Homilía en la Misa por el Inicio del Año Académico 2012-2013 en el Seminario Conciliar

Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe, Santiago de Querétaro, Qro., a 20 de Agosto de 2012

 

 

Estimados Padres formadores,
muy apreciados profesores,
queridos Seminaristas,
hermanos todos:

1. Para mí siempre es motivo de grande alegría esta celebración con ustedes al inicio del año académico, pues esta Eucaristía representa el punto de partida de una experiencia que nace del encuentro con Aquel que es la Sabiduría de Dios, en la escucha de su Palabra. Es Jesucristo, la Sabiduría del Padre (cf. 1 Cor 1, 24.30), quien bajo la guía del Espíritu Santo, ha de marcar las directrices en este “taller de discípulos y misioneros”, para hacer efectiva la Nueva Evangelización, que nuestra Iglesia Diocesana necesita y a la cual estamos llamados todos los bautizados a tomar parte. Les saludo a todos ustedes con grande afecto, de manera muy especial quiero saludar al Padre José Luis Salinas Ledesma, a quien recientemente le he nombrado Rector de esta Institución, el Corazón de la  Diócesis y el lugar donde se aprende a vivir a la escucha del corazón de Jesús y se llega a ser discípulos y misioneros. Padre José Luis, suplico a Dios que el Espíritu que procede de lo alto, día con día, te muestre los caminos por los cuales debas guiar a esta pequeña porción de jóvenes, deseosos de conocer la voluntad de Dios para responder a ella en sus vidas. Me complace saludar a los sacerdotes presentes, como también a los rectores, a los profesores, a los responsables y a los superiores de los seminarios que integran la comunidad educativa, y naturalmente a ustedes, queridos seminaristas, que han venido a esta casa desde distintos comunidades parroquiales para encontrarse con el Señor y poder responder al llamado que han sentido en su corazón, viviendo esta experiencia en la escuela de Jesús, pues como muy bien lo hemos dicho en todas nuestras programaciones solamente: “En el camino de mi vocación  soy discípulo del que es la Palabra.  Y en el compromiso de la fe soy misionero”. De esta manera, queridos formadores y seminaristas, queremos asumir el compromiso de vivir esta experiencia de Dios a lo largo de este año académico.

2. Hoy quiero reflexionar con ustedes el texto de San Mateo (19, 16-22), que acabamos de escuchar en la solemne liturgia de la Palabra. Habla de un joven que corría al encuentro de Jesús. Merece que se destaque su ansia. En este joven los veo a todos ustedes, jóvenes seminaristas de las diferentes casas de formación. Llegaron desde diversas comunidades parroquiales de esta Diócesis y de otras como la de Teotihuacán y de Tula; quieren oír, a través de la voz de sus formadores y maestros, las palabras del mismo Jesús. Como en el Evangelio, tienen una pregunta importante que hacerle. Es la misma del joven que corría al encuentro de Jesús: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (cf. Mt 19, 16). Me gustaría profundizar con ustedes esta pregunta. Se trata de la vida, la vida que, en ustedes, es exuberante y bella. ¿Qué hacer con ella? ¿Cómo vivirla plenamente? Pronto entendemos en la formulación de la misma pregunta que no basta el aquí y el ahora; es decir, no conseguimos delimitar nuestra vida al espacio y al tiempo, por más que pretendamos extender sus horizontes. La vida nos trasciende. En otras palabras, queremos vivir y no morir. Sentimos que algo nos revela que la vida es eterna y que es necesario empeñarnos para que esto acontezca. Ella está en nuestras manos y depende, de algún modo, de nuestra decisión.

3. Queridos jóvenes: La pregunta del Evangelio no contempla sólo el futuro. No se trata sólo de qué pasará después de la muerte. Hay, por el contrario, un compromiso con el presente aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y consecuentemente el futuro. En una palabra, la pregunta cuestiona el sentido de la vida. Puede por eso formularse así: ¿qué debo hacer para que mi vida tenga sentido? O sea: ¿cómo debo vivir para cosechar plenamente los frutos de la vida? O más aún: ¿qué debo hacer para que mi vida no transcurra inútilmente? Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que consigue mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.

4. Sin embargo, antes de dar su respuesta, Jesús cuestiona al joven con una pregunta muy importante: “¿Por qué me llamas bueno?” (cf. Mt 19, 17). En esta pregunta se encuentra la clave de la respuesta. Aquel joven percibió que Jesús es bueno y que es maestro. Un maestro que no engaña. Estamos aquí porque tenemos esta misma convicción: Jesús es bueno. Quizás no vislumbramos todo el porqué de esta percepción, pero es cierto que ella nos aproxima a Él y nos abre a su enseñanza: un maestro bueno. Quien reconoce el bien es señal de que ama, y quien ama, en la feliz expresión de San Juan, conoce a Dios (cf.1Jn 4,7). El joven del Evangelio percibió a Dios en Jesucristo. Jesús nos garantiza que sólo Dios es bueno. Estar abierto a la bondad significa acoger a Dios. Así nos invita a ver a Dios en todas las cosas y en todos los acontecimientos, inclusive ahí donde la mayoría sólo ve la ausencia de Dios; viendo la belleza de las criaturas y constatando la bondad presente en todas ellas, es imposible no creer en Dios y no hacer una experiencia de su presencia salvífica y consoladora. Si lográsemos ver todo el bien que existe en el mundo y, más aún, experimentar el bien que proviene del propio Dios, no cesaríamos jamás de aproximarnos a Él, de alabarlo y agradecerle. Él continuamente nos llena de alegría y de bienes. Su alegría es nuestra fuerza.

5. Pero nosotros no conocemos sino de forma parcial. Para percibir el bien necesitamos de auxilios que a menudo la Iglesia nos proporciona, principalmente mediante la catequesis. Jesús mismo explicita lo que es bueno para nosotros, dándonos su primera catequesis. “Si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos” (cf. Mt 19,17). Él parte del conocimiento que el joven ya obtuvo ciertamente de su familia y de la Sinagoga: de hecho, conoce los mandamientos. Ellos conducen a la vida, lo que equivale a decir que nos garantizan autenticidad. Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto. Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios. Sin duda que cada uno de ustedes, han vivido esta realidad de manera muy diferente, pero que ha significado el punto de partida para conocer a Dios. No basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia ciencia aplicada. No nos son impuestos desde afuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario, constituyen impulsos internos vigorosos que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Nos impulsan a hacer algo para realizarnos nosotros mismos. Realizarse a través de la acción es volverse real. Nosotros somos, en gran medida, a partir de nuestra juventud, lo que queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos.

6. En este momento, jóvenes seminaristas, me dirijo nuevamente a ustedes con este presupuesto: Quiero oír también de ustedes la respuesta del joven del Evangelio: “todo esto lo he observado desde mi juventud” (cf. Mt, 19, 20). El joven del Evangelio era bueno, observaba los mandamientos, estaba pues en el camino de Dios, por eso Jesús lo miró con amor. Al reconocer que Jesús era bueno, dio testimonio de que también él lo era. Tenía experiencia de la bondad, y por tanto, de Dios. Y ustedes, les pregunto: ¿ya descubrieron lo que es bueno? ¿Siguen los mandamientos del Señor? ¿Descubrieron que éste es el verdadero y único camino hacia la felicidad? Los años que están viviendo y que vivirán en el seminario  son los que preparan el futuro de ustedes. El mañana depende mucho de cómo estén viviendo el hoy  de su formación. Por delante, mis queridos seminaristas, tienen una vida que deseamos sea larga; pero es una sola, es única: no la dejen pasar en vano, no la desperdicien. Vivan con entusiasmo, con alegría, pero, sobre todo, con sentido de responsabilidad.

7. A este respecto quiero dirigirme a ustedes padres formadores y maestros del seminario, muchas veces sentimos agitar nuestros corazones de pastores al constatar la situación de nuestro tiempo. Oímos hablar de los miedos de la juventud de hoy. Nos revelan un enorme déficit de esperanza: miedo de morir en un momento en que la vida se está abriendo y busca encontrar el propio camino de realización; miedo de sobrar por no descubrir el sentido de la vida; y miedo de quedar desconectado ante la deslumbrante rapidez de los acontecimientos y de las comunicaciones. Registramos el alto índice de muertes entre los jóvenes, la amenaza de la violencia, la deplorable proliferación de las drogas que sacude hasta la raíz más profunda a la juventud de hoy, por eso se habla a menudo de una juventud perdida. Pero mirando a estos jóvenes seminaristas aquí presentes, radiantes de alegría y entusiasmo, asumo la mirada de Jesús y los invito a que la asúmanos todos juntos: una mirada de amor y confianza, con la certeza de que han encontrado el verdadero camino. Son jóvenes de la Iglesia, por eso los invito a que les ayuden a prepararse para la gran misión de evangelizar a las futuras generaciones errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sean los apóstoles de los jóvenes, invítenlos a ir con ustedes, a hacer la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; a encontrarse con Jesús para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos descubran los caminos seguros de los Mandamientos y así lleguen hasta Dios.

8. Hermanos y hermanas, podremos ser protagonistas de una sociedad nueva si buscamos poner en práctica una vivencia real inspirada en los valores morales universales, pero también un empeño personal de formación humana y espiritual de vital importancia. Un hombre no preparado para los desafíos reales de una correcta interpretación de la vida cristiana de su medio ambiente será presa fácil de todos los asaltos del materialismo y del laicismo, cada vez más activos en todos los niveles, inclusive dentro de nuestros seminarios y casas de formación. Les invito a que seamos hombres libres y responsables; hagamos de este seminario un foco irradiador de paz y de alegría, donde realmente se viva la experiencia de Dios, de la fraternidad y de la alegría de creer. Espero que aquí aprendan a ser protagonistas de una sociedad más justa y más fraterna, cumpliendo las obligaciones: respetando sus leyes, no dejándose llevar por la pereza y el desencanto, siendo ejemplo de conducta cristiana en el ambiente en el cual desarrollarán su acción pastoral.

9. El Santo padre Benedicto XVI en su encíclica sobre el amor nos dice: “el eros quiere remontarnos  en éxtasis  hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” (cf. Deus caritas est, n. 5). En pocas palabras, requiere espíritu de sacrificio y de renuncia por un bien mayor, que es precisamente el amor de Dios sobre todas las cosas. Considero que estos elementos se encuentran y propician en este seminario por ello, traten de resistir con fortaleza las insidias del mal existente en muchos ambientes, que los lleva a una vida disoluta, paradójicamente vacía, al hacerles perder el bien precioso de la libertad y de la verdadera felicidad. El amor verdadero buscará cada vez más la felicidad del otro, se preocupará por él, se entregará y deseará ser para  el otro (cf. Deus caritas est, n. 7) y, por eso, será siempre más fiel, indisoluble y fecundo. Jóvenes, cuentan con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, hará esto posible (cf. Mt 19, 26). La vida de fe y de oración de todos los días,  los conducirá por los caminos de la intimidad con Dios, y de la comprensión de la grandeza de los planes que Él tiene para cada uno.

10. Estoy convencido que quien se consagra y se entregan totalmente a Dios, bajo la moción del Espíritu Santo, participa en la misión de Iglesia, dando testimonio de la esperanza en el Reino celestial ante todos los hombres. Por ello he querido que esta misa sea precisamente la misa del Espíritu Santo, pues es necesario pedir su ayuda de manera que como hemos cantado en el inicio “sea el Santo Espíritu Creador, quien venga a visitar nuestro corazón y llene con su gracia viva y celestial nuestras almas” (cf. Himno Veni Creator). Espero que, en este momento de gracia y de profunda comunión en Cristo, el Espíritu Santo despierte en el corazón de todos ustedes un amor apasionado en el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y obediente, dirigido completamente a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas.

11. El Evangelio nos asegura que aquel joven, que salió al encuentro de Jesús, era muy rico. No sólo entendemos esta riqueza en sentido material, pues la misma juventud es una riqueza singular. Es necesario descubrirla y valorarla. Jesús la apreciaba tanto, que invitó a este joven a participar en su misión de salvación. Tenía todas las condiciones para una gran realización y una gran obra. Pero el Evangelio nos refiere que ese joven, al oír la invitación, se entristeció. Se alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez más sobre la riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes materiales, sino de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud. Proviene de una doble herencia: la vida, transmitida de generación en generación, en cuyo origen primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y la educación que nos inserta en la cultura, hasta el punto de que, en cierto sentido, podemos decir que somos más hijos de la cultura, y por tanto de la fe, que de la naturaleza. De la vida brota la libertad que, sobre todo en esta etapa se manifiesta como responsabilidad. Es el gran momento de la decisión, en una doble opción: la del estado de vida y la de la profesión. Hoy los quiero invitar a responder a la pregunta: ¿qué hacer de la propia vida? En otras palabras, la juventud se presenta como una riqueza porque lleva al redescubrimiento de la vida como un don y como una tarea. El joven del Evangelio percibió la riqueza de su juventud. Acudió a Jesús, el Maestro bueno, buscando una orientación. Pero a la hora de la gran opción no tuvo valentía para apostar todo por Jesucristo. En consecuencia, se marchó triste y abatido. Es lo que pasa cada vez que nuestras decisiones vacilan y se vuelven mezquinas e interesadas. Sintió que le faltaba generosidad, y eso no le permitió una realización plena. Se replegó sobre su riqueza, convirtiéndola en egoísta. A Jesús le dolió mucho la tristeza y la mezquindad del joven que había acudido a él. Los Apóstoles, como todos ustedes hoy, llenaron el vacío que dejó ese joven que se retiró triste y abatido. Ellos y nosotros estamos felices porque sabemos en quién creemos (cf. 2 Tm 1, 12). Sabemos y damos testimonio con nuestra propia vida de que solo él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). No hay otro camino para la vida eterna que la observancia de los mandamientos de Dios. Mas quien desee ser perfecto y obtener la plenitud de la felicidad, ha de renunciar a sus bienes en favor de los pobres y seguir al Maestro. Comenta san Agustín: “Pero, ¿por dónde se va a tan gran posesión, a tan gran felicidad? Los filósofos inventaron las vías del error… Les quedó oculto el camino, porque Dios resiste a los soberbios. Nos estaría oculto también si no hubiera venido a nosotros. Por esto dijo el Señor: “Yo soy el Camino”. ¡Viandante perezoso!, puesto que no quieres venir al camino, vino el Camino a ti. Buscabas por dónde ir: “Yo soy La Verdad y la Vida”. No te extraviarás si vas a Él por Él” (Sermón 150,10).

12. Quisiera que hoy que inician esta maravillosa experiencia, cada uno de ustedes no desaprovechen su formación. No intenten huir de ella. Vívanla intensamente, conságrenla a los elevados ideales de la fe y de la entrega. Ustedes, jóvenes, no sólo son el porvenir de la Iglesia y de la humanidad, como una especie de fuga del presente, por el contrario: son el presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Son su rostro joven. La Iglesia necesita de ustedes, para manifestar al mundo el rostro de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin ese rostro joven la Iglesia se aparecería desfigurada.

13. Queridos jóvenes, maestros y formadores, su entrega es muy valiosa para la misión de la Iglesia. Les deseo sinceramente lo mejor a todos para el año académico que acaba de comenzar y les encomiendo a cada uno a la protección materna de María santísima de Guadalupe, Sede de la Sabiduría, a quien le encomendamos todos nuestros proyectos y trabajos. Amén.

† Mons. Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro