¿Ves a esta mujer?

1. Esta pregunta la hizo Jesús al fariseo Simón, quien lo había invitado a comer a su casa. Compartir el pan con los amigos era tener parte en la bendición de Dios, según el sentido religioso de las comidas judías. Jesús fue inivtado, pues, a la casa de Simón a compartir el pan y hacer presente la bendición de Dios.

2. Grande fue sin lugar a dudas el desconcierto y malestar de Simón por la irrupción, casi violenta, de una mujer en su casa en la hora de la comida. Cosa inusual, además de inoportuna, era la presencia de una mujer en un banquete ritual, mucho más por ese arrojo desenfadado y esos gestos escandalosos: abrazando los pies del huésped de honor, regándolos con sus lágrimas y ungiéndolos con perfume. No es, pues, que Simón no hubiera advertido su presencia; más aún, ya la había identificado con una mujer pecadora; y acertó en eso Simón, pues san Lucas la llama en su evangelio pecadora pública (7, 37).

3. La pregunta de Jesús apunta al corazón de la mujer y de Simón. Sus ojos y sus convicciones religiosas le habían dado a Simón la pauta para identificar y catalogar a esa mujer, pero no para conocer su corazón. Navegaba todavía en un mar de oscuridad, pues no sólo desconocía el interior de esa mujer, sino también quién era Jesús, su invitado de honor. Jesús, con esa pregunta, le revela su misterio. En el corazón arrepentido de esa mujer se refleja el rostro verdadero de Dios. Jesús es la presencia viva de la misericordia de Dios que perdona los pecados. Ella le lavaba los pies con sus lágrimas, pero él le purificaba el corazón con su gracia: Porque ha dado muestras de amor, se le perdonan sus pecados. Sólo el amor perdona los pecados y esa es la lección que recibe Simón precisamente de esa mujer y que ratifica Jesús. Esta es la diferencia entre la ley de Moisés y el evangelio de Jesucristo.

4. ¿Ves a esta mujer? Esa pregunta de Jesús sigue pesando en la conciencia de nuestra sociedad y de toda autoridad. Con el intrincado aparato de legalidad existente se le busca dar respuesta ocultando la realidad; se inventan zonas de tolerancia, se les cambia de nombre y hasta de estatuto social, pero se mantiene el régimen de marginación y de explotación. Esta es otra manera de no ver y de seguir lucrando con su dignidad. Simón sigue presente entre nosotros. Aunque sentado al lado de Jesus, está más lejos de su corazón que esa mujer arrojada a sus pies, pues el amor es lo único que nos acerca a Dios.

5. Pero el campo del fariseísmo es mucho más amplio, casi como la vida toda. Esta visión empañada no sólo finge no ver a esa mujer, sino también a ese migrante, a ese niño —le llama producto—, a esa familia, a ese enfermo, del ciudadano sólo mira su potencia económico o su credencial de elector. Jesús salva devolviendo al hombre su dignidad: Tus pecados te son perdonados. El pecado degrada; en cambio, la misericordia y el perdón reintegran al hombre a su relación armoniosa con Dios, consigo mismo y con los demás. El cristianismo tiene la osadía de presentarse como la religión verdadera porque es la única que puede devolver al hombre su dignidad, y decirle: Vete en paz.

† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro