Homilía en la Misa de Noche Buena de la Solemnidad de la Nativdad del Señor

Santiago de Querétaro, Qro., 24 de diciembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas, les saludo a todos ustedes que han venido a celebrar la fe y la alegría de la Navidad.

Saludo a quienes me escuchan por la radio desde sus hogares y en los hospitales, a los ancianitos, a los migrantes, a los enfermos y desvalidos, a ustedes les digo hoy, ¡ánimo Cristo viene para caminar con nosotros, con nuestros sufrimientos, con nuestras enfermedades y dolencias! ¡Feliz Navidad!

1. La palabra que escuchamos durante la liturgia de esta noche solemnísima es una palabra que nos llena de una grande alegría, nos anuncia que todas las promesas y las esperanzas del adviento de nuestra vida, se están realizando y llegando a su cumplimiento en esta sagrada liturgia, mediante la proclamación de la Palabra de Dios y en unos momentos más sobre el Altar, pues resplandece con plena luz el misterioso intercambio: “Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios” (San Ireneo).

2. Podemos contemplar en las palabras de los ángeles a los pastores: “Les anunciamos una gran alegría: hoy les ha nacido el Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 10, 2-11). El mensaje de la palabra de Dios que en esta de Navidad, resuena y anhela ser escuchada en el corazón de cada hombre y mujer de buena voluntad, a fin de engendrar una vida nueva, una humanidad nueva, una sociedad y cultura nuevas. Personalmente me siento conmovido pues con la Navidad tornan al mundo la alegría, la esperanza y la vida: la persona misma de Dios se ha hecho visible en el rostro de un niño sencillo y pobre, pero rico en amor hacia todos.: “El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios” (San Irineo). En la Navidad de Jesús, nace el Hombre nuevo y en él nosotros encontramos a Dios. El que lo acoge, renace como hombre nuevo. El anuncio de Navidad que resuena no es sólo una buena noticia. Es la proclamación admirada de un nuevo nacimiento: de Jesús, del cristiano, de la Iglesia, que nos llena de una profunda alegría.

3. Queridos hermanos y hermanas, hagamos nuestra esta palabra esperanzadora, Jesús el Niño de Belén, es nuestra salvación. Ha venido. Está aquí. Y, en consecuencia, todo es distinto de como a nosotros parece. El tiempo, que había sido hasta entonces un flujo sin fin, se ha convertido en un acontecimiento que imprime silenciosamente a cada cosa un movimiento en una única dirección, hacia una meta perfectamente determinada. Estamos llamados y el mundo justamente con nosotros a contemplar en todo su esplendor el rostro mismo de Dios.

4. Como dirá el teólogo K. Ranher en palabras sencillas y profundas: “Proclamar que es Navidad significa afirmar que Dios a través del Verbo hecho carne, ha dicho su última palabra la más profunda y las más bella de todas. La ha introducido en el mundo, y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo. Y he aquí lo que dice esta palabra: Mundo, te amo ¡Hombre te amo!”.

5. Al escuchar al profeta Isaías pronunciar el oráculo del Señor, en una situación social y cultural muy similar a la nuestra, de dramática inseguridad y de violencia, de falta de fe y de esperanza y de paz, en la cual el pueblo se encuentra, caminando en la oscuridad y sin saber a dónde dirigirse. Allí donde surgen muchos porqués sin respuesta, dudas que son casi negación, actitudes de rechazo y la sensación del desamor. Me viene a la mente una realidad que no muy lejana a nosotros, es una realidad cercana y que nos acecha. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta: “el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz ”. Luego dirigiéndose a Dios, exclama: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”. Hermanos hoy esta alegría es real, pues el Eterno ha entrado en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible el encuentro con él. Cuando escuchamos y pronunciamos en la celebración litúrgica, este “No teman, les traigo la buena noticia, que causará alegría en todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David un salvador, que es el Mesías, el Señor”(Lc 2, 10-11). No estamos utilizando una expresión vacía y convencional, sino que entendemos que Dios nos ofrece, “hoy” y “ahora”, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en la gruta de Belén. Este niño tiene un nombre, es “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, “Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz” (cf. Is 9, 5), a fin de que transforme el corazón de nuestra vida y la renueve, lo transforme con su gracia, con su presencia, para quitar los miedos y las inseguridades que la debilidad humana sufre y enfrenta; ilumine la noche oscura de la desesperanza, del abandono y de la protesta de muchos seres humanos, de muchas de nuestras familias, en el diario vivir producto de la falta de economía, de cultura, de paz, de muerte y de pecado; la que muchos de nuestros jóvenes por la falta de experiencia, en la escuela y en la vida laboral y social se enfrentan, por confesar su fe. A ustedes hoy les anunciamos esta señal: “el Niño envuelto en pañales”, este niño que siendo de condición divina se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, llegando a ser igual a los hombres (Fil 2, 6-11). Él es la verdadera luz, que nos ilumina en las tinieblas que envuelven nuestra humanidad. Con él es posible que nazca el Amor.

6. Esta “Palabra hecha carne” nos permite responder a la pregunta que muchas veces en nuestra existencia ocurre ¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? Indudablemente, queridos hermanos hoy se nos anuncia, la respuesta es la presencia de Dios en la vida del hombre. El amor ardiente de Dios que en la pequeñez del recién nacido, Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María.

7. La invitación en este día es clara: andar presurosos a Belén, a la “casa del pan”. Pues al adorar el nacimiento de nuestro Redentor, descubrimos que con él celebramos nuestros propios orígenes. Este es el sentido y el mensaje más profundo de la Navidad: el fin del miedo, de la falta de esperanza y de la oscuridad en la vida del hombre. San Pablo escribiendo a Tito nos muestra el sentido de la venida de Jesús: “se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres” (cf. Tit 2, 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de la salvación y de vida nueva para toda la humanidad. El Salvador del mundo que nos ha sido dado, no sólo es un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza entre los hombres. Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor. Desde este momento el Hijo de Dios, quiere ser acogido y reconocido como hombre, porque él viene para quedarse con nosotros, pues él es el “Emmanuel, Dios-con-nosotros”.

8. Todos estamos comprometidos en que el anuncio que los ángeles proclamaron en la noche de Belén, «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14), resuene en toda la tierra para llevar gozo y esperanza. “La Iglesia, como la Virgen María, ofrece al mundo a Jesús, el Hijo que ella misma ha recibido como un don, y que ha venido para liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Como María, la Iglesia no tiene miedo, porque ese Niño es su fuerza. Pero no se lo guarda para sí: lo ofrece a cuantos lo buscan con corazón sincero, a los humildes de la tierra y a los afligidos, a las víctimas de la violencia, a todos los que desean ardientemente el bien de la paz” (Benedicto XVI). Proclamemos su amor día tras día, su grandeza anunciemos a los pueblos; de nación en nación sus maravillas. (Sal 95, 3).

9. Hermanos y hermanas, cada Navidad es una nueva oportunidad para hacernos más creyentes, pues en la medida que vamos experimentando la adhesión a Cristo, vivimos con una confianza más plena, que nos da luz y fuerza para enfrentarnos a nuestro diario vivir, crece en nosotros nuestra capacidad de amar y de alimentar la esperanza última, que nos sostiene, en los momentos de oscuridad.

10. Invito a cada uno de ustedes a desarrollar en estos días de Navidad, a la luz de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, la simplicidad del corazón para asombrarnos ante su mensaje; Capacidad de asombro y mirada para gustar el anuncio lleno de alegría de esta santa noche. Hagamos silencio, aun en medio de nuestra noche oscura, con actitud de pobres, de necesitados de Dios para tener la capacidad de escucha, en oración y engendrar a Cristo en nuestra historia.

11. Deseo a todas ustedes y a sus familias celebrar la Navidad verdaderamente en un espíritu cristiano, de manera que los intercambios de felicitación y los buenos deseos de Navidad sean verdaderamente expresión de la alegría de saber que Dios está cerca de nosotros y quiere recorrer el camino de la gracia. Que la Navidad no pase de largo, es decir, que Jesús como buena noticia para la humanidad, se quede en el corazón de todos nosotros. donde abundan los males, el desconsuelo y la desesperanza. Pidámosle continuamente a Dios que nos ayude a vivir según su ejemplo para llegar a compartir con él, algún día la gloria de su Reino. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro