SANTO DEL DÍA: SAN GERMÁN DE PARÍS, OBISPO.

San Germán de París, Obispo

Nacido cerca de Autun hacia el año 496 y muerto en París el 28 de mayo del 576.

Según su amigo san Fortunato, estuvo a punto de no venir al mundo pues su madre había intentado desembarazarse de él. Siendo niño también estuvo cerca de la muerte porque una tía suya intentó hacerle tomar un veneno. La tentativa no prosperó por suerte para él y por desgracia para los hijos de la asesina, ya que ésta se equivocó de vaso y se tragó el brebaje. Quedó enferma para el resto de su vida.

Germán estudió en Avalon y después residió mucho tiempo en casa de Scopillon, un pariente suyo de Borgoña. Fue ordenado sacerdote hacia el año 431. Debía de tener alrededor de cuarenta años cuando fue enviado a la abadía de San Sinforiano de Autun. Se trataba de un convento en donde los monjes seguían la regla de san Basilio y de paso se deshacían de los abades molestos. Esto último es lo que le ocurrió a Germán. Sin embargo, Childeberto (m. 558), hijo de Clodoveo y rey de París, lo llamó para ser obispo de su capital. Germán se convirtió en uno de los prelados más influyentes de su época. Es lamentable que Fortunato, su biógrafo, nos haya transmitido tanto de su actividad como taumaturgo y que, en cambio, no diga nada de sus actividades cuando no hacía milagros. No obstante, se sabe que fundó la abadía parisina de San Vicente, que se conoció durante mucho tiempo como SaintGermaindesPrés.

Germán intentó en vano corregir las costumbres de los hijos de Clodoveo, que siguieron igual de salvajes después de haber abrazado el cristianismo. Por lo menos consiguió ayudar a la futura santa Radegunda a abandonar la corte y a edificar en Poitiers el monasterio en donde ella debía terminar sus días.

Si se nos permite señalar los defectos de los santos, diremos que san Germán desafiaba a todo el mundo. Era un hombre austero consigo mismo y exigía que los demás también lo fuesen de igual manera. Así se explica por qué animaba a los monjes de San Sinforiano a desembarazarse de él; y así se explica también que, los que compartían su mesa episcopal y no deseaban morirse de hambre, se veían obligados a terminar de comer en la cocina.