HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI.

Areópago San Juan Pablo II, Col. Carretas, Santiago de Querétaro, Qro., a 20 de Junio de 2019.

Año Jubilar Mariano

 

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo que celebramos en este día, como una mímesis del Jueves Santo, anclando sus raíces en la tradición y en la devoción popular desde el s. XIII, quiere motivarnos para que como hombres y mujeres de fe, en el aquí y en el ahora de nuestra historia, descubramos en la Santa Eucaristía aquel Misterio de fe que el Señor Jesús, “la noche antes de padecer” nos dejó como memorial suyo y como acción de gracias. De tal manera que los cristianos católicos de hoy y de siempre, fija nuestra mirada en las especies eucarísticas, comprendamos con los ojos de la fe que la Eucaristía es —como cantaremos en el prefacio de esta Misa—: “memorial suyo, de tal manera que cuando comamos su carne inmolada por nosotros quedemos fortalecidos y cuando bebamos su sangre derramada por nosotros quedemos limpios de nuestros pecados” (cfr. Prefacio de la Eucaristía I, MR, p. 520).

  1. Los tiempos han cambiado y las nuevas formas de vida apuntan hacia una cultura donde «la fe queda encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” queriendo incluso —como nos ha dicho recientemente el Papa Francisco— domesticar el misterio» (Gaudete et exultate, n. 36). Ante esta realidad, la fe cristiana nos ofrece la buena nueva del Evangelio de Jesucristo, el cual, en su ‘eterna novedad’ nos revela que  el sacrificio de la Cruz se perpetúa por los siglos.  Esta verdad la expresan muy bien las palabras con las cuales, en la Santa Misa, respondemos a la proclamación del « misterio de la fe» tras la admonición  del sacerdote: « Anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».

  1. La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos…». Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. (cfr. Ecclesia de Eucharistía, 11). Con este venerable sacramento, el Señor alimenta y santifica a sus files para que, a la familia humana que habita en un mismo mundo, una misma fe la ilumine y un mismo amor la una (cfr. Prefacio de la Eucaristía, MR, p. 521).

  1. San Juan Pablo II en la Carta apostólica Mane nobiscum Domine (nn. 17- 18) nos decía que es importante que no se nos olvide ningún aspecto de este sacramento y asimismo nos proponía estar siempre atentos a tres aspectos que hoy me gustaría volver a recordar con ustedes: el primero de ellos es celebrar, el segundo es adorar y el tercero es contemplar.

  1. Celebrar

Gran misterio la Eucaristía! Misterio que ante todo debe ser celebrado bien. Es necesario que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas, con la participación del pueblo, la colaboración de los diversos ministros en el ejercicio de las funciones previstas para ellos, y cuidando también el aspecto sacro que debe caracterizar la música litúrgica. El modo más adecuado para profundizar en el misterio de la salvación realizada a través de los «signos» es seguir con fidelidad el proceso del año litúrgico. Es necesario que para ello dediquemos tiempo  a la catequesis «mistagógica», tan valorada por los Padres de la Iglesia, la cual ayuda a descubrir el sentido de los gestos y palabras de la Liturgia, orientando a los fieles a pasar de los signos al misterio y a centrar en él toda su vida.

  1. Adorar

Hace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse. A este respecto, las normas recuerdan el relieve que se debe dar a los momentos de silencio, tanto en la celebración como en la adoración eucarística. En una palabra, es necesario que la manera de tratar la Eucaristía por parte de los ministros y de los fieles exprese el máximo respeto. La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡» (Sal 33 [34],9).

  1. Contemplar

La adoración eucarística fuera de la Misa debe ser siempre un objetivo especial para las comunidades religiosas y parroquiales. Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo. Profundicemos nuestra contemplación personal y comunitaria en la adoración, con la ayuda de reflexiones y plegarias centradas siempre en la Palabra de Dios y en la experiencia de tantos místicos antiguos y recientes. El Rosario mismo, considerado en su sentido profundo, bíblico y cristocéntrico, que san Juan Pablo II  ha recomendado en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, puede ser una ayuda adecuada para la contemplación eucarística, hecha según la escuela de María y en su compañía. En este Año Jubilar Mariano, adoremos la Eucaristía según la escuela de María.  “La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7)” (RVM, n. 10). María propone continuamente a los creyentes los ‘misterios’ de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

  1. Queridos hermanos y hermanas, ojalá que nosotros así lo celebremos, así lo adoremos y así lo contemplemos. Como nos enseña el Papa Francisco «Aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos» (Gaudete et exultate, n. 147).

  1. Pidamos a la Santísima Virgen María que nos acoja en su escuela para que siguiendo sus enseñanzas, lleguemos cada vez más a convertirnos en contemplativos de su Hijo, especialmente en el misterio de la Santa Eucaristía. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro