Homilía en la Misa de las Fiestas Tradicionales en honor de la Santísima Virgen de El Pueblito y el 277 Aniversario del actual Santuario

Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito,
El Pueblito, Corregidora, Qro, a 10 de febrero de 2013.
Annus fidei, Año de la Pastoral Social, Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos y hermanas:

escudo_armendariz1. Al encontrarnos reunidos en esta noche, para la celebración del Día del Señor, les saludo a cada uno de ustedes con el corazón lleno de gozo, pues la resurrección de Jesús es el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana, nuestra fe (cf. 1 Co 15,14): una gozosa realidad, percibida plenamente a la luz de la fe, pero históricamente atestiguada por quienes tuvieron el privilegio de ver al Señor resucitado; acontecimiento que no sólo emerge de manera absolutamente singular en la historia de los hombres, sino que está en el centro del misterio del tiempo (cf. Dies domini, 2). Es en este contexto que juntos queremos darle gracias a Dios al término de estas fiestas tradicionales en honor de la Santísima Virgen María, en su advocación de El Pueblito, además de celebrar el 277 aniversario de la dedicación de este santuario, desde donde continuamente se dispensa la gracia, el amor y la misericordia de Dios por intercesión de nuestra madre del cielo, propiciando un encuentro vivo con la persona de Jesús y en la profundización de su misterio de salvación.

2. Las lecturas de la palabra de Dios que hemos escuchado en este domingo, nos recuerdan que nuestra vida adquiere sentido y dirección cuando realmente hemos tenido una experiencia de Dios, una experiencia con Dios. Cada verdadero encuentro con Dios no deja al hombre sin ninguna interpelación, sino que lo transforma, lo hace consiente de la propia misión y su responsabilidad en esta misión. Es lo que sucede con el profeta Isaías en aquella grandiosa visión, ocurrida en el templo de Jerusalén, como escuchamos en la primera lectura: “Escuché, entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame” (Is 6, 8).  Y es lo mismo que le ocurre a Pedro y a sus compañeros Santiago y Juan cuando se han encontrado con Jesús a la orilla del lago de Genesaret (Lc 5, 1-11). Mientras que por una parte experimentan la desilusión, porque como Isaías, en el encuentro con la Santidad de Dios, descubren su propio pecado, por otra parte, han sido fascinados por este encuentro, descubriendo el sentido de su vida, descubriendo la propia misión y asumiendo un compromiso que consiste en anunciar la obra de salvación del Señor. “Entonces Jesús le dice a Simón: No temas; desde ahora serás  pescador de hombres. Luego llevaron  las barcas a tierra y, dejando todo, lo siguieron” (Lc 5, 11).

3. Queridos hermanos y hermanas, no puede haber misión si antes no hay una experiencia profunda y personal con Dios. Isaías, Pedro, Santiago, Juan y Pablo, descubren su misión en el encuentro personal con Dios y con Jesús. Sus vidas quedaron transformadas después del encuentro vivo con Dios. Esta experiencia de Dios es posible hoy también para todos nosotros. Dios se revela sobre todo a través de su Palabra que es el Hijo de Dios encarnado. Hoy quisiera invitarles a redescubrir a importancia de la celebración del domingo, pues es aquí donde podemos tener este encuentro. El domingo, el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos. Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada, no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo. En efecto, los que han recibido la gracia del bautismo no han sido salvados sólo a título personal, sino como miembros del Cuerpo místico, que han pasado a formar parte del Pueblo de Dios. Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su vida “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Todos ellos se han hecho “uno” en Cristo (cf. Ga 3,28) mediante el don del Espíritu. Esta unidad se manifiesta externamente cuando los cristianos se reúnen: toman entonces plena conciencia y testimonian al mundo que son el pueblo de los redimidos formado por “hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación” (Ap 5,9). En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita como modelo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, cuando relata que los primeros bautizados “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42). Somos una iglesia en donde el 15 % de los católicos acude a misa en domingo, esto significa que no hemos descubierto la centralidad del domingo en nuestra vida, les animo a ser promotores de una cultura del domingo en la cual sea primordial el deseo de encontrarnos con la persona viva de Jesús.

4. San Justino, en su primera Apología dirigida al emperador Antonino y al Senado, describía con orgullo la práctica cristiana de la asamblea dominical, que reunía en el mismo lugar a los cristianos del campo y de las ciudades (Cf. Apologia I, 67, 3-5: PG 6, 430). Cuando, durante la persecución de Diocleciano, sus asambleas fueron prohibidas con gran severidad, fueron muchos los cristianos valerosos que desafiaron el edicto imperial y aceptaron la muerte con tal de no faltar a la Eucaristía dominical. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África proconsular, que respondieron a sus acusadores: “Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley”; “nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor”. Y una de las mártires confesó: “Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis hermanos, porque soy cristiana” (Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum martyrum in Africa, 7,9,10: PL 8, 707.709-710”. El «día del Señor», en cuanto «fiesta primordial» y «el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico», no se puede subordinar a las manifestaciones de la piedad popular. No es cuestión, por lo tanto, de insistir en aquellos ejercicios de piedad para cuya realización se elige el domingo como punto de referencia temporal (cf. Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 95). Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical.

5. San Pablo en la segunda lectura nos narra su testimonio “Yo les trasmití, ante todo lo que yo mismo recibí” (1 Cor 15, 3). Al recibir el Pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que les esperan en su vida ordinaria. En efecto, para el cristiano que ha comprendido el sentido de lo realizado, la celebración eucarística no termina sólo dentro del templo. Como los primeros testigos de la resurrección, los cristianos convocados cada domingo para vivir y confesar la presencia del Resucitado están llamados a ser evangelizadores y testigos en su vida cotidiana. La oración después de la comunión y el rito de conclusión —bendición y despedida— han de ser entendidos y valorados mejor, desde este punto de vista, para que quienes han participado en la Eucaristía sientan más profundamente la responsabilidad que se les confía. Después de despedirse la asamblea, el discípulo de Cristo vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12,1). Se siente deudor para con los hermanos de lo que ha recibido en la celebración, como los discípulos de Emaús que, tras haber reconocido a Cristo resucitado “en la fracción del pan” (cf. Lc 24,30-32), experimentaron la exigencia de ir inmediatamente a compartir con sus hermanos la alegría del encuentro con el Señor (cf. Lc 24,33-35).

6. Con esta firme convicción de fe, acompañada por la conciencia del patrimonio de valores incluso humanos insertados en la práctica dominical, es como los cristianos de hoy deben afrontar la atracción de una cultura que ha conquistado favorablemente las exigencias de descanso y de tiempo libre, pero que a menudo las vive superficialmente y a veces es seducida por formas de diversión que son moralmente discutibles. Estamos viviendo el año de la fe que pretende a nivel eclesial mostrarnos el camino por el cual hemos de caminar, es importante que  como Pedro, asumamos el desafío de remar mar adentro, en el mar de la cultura, de las tradiciones y de la indiferencia religiosa. Escenarios propicios para refundamentar la fe en Jesucristo. La exigencia de una nueva evangelización, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina. La Iglesia, segura de la fidelidad de su Señor, no se cansa de anunciar la Buena Nueva del Evangelio e invita a todos los cristianos a redescubrir el atractivo del seguimiento de Cristo.

7. Finalmente, quiero motivarles a unirse a la celebración jubilar por los 150 años de la erección canónica de la Diócesis, de modo especial aprovechando la Indulgencia Plenaria en este santuario, durante todo el año hasta febrero del año próximo, a fin de propiciar una renovación interior en cada hombre y mujer, con un espíritu agradecido por todos los beneficios recibidos.

8. Nuestra Señora del Pueblito, siga mostrándonos el camino para encontrarnos con su Hijo Jesucristo, y así podamos remar mar adentro por los caminos de la nueva evangelización. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro