Homilía en el II Encuentro diocesano de Ministros Extraordinarios de la Comunión

Santiago de Querétaro, Qro., 5 de mayo de 2012

Estimados hermanos sacerdotes:
Queridos Diáconos:
Hermanos consagrados:
Apreciados hermanos laicos:

1. Les saludo a todos ustedes con la alegría del Señor resucitado, de manera particular al Padre Sergio Martínez, responsable de la formación y cuidado de cada uno de ustedes Ministros Extraordinarios de la Comunión. Me llena de profunda esperanza poder encontrarme con ustedes, hombres y mujeres comprometidos con el Señor en la misión evangelizadora, en un ministerio que es de vital importancia en la vida y en la misión de la Iglesia, pues los Ministros Extraordinarios de la Comunión tienen la noble tarea de llevar a los enfermos la Sagrada Comunión y colaborar en los momentos de necesidad distribuyendo a los fieles la Sagrada Comunión. Aprovecho este encuentro para agradecer su testimonio e invitarles a no desfallecer en el compromiso de seguir formándose en la escuela de los discípulos-misioneros.

2. Al reunirnos esta mañana en esta celebración eucarística, hemos escuchado la Palabra de Dios que siguiendo la pedagogía pascual nos pone de frente a una realidad que es fundamental en el seguimiento de Cristo: “El deseo de contemplar a Dios cara a cara y el encuentro personal con él”. Una relación cuyo modelo es el de Jesús con su Padre Dios. El evangelista, a la pregunta de porqué Jesús es el único mediador para llegar al Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre está en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre. El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha
comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su Maestro las palabras y las obras del Padre.

3. Queridos hermanos y hermanas, para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión reciproca entre el Padre y el Hijo. Solo mediante la fe es posible comprender la relación entre Jesús y el Padre. De Ahí que lo único que puede pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús y el testimonio de las obras que hago. Nos dice el papa Benedicto XVI en el documento para convocar al año de la fe: “Gracias a la fe, la vida nueva en Cristo plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17)” (cf. Porta fidei, 6).

4. Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos de la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes de la fe. Hermanos y hermanas, nosotros ¿qué vemos cuando contemplamos la gloria de Dios? ¿Vemos sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno que nos hagamos estas preguntas ante la realidad del secularismo que no se preocupa más que de la realidad visible. Pues está dispuesto a correr detrás de las fabulas, de la astrología, de lo mágico o
pseudoreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la fe que nos permite ver la acción y la gloria de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos nunca absurdos. Hermanos y hermanas Ministros Extraordinarios de la Comunión, cada uno de ustedes tiene la grande oportunidad de poder cada día contemplar el rostro del Señor, pues no sólo lo vemos en la Eucaristía sino además lo contemplamos de manera extraordinaria en la presencia viva de muchos enfermos, pues “el sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección del Señor” (cf. DA 420). Además nos convertimos en portadores del rostro misericordioso de Dios pues en las visitas a los centros de salud, a los hospitales, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad, se manifiesta, a través, de los profesionales y voluntarios discípulos misioneros del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y en el caso de los moribundos les acompaña con el Santo Viatico. La madre Teresa decía que “lo esencial de nuestro ministerio no es lo que decimos, sino lo que Dios nos dice y lo que les dice a otros a través de nosotros” (cf. Desde el corazón del mundo, 21).

5. El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo. Esto mediante el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que al final atrae todos a él. La labor que como Ministros Extraordinarios de la Comunión es una tarea noble que puede llegar al martirio, en primer lugar por la audacia de creer en Cristo y segundo por la creatividad para llevar a los hombres a Cristo, hasta el grado e derramar la sangre. Los mártires mexicanos en este sentido nos dan ejemplo de fidelidad y de valentía. “La unión con Cristo, ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que los fieles de Cristo, contemplando asiduamente en la fe el don recibido, y guiados por el Espíritu Santo, vivan su vida ordinaria en acción de gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad”.

6. Quisiera invitarles a que juntos, pastores y laicos, aprovechemos la oportunidad de tocar con nuestras manos tantas realidades crueles que quieren ver a Dios, pues por la enfermedad y por al falta de fe les es difícil contemplarlo, hoy es una urgencia que aún les anunciemos a Jesucristo, “el
anuncio es una respuesta a la aspiración humana a la salvación. Donde quiera que Dios abre la puerta de la Palabra para anunciar el misterio de Cristo a todos los hombres confiada y constantemente, hay que anunciar al Dios vivo y a Jesucristo, enviado por él para salvar a todos, a fin de que los no cristianos y los que viven alejados, bajo la acción del Espíritu Santo, que abre sus corazones, creyendo se conviertan libremente al Señor, y se unan a él con sinceridad, quien, por ser “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), colma todas sus exigencias espirituales, más aún, las colma infinitamente (cf. AG 13).

7. El ministerio que cada uno de ustedes es una favorable oportunidad para hacer de ello un estilo de vida cuya centralidad es la Eucaristía. “El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos, palabras y obras— encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud” (Exhor. Apost. Sacramentum Caritatis 71). La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera ».El fracaso de este modo de vivir « como si Dios no existiera » está ahora a la vista de todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida « según el Espíritu » (cf. Rm 8,4 s.; Ga 5,16.25). Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, mencione al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: «Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto » (12,2). De esta manera, el Apóstol de los gentiles subraya la relación entre el verdadero culto espiritual y la necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La renovación de la mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, «para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina » (Ef 4,14).

8. Que cada uno de nosotros a ejemplo de la Mujer Eucarística, la Virgen María descubramos la importancia y la centralidad de nuestra vida al servicio de la evangelización y que comprometidos en llevar la vida a los hombres y mujeres que viven en caminos y en sombras de muerte, seamos luz en su camino y esperanza en su enfermedad. Encomendemos a ella nuestro ministerio y nuestro trabajo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro