PALABRA DOMINICAL: XVI Domingo Ordinario

“Muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria”

Lc 10, 38-42

El pasaje del Evangelio de este domingo sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que hemos meditado la semana pasada. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.

La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”. Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.

Para entender mejor es necesario recodar un código importantísimo del oriente medio: La ley de hospitalidad, es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.

Este mismo código parece estarse cumpliendo en casa de Marta y María. El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.

El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje, sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.

Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes.

La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.

Recordemos que solo se empieza a ser cristiano, después de un encuentro personal con el Señor Jesús, que da un nuevo rumbo a la historia, una nueva forma de “ser” y no de “hacer”.

En este mundo tan acelerado bien nos haría a todos aprender a tener momentos de contemplación y disfrutar las pequeñas cosas cotidianas de la vida.  A la luz de esta Palabra los invito a preguntarnos seriamente: ¿qué es lo más importante para mi vida?  ¿en qué cosas invierto mi tiempo? ¿realmente vale la pena?

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro.