Somos participes de la misión de Cristo

XXVII DOMINGO ORDINARIO
Mt. 21, 33-43

Bajo la imagen de la viña común a los textos de la Palabra de Dios de este domingo  la idea central es el “traspaso del reino de Dios a su nuevo pueblo”, la Iglesia que Jesús fundamenta como piedra angular, y que debe producir frutos para Dios. Buscando quien es quien en la parábola, resulta evidente que la viña es Israel; el dueño, Dios; los arrendatarios, los jefes del pueblo Judío; los mensajeros los profetas; el hijo muerto, Cristo Jesús; y el castigo de Justicia, la entrega de la viña a otros, es decir la admisión de las naciones paganas en el reino de Dios.

La parábola de los viñadores homicidas constituye un compendio de la historia de la salvación del hombre por Dios, desde la alianza del Sinaí hasta la fundación de la Iglesia por Jesús, como nuevo pueblo de Dios  pasando por los profetas y la persona de Cristo. Él anunció el reino de Dios y fue constituido piedra angular de todo el plan salvador de Dios, mediante su misterio pascual con la muerte y la resurrección. En esta perspectiva histórico-salvífica hay dos momentos cumbre que acentúa la parábola: Cristo y la Iglesia. Cristo, quien siendo rechazado es constituido piedra angular (Cfr. Hch 4, 12). La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, cuya misión dentro del marco de la historia de la salvación, es dar frutos de fe.

La parábola es una última llamada a la conversión de fe. Jesús está ya en la meta final de su camino de subida a Jerusalén. La comunidad cristiana está llamada a reconocer el mesianismo de Jesús, y a que sus frutos sean según Dios, puesto que se le ha confiado la viña del reino para un servicio fiel y fecundo. La fe, el culto y la oración han de plasmarse en frutos para no frustrar las esperanzas del Señor en este momento de la historia, tiempo de sazón, de vendimia y cosecha de Dios. Nuestra elección como pueblo a él consagrado no ha de ser motivo de orgullo estéril, sino de fértil responsabilidad cristiana, de modo particular en la construcción de la paz y de la justicia.

Necesitamos dejarnos  convertir en una Iglesia más fraterna y humana que produzca frutos de participación  y solidaridad, justicia y progreso, liberación y desarrollo. San Pablo nos dice en la segunda lectura aquello que hemos de tener en cuenta y practicar “todo lo que es verdadero, noble, justo amable, puro y laudable; todo lo que es virtud” (Fil 4, 8). En una Palabra guiados por el Espíritu de Dios y no por el afán de dominar, esos son los frutos que hemos de producir  y no los agrazones del egoísmo: opresión del más débil, rivalidad agresiva, competencia desleal, intolerancia y violencia. “los frutos que este interrumpido proceso de evangelización genera dentro de la Iglesia  como signo de la fuerza vivificadora del Evangelio toman forma en la confrontación  con los desafíos de nuestro tiempo. Es necesario generar familias  que sean signos  verdaderos y reales del amor y de coparticipación,  capaces de dar esperanza porque están abiertas a la vida”.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro