Lectio Divina: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

1. Lectura del Texto: Mc 10,17-30

(Se pide la luz del Espíritu Santo)

Ven, Espíritu Santo,
quiero que tú seas
mi guía y mi aliento,
mi fuego y mi viento,
mi fuerza y mi luz.
Te necesito en mi noche,
como una gran tea luminosa
y ardiente, que me ayude
a escudriñar las Escrituras.
Ven, Espíritu Santo,
acompáñame en esta
aventura y que se renueve
la cara de mi vida
ante el espejo de tu Palabra.
Agua, fuego, viento, luz,
ven, Espíritu Santo. Amén.

(Cada uno lee en su Sagrada Escritura)

Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. El, entonces, le dijo: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.

Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: “¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios”. Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús se les quedó mirando fijamente y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios porque todo es posible para Dios”. Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado  todo y te hemos seguido. Jesús dijo: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna”. Palabra del Señor.

Repasar el texto leído

(Se pregunta a los participantes y responden leyendo los versículos en su Biblia)

  • ¿Cuál es la pregunta que el hombre rico le dirige a Jesús? v.17
  • ¿Qué le responde Jesús por haberlo llamado “Maestro bueno”? v.18
  • ¿Qué mandamientos se deben cumplir? v.19
  • ¿Desde cuándo aquel hombre había guardado los mandamientos? v.20
  • ¿Cuál fue la reacción de Jesús? ¿Qué cosas le faltaban? v.21
  • ¿Por qué se marchó entristecido? v.22
  • ¿Por qué es difícil entrar al Reino de los cielos? v.23
  • ¿Para quién es posible todo? v.27
  • ¿Qué recibirán en el tiempo presente? V.30

Explicación del texto

En primer lugar pongamos atención al relato que une las palabras de Jesús sobre el peligro de las riquezas con la recompensa prometida a los discípulos. La relación toma relieve en que la pregunta del hombre rico por la vida eterna tiene su correspondencia en las palabras de Jesús sobre la dificultad para entrar en el Reino de Dios así como en la mención de la vida eterna como recompensa en el mundo venidero para quienes hayan dejado todo. Además, existe una relación por contraposición: mientras que el hombre rico es incapaz de seguirle, los discípulos han dejado todo por Jesús y por el Evangelio.

En segundo lugar podemos comprender mejor el Evangelio si comparamos las dos listas de renuncia y recompensa que menciona Jesús en los vv. 29 y 30, en la segunda no se menciona al padre. Recordemos que la manera de comprender y de vivir la familia de aquel tiempo el padre (pater familias) era la figura clave pues tenía una autoridad casi absoluta como dueño de la casa o de la familia a la que le daba su nombre. Se desempeñaba como juez y único propietario de las cosas y las personas. Los discípulos habían abandonado su casa patriarcal, es decir, cierta manera de comprender y vivir la vida comunitaria; la recompensa que recibirían se convertía en una gran responsabilidad: construir una comunidad familiar en la que no exista nadie que se sienta dueño de las demás personas, crear un nuevo tipo de relaciones humanas en el que no haya un dueño absoluto sino solamente hermanos.

En tercer lugar el cumplimiento individualista de los mandamientos por parte del joven rico no encaja en esta nueva manera de comprender la comunidad; por eso dice el Evangelio: “una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrá un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Si tomamos en cuenta que todos los mandamientos mencionados por Jesús están relacionados con la fraternidad cabe preguntarnos: ¿cómo es posible que aquel hombre los haya cumplido desde su juventud y siguiera siendo rico? Quizás era una persona honorable pero no necesariamente buena: había acumulado satisfacciones personales y respeto de quienes lo conocían  pero no el tesoro en el cielo. Le faltaba convertirse en hermano y seguidor de Jesús.

En cuarto lugar a los discípulos les espanta la dificultad real de que alguien que no ama a sus hermanos pueda salvarse. Ellos pensaban que el cumplimiento de ciertos mandamientos los hacía buenos; Jesús piensa que la fraternidad y el ir tras Él para construir una auténtica comunidad de hermanos es lo que realmente garantiza que se consiga la vida que no se acaba, la vida eterna.

2. Meditación del Texto

(Cada participante puede compartir su reflexión personal)

Según este Evangelio, no es posible ser feliz sin tomar en cuenta a nuestros hermanos. ¿Qué me propone el texto para meditarlo viéndolo desde esta perspectiva? Seguir a Jesús es cosa seria pues se trata nada menos que ponerlo en el centro de nuestras vidas, expresamente de nuestro dinero y posesiones, de nuestro tiempo libre y diversiones, de nuestro trabajo y familia, de nuestro apostolado y de nuestras relaciones.

Estamos llamados a construir una comunidad de verdaderos hermanos donde nadie se sienta dueño de los demás, donde prevalezca la igualdad ante un Padre que está en el cielo y que es Padre de todos.

La riqueza, aún la bien lograda, se convierte en un peligro real para el seguimiento de Jesús pues “Donde están tus tesoros, ahí estará tu corazón”. El peligro lo entendemos cuando somos dueños de muchas cosas, bienes o dinero pues todo eso se convierte en el centro donde gira mi vida y es que a veces, en lugar de tener bienes, ellos son los que se adueñan de nosotros. Podemos tener una televisión o muchas pero cuando esta posesión me impide encontrarme con mi familia, realizar mis tareas, asistir a las celebraciones y cursos en mi Iglesia… entonces ella se convierte en mi dueña pues gobierna mi tiempo y mi acción.

No se trata de hacer más grande la aguja o más pequeño el camello para evadir la seria exigencia que presenta el Evangelio. Es imposible ser feliz solo. Una cosa es tener éxito personal y otra ser bueno al estilo de Jesús. El cielo se gana con la fraternidad y la disponibilidad para seguir permanentemente a Jesús. No se trata de sentir que algo estamos haciendo bien sino de construir una verdadera comunidad que garantice la vivencia de la verdadera familia.

3. Compromiso personal y comunitario

(Cada participante puede proponer compromisos personales y comunitarios)

  • Tomar conciencia personal y comunitaria de que nosotros los católicos debemos construir una familia desde la fe.

  • Participar activamente en la tarea de construir una familia desde nuestras pequeñas comunidades, grupos, movimientos y asociaciones.

  • No quedarse con lo mucho o poco que se ha recibido, siempre tendremos una gran riqueza que comunicar a los demás. Revisar nuestros guardarropas y entrega a quienes pueden aprovecharlo.

  • Consagrarle al señorío de Jesús nuestra vida y pertenencias a fin de que Él sea cada vez más el centro de nuestra vida.

  • Asumir con alegría y entrega la participación como Iglesia a la que estoy llamado para dejar lo que me estorba e ir en pos de Jesús.

4. Oración

(Se puede hacer alguna oración en voz alta donde participen quienes gusten dando gracias a Dios por la Palabra escuchada. Se puede recitar algún Salmo o alguna oración ya formulada)

Te agradecemos, Padre bueno, el llamado que nos haces a través de tu hijo Jesucristo para pertenecer a tu Iglesia y a tu familia.

Te damos gracias por el testimonio de tantas personas que están trabajando y se esfuerzan para formar de la Iglesia una verdadera familia, tal como la soñaste cuando Tú nos llamaste a la vida.

Te pedimos perdón por las ocasiones en que nos hemos portado como dueños y no como administradores fieles de las riquezas que nos has encomendado y de las personas que nos has confiado.

Te rogamos que renueves en nosotros tu mirada cariñosa que nos invita a seguirte dejándolo todo en tus manos cada día. Amén.

Terminamos rezando juntos la oración de la familia de Dios, de los hijos que tienen un Padre común. Padre nuestro…