ORDENACIÓN DE CINCO PRESBÍTEROS Y CINCO DIÁCONOS, Seminario Conciliar de Querétaro.

Plaza Presbyterorum Ordinis del  Seminario Conciliar de Querétaro, Col. Hércules, Santiago  de Querétaro, Qro., a 01 de junio de 2017.

El jueves  01 de junio de 2017, a las 11:00 horas., en Plaza Presbyterorum Ordinis del  Seminario Conciliar de Querétaro, ubicado en la Col. Hércules, Santiago de Qro., el Excmo. Sr. Obispo D. Faustino Armendáriz Jiménez,  presidió la Solemne Celebración Eucarística, en la cual confirió el Sacramento Orden Sacerdotal a los Diáconos: Israel Cano Trejo, de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, Tequisquiapan, Qro., Francisco Javier Olvera Hurtado, de la Parroquia de San José, San José Galindo, SJR.,  Carlo Magno Yánez Torres, de la Parroquia del Buen Pastor, Paso de Mata, SJR., Antonio Uribe Fuertes, de la Parroquia del Sagrado Corazón, Lagunillas, Huimilpan, Qro. Y  Víctor Rogelio García Sánchez, de la Parroquia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, Lomas de Casa Blanca, Qro.

 En la misma celebración, recibieron la Ordenación Diaconal, los seminaristas: Adrián Sánchez Montaño, de la Parroquia de La Divina providencia, Col.  Sauces, Qro.,  José Luis López Gutiérrez, de la Parroquia del Santo Niño de la Salud, Santiago de Querétaro, Qro., Joel Cruz Reséndiz, de la Parroquia del Sagrado Corazón, Lagunillas, Huimilpan., Miguel Saldaña Durán de la Parroquia de San Migue Arcángel, Huimilpan, Qro. Salvador García Moreno, de la Parroquia de Santa María de la Asunción, Tequisquiapan.

Concelebraron  esta Santa Misa, Mons. Florencio Olvera Ochoa,  Obispo Emérito, gran parte del Presbiterio Diocesano, y un buen número de Pbros. Religiosos,   los Ordenandos estuvieron acompañados  en esta Celebración, por sus Familiares y amigos, quienes abarrotaron la Plaza Presbyterorum Ordinis del  Seminario Conciliar.

 El Sr. Obispo, dijo : “Hoy nos alegramos porque gracias a la benevolencia y misericordia de Dios, después de todos estos años de formación y habiendo probado su idoneidad, estos diez jóvenes recibirán, por la imposición de mis manos y la oración consecratoria, la Sagrada Ordenación;  cinco de ellos en el grado de diáconos y los otros cinco en el grado de presbíteros, de tal manera que cada uno, ungido con el Espíritu Santo y unido a las enseñanzas de Jesucristo, haga suya la misión de perpetuar entre los hombres el misterio de la salvación”.

Y al dirigirse a los ahora, Sacerdotes y Diáconos, expresó: «Querido jóvenes ordenandos “Tengan ánimo . Den testimonio de Cristo. Allí donde serán enviados”. Háganlo siempre con la mirada puesta en Aquel que les ha llamado. Háganlo confiando en que ante las dificultades de la vida ministerial, nada ni nadie será más fiel que el Señor. Él es el único en quien podemos poner nuestra esperanza y nuestro amparo. Háganlo conscientes que de ahora en adelante ya no se pertenecen; son de Dios y solo a él le pertenecen, por eso serán ungidos del Espíritu. Unos como diáconos y otros como presbíteros,  pero ambos para ser de Dios”.

 A continuación les compartimos el texto completo de la homilía :

 “Hermanos y hermanas todos en el Señor:

Por la gracia de Dios estamos ya en la etapa final del tiempo pascual, tiempo en el cual, unidos a toda la Iglesia, hemos podido celebrar, vivir y contemplar el misterio de la resurrección del Señor, y así renovar nuestra vocación y nuestro compromiso como testigos de su evangelio y de su amor a todos los hombres. En el misterio pascual, Jesucristo, sacerdote eterno, siervo obediente, pastor de los pastores, ha puesto el origen y la fuente de todo ministerio en la viva tradición apostólica de su Iglesia, de manera que en el tiempo presente, se siga ofreciendo el sacrificio perfecto, y con la palabra y los sacramentos se continúe edificando la Iglesia, comunidad de la nueva Alianza, templo de su gloria (cf. Prefacio II de la Ordenación, MR, 984).

 Hoy, nos alegramos porque gracias a la benevolencia y misericordia de Dios, después de todos estos años de formación y habiendo probado su idoneidad, estos diez jóvenes recibirán, por la imposición de mis manos y la oración consecratoria, la Sagrada Ordenación;  cinco de ellos en el grado de diáconos y los otros cinco en el grado de presbíteros, de tal manera que cada uno, ungido con el Espíritu Santo y unido a las enseñanzas de Jesucristo, haga suya la misión de perpetuar entre los hombres el misterio de la salvación. Especialmente, en una realidad y en un mundo donde “el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas…”; donde “la alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente”; donde “hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad” (cf. EG, 52). En una cultura donde se manifiestan verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas situaciones de persecución a los cristianos y en especial a los sacerdotes (EG, 61). En una cultura, en la cual cada uno quiere ser el portador de una propia verdad subjetiva (EG, 61). En una cultura predominante, “donde el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio” (EG, 62). La fe católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios (cf. EG, 63). El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios (EG, 64). Donde la familia parece ser ha perdido su razón de ser como iglesia domestica…

 La palabra de Dios que acabamos de escuchar en los hechos de los apóstoles (22, 30; 23, 6-11), en este contexto es muy esperanzadora y nos alienta a poner nuestra confianza no en la realidad, sino en la certeza de que Dios nunca nos abandona. Su providencia se hace presente, mediante el testimonio y la misión de aquellos a quienes él elige.  Seguramente que la realidad y el contexto cultural en tiempos del apóstol san Pablo no era menos adversos que el nuestro. San Pablo supo entender que Dios lo había llamado para ser testigo con la luz de su evangelio y así traducir el evangelio en cultura greco – romana, anunciando al Dios desconocido.  Se dedicó al anuncio del Evangelio sin ahorrar energías, afrontando una serie de duras pruebas, que él mismo enumera en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 11, 21-28). Por lo demás, él mismo escribe: “Todo esto lo hago por el Evangelio” (1 Co 9, 23), ejerciendo con total generosidad lo que él llama “la preocupación por todas las Iglesias” (2 Co 11, 28). Su compromiso sólo se explica con un alma verdaderamente fascinada por la luz del Evangelio, enamorada de Cristo, un alma sostenida por una convicción profunda: es necesario llevar al mundo la luz de Cristo, anunciar el Evangelio a todos.

 Querido jóvenes ordenandos, así como a San Pablo se le apareció el Señor y le dijo: “Ten ánimo, Pablo; porque así como en Jerusalén has dado testimonio de mí, así también tendrás que darlo en Roma” (v. Hch 22, 11), hoy, el Señor, quiere hacerse presente en  medio de ustedes y decirles: “Tengan ánimo jóvenes. Den testimonio de mí allí donde serán enviados”. Háganlo siempre con la mirada puesta en Aquel que les ha llamado. Háganlo confiando en que ante las dificultades de la vida ministerial, nada ni nadie será más fiel que el Señor. Él es el único en quien podemos poner nuestra esperanza y nuestro amparo. Háganlo conscientes que de ahora en adelante ya no se pertenecen; son de Dios y solo a él le pertenecen, por eso serán ungidos del Espíritu. Unos como diáconos y otros como presbíteros,  pero ambos para ser de Dios.

 Que cuando prediquen, prediquen la palabra de Dios, convencidos que la gente quiere escuchar la voz de Dios y no la nuestra. Hagan homilías desde la oración y la meditación, de manera que cuando prediquen, prediquen desde el corazón. Entendiendo que hablar desde el corazón, implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo largo de su historia (EG, 144).  

 Que cuando celebren alguno de los sacramentos, lo celebren conscientes que son puentes y no obstáculos para que la asamblea se encuentre con Dios.  Es verdad que la presidencia eucarística puede verse reducida a mera función organizativa, en particular allí donde la dimensión simbólica no es percibida o no se cuida. Si la celebración se ejecuta sin seriedad, sin autenticidad, se termina por consentir de una despersonalización de celebrante que cae en víctima de su papel y de la rutina.

 Que cuando acompañen en la dirección espiritual hagan del “discernimiento evangélico” su principal herramienta, especialmente para discernir aquellas grandes situaciones que hoy aquejan a tantos y tantos, en el campo de la moral y de la pastoral familiar.  Háganse cercanos  con el estilo propio del Evangelio, en el encuentro y en la acogida de esos jóvenes que prefieren vivir juntos sin casarse. Estos, en el plano espiritual y moral, están entre los pobres y los pequeños, hacia los cuales la Iglesia, tras las huellas de su Maestro y Señor, quiere ser madre que no abandona sino que se acerca y cuida. También estas personas son amadas por el corazón de Cristo. Tengan hacia ellos una mirada de ternura y de compasión. Este cuidado de los últimos, precisamente porque emana del Evangelio, es parte esencial de su obra de promoción y defensa del sacramento del matrimonio. Les pido que promuevan en la preparación al matrimonio —como nos ha pedido el Papa—un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente sucesivos. ¡Vicarios, amen a los jóvenes!  Inviertan tiempo informal en ellos. Los encontrarán en al misión permanente, salgan con los misioneros a conocer la realidad y tacarla.

 A los que van a ser ordenados presbíteros, les pido que amen el “Confesionario”. Es  un auténtico y verdadero lugar de evangelización. “Un “buen confesor” —nos dice el Papa Francisco— es, ante todo, un verdadero amigo de Jesús Buen Pastor. Sin esta amistad, será muy difícil madurar esa paternidad, tan necesaria en el ministerio de la reconciliación. Ser amigos de Jesús significa ante todo cultivar la oración. Tanto una oración personal con el Señor, pidiendo incesantemente el don de la caridad pastoral; como una oración específica para el ejercicio de la tarea de confesores y por los fieles, hermanos y hermanas que se acercan a nosotros en busca de la misericordia de Dios (cf. Discurso a los participantes del curso del fuero interno organizado por la Penitenciaria Asistólica, 17/03/2017).

 Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor, oremos incesantemente para que el Señor, que hizo ver su luz a san Pablo, que le hizo escuchar su palabra, que tocó su corazón íntimamente, haga ver también a estos jóvenes su luz, a fin de que también su corazón quede tocado por su Palabra y así también puedan dar al mundo de hoy, que tiene sed de ellas, la luz del Evangelio y la verdad de Cristo.

 Que Nuestra Señora de Guadalupe, a la que tantas veces se han encomendado, custodie su alma y su corazón sacerdotal, de manera que ante la prueba, puedan con toda confianza y libertad acogerse y encomendarse. Amén”.

Al término de la celebración, se realizó el Besa Manos a los Pbros. recién Ordenados,  y se preparó una convivencia fraterna, donde  tuvieron la oportunidad de convivir el Sr. Obispo, el Presbiterio diocesano,  los seminaristas,  familiares  y amigos de los nuevos Sacerdotes y  los nuevos Diáconos.

“AL DIOS BUENO Y GRANDE DEMOS GRACIAS “