PALABRA DOMINICAL: DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO Mt. 5, 13 – 16 SOY UNA MISION EN LA TIERRA

DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO

Mt. 5, 13 – 16

SOY UNA MISION EN LA TIERRA

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Después del discurso de las Bienaventuranzas, San Mateo ubica en el discurso de la montaña algunos señalamientos sobre le gran responsabilidad de los discípulos para darle seguimiento al ministerio realizado por Jesús, no solos, sino con su permanente compañía; el gran desafío de los seguidores de Jesús y de toda la Iglesia es ser “luz del mundo y sal de la tierra”. Dos temas que reflejan la identidad y misión del discípulo, la dar sabor y luz al mundo con el testimonio, que no se puede ni se debe esconder.

Este es uno de los pasajes donde la dimensión misionera de la fe aparece con toda claridad, y con ello no se puede someter a especulaciones nuestra tarea bautismal, porque creer es saberse enviado ya que la misión es signo y condición de la fe. Nadie puede justificarse que no tiene esta responsabilidad, ya que no es para unos cuantos sino para todos, por eso el Señor señalo “Vayan…”, se refiere a todos y no hace ninguna excepción y con mayor razón tenemos que salir quienes nos hemos consagrado a la predicación del evangelio, y así con el testimonio cunda y se multiplique el espíritu y la pasión por la misión. Con ello no hacemos nada de extraordinario, y afortunadamente estamos despertando y tomando conciencia con una espiritualidad misionera cada vez más arraigada. Esto es algo propio de la fe, lo mismo que salar y conservar es algo propio de la sal y el iluminar de la luz.

La misión pertenece a la identidad del discípulo y de la comunidad cristiana, de tal manera que está en el ADN del seguidor de Jesús; el discípulo y la comunidad, o son misioneros o no son nada. Por ello el Papa Francisco señala con contundencia para que le escuchemos y le hagamos caso: “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en la tierra, y para eso estoy en el mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la privacidad por otro, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades” (EG 273). Con claridad se nos señala que esta tarea misionera, por un lado es urgente y por otro no la podemos acomodar a nuestros tiempos o acomodarla a nuestras situaciones de confort, ya que la misión es cuestión de horarios y tiene un gran ingrediente de sacrificio.

Es importante subrayar la dimensión universal de la misión, es para todos, por ello la importancia de no ponerle límites e ir a los cuatro puntos cardinales de nuestras diócesis, nuestras parroquias, nuestra comunidades y todos los espacios donde transita el hombre que siempre está en búsqueda de lo trascendente; estamos llamados a ser signos de Dios ante todos, ya que no podemos poner límites a la Buena noticia o esconderla voluntariamente o por omisión. Inutilizamos la luz de una lámpara cuando la escondemos y nos inutilizamos nosotros cuando no compartimos la luz de lo que tenemos y compartimos lo que somos, Hijos amados de Dios. El verdadero discípulo alumbra, da sabor, se deja ver, da gusto a la vida y como la luz alumbra y brilla reflejando no su luz sino la de Dios.