de mi vida?, ¿por qué el dolor y la muerte?, sólo encuentran respuesta plena a partir del misterio de Jesús, el Verbo encarnado. La experiencia también nos enseña que excluir al Creador de nuestra vida se revierte contra la creatura. Estamos, pues, cosechando lo que a lo largo de todo este siglo gente ajena al pensar cristiano ha sembrado, y los católicos hemos aceptado al no crear estructuras evangelizadoras para llenar este vacío. La semilla que se ha regado es el olvido de Dios, el desprecio a la Iglesia y la burla y el odio a la fe y moral cristianas.

 

30. Pasivos tolerantes

Los católicos, por lo general, hemos permanecido pasivos y tolerantes, muchas veces complacientes, pensando en el provecho personal y no en el bien del país. Se vive un catolicismo diluido, sin compromiso público y social, donde la fe se somete al gusto o a la conveniencia económica o política, incluso cuando se llega a afirmar la inspiración cristiana de su conducta. Prevalece la satisfacción individual e intimista del sentimiento religioso a la vivencia comunitaria de la fe católica. Hoy comenzamos a caer en la cuenta que ningún bien particular puede buscarse en detrimento de la solidaridad y de la comunidad.

 

31. Derechos conculcados

Son, en este sentido, dignos de alabar los padres de familia que buscan para sus hijos una educación coherente con sus principios morales y con su fe –lo cual constituye también su derecho– aunque tengan que pagar un costo adicional por dicha educación. Los que la desean pero no pueden cubrir esta sobre tasa, reciben doble afrenta pues se les niega lo que desean y a los que tienen derecho, al mismo tiempo que se les impone lo que rechazan. Así, el sistema educativo vigente, nada más desde este capítulo, aparece como injusto y discriminatorio. Sólo a la educación impartida por el Estado se le reconoce categoría de “pública” como si la impartida por particulares careciera de utilidad social. El lenguaje ambiguo e ideologizado ha invadido el campo educacional como la vida pública en general.

 

32. Valores negados, manipulados

La decepción y el fracaso mayor se genera cuando se educa sin valores, cuando se mutilan los que se viven en el hogar y en la comunidad o cuando se niegan al querer sustituirlos por ideologías ajenas, que coinciden generalmente con la del gobernante en turno. La enseñanza oficial sobre los valores que se imparte desde la educación preescolar está impregnada de pragmatismo y relativismo, destructores de los valores familiares preponderantemente cristianos y de la convivencia social. Sin el debido respeto a la tradición nacional y familiar no puede haber educación ni progreso.

 

33. Cosecha amarga

No nos cansamos en repetir: estamos cosechando lo que se sembró.  La violencia e injusticia reinantes no son más que prolongación de las injusticias y violencias cometidas y que se siguen cometiendo desde el poder. Perdura la violencia del lenguaje comercial en el engaño publicitario y la del lenguaje común mediante la mentira como forma de vida o de supervivencia. Los frutos están a la vista. El comportamiento social oscila entre la esperanza que generan las promesas y los desengaños de su incumplimiento; entre la sonrisa del halago propagandístico y la mueca del desengaño; entre el deseo de superación y progreso y el magro resultado que se permite obtener. La desconfianza y la desilusión han sentado sus reales entre los ciudadanos y con las instituciones.

 

34. Alianza nefasta

Sin lugar a dudas, uno de los mayores males del país ha sido la alianza del poder político con el poder económico y con los medios de comunicación. Los frutos amargos de esta alianza nefasta son los pobres, incontables y crecientes. La pobreza no es fruto del acaso o de la flojera, sino de la injusticia y de la soberbia. La riqueza y el poder endurecen el corazón y cierran los ojos al dolor del pobre. Los fraudes multimillonarios y la violencia incontrolable no son más que fruto del desprecio a Dios y a su santa ley. Los incrédulos y los burlones pueden opinar lo que quieran, pero para los creyentes es así. El principio de la sabiduría es el santo temor del Señor, como nos enseña la Biblia y el catecismo. Todos los análisis y proyectos de reforma social y de combate a la violencia y al narcotráfico serán vanos e ilusorios sin la conversión del corazón. Hay que volver a la observancia de los Diez Mandamientos, como el Papa Juan Pablo II se lo recordó a los políticos y diplomáticos recientemente en su discursos en Los Pinos (23.01.99), porque quien rechaza a Dios termina vulnerando y asesinando al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. La vaciedad del estómago de los pobres se origina en la dureza del corazón de los poderosos.

 

35. Modelo económico inhumano

De la concepción liberal de la economía se ha derivado la práctica vigente entre nosotros que se conoce como economicismo o neoliberalismo y del cual los Obispos hemos hecho algunas anotaciones severas en nuestro Proyecto Pastoral 1996-2000. Hemos dicho, por ejemplo, que “el modelo económico implementado en el país, que cuida prevalentemente los índices de rendimiento de la macro economía, ha provocado desequilibrio, debilitamiento y miseria” (No. 84), y señalamos que “faltan modelos económicos alternativos que tengan más en cuenta la dignidad inviolable de cada persona, los valores éticos en la vida social, el destino universal de los bienes y, en general, la realidad social del país” (No. 86).

 

36. El tener sobre el ser

En efecto, este enfoque económico privilegia el mercado sobre las personas e ignora totalmente la existencia de bienes que no son ni pueden ser simples mercancías como son los bienes del espíritu y la dignidad misma de las personas. En nombre de las leyes del (mal) llamado libre comercio se niega que exista algo que le sea debido al hombre sencillamente porque es hombre. A los pobres no se les ofrece ninguna posibilidad real de desarrollo y de aportar algo al bien común de la humanidad. “Nunca será posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes nos e los libera de la miseria debida a la carencia de una educación digna”, esto es, si no se les ofrece la oportunidad de participar en el bien común, nos dice el Papa Juan Pablo II en su Exhortación “La Iglesia en América” (No. 71).

 

Quinta Parte: Corresponsabilidad eclesial 

37. La hora y misión de los fieles laicos

Esta es la hora de los fieles laicos. La Iglesia en México, está esperando que la vocación y misión propia del laicado católico entren en acción. Es clara la exhortación apostólica “Para Anunciar el Evangelio” del Papa Pablo VI: “El campo propio de la actividad evangelizadora de los fieles laicos, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (EN 70). En el campo de la acción política es urgente la presencia y la acción de laicos católicos ilustrados y decidios que con su acción pública demuestren la validez de su fe y con su pensamiento claro y firme contribuyen a esclarecer los principios morales de la doctrina social de la Iglesia, principalmente ante otros actores políticos clamorosos que sólo pretenden amedrentar y crear confusión.

 

38. Actores o cómplices

Sus pastores, con el Romano Pontífice a la cabeza, hemos alzado la voz y empeñado nuestro magisterio defendiendo la libertad de la Iglesia, el derecho de los padres de familia a escoger el género de educación que desean para sus hijos; hemos denunciado la afrenta que sufren los pequeños en sus hogares con programas televisivos cargados de sexualidad, pornografía y violencia, atentatorios contra la moral e integridad psicológica de los pequeños; lo mismo hemos hecho con la corrupción que invade las instituciones públicas y la conducta personal así como la injusticia y miseria que padecen incontables hermanos. Pero todo esto será insuficiente, como en parte lo ha sido, si los fieles católicos no dan la cara y alzan la voz y cambian de conducta y se responsabilizan de lo que pasa a su derredor y caen en la cuenta que todo, aún lo más mínimo, nos afecta a todos.  O somos actores del bien o nos convertimos en cómplices del mal. Esto podemos decirlo porque sabemos de la riqueza que entraña nuestra fe y del valor que el Espíritu comunica a quienes confían y se dejan guiar por Él. No por revancha, sino por convicción y deber, debemos empeñarnos en evitar que este país se siga deteriorando. No hacerlo es complicidad y pecado de omisión. La fuerza que nos ofrece la Iglesia con la riqueza del Evangelio nos hace a los católicos capaces y responsables de levantar este país.

 

39. Signos de pertenencia eclesial

La vida cristiana s abundante, multiforme, gozosa; se origina en la fe, don inmerecido de Dios, se sostiene mediante la esperanza y se acrecienta con la caridad; recibe la luz de la Palabra de Dios y su fuerza de los Sacramentos cuyo centro y perfección es la santa Eucaristía.  Todo esto se recibe y vive en la comunidad de salvación que es la Iglesia, cuya cabeza es Cristo y cuya alma es el mismo Espíritu Santo. Pero hay dos signos externos y visibles de pertenencia a la Iglesia que expresan la calidad de vida del católico: son la santificación del Domingo y la corresponsabilidad en las obras comunes mediante la cooperación del Diezmo.

 

40. El Domingo

El Domingo es el Día del Señor. Es el día de la resurrección de Cristo, dato originario y central de la fe cristiana. Sin fe en la resurrección de Cristo y sin celebración de acontecimiento tan glorioso, no hay vida cristiana posible. La celebración del Domingo tiene su origen en la práctica de los apóstoles y la Iglesia la ha conservado a lo largo de su historia, a veces con grandes sufrimientos. Hoy es conquista espiritual de los cristianos. Es el día del triunfo del Señor Jesús sobre el pecado y sobre la muerte; por eso, celebrarlo es celebrar nuestra libertad. Es el día del descanso del Señor y guardarlo es manifestar nuestra condición de señores, no de esclavos del trabajo. Es el día de la Iglesia, día en que nos reunimos los creyentes en Cristo para compartir el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es el día de los días, porque el día Domingo es el día octavo, el último de la semana, que anuncia la venida del Señor Jesucristo al final de los tiempos. Es la celebración del estupor de la vida que brota de la muerte y que hace renacer todas nuestras esperanzas. En una palabra, celebrar el Domingo participando en la Eucaristía y descansando, es señal inequívoca de que formamos parte de la comunidad de salvación y que nos espera un esplendoroso futuro. Por eso, abandonar la celebración dominical es poner en riesgo la salvación.

 

41. El Diezmo

El Diezmo o cooperación diocesana es la aportación personal que cada fiel católico da a su Iglesia como signo de solidaridad y participación en las obras comunes de evangelización, catequesis, sostenimiento del Seminario y de los ministros, formación sacerdotal, culto divino y demás actividades y servicios de caridad. El Diezmo expresa de manera visible nuestro aprecio por la Iglesia, de la cual recibimos la fe y cuyo crecimiento queremos propiciar para que la salvación de Dios llegue a todos los hombres. El Diezmo no es limosna, sino participación responsable y generosa en las obras de la Iglesia diocesana. No debe confundirse, ni su obligación se cumple, con otras ayudas a instituciones piadosas o religiosas; por tanto, todos los institutos o agrupaciones diocesanas deben cumplir con este deber. El Diezmo es, en una palabra, el signo externo que manifiesta nuestra gratitud a Dios y nuestro amor y compromiso con la santa Iglesia. La economía diocesana tiene la responsabilidad de la recta administración y rinde informe a los párrocos y capellanes de las aportaciones anuales y de su uso en la diócesis.

 

Sexta Parte: Una mirada al futuro 

42. Cuatro escenarios

El presente y el futuro de la Iglesia están en las manos de Dios. Ella es la esposa de Cristo adquirida al precio de su sangre (cf Ef 5, 26), y Él la cuida con solicitud y amor. Sin embargo, por lo que respecta a su desarrollo histórico, “la Iglesia va caminando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (S. Agustín), en lo que mucho tiene que ver el comportamiento de sus hijos. Desde esta perspectiva bien podemos imaginar, no sin cierta audacia, cuatro escenarios posibles para el destino de la Iglesia, al finalizar la primera década del Tercer Milenio. Los proponemos de manera esquemática:

 

1° Modelo norteamericano

Podemos imaginar que para entonces la situación del país ha experimentado un crecimiento económico notable por el éxito del Tratado de Libre Comercio, y que la influencia cultural y religiosa de los grupos disidentes y protestantes ha sido notable. En este caso nos iríamos configurando según el modelo de vida americano y la Iglesia católica vendría a ser un grupo significativo de creyentes entre otros muchos, y nada más, como lo es actualmente en los Estados Unidos de Norteamérica. Este sería, en síntesis, el sueño de los viejos liberales que pretendían, no acabar con la Iglesia católica, sino acotar su influencia y poder con la presencia de otras denominaciones religiosas fuertes. Por eso ahora hablan con gusto de “las iglesias”, sobre todo en la legislación y discurso civil sin hacer las precisiones de rigor.

 

2° Modelo secularizado

Podemos también pensar que el impacto del secularismo ha hecho mella profunda en la fe del pueblo, de modo que buena parte de los católicos, quizá la mayoría, conservan el nombre pero no la práctica ni los contenidos de su fe; más bien se rigen por las doctrinas pseudoespirituales de corte gnóstico, por el esoterismo y por los cultos orientales y paganos. La vida católica se vería reducida a la práctica de ciertos rituales y ceremonias y al aparato administrativo como ha sucedido en algunos países del primer mundo, antes practicantes. Este tipo de creyente “secularizado” comienza ya a proliferar en las grandes ciudades y en los clubes y ambientes exclusivos, por ejemplo entre los artistas e intelectuales. La Iglesia conserva su valor en cuanto favorece un cierto prestigio social y es útil para el lucimiento –bodas, quinceaños, etc.– y mientras su moral se mantenga dentro de los límites de la propia convivencia, sin llegar al compromiso. Son los que sostienen las páginas de “sociales” en los periódicos y de las revistas de modas o promoción.

 

3° Modelo actual

También podemos seguir pensando que el pueblo católico mexicano, a pesar de su pobreza, miseria, desigualdad e injusticia que perduran, continúa fiel a la Iglesia y a la práctica religiosa, especialmente en su expresión de piedad popular y fiestas religiosas. El substrato católico mostraría su profundidad y vigor y México seguiría “siempre fiel” a su fe, especialmente en sus expresiones más visibles como son la devoción guadalupana y su adhesión al Romano Pontífice. La reciente visita del Papa Juan Pablo II confirmaría esta confianza e indicaría que este caminos sigue siendo válido y seguro para el mantenimiento de la fe católica.

 

4° Modelo deseable

Finalmente, podemos soñar que, gracias a la “nueva evangelización” proclamada por el santo Padre Juan Pablo II en Santo Domingo y acogida con entusiasmo y fervor por los pastores y fieles –éstos organizados en un laicado consciente, preparado y militante– la comunidad católica ha experimentado un salto cualitativo en sus miembros, que se refleja en una sociedad solidaria y justa, próspera, reconciliada y alegre. Un laicado maduro y vigoroso, como fermento en la masa, cambiaría las estructuras económicas y políticas viciadas de modo que la Iglesia vendría a ser la generadora y promotora de los espacios de libertad y solidaridad que andamos todos buscando. La exhortación apostólica “La Iglesia en América” sería la inspiradora de una solidaridad continental originada por la fe común en Cristo y generadora de una sociedad más justa, igualitaria y fraterna.

 

43. Auscultar el designio de Dios

Ante estos cuatro escenarios necesariamente esquemáticos, el último se nos antoja un sueño imposible; pero, si auscultamos con fe el designio de Dios, tenemos que confesar que en esa línea va el proyecto del Reino de Dios que inauguró Jesucristo, y que esa es la Iglesia que anhelamos y debemos ser. No se trata, pues, de una utopía sino del proyecto salvador querido por Dios en su etapa de realización plena por obra del Espíritu Santo, según la promesa: “Lo antiguo ha pasado… Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21ss), que viene a ser lo que diariamente pedimos al Padre del cielo cuando decimos: “Venga tu reino”. “Reino, dice el Concilio, que está ya misteriosamente presente en esta tierra y que, cuando venga el Señor, se consumará su perfección” (GS 39).

 

Séptima Parte: Hacia el tercer milenio 

44. América, una en Cristo

Estos son algunos de los aspectos de nuestra realidad social y religiosa que considero más relevantes y las líneas pastorales que ha venido proponiendo la Iglesia a partir del Concilio ecuménico Vaticano II y que los pastores del continente latinoamericano han querido poner en práctica con los documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo, en particular mediante los Planes Diocesanos de Pastoral. Nuestra Diócesis en ello se ha visto empeño, las orientaciones de la carta apostólica “La Iglesia en América” del Papa Juan Pablo II reforzando los “elementos comunes a todos los pueblos de América, entre los que sobresalen una misma identidad cristiana de América no puede considerarse como sinónimo de identidad católica”, lo cual “hace especialmente urgente el compromiso ecuménico, para buscar la unidad entre todos los creyentes en Cristo” (EA 14). Tendremos que hacer un gran esfuerzo de apertura y diálogo para incorporar nuestra Diócesis en esta dinámica ecuménica y no vernos reducidos a un enclave autocomplaciente y cerrado, contrario al espíritu católico.

 

45. Revisar métodos pastorales

Para esto, el Papa nos propone “revisar los métodos pastorales empleados, de modo que la Iglesia particular ofrezca a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolide las estructuras de comunión y misión, y use las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos en Jesucristo, por la oración y la meditación de la Palabra de Dios” (EA 73). “Para ello es necesario que los fieles pasen de una fe rudimentaria, quizá mantenida por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovación de la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la verdad que es Cristo” (EA 73). Se nos exige, en una palabra, la conversión pastoral.

 

46. La civilización del amor

Nuestra diócesis, pues, deberá moverse entre la doble dinámica de la  gratitud por la fe recibida y la esperanza en construir la civilización del amor en comunión, participación y solidaridad con todos los pueblos de América. Se impone un renovado esfuerzo por conocer mejor el designio salvador de Dios en toda la riqueza como nos lo proporciona su santa Palabra y con la claridad y urgencia con que nos lo propone el Concilio Vaticano II y el reciente magisterio eclesial. Esto implica esfuerzo y sacrificio tanto de parte de los fieles laicos como de sus pastores sin excepción, porque sólo el que lucha vence y sólo al vencedor se le promete la palma de la victoria.

 

47. Madre solícita

La Virgen Santísima en su advocación de nuestra Señora de los Dolores de Soriano, patrona principal diocesana, será siempre fuente inspiradora y modelo de seguimiento de su Hijo, así como intercesora y auxilio eficaz en nuestras dudas y debilidades y, en toda ocasión, Madre amorosa y solícita de aquellos a quienes Él le encomendó junto a la cruz llevar a la salvación.

Santiago de Querétaro, Qro. Mayo 23, Solemnidad de Pentecostés, 1999.

† Mario de Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro