Homilía en la Santa Misa Crismal

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, a 27 de marzo de 2013
Año de la Fe – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Excelentísimo Señor Obispo,
muy amados Presbíteros,
queridos Diáconos,
apreciados miembros de la Vida Consagrada,
muy queridos hermanos y hermanas laicos todos en el Señor:
 

escudo_armendariz1. “Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel; aquel que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1, 4.6). Con estas palabras, con las cuales el Evangelista Juan saluda a las comunidades cristianas que viven en Asia, les saludo a todos ustedes, pues ellas, constituyen y representan de manera hermosa el anuncio de la identidad cristiana que nos identifica y que nos hace asumir una nueva vida de relación con Dios, además son en sí mismas una confesión de fe en Aquel que con su sangre derramada en la cruz, mediante la efusión del Espíritu por medio del bautismo, nos ha asociado a la comunidad de los redimidos y estamos llamados a confesar con nuestra propia vida, de modo muy especial en este año en que la Iglesia universal celebra el Año de la Fe y nosotros, particularmente, como comunidad diocesana, celebramos el año de la Pastoral Social y el Año Jubilar Diocesano.

2. La Misa Crismal que esta mañana nos ocupa y nos congrega, es un acontecimiento salvífico del todo singular, un rito anual y único que acontece en el contexto eclesial de la Semana Santa. Su liturgia antigua y venerable reúne al Obispo con su presbiterio, sus diáconos y el pueblo santo, con un mismo fin: la bendición de los Óleos y la consagración del Crisma, llegando a ser así una verdadera “Ephifania de la Iglesia Local”, que ora no sólo en comunión, sino con la esperanza de llegar a engendrar, por la predicación y la vida sacramental, a todos y a cada uno de los hombres como hijos en el Hijo (cf. Ef 1, 3-6). Así, “La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo. Enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino” (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 5). Es en este contexto litúrgico – eclesial  que cada uno de los sacerdotes renovamos en este día nuestros compromisos sacerdotales, con la finalidad de seguir siendo en el mundo “un don de Dios para la humanidad”.

3. Hemos escuchado en la liturgia de la Palabra, el texto del evangelio de Lucas (4, 16-21) que presenta a Jesús, quien “con la fuerza del Espíritu” entra el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus paisanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguida de un comentario. Aquel día Jesús se puso en pie para hacer la lectura y encontró un pasaje del profeta Isaías que empieza así: “El Espíritu del Señor está sobre mí,  porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres” (61, 1-2). Jesús se presenta como el Ungido de Dios, el Cristo. Quiere decir precisamente que actúa por misión del Padre y en la unidad del Espíritu Santo, y que, de esta manera, dona al mundo una nueva realeza, un nuevo sacerdocio, un nuevo modo de ser profeta, que no se busca a sí mismo, sino que vive por Aquel con vistas al cual el mundo ha sido creado. Lo más interesante del verso, —desde mi punto de vista― es el texto que aparece casi al final, una vez que Jesús ha terminado de leer.  Narra el evangelista: “Entonces comenzó a hablar diciendo: Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la escritura que acabamos de oír” (v. 21). En la obra lucana el texto tiene la acción de señalar el obrar divino y el tiempo de la salvación. En el Antiguo Testamento la palabra “Hoy” es un medio didáctico para mantener presente la acción salvífica y traer a la memoria la entrega de la Torah, de modo que continuamente actualiza la alianza. En el mismo sentido el año de jubileo, se realiza hoy por la proclamación de Jesús. Bien que la terminación de la salvación esté pendiente, la salvación comienza aquí, hoy, en el presente, en la realidad palpable, audible y visible, mediante las acciones de Jesús en las curaciones y en la comunidad con los marginados, publícanos y pecadores. Por esto, el anuncio de Jesús de que hoy se ha cumplido la Escritura es un ¡encargo!

4. El año de gracia o año jubilar que se repite cada 7 o 49 – 50 años, significa, la libertad para todos, la exención de deudas y cargas, el restablecimiento de la inicial posesión de las tierras y de los derechos generales de personalidad. El año de jubileo apunta una restitución y restablece la justicia, evitando la espiral de empobrecimiento, esclavización  y expulsión del medio familiar. El año jubilar, no es sólo cosa de los hombres, porque tiene que ver con los hombres y sus relaciones interpersonales y políticas, sino que implica a los hombres en su relación con Dios: ¡el año del jubileo tiene un significado completo! Dios mismo se compromete a perdonar los pecados y todos los hombres están llamados a colaborar y participar, para que comience a realizarse  la salvación conforme a la voluntad  de Dios para todos.

5. Queridos hermanos y hermanas todos, estamos viviendo el año jubilar diocesano que providencialmente coincide con el año de la pastoral social, dos realidades que se complementan y se significan recíprocamente, pues en este momento de nuestra historia estamos llamados a vivir comprometidos con la humanidad, con la creación y con el entorno, más aún debemos tocar la realidad más profunda y más honda del ser humano su libertad y su dignidad. Esto nos debe comprometer, a ustedes laicos y a nosotros pastores, cada vez más, no sólo en ofrecer una pastoral de subsidios, sino en buscar la íntegra humanización y el completo desarrollo humano y espiritual de las personas. Esto solamente será posible cuando cada uno de nosotros asumamos “con alegría” el compromiso de “ser y de realizar lo que cada uno es”, es decir, que cada quien viva de acuerdo a su compromiso con Dios, a su dignidad bautismal y a su servicio eclesial. Quiero referirme hoy de un modo muy especial a ustedes queridos sacerdotes, quienes en unos momentos han de renovar sus promesas sacerdotales, las cuales son un compendio extraordinario no sólo de nuestro quehacer, sino principalmente de nuestro ser. Mediante la vivencia de ellas, la voluntad salvífica de Dios se realiza ya en el “hoy de la historia presente” y la salvación querida por Dios se convierte en una realidad para la humanidad que sufre desolada por la indiferencia, por la falta de fe y más aún por la falta de Dios en sus vidas.

6. Recientemente Su Santidad Benedicto XVI, ha nombrado a San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia; considero que su testimonio de vida, puede servirnos hoy a cada uno como modelo  de quien sabe lo que significa ser sacerdote. Él, fue un sacerdote diocesano que vivió entre los años 1499 y 1569 en España; “profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, dotado de un ardiente espíritu misionero. Que supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, quien unía la oración constante con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia” (Benedicto XVI, Homilía en la misa con ocasión de la apertura del Sínodo de los obispos sobre la Nueva Evangelización, 7 octubre 2012). La Palabra de Dios no se despegó nunca de su cabeza y de su corazón, pues en sus escritos y en sus predicaciones, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, aparecen citados de manera extraordinaria. Solía decir: “Sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola” (Carta 86). “La Sagrada Escritura, casa de Dios es, silla de Dios es… por manera que esta biblia es traslado del corazón de Dios”  (Juan 1 Lec 6ª). Sugirió incluso la idea de crear un Instituto Bíblico, “pues ella es la que hace a uno llamarse teólogo”  (Memorial I, 52). Si nos ubicamos en su tiempo y en su cultura esto parece un escándalo, la Sagrada Escritura era poco conocida y no de fácil acceso a los clérigos. Mucho menos a los laicos. Hoy esta realidad después de 500 años parece que poco a poco se va difuminando y conocemos un poco más la Sagrada Escritura, sin embargo, quisiera invitarles a que  nos hagamos amantes de la Sagrada Escritura, que sea ella la fuente de nuestras inspiraciones y de nuestros proyectos pastorales. De modo que la Palabra de Dios toque nuestro corazón y el de los fieles, así la salvación, la liberación y la humanización serán una realidad.

7. Otro aspecto muy especial de esta gran santo, fue el hecho de hacer accesible la doctrina de la Iglesia, escribiendo un “catecismo en verso que podía ser cantado”, de modo que los pequeños lo aprendieran con facilidad y gratamente y los mayores también al escuchárselo a los niños. Un ejemplo de ellos es el verso que expresa las virtudes teologales, dice: “Las virtudes teologales y cardinales: / Fe: esperanza: y Caridad / Tres virtudes Dios te ha dado / Tenlas siempre con verdad: / De otras cuatro ten cuidado: /Justicia, en ser bien mirado / Prudencia en lo por venir: /Fortaleza en resistir: /Templanza vivir templado”. (cf. San Juan de Ávila, Doctrina cristiana que se canta, p. 237). La Nueva Evangelización, requiere que seamos creativos en la manera de cómo anunciamos el Evangelio, por ello les animo a que vivamos enamorados de nuestro ministerio.

8. En sus enseñanzas el Maestro Juan de Ávila aludía constantemente al bautismo y a la redención para impulsar a la santidad, y explicaba que la vida espiritual cristiana, que es participación en la vida trinitaria, parte de la fe en Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia divina expresada en los méritos de Cristo y está toda ella movida por el Espíritu; es decir, por el amor a Dios y a los hermanos. “Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas” (Carta 160), escribe. Y también: “Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca” (Ib. 62), por esto, “la prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo” (Ib. 103). Es pionero en afirmar la llamada universal a la santidad.

9. Finalmente, la afirmación central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, “en la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor” (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el amor paterno y materno de Dios. Todo ello requiere unas condiciones de vida, como son frecuentar la Palabra y la Eucaristía, tener espíritu de pobreza, ir al ambón «templado», es decir, habiéndose preparado con el estudio y con la oración, y amar a la Iglesia, porque es esposa de Jesucristo. La búsqueda y creación de medios para mejor formar a los aspirantes al sacerdocio, la exigencia de mayor santidad del clero y la necesaria reforma en la vida eclesial constituyen la preocupación más honda y continuada del Santo Maestro. La santidad del clero es imprescindible para reformar a la Iglesia.

10. Juan de Ávila es, pues, maestro de la vida santa y, en concreto de la santidad sacerdotal, lo entendemos de sus escritos donde solía decir: ¡Oh eclesiásticos, si os miserades en el fuego de vuestro Pastor principal, Cristo; en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos y mártires  y pontífices santos¡ (Platica 7). La identificación y configuración con Cristo y la práctica de la oración  y de las virtudes cristianas, como los grandes santos,  están a la base de la santidad. “La alteza del oficio sacerdotal pide alteza de santidad, porque ¿cómo puede un sacerdote ofender a Dios teniendo a Dios en sus manos? ¡Cuán grande ha de ser nuestra santidad  y pureza para tratar a Jesucristo  que quiere ser tratado en brazos  y corazones limpios  y por eso se puso en los brazos de la Virgen!” (Sermón 64).

11. Esencial será en la vida sacerdotal la dimensión mariana, la cual es una consecuencia de la dimensión cristológica, eucarística y eclesial. María está asociada a Cristo como lo es el sacerdote. La acción sacerdotal es semejante  a la de María,  por el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humando y no sólo una vez sino frecuentemente  (Trat. Sacerdocio, n. 2) “Mirémonos, padres, de pies a cabeza,  ánima y cuerpo, y vernos hechos semejantes a la Santísima Virgen que con sus palabras trujo a Dios en su vientre y el sacerdote lo trae con las palabras de la consagración” (Plática Ia, III).

12. Queridos hermanos sacerdotes y hermanos laicos, la santidad es posible, y lo vemos reflejado en este testimonio de vida ejemplar, renovemos nuestros compromisos y nuestros deseos de consagrarnos totalmente a Dios, viviendo de verdad cada uno como lo que somos. Que Nuestra Señora de los Dolores de Soriano y  San Juan de Ávila, nos ayuden a vivir como verdaderos ungidos del Señor y podamos así hacer posible la salvación. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro