HOMILÍA. Ordenaciones Diaconales.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA ORDENACIÓN DIACONAL DE CINCO SEMINARISTAS

Plaza Presbyterorum Ordinis del Seminario Conciliar de Querétaro, Col. Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., a 30 de junio de 2016.
Año de la Misericordia – Año de la Evaluación y Programación del PDP
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Estimados hermanos sacerdotes,
Queridos ordenandos,
Apreciados miembros de la vida consagrada,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. La antífona que hemos cantado con el aleluya decía: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor” (cf. Jn 12, 26). Al celebrar esta mañana la ordenación diaconal de estos cinco jóvenes seminaristas, estas palabras tomadas del evangelio según san Juan, adquieren un significado muy profundo, pues nos ayudan a comprender que la tarea y la misión de los diáconos en la Iglesia es el servicio. Sin embargo, no es un servicio cualquiera, es un servicio que tiene como modelo a Jesús, quien se ha hecho servidor de todos, dando su vida para salvarnos de la muerte. Cristo es el ejemplo que debemos contemplar. En el evangelio dijo a sus discípulos que no había venido “a ser servido, sino a servir” (cf. Mt 20, 28). En particular, durante la última Cena, después de explicar nuevamente a los Apóstoles que estaba en medio de ellos “como el que sirve” (Lc 22, 27), realizó el gesto humilde, reservado a los esclavos, de lavar los pies a los Doce, dando así ejemplo para que sus discípulos lo imitaran en el servicio y en el amor recíproco.

2. La tradición cristiana nos enseña que los diáconos asumen esta llamado, específicamente cuando ejercen con alegría y generosidad la predicación del evangelio, cuando colaboran con el sacerdote para ofrecer el culto perfecto y agradable a Dios y, cuando hacen visible la misericordia de Dios en el ejercicio de la caridad entre los más pobres, los que sufren y los enfermos. En efecto, los diáconos, por su manera de participar en la única misión de Cristo, realizan sacramentalmente esta misión al modo de un servicio auxiliar. Ellos son «icona vivens Christi servi in Ecclesia», manteniendo precisamente en cuanto tal, un vínculo constitutivo con el ministerio sacerdotal al que prestan su ayuda (cf. LG 41). El servicio que ellos prestan en la Iglesia, no es un servicio cualquiera: su servicio pertenece al sacramento del Orden en cuanto colaboración estrecha con el obispo y con los presbíteros, en la unidad de la misma actualización ministerial de la misión de Cristo.

3. En este sentido es importante darnos cuenta que el ministerio que los diáconos desempeñan en la Iglesia, no es una realidad transitoria, que se realiza por unos cuantos meses mientras se recibe la ordenación sacerdotal. Es fundamental entender que «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia) y por ende misión de la iglesia que hoy no puede renunciar a ello.

4. La nueva evangelización, que quiere responder a la impostergable renovación eclesial, necesita que también los que son elegidos para el diaconado, asuman la misionariedad como la norma de vida que guie sus acciones, sus actitudes y todo su ministerio pastoral, de manera que “La alegría del Evangelio llene el corazón y la vida entera de los que se encuentren con Jesús” (EG, 1). Para lograr esto, es necesario que ustedes, queridos ordenandos, sean realmente hombres de la palabra, hombres de oración y hombres de caridad, que significa esto:

a. Hombres de la palabra: el rito de la ordenación, del cual en unos momentos seremos testigos, prescribe que al recién ordenado se le entregue el libro de los evangelios, diciéndole al mismo tiempo: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas”. (cf. Ritual de órdenes, p. 187). Con la finalidad de poner de manifiesto que no se puede entender el ministerio de los diáconos sin la estrecha relación con la palabra. Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1,45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,27). Con la palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc 16,15.20) (cf. EG, 136). El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva» (EG, 149). A ustedes queridos ordenandos, les exhorto para que amen de corazón el evangelio. Que ninguna acción en su ministerio se vea carente del mensaje que brota de las páginas sagradas. Nuestro pueblo siente necesidad que le hablemos de un Dios que conocemos y con el cual tenemos cercanía en su palabra.

b. “Hombres de oración”: Los evangelistas nos dicen que el Señor en muchas ocasiones -durante noches enteras- se retiraba «al monte» para orar a solas. También nosotros necesitamos retirarnos a ese «monte», el monte interior que debemos escalar, el monte de la oración. Sólo así se desarrolla la amistad. Sólo así ustedes diáconos podrán vivir en plenitud; sólo así podrán llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. El simple activismo puede ser incluso heroico. Pero la actividad exterior, en resumidas cuentas, queda sin fruto y pierde eficacia si no brota de una profunda e íntima comunión con Cristo. El tiempo que dedicamos a esto es realmente un tiempo de actividad pastoral, de actividad auténticamente pastoral. Los diáconos deben ser sobre todo hombres de oración. El mundo, con su activismo frenético, a menudo pierde la orientación. Su actividad y sus capacidades resultan destructivas si fallan las fuerzas de la oración, de las que brotan las aguas de la vida capaces de fecundar la tierra árida. Con esta razón el obispo antes de la oración pregunta a los ordenandos: “¿Quieren conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a su género de vida, y fieles a este espíritu, celebrar la liturgia de las horas, según su condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?” (cf. Ritual de órdenes, p. 170). Queridos ordenados: No descuiden esto que sin duda será lo más importante y lo más serio de todo su ministerio. Recuerden que lo harán en nombre de la Iglesia y por lo tanto: su voz será la voz de muchos; sus intenciones serán las intenciones de muchos. Háganlo con alegría. Háganlo con devoción. Háganlo con maestría. No lo descuiden. Más aún, sean modelo de la grey. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios debe vivir en nosotros y nosotros en él.

c. “Hombres de la caridad”: no sólo la predicación y la liturgia son esenciales para la Iglesia y para el ministerio de la Iglesia, sino que lo es igualmente el servicio de la caridad –en sus múltiples dimensiones– por los pobres, por los necesitados. Sin embargo, es importante saber algo fundamental: “Ustedes no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda carta a los Corintios: « Nos apremia el amor de Cristo » (5, 14). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. (cf. Deus caritas est, 33). Por tanto, en la actividad caritativa, no deben limitarse a una mera recogida o distribución de fondos, sino que deben prestar siempre especial atención a la persona que se encuentra en situación de necesidad y llevar a cabo asimismo una preciosa función pedagógica en la comunidad cristiana, favoreciendo la educación a la solidaridad, al respeto y al amor según la lógica del Evangelio de Cristo. En efecto, en todos sus ámbitos, la actividad caritativa de la Iglesia debe evitar el riesgo de diluirse en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes. Queridos ordenandos existen muchísimas formas de ejercer al caridad. No les de asco ensuciarse las manos con la saliva de los niños con alguna deficiencia. No les de miedo tocar la miseria de tantos enfermos que sufren la soledad o el abandono. No les de ansia acompañar los procesos de tantos jóvenes que sin saber por dónde ir, viven sumidos en las drogas, las nuevas esclavitudes o simplemente el sinsentido de vivir. Que nos les de asco, miedo y ansia, ser misericordiosos como el Padre.

5. Queridos diáconos: estoy seguro que si viven de esta manera serán felices, vivirán tranquilos y su alegría será plena. Les prometo el reino de Dios y la salvación de muchos. El Papa Francisco les ha dicho a los diáconos en su júbilo: “¿Por dónde se empieza para ser «siervos buenos y fieles» (cf. Mt 25,21)? Como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad. El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí y a disponer de sí como quiere. Se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí. En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada. Sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo: sólo así dará verdaderamente fruto. El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está disponible a lo no programado: solícito para el hermano y abierto a lo imprevisto, que nunca falta y a menudo es la sorpresa cotidiana de Dios. El siervo está abierto a la sorpresa, a las sorpresas cotidianas de Dios.”. (Francisco, Homilía en el jubileo de los diáconos, 29.30.2016). Aquí está la clave: vivir dispuestos, alegres y generosos.

6. Que la Santísima Virgen María de Guadalupe, la humilde esclava del Señor, interceda por ustedes y sea de ahora en adelante, el modelo su modelo y puedan así vivir como hombres de la palabra, de oración y de caridad. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro