Homilía en la Misa Exequial del Pbro. Juan Marcos Granados Álvarez

Templo parroquial de San José, San José Iturbide, Gto., lunes 2 de diciembre de 2013

Año de la Pastoral Litúrgica – Año  Jubilar Diocesano

 

 

Muy estimado Sr. Obispo Emerito D. Mario De Gasperín Gasperín,
queridos hermanos sacerdotes y diáconos,
autoridades civiles,
hermanos y hermanas todos en el Señor: 

 

1. Movidos por la fe en Jesucristo resucitado, nos hemos reunido esta mañana para ofrecer a Dios el Sacrificio de salvación, en favor de nuestro hermano el Pbro. Juan Marcos Granados Álvarez,  con la firme esperanza que será suya, la promesa de la vida eterna, para quienes en esta vida hicieron la voluntad de nuestro Padre del cielo, amando sus mandamientos y sirviendo a sus hermanos con alegría.

2. Al mismo tiempo, acompañamos esta mañana con especial afecto a sus queridos padres Don Serafín y Doña Trinidad; así como a sus demás familiares y amigos cercanos; a cada uno de los fieles de la Parroquia del Divino Salvador de donde era párroco y de las diferentes comunidades parroquiales aquí presentes, donde como “padre y pastor”, desempeñó su ministerio sacerdotal durante un poco más de 18 años.  Como presbiterio, nos unimos en esta celebración exequial, recordando con afecto y gratitud los múltiples momentos compartidos con nuestro amigo y hermano sacerdote, seguros de que la muerte no rompe los lazos de fraternidad espiritual sellados por los sacramentos del Bautismo y del Orden.

3.  Sin duda que esta mañana nos conforta y nos anima la Palabra de Dios que hemos escuchado en este contexto y en el camino del adviento que nos prepara y nos conduce a la celebración festiva del acontecimiento de la encarnación del Hijo de Dios. De manera especial al cantar junto con el salmista: “¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”. (Sal 121). Las palabras de este Salmo nos invitan a levantar la mirada del corazón hacia la “casa del Señor”, hacia el cielo, donde misteriosamente está reunido, en la visión beatífica de Dios, el ejército de todos los santos. Esta celebración, vivida en un profundo clima de fe y de oración, nos ayuda a percibir mejor el misterio de la Iglesia en su totalidad y a comprender cada vez más que la vida debe ser una espera continua y vigilante, una peregrinación hacia la vida eterna, cumplimiento último que da sentido y plenitud a nuestro camino terreno.

4. El P. Juan Marcos  realizó sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe. Fue ordenado sacerdote el  23 de noviembre de 1995, de manos del Sr. Obispo D. Mario De Gasperín Gasperín. Estudió la Licenciatura en Patrología en la Universidad Gregoriana de Roma. A su regreso desempeñó su ministerio como Vicario de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.  Fue promotor vocacional invitando a numerosos grupos de adolescentes y jóvenes al seminario. Después fungió como ecónomo en el Seminario Conciliar, fortaleciendo la economía y las estructuras físicas de la casa. Ejerció su ministerio en la Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano.  Y finalmente, hasta estos días pastoreaba la comunidad parroquial de Divino Salvador en Doctor Mora, Gto., siempre visionario en las encomiendas que le fueron asignadas, sobre todo en la construcción de la comunidad, tanto espiritual como material. Por esto, pero principalmente por su fe, podemos decir que él ya hace suyas las palabras del salmista: “Ya están pisando sus pies los umbrales de la Jerusalén celestial” (Sal 121).

5. Creo que es justo reconocer en nuestro hermano, al siervo del que se habla en alguna página evangelio: siervo fiel, a quien  el Señor, al volver de la boda, encuentra despierto y preparado (cf. Lc 12,36-38); pastor que ha servido a la Iglesia asegurando a la grey de Cristo el cuidado necesario; testigo del Evangelio que, con la variedad de dones y de tareas, ha dado prueba de vigilancia laboriosa y de generosa entrega a la causa del reino de Dios. Cada celebración eucarística, en la que también él participó tantas veces, primero como fiel y más tarde como sacerdote, anticipa con la máxima elocuencia lo que prometió el Señor: él mismo, sumo y eterno Sacerdote, hará sentar a la mesa a sus siervos y los irá sirviendo (cf. Lc 12, 37). En la Mesa eucarística, banquete nupcial de la nueva alianza, Cristo, Cordero pascual se convierte en alimento para nosotros, destruye la muerte y nos da su vida, la vida sin fin.

6. Al celebrar esta misa exequial, sin duda que pensamos en nuestra propia vida y en nuestra propia muerte, sin embargo la fe nos anima y fortalece, pues deseamos que también cada un de nosotros podamos “sumergirnos en el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el después– ya no existén” (cf. Spe salvi, 12). Esto nos ha de llevar a comprometernos más con Dios, experiemtnadondo su amor y su misericordia. En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo, hasta el total cumplimiento” (cf. Jn 13,1; 19,30). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces “vivimos” (cf. Spe salvi, 27).

7. Hermanos y hermanas, permanezcamos también nosotros despiertos y en vela, que el Señor nos encuentre así al volver de la boda, entrada la noche o de madrugada (cf. Lc 12, 38). De ese modo también nosotros, seremos dichosos. La fe nos sostiene en esos momentos humanamente llenos de tristeza y de desconsuelo. “La vida de los que creemos en el Señor, no termina, se transforma” —recuerda la liturgia—; y “al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de difuntos). Sabemos bien y lo experimentamos en nuestro camino, que en esta vida no faltan dificultades y problemas, pasamos por situaciones de sufrimiento y de dolor, por momentos difíciles de comprender y aceptar. Pero todo adquiere valor y significado si lo consideramos desde la perspectiva de la eternidad. Las pruebas, si las acogemos con paciencia perseverante y las ofrecemos por el reino de Dios, redundan en beneficio espiritual ya en esta vida y sobre todo en la futura, en el cielo. En este mundo estamos de paso y somos probados como el oro en el crisol, (cf. Sab 3, 6). Asociados misteriosamente a la pasión de Cristo, podemos hacer de nuestra existencia una ofrenda agradable a Dios, un sacrificio voluntario de amor. Que es precisamente los que el P. Juan Marcos buscó al consagrarse a Dios mediante su vida ministerial.

8. Queridos hermanos y hermanas, con estos sentimientos queremos encomendar a la Misericordia divina a nuestro hermano el P. Juan Marcos, con quien  trabajamos juntos en la viña del Señor. Que el Padre celestial lo acoja en su reino eterno, liberado definitivamente de lo que queda en él de la fragilidad humana, y le conceda el premio prometido a los servidores buenos y fieles del Evangelio. Que la Virgen santísima los acompañe con su materna solicitud y le abra las puertas del Paraíso. Que la Virgen María nos ayude también a nosotros, todavía peregrinos en esta tierra, a mantener la mirada fija en la patria que nos espera; nos aliente a estar preparados, “con nuestros lomos ceñidos y las lámparas encendidas” para acoger al Señor “en cuanto llegue y llame” (cf. Lc 12, 35-36). A cualquier hora y en cualquier momento. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro