Homilía en la Misa del Arribo de la 52ª Peregrinación de Mujeres de Querétaro al Tepeyac

Ciudad de México, 17 de Julio de 2011

Saludo de corazón a los sacerdotes,

a las peregrinas,

a sus familiares,

y les deseo la paz en el Señor.

Las lecturas de la Palabra de Dios este Domingo nos enseñan que Dios siempre tiene paciencia con el pecador, le da tiempo para que se arrepienta, lo trata con justicia y misericordia. Dios obra así, hermanos y hermanas, porque quiere enseñarnos a ser indulgentes y pacientes con los demás. La primera lectura del libro de la Sabiduría termina diciendo que el justo debe amar a los hombres. Así, nuestra peregrinación se convierte en una expresión de amor a los hombres. Al mismo tiempo, la Palabra de Dios fortalece nuestra esperanza, porque Dios aun después de haber pecado nos da tiempo para el arrepentimiento.

Este año, hemos querido hacer nuestro el deseo de los Obispos de México expresado en su carta pastoral: Que en Cristo nuestra Paz, México tenga vida digna. Porque deseamos la paz para México hemos ofrecido al Señor la peregrinación, desde que salimos de la Sierra Gorda hasta encontramos aquí ante la Santísima Virgen. Todavía vienen a mi mente aquellos paisajes serranos, un regalo para el descanso del alma, testigos del canto, la oración y el gozo de las peregrinas, mujeres valientes y convencidas de su amor a Jesús, personalmente experimenté una profunda paz al caminar con ustedes contagiado por su fe y su alegría.

Este gozo manifestado al caminar se convierte en una palabra de consuelo y aliento para todos nosotros, en esta hora difícil de nuestra historia oscurecida por carencia de paz en tantas comunidades.

Hoy les puedo asegurar hermanas peregrinas que el cansancio de cada jornada, que los sacrificios vividos cada día, que las inclemencias del tiempo y del camino, su constante oración, especialmente el rezo del santo rosario han contribuido para construir la paz de México. Las invito hermanas, y convoco a todos los fieles de la Diócesis de Querétaro, a los sacerdotes y a los religiosos, a no desfallecer en este propósito y lo haremos con apremio desde las parroquias, templos y rectorías, las casas religiosas, desde las familias, insistiendo lo que sea necesario para obtener del Buen Dios, el don precioso de la Paz, con la conciencia de que también es tarea de todos nosotros.

Además la Primera Lectura es también un himno a la fuerza de Dios que se manifiesta en forma de paciencia con el pecador, la paciencia de Dios no es simplemente paciencia en espera del día del juicio para después castigar, sino tenaz voluntad de salvar: no sabes que la paciencia de Dios te empuja a la conversión decía San Pablo a los romanos (Rom 2,4). Dios es, como canta el salmista, lento a la cólera y rico en amor. En la segunda lectura de la carta a los romanos, San Pablo nos enseña que el seguimiento de Jesús no quita nuestras debilidades y dudas, por eso, el Espíritu Santo nos auxilia para pedir lo que más conviene, pues el conoce profundamente nuestros corazones. Él sabe que después del camino de estos días volveremos a las luchas contra las debilidades y dudas cotidianas y esperará pacientemente a que volvamos a él.

San Mateo como experto en las cosas judías, nos ha ido presentando en una sección especial de su Evangelio un grupo de siete parábolas, la primera la del sembrador, le ha servido como cornisa para introducir dos grupos compuestos de tres parábolas cada uno, teniendo presente el significado profundo y espiritual del número siete en la cultura hebrea, como señal de plenitud. Así las parábolas contienen en plenitud la enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios.

Las tres parábolas del Evangelio de hoy describen sin lugar a dudas la situación de la Iglesia en el mundo. La del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura. Las parábolas del grano de mostaza y la de la levadura en boca de Jesús constituyen una ardiente profecía: el crecimiento del Reino sobre la tierra, no tanto en extensión sino como la fuerza transformadora del Evangelio que a semejanza de la semilla de mostaza es pequeña, pero luego crece convirtiéndose en un árbol capaz de recibir a todos, y la figura de la levadura que hace fermentar la masa preparándola para ser pan.

Estas dos parábolas son fáciles de comprender, no así la tercera, la del trigo y la cizaña: Jesús les explicó a sus discípulos que el trigo son los hijos del reino y la cizaña los hijos del maligno y el campo es el mundo. En el pasado, en la época de los donatistas, un grupo de pseudo-cristianos, entendían la Iglesia hecha solo de puros y perfectos y por otra entendían el mundo lleno de hijos del maligno sin esperanza de salvación. San Agustín reaccionó oponiéndose a esta forma de pensar enseñando que el campo es el mundo, pero también lo es la Iglesia, en la que  conviven santos y pecadores en la que hay espacio para crecer y para convertirse, para la salvación.

Las palabras del Evangelio nos hacen un fuerte llamado a la humildad y a la misericordia, a ser tolerantes y pacientes, nos impulsan a un trabajo pastoral más comprometido, a renunciar a un cristianismo rígido y replegado en unos cuantos, nos impulsan a crecer en nuestra conciencia de discípulos misioneros de Jesucristo, nos desafían a un discipulado misionero permanente, generoso y abierto a todos, capaz de ir a esa inmensa cantidad de jóvenes que van por la vida presos de la tiranía del relativismo, tirando a trozos el corazón y desperdiciando la vida, destruyendo y destruyéndose a sí mismos, de la enorme cantidad de familias que viven al margen de la fe, sin los sacramentos, sin Dios en su interior, de matrimonios seducidos por una vida fácil sin compromiso por el otro, de aquellos otros seducidos por la fuerza de la violencia pretendiendo alcanzar una vida cómoda, pero  a costa de los demás. Jesús nos pide un discipulado misionero que abarque a todos sin excluir a ninguno. Es Hora de ir hacia los demás y conducirlos hacia Jesucristo, aunque eso implique esperar un poco de tiempo, lo podemos hacer imitando la paciencia de Dios esperando dócilmente su respuesta de adhesión a Jesús y al Reino.

Hermanas peregrinas y hermanos todos, ¡es la hora de evangelizar! ya no podemos permanecer como meros espectadores ante los desafíos de la misión, ahora, es el tiempo de Jesús, es el momento de buscar juntos nuevas formas para expresar nuestra fe, de buscar nuevos caminos para el anuncio de Jesucristo, y si es necesario ir casa por casa lo haremos impulsados con el nuevo ardor de la santidad, llevemos a las calles de nuestra ciudad a Jesucristo Palabra de verdad y de vida. La peregrinación ha sido un momento privilegiado para vivir este discipulado misionero en las calles, los pueblos y las ciudades que dejamos atrás. Pero esta misión no ha terminado debe continuar de manera permanente en las parroquias, hermanas peregrinas las esperamos para que juntos podamos ir por las calles llevando a Jesús, para que reine en los corazones y en los hogares de todos los queretanos.

Tengo muy presente el año en que por primera vez las mujeres pudieron caminar como grupo y en forma, hacia el Tepeyac, gracias al Señor Obispo Don Alfonso Toriz Cobián a quien recordamos con cariño y agradecimiento, porque dio su aprobación en aquel ya lejano 1958. Agradezco a Dios el poder ser testigo de su ejemplo, de su valor, de su fe y de su amor a Nuestra Señora y a su Hijo Jesucristo, al desafiar año tras año las duras jornadas. Las animo a continuar esta obra que Dios ha sembrado en ustedes, dando testimonio público de su fe.

También, agradezco en modo particular a Monseñor Enrique Glennie Graue, Rector de la Basílica, su hospitalidad, a las autoridades que nos han ayudado a caminar en paz, a los miembros de la Cruz Roja y demás organismos por sus atenciones, a los medios de comunicación por su valiosa ayuda, a los responsables de la Peregrinación por su labor pastoral, a todos, muchas gracias.

Quiero terminar elevando mi oración a la Santísima Virgen María de Guadalupe y pedirle desde lo más profundo del corazón por México y que esta peregrinación sea fecunda para lograr la paz: ¡Santa María de Guadalupe!, Madre de Dios y Madre nuestra, estrella luminosa de la Nueva Evangelización, modelo del discipulado misionero, ayúdanos con tu intercesión para que México tenga en Jesucristo tu Hijo, el don precioso de la Paz.

¡Dios Nuestro Señor las Bendiga y Buen viaje de regreso a nuestra casa, a la Diócesis de Querétaro!

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro