Lectio Divina: III Domingo de Pascua

1. Lectura del texto: Jn 21, 1-19

(Se pide la luz del Espíritu Santo)

 

¡Oh Espíritu Santo!
Recibe la consagración perfecta y absoluta
de mi ser.
Dígnate ser en adelante
en cada uno de los instantes de mi vida
y en cada una de mis acciones
mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza
y el Amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reserva
a tus operaciones divinas
y quiero ser siempre dócil
a tus inspiraciones.
¡Oh Espíritu Santo!
Transfórmame con María y en María
en otro Cristo Jesús,
para gloria del Padre
y salvación del mundo.
Amén.

 

(Cada uno lee en su Sagrada Escritura)

red-pedroEn aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberiades. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás “El Mellizo”, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. En esto dijo Pedro: “Voy a pescar”. Los otros dijeron: “Vamos contigo”. Salieron juntos y subieron a una barca, pero aquella noche no lograron pescar nada. Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿Han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Él les dijo: “Echen la red al lado derecho de la barca y pescarán”. Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla. Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciño un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra, tan solo unos cien metros. Al saltar a tierra, vieron unas brasas con peces colocados sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: “Traigan ahora algunos de los peces que han pescado”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de  los discípulos se atrevió a preguntar: “¿Quién eres?”, porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió, y lo mismo hizo con los peces. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos. Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que éstos?” Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Entonces Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Jesús volvió a preguntarle: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas?” Pedro respondió: “Sí, Señor, tu sabes que te amo”. Jesús le dijo: “Cuida mis ovejas”. Por tercera vez insistió Jesús: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas?” Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo”. Entonces Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; más, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá a donde no quieras ir”. Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: “Sígueme”. Palabra del Señor.

 

Repasar el texto leído

(Se pregunta a los participantes y responden leyendo los versículos en su Biblia)

  • ¿Cuáles son los nombres de los discípulos a los que se les aparece Jesús en el lago de Tiberíades? v.2
  • ¿Cuáles fueron las palabras que Jesús les dijo a los discípulos en la barca? v.6
  • ¿Quién reconoció a Jesús Resucitado?  v.7
  • ¿Qué hizo Pedro cuando supo que aquel hombre era Jesús? v.7
  • ¿Quién fue el que se subió  a la barca para traer los pescados que Jesús quería para darles de comer? v.11
  • ¿Jesús Resucitado, cuantas veces le pregunta a Pedro si lo ama y qué contesta Pedro a cada pregunta y qué responde Jesús a Pedro? vv.15-17
  • ¿Qué le anunció Jesús a Pedro después de esas preguntas?  vv.18-19
  • ¿Con qué palabra termina el texto? v.19

 

Explicación del texto

E capítulo 21 está colocado detrás de una primera conclusión del cuarto evangelio, añade algunos elementos importantes al capítulo precedente: abre de nuevo la perspectiva sobre la Iglesia futura (vv. 1-14), pone el fundamento del primado de Pedro entendido como servicio vicario (vv. 15-19), enfoca la relación entre Pedro y el discípulo amado (vv. 20-23).

Los vv. 1-14 hemos de leerlos recordando la vocación de los primeros discípulos (cf. Lc 5,1-11). Los discípulos, cuando Jesús resucitado desaparece de sus ojos, atraviesan un momento de incertidumbre sobre la orientación que debe dar a su futuro. La perspectiva más inmediata es la de volver a la vida de antes, iluminada por la enseñanza de Jesús, al que reconocen vivo. Aquí interviene la tercera aparición (v.14), una aparición que suena para los discípulos como una nueva llamada al seguimiento (v.19), centrada en la continua presencia del Señor, reconocido, no obstante, por la FE (vv. 7.12), y al que encuentran concretamente en el pan partido y compartido de la Eucaristía (v.13).

En verdad, los apóstoles no pueden hacer nada sin Él (cf. Jn15,5), no tienen alimento (v.5), mientras que gracias a la obediencia de la FE (v.4b) a su Palabra realizan una pesca superabundante, como el día en que los llamó por primera vez (Lc 5,9). Sin embargo, la red no se rompe: la Iglesia católica debe permanecer indivisa aun cuando recoja multitudes inmensas (v.11).

En la comunión de esta comida con Jesús Resucitado, éste rehabilita a Simón Pedro al frente de los discípulos: como tres veces renegó de Cristo, tres veces profesa que le ama. Y también por tres veces – de manera solemne, por consiguiente- le confía Jesús el mandato de alimentar y guiar a su rebaño con espíritu de servicio, en representación del Buen Pastor (vv. 15-17). Como tal, Pedro deberá ofrecer la vida por las ovejas, glorificando a Dios con el martirio: la invitación al seguimiento tiene ahora para Simón Pedro un sabor muy diferente a la que recibió “cuando era más joven”; tiene el sabor del amor (v.17), que le llevará tras las huellas de Jesús (1Pe 2,21), a amar “hasta el final” (Jn 13,1).

 

2. Meditación del texto

(Cada participante puede compartir su reflexión personal)

En el Evangelio de este Domingo Tercero de Pascua  encontramos la experiencia de un encuentro que se intercala en nuestros días más ordinarios, en medio de nuestras actividades habituales: se trata del encuentro con el Resucitado, un encuentro para el que, con frecuencia, no estamos preparados, sino más bien “ciegos”, como los apóstoles en el lago. “Los discípulos no lo reconocieron”; sin embargo, aceptaron el consejo, más tarde  dan crédito a la intuición que se comunican de uno a otro y, por último, lo reconocen por medio de una certeza interior (no a través de una evidencia sensible). Del mismo modo que hizo Simón Pedro, también nosotros debemos dejarnos interpelar por la Palabra de Jesús Resucitado, que pone al descubierto nuestros pecados, nuestra fragilidad pasada y presente, aunque nos pide un consentimiento de amor. Sólo después de haberle reconocido a Él y habernos reconocido a nosotros mismos bajo su Luz, podremos ofrecérselo, ahora que ya no es obra de una autoilusión y sólo nos queda —¡aunque lo es todo!— el deseo ardiente de amarlo, como pobres. Ahora es cuando Él nos confía su tesoro: nuestros hermanos; nos hace responsables de dar testimonio ante ellos, un testimonio que nos llevará muy lejos en su seguimiento, quizás a un lugar que —hoy al menos— no querríamos.

A la luz de este encuentro con Cristo, siguiendo el eco de aquella pregunta interior —“¿Me amas?”— y de nuestra humilde respuesta, es preciso proseguir el camino con alegre valentía y abrir a muchos el camino de la fe con nuestra confesión transparente del hombre de Jesús, crucificado por nuestros pecados y resucitado por el Padre  para la salvación del mundo. No han de faltarnos los sufrimiento, la multiforme persecución, aunque tampoco la alegría de hacerle frente por amor a Jesús. Una alegría que inundará todo el cosmos en el día eterno en una única confesión coral de alabanza al Dios omnipotente, a nuestro Creador, y a Cristo, Cordero inmolado, nuestro Salvador, en el Espíritu Santo, vínculo de amor.

 

3. Compromiso personal y comunitario

(Cada participante puede proponer compromisos personales y comunitarios)

  • Mantener un espacio diario de intimidad y de oración con Jesús Resucitado, para renovar nuestro discipulado.
  • Pedir por el ministerio que está realizando el Papa sucesor de San Pedro, para que Jesús Resucitado lo bendiga siempre.
  • Practicar algunas de las obras de Misericordia en este tiempo: buscar alguna persona necesitada de ropa o alimento y compartir algo con ellos.
  • Orar por la santificación de los Obispos, Sacerdotes y Seminaristas del mundo entero.
  • Trabajar en el anuncio misionero del Evangelio en la parroquia, donando parte de nuestro tiempo en busca de las ovejas descarriados de nuestra comunidad.

 

4. Oración

(Se puede hacer alguna oración en voz alta donde participen quienes gusten dando gracias a Dios por la Palabra escuchada. Se puede recitar algún Salmo o alguna oración ya formulada)

Manifiéstate de nuevo, Señor: También nosotros, como tus discípulos, deseamos ir contigo y desafiar la noche oscura. Sin ti no podemos hacer nada; nuestra red sigue estando vacía y no sirve de nada el esfuerzo de echarla al mar; Pero a tu Palabra queremos repetir una vez más este gesto, pues tú nos quieres llevar más allá de nuestra lógica mezquina, que se detiene en el calcular los riesgos de las pérdidas y las posibilidades de ganancia.

Cuando tocamos el fondo de nuestra miseria, Tú nos haces experimentar el poder de tu fuerza de Resucitado. Nosotros creemos que eres el Señor. Sin embargo, en medio de nuestra pobreza, que Tú conoces tan bien, haz que al alba de cada nuevo día renovemos el deseo de seguirte, repitiendo humildemente como San Pedro; “Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo”. Amén