Homilía en la Ordenación Sacerdotal de Cuatro Hijos de San Francisco

Templo de San Francisco, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, a 23 de junio de 2012.

Estimado hermanos sacerdotes:
Queridos ordenando:
Diác. Fr. Saúl Galván Castañeda ofm,
Diác. Fr. Javier Gordillo Arellano ofm,
Diác. Fr. Félix Ortiz Paniagua ofm,
Diác. Fr. José Ismael Pérez Pérez ofm:
Hermanos y hermanas consagrados:
Hermanos todos en el Señor:

1. Les saludo a todos ustedes con el júbilo de saber que en Jesucristo resucitado tenemos un Sumo Sacerdote que ha penetrado en los cielos y está sentado a la diestra del Padre para interceder por nosotros y reconciliarnos con el Señor (cf. Hb 4, 15). De manera particular saludo al Padre Provincial Fr. Eduardo López Ramírez ofm y a su Vicario Fr. Flavio Chávez García ofm, a quienes agradezco la oportunidad de encontrarnos y la confianza al solicitarme agregar a estos cuatro hermanos diáconos al Orden de los Presbíteros, mediante la Sagrada Ordenación.

2. Siempre es muy hermoso y muy alentador celebrar las ordenaciones sacerdotales donde se renueva nuestra esperanza en que “todos los hombres conozcan a Jesucristo y lleguen al conocimiento de la verdad” (cf. 1 Tim 2,4). Pues el ministerio ordenado es por su propia naturaleza un don de Dios y un misterio que nos trasmite la gracia santificadora mediante la acción del Espíritu Santo, para la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. “Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo” (cf. PO, 2).

3. En la liturgia de la palabra de este día hemos escuchado del Evangelio según San Mateo, un texto que particularmente representa la síntesis del ministerio sacerdotal y de la vocación cristiana. En primer lugar el evangelista dice: “Ustedes son sal de la tierra” (Mt 5, 13). El discurso directo “ustedes son” adquiere un énfasis especial. Se trata de personajes muy concretos a quienes les ha mostrado anteriormente las bienaventuranzas, es decir, el pequeño grupo de los discípulos y la comunidad de personas que siguen a Jesús, incluyéndonos a nosotros los lectores de hoy. Todos debemos se sal de la tierra. Curiosamente es en sentido figurado pues el evangelista cuando se refiere a la tierra lo hace con una visión universalista de las cosas, de manera que se trata del universo entero.

4. La sal tiene numerosas propiedades y, de hecho, se empleaba en la antigüedad para conservar, condimentar, desinfectar y curar. Nuestro texto deja abierto en que sentido debe ser sal la comunidad, pero la conclusión aclara que se trata de las buenas obras: las acciones de los seguidores de Jesús deben actuar como la sal. ¿Cómo se debe entender esto? A un discípulo que le preguntó: ¿Cómo puede salarse la sal?, el rabí Jehoshua ben Chananja le respondió: con esta contra-pregunta: “¿Es que la sal puede dejar de ser salada?”. La respuesta esperada aquí solo puede ser negativa. Pero las palabras de Jesús parten de la posibilidad extrema de que incluso la sal puede tornarse sosa; se trata de una enérgica advertencia a los discípulos para que no se vuelvan insípidos. Estas claras palabras de advertencia nos recuerdan hoy a nosotros cuál es el objetivo para el que hemos sido llamados: nuestras obras, como la sal, deben ser eficaces de muy diversas maneras, sanando, preservando, purificando, sazonando…

5. Esto nos lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la «misión» fuera una cosa entre las muchas que Iglesia hace. No, la Iglesia es una misión, y cada uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería interrogarse sobre su propia eficacia en la misión.En los últimos cincuenta años desde la apertura del Concilio, hemos visto a la Iglesia pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a descubrirse como una obra misionera. En algunos lugares esto ha significado un nuevo descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una re-evangelización que abandona las aguas estancadas de la conservación institucional y, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos invita a despegar en pos de una pesca eficaz. En muchos de los países, alguna vez la cultura y el entorno social transmitían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el anuncio del evangelio –la invitación explícita a entrar en la amistad con el Señor Jesús–, debe estar en el centro de la vida católica y de todos los católicos. Pero en todo momento, el Concilio Vaticano II y los grandes papas que le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente a pensarse como un despliegue de misioneros y evangelizadores.

6. Queridos diáconos, en ustedes quienes están próximos a la ordenación sacerdotal, se cumple este evangelio, pues ustedes han recibido la llamada a ser la sal de la tierra, en primer lugar mediante la vocación cristiana en el bautismo, ahora el Señor les ha elegido y los confirma a que como discípulos sean ministros del perdón, reproduzcan con sus obras los efectos de la sal, es decir, sean agentes de la salud, mediante la misericordia y la reconciliación y sobretodo que mediante sus obras y su ejemplo ayuden a los hombres y mujeres de este tiempo a preservarse del maligno y a encontrar sabor y sentido a la vida personal y social. Pues “los sacerdotes son, por voluntad de Cristo, los únicos ministros del sacramento de la reconciliación. Como Cristo, son enviados a convertir a los pecadores y a llevarlos otra vez al Padre. A pesar de la triste realidad de la pérdida del sentido del pecado muy extendida en la cultura de nuestro tiempo, el sacerdote debe practicar con gozo y dedicación el ministerio de la formación de la conciencia, del perdón y de la paz… El presbítero deberá dedicar tiempo y energía para escuchar las confesiones de los fieles, tanto por su oficio como por la ordenación sacramental, pues los cristianos —como demuestra la experiencia — acuden con gusto a recibir este Sacramento, allí donde saben que hay sacerdotes disponibles” (cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 52-52).

7. Queridos hijos, la motivación para vivir con entrega este ministerio, es que “nos urge el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14), una urgencia que brota precisamente de la experiencia del encuentro con él en su pasión, muerte y resurrección, la cual ustedes han podido vivir en sus años de formación en el convento, en la vida de comunidad, en la meditación y escucha de su Palabra y en la constante vivencia de la Santísima Eucaristía. A San Pablo la pasión por Cristo le llevó a predicar el Evangelio no sólo con la palabra, sino también con la misma vida, que cada vez se conformó más a la de su Señor. Al final, Pablo anunció a Cristo con el martirio, y su sangre, junto a la de Pedro y a la de tantos testigos del Evangelio, irrigó esta tierra e hizo fecunda a la Iglesia de Roma, que preside la comunión de la caridad (cf. san Ignacio Antioquía, Carta a los Romanos, 1, 1). Por tanto, si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, hoy día es lícito esperarse un nuevo florecimiento de la Iglesia, especialmente allí donde más ha sufrido por la fe y el testimonio del Evangelio. La Iglesia ha considerado siempre que el celibato es un modo muy concreto y muy particular de vivir esta verdad del evangelio, pues “el celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma” (cf. Exhort. Apost. Post. Sacramentum Caritatis, 24).

8. El segundo aspecto que nos presenta el evangelio es cuando nos dice: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14). Esta segunda metáfora de la ciudad sobre el monte y la luz que ilumina, apunta a que todos puedan ver esa luz y al hecho de que ella es algo bueno para los hombres. La luz que ilumina recuerda una propiedad de Dios, “el Señor es mi luz y mi salvación” (cf. Sal 21, 1; Is 45, 7). La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Realidad que la tradición judía ve reflejada en el Siervo de Dios y en Jerusalén; en Jesucristo son los discípulos quienes reciben el encargo de ser luz y testigos para el mundo. Testigos en comunion porque la Iglesia es una y no podemos iluminar como antorchas aisladas; esta es la tarea, unidos podrá iluminar con el testimonio la inmensidad de la viña.

9. Queridos hermanos, la oscuridad amenaza verdaderamente al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.

10. Hoy, un gran reto para la nueva evangelización, es el llamado secularismo. Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre: «La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas. Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial.» (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).

11. En unos momentos más queridos diáconos, el obispo realizará dos signos muy particulares en ustedes, en primer lugar ungirá sus manos con el Santo Crisma, de manera que como dicen las palabras que acompañan el signo: “Jesucristo, el Señor a quien el Padre ungió con al fuerza del Espíritu Santo, les auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el Sacrificio” (cf. Ritual de la ordenación de los presbíteros). Este gesto tan significativo es la confirmación en su persona de que la llamada a ser luz del mundo es una urgencia, pues con la gracia del Espíritu Santo la Palabra del Evangelio podrá dar fruto en el corazón de los hombres y llegar hasta los confines del orbe para que puedan ver a través de la luz, que irradie su vida, la claridad de la Verdad. En segundo lugar se les entregará la patena con el pan y el cáliz con el vino, de manera que como dicen las palabras que le acompañan “Reciban la ofrenda del pueblo santo, para presentarla a Dios. Consideren lo que realicen e imiten lo que conmemoran, y conformen su vida con el ministerio de la cruz del Señor”. (cf. Ritual de la ordenación de los presbíteros). La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. En efecto, «en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor». Ciertamente, el ministro ordenado «actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico». Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno. Les exhorto a que siempre en su vida “ustedes la vivan como el momento central de cada día y del ministerio cotidiano, como fruto de un deseo sincero y como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo. Pongan cuidadosa atención para celebrarla con devoción, y participen íntimamente con la mente y el corazón” (cf. Directorio para el ministerio y la vida delos presbíteros, 49).

12. De manera que al ofrecer mediante sus manos a los fieles la Eucaristía, “El cristiano comulgue con el amor de donación de Cristo y se capacite y comprometa a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. Pues el impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor”. (cf. Exhort. Apost. Post. Sacramentum Caritatis, 82).

13. Finalmente el evangelista nos exhorta diciendo: “brille así su luz delante de los hombres, para que vean así sus obras y glorifiques a su Padre, que está en los cielos” (Mt 5,16). Por el mensaje apostólico del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios, de forma que, santificados por el Espíritu Santo todos los que pertenecen a este Pueblo, se ofrecen a sí mismos «como hostia viva, santa; agradable a Dios» (Rom., 12, 1). De manera que el modo de vida que se abraza con el ministerio sacerdotal debe servir para que también las demás personas alaben a Dios: sirve pues, al anuncio vivido y, por ello posee un carácter kerigmático misionero. Y la meta de este anuncio, realizado a través de la fe vivida de los discípulos de Jesús, es glorificación de Dios, como origen y fuente de la salvación completa que le tributamos todos los seres humanos. “¡No cedan a la tentación de la mediocridad y de la costumbre! ¡Cultiven en el ánimo deseos altos y generosos! ¡Hagan vuestros los pensamientos, los sentimientos y las acciones de Jesús!”.

14.Que la Virgen Inmaculada del Pueblito, interceda por ustedes y por su ministerio sacerdotal, como la Madre que sabe cobijarnos en su regazo. Que sea siempre ella la Estrella de la mañana que ilumine sus pasos y los conduzca por los caminos de la santidad sacerdotal. ¡Oh Virgen Santa del Pueblito, ruega por tus sacerdotes! Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro