Un grito silencioso

XX DOMINGO ORDINARIO
Mt. 15, 21-28

Cuando miramos la realidad y constatamos nuestras limitaciones para atender las expectativas de nuestra comunidad entendemos este pasaje evangélico donde el reclamo de la mujer parece volverse obstinación cuando le pide a Jesús realizar el milagro que ella necesita. Los obispos en Aparecida nos han señalado el reto que implica atender una comunidad resaltando lo siguiente: “Constatamos el escaso acompañamiento dado a los fieles laicos en sus tareas de servicio a la sociedad, particularmente cuando asumen responsabilidades en las diversas estructuras del orden temporal. Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales. De igual forma, nos preocupa una espiritualidad individualista. Verificamos asimismo, una mentalidad relativista en lo ético y religioso, la falta de aplicación creativa del rico patrimonio que contiene la Doctrina Social de la Iglesia, y en ocasiones, una limitada comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y específica de los fieles laicos” (DA 100c).

Hoy, los “que no tienen salvación” según algunos esquemas son sujetos de la misión permanente, porque no podemos dejar de lado el compromiso de los “rostros que nos duelen” y entre ellos aquellos “gentiles” que sin duda existen por doquier y por quienes se debe prodigar toda la tarea evangelizadora Y MISIONERA QUE HEMOS EMPRENDIDO y que el Señor Jesús nos urge con el mandato, “vayan”.

En el texto del evangelio San Mateo responde a una situación concreta de la comunidad; se dirige a los sectores que aceptaban con dificultad la entrada de los paganos a la Iglesia y apoyaban su postura en las palabras de Jesús: “Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas de Israel”. Les recuerda que Jesús se acercó también a los paganos y descubrió en ellos una fe ejemplar, como esta mujer que apela a las “migajas”. Con ello el Señor resalta que nadie queda excluido del Evangelio. Este va dirigido a todos los pueblos y a todas las personas.

La mujer, llena de fe, suplica al Señor en súplica confiada: “¡Señor ayúdame!”. Un grito insistente que es valorado y atendido; la paradoja de un grito silencioso de muchos que esperan en sus hogares para que alguien les atienda y le proclame cual es el camino para vivir el encuentro con el Señor, aparece por doquier. Un grito silencioso, que sólo acercándose lo suficiente se puede escuchar. La sed de Dios es patente cuando en la cercanía con  quien experimenta, como esta mujer, un vacío o necesidad, buscamos atender realmente para decirles que es posible encontrar repuestas a las expectativas del hombre que sufre o que añora ser escuchado.

El reto es una Nueva evangelización con un ardor renovado, que no brota sólo de nuevas estrategias sino de la fuerza del Espíritu que nos transforma entrando en un proceso de conversión personal y comunitaria, incluida la apertura para renovar nuestras estructuras caducas.

¡Ánimo!

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro