HOMILÍA EN LA MISA EXEQUIAL DEL M. I. SR. CANGO. D. JOSÉ GUADALUPE ALDERETE LOZA

Templo expiatorio de Carmelitas, Col. Centro, Santiago de Querétaro., Qro., a 18 de agosto de 2017.

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Hermanos y hermanas todos en el Señor,

  1. Con el corazón puesto en el Señor, esta tarde nos hemos reunido para la celebración de esta Santa Misa Exequial, en la cual como comunidad de fe, queremos poner en las manos de Dios la vida, la persona y el ministerio de nuestro querido hermano el I. Sr. Cango. D. José Guadalupe Alderete Loza, quien el día de ayer ha sido llamado la casa del Padre. “Esperando que el amor y la misericordia se apiade de él y le conceda el premio de los hombres justos”; pues sin duda que este fue el anhelo que anidó en su corazón como cristiano, desde aquel 13 de junio de 1933 cuando sus padres los señores Salvador Alderete y Natalia Loza le dieron la vida. Buscó paso a paso su verdadera vocación, hasta que llamado por Dios al Sacerdocio, recibió el Sagrado Orden del Diaconado el día 19 de diciembre de 1961 en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Querétaro, Qro., de manos de S.E.R. Mons. Alfonso Toriz Cobián y el Sagrado Orden del Presbiterado el día 23 de diciembre de 1961 en la Catedral de León, Gto., de manos de S.E. Mons. Manuel Martin del Campo.
  2. Durante más de 55 años ejerció el ministerio sacerdotal en diferentes servicios pastorales, entre los cuales cabe destacar su colaboración en las parroquias de San Sebastián y del Santo Niño de la Salud. La mayor parte de su ministerio lo desempeñó, colaborando de cerca en el gobierno pastoral de la diócesis como Vicario Judicial en el tribunal eclesiástico, como maestro de Derecho Canónico en el Seminario Diocesano, como miembro del Consejo Presbiteral, como miembro del Colegio de Consultores y como Canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Al mismo tiempo que fungió durante varios años, como Asistente espiritual del Movimiento de Cursillos de Cristiandad y capellán de algunas comunidades de religiosas, aquí en la ciudad episcopal. En la última etapa de su vida, el Señor se hizo presente en él a través de una larga enfermedad, la cual le permitió vivir su sacerdocio desde esta perspectiva, unido a la cruz y al sufrimiento doloroso. Sin duda que todas estas experiencias pastorales marcaron hondamente su vida y le permitieron desempeñar su ministerio sacerdotal de tal manera que hoy esperamos que celebre la pascua eterna del Cordero en el Reino de los cielos. Durante estos más de seis años que le conocí, pude darme cuenta de su sencillez y alegría que le caracterizaban, pues a pesar de estar postrado en la cama, nunca perdió de su rostro la sonrisa y el buen humor. Sigamos su ejemplo y recordemos toda su enseñanza.
  3. Nuestro deseo fraterno es que ya esté gozando de la merecida recompensa, contemplando el esplendor de la Verdad eterna. Recordando — cómo hemos escuchado en la primera lectura— que: “los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas por toda la eternidad” (Dn 12, 3). Sí, las almas de los amigos de Dios descansan en la paz de su corazón. Esta certeza, que hemos de alimentar siempre, nos debe servir de aviso constante para permanecer vigilantes en la oración y para perseverar con humildad y fidelidad en el trabajo al servicio de la Iglesia. Sólo en Dios encuentra descanso el alma del justo; sólo quien confía en él no quedará confundido para siempre. Que así sea para este estimado hermano nuestro en el sacerdocio. Esperamos que ahora el Padre lo haya acogido en su casa para participar en el banquete del cielo. Congregados en torno al altar, oremos para que este hermano nuestro en el sacerdocio vea cara a cara a Jesucristo, su Señor (cf. 1 Co 13, 12), a quien en la tierra se esforzó por servir con amor. Esto es lo mejor que podemos hacer en este momento. Este es en verdad el verdadero sacrificio que sirve a nuestro hermano. La esperanza de la resurrección de la carne y la posibilidad de encontrarnos de nuevo, cara a cara, con él, se fortalece en nosotros mediante la celebración de este Memorial de nuestra salvación. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro