Homilía en la Misa del XXV Aniversario de Ordenación Sacerdotal del Pbro. Isaac Osornio Martínez

Escanelilla, Pinal de Amoles, Qro., 22 de septiembre de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

 

Estimados señores obispos,
queridos hermanos sacerdotes y miembros de la vida consagrada,
queridos hermanos y hermanas todos en el  Señor:

 

1. Con profunda alegría nos hemos reunido en esta tarde, en las entrañas de estas hermosas tierras de la serranía, para celebrar el XXV aniversario de ordenación sacerdotal de nuestro hermano, el Isaac Osornio Martínez, a quien saludo con afecto y a quien agradezco la amable invitación para presidir esta Eucaristía. Consientes que al celebrar este aniversario, reconocemos que la gracia sacerdotal es un don precioso que el Señor nos regala para poder experimentar la vida de la gracia en el corazón y en la vida de quienes formamos la Iglesia.

2. Hace veinticinco años el Señor Jesús, le ha confiado al Padre Isaac, el don sacerdotal, con el firme propósito de hacer presente en medio de su pueblo, el Reino de los cielos, de manera que buscando la gloria de Dios y la santificación de los hombres, ejerciera en el mundo, el ministerio del amor. Hoy, la alegría de aquel día se renueva y se aviva entre nosotros, sobretodo porque el Señor, sigue siendo fiel a sus promesas y, su deseo de congregar a todos en un sólo rebaño y bajo un sólo pastor, es para la Iglesia  el cometido de su misión ante el desafío de la Nueva Evangelización.

3. A la luz de esta celebración jubilar e inspirado en los textos de la liturgia de la palabra que hemos escuchado, de manera especial el salmo responsorial (Sal 23), quiero reflexionar con ustedes algunos de  los rasgo esenciales del ministerio, que deben distinguir a todos aquellos que Dios ha elegido para ser en medio de su pueblo, pastores que le guíen  por el camino de la verdad y de la justicia:

4. El salmista comienza diciendo: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 23, 1), evocando el ambiente nómada de los pastores y la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las ovejas que componen su pequeño rebaño. La imagen remite a un clima de confianza, intimidad y ternura: el pastor conoce una a una a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él (cf. Jn 10, 2-4). Él las cuida, las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a garantizarles bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede faltar si el pastor está con ellas. A esta experiencia hace referencia el salmista, llamando a Dios su pastor, y dejándose guiar por él hacia praderas seguras: “En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre” (vv. 2-3).

5. La visión que se abre ante nuestros ojos es la de praderas verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia los cuales el pastor acompaña al rebaño, símbolos de los lugares de vida hacia los cuales el Señor conduce al salmista, quien se siente como las ovejas recostadas sobre la hierba junto a una fuente, en un momento de reposo, no en tensión o en estado de alarma, sino confiadas y tranquilas, porque el sitio es seguro, el agua es fresca, y el pastor vigila sobre ellas. Y no olvidemos que la escena evocada por el Salmo está ambientada en una tierra en gran parte desértica, azotada por el sol ardiente, donde el pastor seminómada de Oriente Medio vive con su rebaño en las estepas calcinadas que se extienden en torno a los poblados. Pero el pastor sabe dónde encontrar hierba y agua fresca, esenciales para la vida, sabe conducir al oasis donde el alma “repara sus fuerzas” y es posible recuperar las fuerzas y nuevas energías para volver a ponerse en camino. Dice el salmista, Dios lo guía hacia “verdes praderas” y “fuentes tranquilas”, donde todo es sobreabundante, todo es donado en abundancia. Si el Señor es el pastor, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye la certeza de una presencia radical de vida, hasta llegar a decir: “nada me falta”.

6. Queridos hermanos, con esto el salmista nos enseña que el pastor, en efecto, se preocupa por el bienestar de su rebaño, acomoda sus propios ritmos y sus propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas por senderos “justos”, es decir, aptos para ellas, atendiendo a sus necesidades y no a las propias. Su prioridad es la seguridad de su rebaño, y es lo que busca al guiarlo. Este es el sentido y el espíritu de la Nueva Evangelización y de la misión permanente. El cual, cada uno de los sacerdotes, debemos asimilar para procurar que nuestro ministerio sea un estilo de vida, mediante el cual ayudado de las herramientas y las estrategias necesarias, podamos llevar a las ovejas a experimentar la confianza y la seguridad en Dios,  al grado de que cada uno de los miembros de nuestras comunidades pueda decir con la propia vida: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

7. El sacerdote está llamado a conducir a los fieles a él encomendados: a la vida verdadera y a la vida “en abundancia” (Jn 10, 10). Corriendo el riesgo, inclusive de tener que dar la propia vida, pues “El buen pastor da su vida por la ovejas” (Jn 10, 11). Esta imagen que nos presenta el salmista, en Jesús encuentra su expresión más nítida y más clara, pues el mismo Jesús en el evangelio, insiste en esta característica esencial del verdadero pastor, cuando se identifica él mimo como el buen pastor, al grado de “dar la propia vida”. “Porque —dice— yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre” (Jn 10, 17-18). Este es claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió.

8. De esta manera, queridos hermanos, para muchos hombres y mujeres de nuestras comunidades, aunque los caminos de la vida les resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de que irán por los senderos “justos” y que el Señor por nuestro medio, es quien les guiará, es quien estará siempre cerca de ellos y no les faltará nada. Pues canta el salmista: “Así, Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (v. 4). Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. “Tú estás conmigo”: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la oscuridad. Para hablar del valle “oscuro”, el salmista usa una expresión hebrea que evoca las tinieblas de la muerte, por lo cual el valle que hay que atravesar es un lugar de angustia, de amenazas terribles, de peligro de muerte. Sin embargo, el orante avanza seguro, sin miedo, porque sabe que el Señor está con él. Aquel “tú vas conmigo” es una proclamación de confianza inquebrantable, y sintetiza una experiencia de fe radical; la cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro pierde toda peligrosidad, se vacía de toda amenaza. El rebaño puede ahora caminar tranquilo, acompañado por el sonido familiar del bastón que golpea sobre el terreno e indica la presencia tranquilizadora del pastor. En este sentido el sacerdote debe ser un hombre de Dios, cuya confianza esté puesta plenamente en el Señor, de manera que las adversidades personales y aquellas que pudieran asechar al rebaño del Señor, puedan ser ahuyentadas por la luz de la gracia y por la certeza que el Señor es quien nos acompaña.

9. Volviendo al texto, el salmista nos transporta a otra escena muy peculiar, donde señala otra de las características del Buen Pastor: la ternura y la hospitalidad, pues afirma: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa» (v. 5). En esta escena se presenta al Señor como Aquel que acoge al orante, con los signos de una hospitalidad generosa y llena de atenciones. El huésped divino prepara la comida sobre la «mesa», un término que en hebreo indica, en su sentido primitivo, la piel del animal que se extendía en la tierra y sobre la cual se ponían las viandas para la comida en común. Se trata de un gesto de compartir no sólo el alimento sino también la vida, en un ofrecimiento de comunión y de amistad que crea vínculos y expresa solidaridad. Luego viene el don generoso del aceite perfumado sobre la cabeza, que mitiga de la canícula del sol del desierto, refresca y alivia la piel, y alegra el espíritu con su fragancia. Por último, el cáliz rebosante añade una nota de fiesta, con su vino exquisito, compartido con generosidad sobreabundante. Alimento, aceite, vino: son los dones que dan vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresan la gratuidad y la abundancia del amor. Estos tres elementos, son tres realidades que el sacerdote, continuamente está llamado a ofrecer a la humanidad, a fin de que por su medio, las ovejas sedientas y agobiadas por el calor de la vida, encuentren en ellas la Vida, un refugio seguro para reparar sus fuerzas. y que en los sacramentos se ofrece a la humanidad, de manera extraordinaria en la Eucaristía.

10. Querido P. Isaac, al celebrar este XXV aniversario de tu ordenación sacerdotal, la palabra de Dios dirigida especialmente en el Salmo 23, confirma en tu vida, la invitación que el Señor te ha hecho para que personalmente lo reconozcas a él como él “Buen Pastor” y siguiendo su ejemplo y la misión que te ha encomendado, sigas siendo como hasta ahora, el “buen pastor” que guie a su rebaño hacia las verdes praderas de la gracia y hacia las fuentes tranquilas de la fe. El “buen pastor” que no tenga miedo de echar a volar la imaginación y buscar llevar a las ovejas siempre por los caminos de la gracia, especialmente en el anuncio constante de la palabra, la cual es el único vínculo con las ovejas, sobre todo cuando la tinieblas y la oscuridad de la vida y de los problemas, se acercan y parece que todo ha terminado. El “buen pastor” que prepare cada día la mesa de la Eucarística y de los sacramentos,  para que las ovejas cansadas y agobiadas por la vida, renueven sus fuerzas y puedan caminar felices y contentas. ¡Renueva, siempre en ti, la alegría de celebrar nuestra fe! El “buen pastor” que unja con la misericordia del perdón, las heridas de las ovejas, causadas por el pecado y con el óleo de la alegría unja a los enfermos del alma y a los enfermos del cuerpo.

11. Muchas felicidades P. Isaac por estos veinticinco años de vida sacerdotal en la cual, con tu ejemplo y tu testimonio como Pastor, has conducido la vida de muchos niños, mujeres, ancianos, enfermos, obreros, seminaristas, familias, jóvenes y laicos, en las diferentes parroquias que el Señor te ha confiado, sea como vicario que como párroco. Pidamos con fe que el Señor te siga concediendo, incluso en los caminos difíciles de nuestro tiempo, llevar siempre por sus senderos su rebaño.

12. Que nuestra Señora de Guadalupe, siga intercediendo por ti, para que continúes siendo en la Iglesia el Pastor Bueno a imitación de su Hijo, Jesucristo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro