Quien ama a su prójimo ya ha cumplido la ley

XXIII DOMINGO ORDINARIO
Mt. 18, 15-20

La Iglesia es como el mundo, un campo de cultivo en el que la buena semilla y los abrojos crecen juntos hasta el final de la historia (Mt 13, 36-46). Constantemente afluyen en ella el mundo irredento, de manera que la comunidad cristiana no es una comunidad absolutamente libre de pecados y conflictos. Solo que en ella los conflictos no se resuelven como en la sociedad ordinaria. La comunidad cristiana florece en el campo de la reconciliación y del perdón. El mensaje es claro, a la base de cualquier relación interpersonal, familiar, eclesial  o social debe existir la lógica del amor. La moral cristiana no está fundada sobre una serie de preceptos más o menos negativos, sino sobre la responsabilidad de cada uno  para con el otro. Este amor se manifiesta en la “corrección fraterna”. Un amor permisivo, incapaz de denunciar el mal que aflige a nuestros hermanos es un amor falso. Cada uno estamos llamados como el profeta Ezequiel  a ser “centinelas del prójimo” pues la espiritualidad de la comunión comienza cuando sentimos al otro como «uno que me pertenece », para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. (Cfr. NMI  43).

Los discípulos misioneros de Jesús no seguimos la vía del amor, de la solidaridad y de la corresponsabilidad con una “posición pasiva” de frente a los errores de nuestro prójimo, actuamos comprometidos con  la “corrección fraterna” recomendada por Jesús; ésta comporta una actitud de comprensión y de coraje al fin de permitir al hermano que se encuentra en el error, la oportunidad de  arrepentirse. Tal corrección no tiene el carácter de acción punitiva es sobretodo un gran ejercicio de amistad, más aún de caridad, supone que si amas al otro como “como a ti mismo” en la confianza de ser frágiles pero también fuertes, se vive la dinámica evangélica de la “espiritualidad de la comunión”.

La clave nos la da Jesús mismo en su Evangelio: la eficacia de la oración común. La comunidad reunida en la caridad goza de la presencia de Cristo y en él, obtiene del Padre que progrese la reconciliación universal. El Señor está presente ahí donde hay la auténtica concordia en la oración. Así el Señor no solo respaldará las decisiones que tome la comunidad, sino que estará presente en medio de sus discípulos, de un modo muy especial que ellos se reúnan en oración, pues en la comunidad que ora es el lugar privilegiado de la presencia del Señor (Mt, 28, 20). La participación en la Eucaristía tiene como fruto el fortalecimiento de la fidelidad y de la concordia de los hijos de Dios.

“Sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (NMI 43).

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro