Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de el Pueblito, IV Sábado de Pascua

Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, Corregidora, Qro., 5 de mayo de 2012

Hermanos Sacerdotes:
Queridos diáconos:
Hermanos franciscanos:
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1.La gran fiesta de María que celebramos en este IV sábado del Tiempo Pascual, nos invita cada año a encontrarnos aquí en este Santuario, para rendir homenaje a la Madre de Cristo y Madre nuestra y recibir por su intercesión las gracias necesarias para nuestra salvación. Con afecto les saludo a todos ustedes, aquí presentes. Agradezco su coral participación en esta celebración, la cual es un testimonio de la alegría de la resurrección y de la esperanza en la vida futura.

2. En la cima de la columna del Camarín en torno a la cual estamos congregados, vemos a María con el Niño Jesús representados por dos estatuas que nos recuerdan los misterios de nuestra fe en el Señor Jesucristo. Pues en primer lugar vemos a María que con su sí, favorece el misterio de la encarnación, además de ver en ella la gloria futura de la Iglesia que peregrina. En el libro del Apocalipsis leemos como: «Es María, el gran signo que apareció en el cielo, la mujer vestida de sol, y con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). ¿Cuál es el significado de esta imagen? Representa el compendio de los dogmas y es figura de la Iglesia.

3. Ante todo, la «mujer» del Apocalipsis es María misma. Aparece «vestida de sol», es decir vestida de Dios: la Virgen María, en efecto, está totalmente rodeada de la luz de Dios y vive en Dios. Este símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que atañe a todo el ser de María: Ella es la «llena de gracia», colmada del amor de Dios. Y «Dios es luz», dice también san Juan (1 Jn 1, 5). He aquí entonces que la «llena de gracia», la «Inmaculada» refleja con toda su persona la luz del «sol» que es Dios.

4. Esta mujer tiene bajo sus pies la luna, símbolo de la muerte y de la mortalidad. María, de hecho, está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y sobre la muerte; está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida. Como la muerte ya no tiene
ningún poder sobre Jesús resucitado (cf. Rm 6, 9), así, por una gracia y un privilegio singular de Dios omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, el haber sido concebida sin pecado original; y, al final,
el haber sido elevada en alma y cuerpo al cielo, a la gloria de Dios. Pero también toda su vida terrena fue una victoria sobre la muerte, porque la dedicó totalmente al servicio de Dios, en la oblación plena de sí a él y al prójimo. Por esto María es en sí misma un himno a la vida: es la criatura en la cual se ha realizado ya la palabra de Cristo: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

5. En la visión del Apocalipsis, hay otro detalle: sobre la cabeza de la mujer vestida de sol hay «una corona de doce estrellas». Este signo representa a las doce tribus de Israel y significa que la Virgen María está en el centro del Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Y así esta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce en la segunda gran interpretación del signo celestial de la «mujer vestida de sol»: además de representar a la Virgen, este signo simboliza a la Iglesia, la comunidad cristiana de todos los tiempos. Y precisamente por esto, porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario, representado en la visión apocalíptica de «un gran dragón rojo» (Ap 12, 3). Hermanos y hermanas, este dragón trató en vano de devorar a Jesús —el «hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (12, 5)—; en vano, porque Jesús, a través de su muerte y resurrección, subió hasta Dios y se sentó en su trono. Por eso, el dragón, vencido una vez para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer —la Iglesia— en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas la Iglesia es sostenida por la luz y la fuerza de Dios, que la alimenta en el desierto con el pan de su Palabra y de la santa Eucaristía. Y así, en toda tribulación, a través de todas las pruebas que encuentra a lo largo de los tiempos y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecución pero resulta vencedora. Y precisamente de este modo la comunidad cristiana es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.

6. La única insidia que la Iglesia puede y debe temer queridos hermanos, es el pecado de sus miembros. En efecto, mientras María es Inmaculada, está libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo, marcada por nuestros pecados. Por esto, el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a su Madre celestial y pide su ayuda; la solicita para que ella acompañe el camino de fe, para que aliente el compromiso de vida cristiana y para que sostenga la esperanza. Necesitamos su ayuda, sobre todo en este momento tan difícil para México y para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay una luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad. Por esto también nosotros, especialmente en esta ocasión, no cesamos de pedir su ayuda con confianza filial.

7. Ante esta realidad, la Virgen nos enseña a abrirnos a la acción de Dios, para mirar a los demás como él los mira: partiendo del corazón. A mirarlos con misericordia, con amor, con ternura infinita, especialmente a los más solos, despreciados y explotados. Santa María del Pueblito nos ayuda a redescubrir y defender la profundidad de las personas, porque en ella la transparencia del alma en el cuerpo es perfecta. Es la pureza en persona, en el sentido de que en ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios.

8. Finalmente el signo más precioso y más claro es el Niño Jesús, quien erguido nos sonríe y nos bendice, pues de él no podemos recibir, sino su bendición y su amor misericordioso, quizá parezca que es María quien se pone al centro, sin embargo, es Cristo que es presentado por la Madre, es dado para que lo acojamos como el enviado del Padre y hacer lo que él nos diga, para que acojamos la Palabra que nos quiere anunciar, para nuestra salvación. “Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos”.

9. Queridos hermanos y hermanas, sobre todo hoy, dirijamos nuestra mirada a María e, implorando su ayuda, dispongámonos a atesorar todas sus enseñanzas maternas. Acaso ¿No nos invita nuestra Madre celestial a evitar el mal y a hacer el bien, siguiendo dócilmente la ley divina inscrita en el corazón de todo hombre, de todo cristiano? Ella, que conservó la esperanza aún en la prueba extrema, ¿no nos pide que no nos desanimemos cuando el sufrimiento y la muerte llaman a la puerta de nuestra casa? ¿No nos pide que miremos con confianza a nuestro futuro? ¿No nos exhorta Santa María del Pueblito a ser hermanos unos de otros, todos unidos por el compromiso de construir juntos un mundo más justo, solidario y pacífico?

10. Sí, queridos hermanos. Una vez más, en este día solemne, la Iglesia señala al mundo a María como signo de esperanza cierta y de victoria definitiva del bien sobre el mal. Aquella a quien invocamos como «llena de gracia» nos recuerda que todos somos hermanos y que Dios es nuestro
Creador y nuestro Padre. Sin él, o peor aún, contra él, los hombres no podremos encontrar jamás el camino que conduce al amor, no podremos derrotar jamás el poder del odio y de la violencia, no podremos construir jamás una paz estable.

11. Es necesario que cada uno de nosotros acojamos este mensaje de luz y de esperanza: que lo acojamos como don de las manos de María, Madre de toda la humanidad. Si la vida es un camino, y este camino a menudo resulta oscuro, duro y fatigoso, ¿qué estrella podrá iluminarlo? Durante nuestro viaje común por el mar de la historia necesitamos «luces de esperanza», es decir, personas que reflejen la luz de Cristo, «ofreciendo así orientación para nuestra travesía». ¿Y quién mejor que María puede ser para nosotros «Estrella de esperanza»? Ella, con su «sí», con la ofrenda generosa de la libertad recibida del Creador, permitió que la esperanza de milenios se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en su historia. Por medio de ella, Dios se hizo carne, se convirtió en uno de nosotros, puso su tienda en medio de nosotros.

12. Por eso, animados por una confianza filial, renovando nuestro compromiso con Santa María del Pueblito le decimos:

María, Enséñanos a creer, a esperar y a amar contigo; indícanos el camino
que conduce a la paz, el camino hacia el reino de Jesús. Tú, Estrella de
esperanza, que con conmoción nos esperas en la luz sin ocaso de la patria
eterna, brilla sobre nosotros y guíanos en los acontecimientos de cada día,
ahora y en la hora de nuestra muerte.

¡Oh Virgen inmaculada del Pueblito, en este momento quisieramos confiarte
especialmente a los «pequeños» de nuestra ciudad: ante todo a los niños, y
especialmente a los que están gravemente enfermos; a los muchachos pobres y
a los que sufren las consecuencias de situaciones familiares duras! Vela sobre
ellos y haz que sientan, en el afecto y la ayuda de quienes están a su lado, el
calor del amor de Dios.

Te encomendamos, oh María, a los ancianos solos, a los enfermos, a los
inmigrantes que encuentran dificultad para integrarse, a las familias que

luchan por cuadrar sus cuentas y a las personas que no encuentran trabajo o
que han perdido un puesto de trabajo indispensable para seguir adelante.

Enséñanos, María, a ser solidarios con quienes pasan dificultades, a colmar las
desigualdades sociales cada vez más grandes; ayúdanos a cultivar un sentido
más vivo del bien común, del respeto a lo que es público; impúlsanos a sentir
la como patrimonio de todos, y a hacer cada uno, con conciencia y empeño,
nuestra parte para construir una sociedad más justa y solidaria.

¡Oh Madre Inmaculada del Pueblito, que eres para todos signo de segura
esperanza y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza
inmaculada! Tu belleza nos garantiza que es posible la victoria del amor; más
aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que,
por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud.

Sí, ¡oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar
por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad;
nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones
fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas.
Así lo hiciste tú, joven llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor.

Sé Madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de
ser «centinelas de la mañana», y da esta virtud a todos los cristianos para que
sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia.

Virgen Inmaculada Santa María del Pueblito, Madre de Dios y Madre nuestra,
ruega por nosotros. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro