Lectio Divina: II Domingo del Tiempo de Adviento

1. Lectura del Texto: Lc 3,1-6

(Se pide la luz del Espíritu Santo)

Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,
Cristo, luz de luz, y el don de tu Espíritu Santo
confirme los corazones de tus fieles,
nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

(Cada uno lee en su Sagrada Escritura)

En el año décimoquinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.

Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías: Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios. Palabra del Señor.

 

Repasar el texto leído

(Se pregunta a los participantes y responden leyendo los versículos en su Biblia)

  • ¿Qué año transcurría y quién era el emperador? v.1a
  • ¿Quiénes eran las otras autoridades? v.1b
  • ¿A quién fue dirigida la palabra de Dios y quiénes eran los sumos sacerdotes? v.2
  • ¿Al recorrer la comarca del Jordán, qué predicaba? v.3
  • ¿De qué libro tomó la predicación? v.4a
  • ¿En qué lugar clama la voz? v.4b
  • ¿Qué debe serse llano y recto? v.5
  • ¿Quiénes verán la salvación de Dios? v.6


Explicación del texto

El evangelio nos lleva al inicio de la misión de Juan el Bautista, que es colocada por Lucas en un momento histórico concreto. Nos sitúa en el año quince del reinado del emperador Tiberio, nos da los nombres de los procuradores y gobernadores romanos y menciona el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás en Israel.

En este momento histórico bien definido, en medio de sus sombras y sus miserias, acontece algo inesperado: “vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto”. El texto griego en realidad no utiliza el verbo “venir”, sino “acontecer”. Se trata de un auténtico acontecimiento de la palabra de Dios, que primero reviste con potencia al último de los profetas y luego se encarna en Jesucristo el Hijo de Dios.

Este “acontecimiento” de la Palabra en medio del desierto desconsolador y tantas veces incomprensible de la historia es anunciado e interpretado en primer lugar por Juan el Bautista. Para descifrar y percibir la presencia de Dios es necesario escuchar a su profeta, para poder descubrir más tarde al Hijo de Dios en el humilde carpintero Jesús de Nazaret es necesaria la voz de Juan el Bautista.

Juan nos ayuda a responder a la acción de Dios y, por eso, no duda en exhortar con las antiguas palabras del profeta Isaías: “Preparen el camino al Señor, nivelen los senderos, todo barranco será rellenado y toda montaña o colina será rebajada; los caminos torcidos se enderezarán y los desnivelados se rectificarán”. Juan anuncia que está a punto de ser trazado un largo camino rectilíneo sobre los abismos del absurdo y los montes del orgullo y de la idolatría. Este camino conduce a la salvación que Dios está a punto de ofrecer en Jesús de Nazaret.

También Lucas distingue los dos lugares en los que actúa Juan: el desierto y el Jordán. Mientras que en el desierto recibe la Palabra, es en Jordán donde la proclama invitando a los demás a la conversión. Habiendo escuchado la Palabra en el desierto, Juan hace resonar su invitación como oferta de salvación a todos.

La predicación del Bautista anticipa la de Cristo. Para el profeta del desierto es indispensable que los hombres reciban el “bautismo para la conversión de los pecados”. Él mismo ofrece esta oportunidad a través del gesto purificador y penitencial de la inmersión en el agua. Entrar en el agua es morir, y salir de ella es volver a vivir. Sólo aceptando el bautismo de Juan se comienza a preparar el camino del Señor. Es necesario cambiar el rumbo de la vida y caminar en forma nueva. Los hombres deben abrir los ojos y el corazón, deben cambiar la forma de pensar y de actuar para que el Salvador enviado por Dios se vuelva visible finalmente.

La cita de Isaías que Lucas pone en boca del Bautista termina con estas palabras: “Y todos verán la salvación de Dios”. Los ojos de “todos”, sin excepciones ni exclusivismos, se abrirán y podrán contemplar la mano poderosa de Dios que actúa y salva. La vida quedará transformada, el pesimismo constante frente a la vida y la desconfianza en relación con el corazón del hombre desaparecerán.

Durante las cuatro semanas que preceden a la navidad los textos bíblicos nos invitan a reavivar la esperanza y la capacidad de soñar en un mundo nuevo confiados en el poder de Dios. Y esto sólo es posible cuando “enderezamos” los senderos de nuestra existencia, volviéndonos al Señor y convirtiéndonos a su Palabra,


2. Meditación del texto

(Cada participante puede compartir su reflexión personal)

Antiguamente, en los países de Oriente, cuando pasaba un personaje importante, un heraldo advertía antes a la población, para que saliesen a las calles, las llenasen de flores y adornos, de modo que le hiciesen más agradable su paso por la ciudad.

El lenguaje simbólico utilizado por el profeta Isaías y retomado por el evangelista Lucas es sugerente para expresar una exigencia espiritual semejante. Viene a nosotros, enviado por Dios, Juan Bautista: él anuncia la inminente venida del Señor. Para poder acogerlo como es debido, hemos de preparar bien el camino, el camino de nuestro corazón. Es necesario, pues, iniciar un camino de conversión. Éste inicia con la escucha atenta y fiel de la palabra de Dios, y continúa con una revisión de nuestro modo de vivir. La palabra misma, acogida y conservada, nos transforma y mueve nuestra voluntad a elegir bien.

Iniciemos este camino aceptando la fatiga del camino interior, para gustar también la ayuda y la consolación que el Señor ofrece a quienes le buscan. Sentiremos también una libertad nueva. La disyuntiva es clara: se trata de elegir si vivimos según los instintos de la naturaleza, haciéndonos esclavos de la pasión, o si vivimos según el Evangelio, aceptando la renuncia a todo aquello que sea contrario a él, para gustar la alegría del encuentro con Jesús.

Juan no eligió ser predicador, lo eligió Dios; Juan no eligió lo que tenía que decir, Dios le dio la palabra, el mensaje y la enseñanza; Juan no buscó el aplauso de los hombres, simplemente preparó el camino del Salvador. Juan, como buen predicador y precursor, preparó los corazones para que se abrieran al Señor; anunció la conversión, cambiar la manera de vivir, bautizarse para obtener el perdón de los pecados y enderezar el camino.

La palabra que Dios dirigió a Juan sigue resonando todos los advientos en la iglesia. Y esta palabra no es una llamada a hacer nuestra vida más dura, es una llamada a ser más libres y más felices. Una llamada a prepararnos para recibir al Señor y preparar el nacimiento de Jesús en nuestro corazón. Jesús tiene que nacer en mí. Romper la fuente para dar a luz a Cristo en mi vida.

Juan nos da una lista de cosas que tenemos que hacer para preparar la visita del Señor: rellenar las quebradas… En nuestro mundo supermoderno ya no hay caminos que enderezar ni… todo son autopistas, puentes gigantescos. La autopista que tenemos que construir es la de nuestra vida para llegar a Dios: arrepentimiento, cambio de vida, conversión, escucha del mensaje…

Adviento es tiempo en que «Dios nuestra justicia» nos invita a todos a humanizar la vida, a vivir en un mundo más fraterno, a no tener miedo a Dios ni miedo a los hombres, a construir una ciudad y una sociedad en la que todos cabemos, con derechos y obligaciones porque Dios está presente en cada uno de nosotros.

San Juan Bautista nos indica el camino que puede hacer florecer nuestros desiertos y convertirnos en profetas de tiempos nuevos, tiempos de justicia y de paz.


3. Compromiso personal y comunitario

(Cada participante puede proponer compromisos personales y comunitarios)

  • Celebrar el domingo con gozo. Es la fiesta de Jesús. Reunidos en torno a su palabra y su mesa compartimos juntos una historia y un banquete.
  • Buscar el bien de todos. Estamos llamados a abrazar a todos.
  • Romper el individualismo. Vivir cada día más abierto a unas relaciones más justas y fieles.
  • Hacer míos los problemas del barrio y de la comunidad y participar en todo lo que aporte soluciones a nuestros problemas.
  • Ser ejemplo de vida para los que no practican la fe.


4. Oración

(Se puede hacer alguna oración en voz alta donde participen quienes gusten dando gracias a Dios por la Palabra escuchada. Se puede recitar algún Salmo o alguna oración ya formulada)

Padre bueno, fortalece nuestro deseo de vivir en profundo silencio y recogimiento, para escuchar, entre tantos ruidos del mundo, tu voz que nos llama a la conversión. Suscita en nosotros un verdadero arrepentimiento y rompe nuestras resistencias y durezas, para que tu hijo Jesús pueda encontrar en nuestro corazón una morada acogedora.


Propósito:

Repetiré las palabras del salmista: «Crea en mí, Señor, un corazón nuevo; renuévame por dentro con un espíritu generoso».