Homilía en la Celebración Eucarística de la XLVII Jornada Mundial de la Paz

Templo de la Santa Cruz de los Milagros, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 01 de enero de 2014.
Año de la Pastoral Litúrgica – Año  Jubilar Diocesano
 
 
Muy queridos jóvenes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Con alegría les saludo a cada uno de ustedes en este día con el cual comenzamos un año civil. Lo iniciamos invocando sobre cada uno de nosotros la bendición divina e implorando su protección, de manera especial lo hacemos por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Queremos en este día unirnos a la Iglesia universal que suplica a Dios el don precioso de la paz para nuestras familias, para nuestras ciudades y para el mundo entero.

2. Con estas intenciones les saludo a todos los aquí presentes, deseando para cada uno que la bendición de Dios y que el deseo de un año feliz, se vea cumplido a lo largo del año en cada uno de sus hogares. Me alegra mucho encontrarme con ustedes queridos jóvenes, gracias por sumarse a esta iniciativa y celebrar juntos la XLVII Jornada Mundial de la Paz.  Agradezco a cada uno de los sacerdotes aquí presentes, al P. José Luis Trejo Olvera, coordinador de la Pastoral Juvenil en la Diócesis y a los frailes franciscanos por acogernos en este Templo de la Santa Cruz, donde numerosos hombres y mujeres encuentran el consuelo y la paz.  A todos y a cada uno de ustedes les saludo con mis mejores deseos para el año del Señor 2014.

3. La liturgia de hoy nos invita a contemplar, como en un mosaico, varios hechos y realidades mesiánicas, pero la atención se concentra  de  modo especial en María, Madre de Dios. Ocho días después del nacimiento de Jesús recordamos a su Madre,  “quien ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno, y la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad  y la gloria de la virginidad: un prodigio que no se había visto ni se volverá a ver jamás. (Antífona de laudes en al solemnidad). La liturgia medita hoy en el Verbo hecho hombre y repite que nació de la Virgen. Reflexiona sobre la circuncisión de Jesús como rito de agregación a la comunidad, y contempla a Dios que dio a su Hijo unigénito como cabeza del “pueblo nuevo” por medio de María. Recuerda el nombre que dio al Mesías y lo escucha pronunciado con tierna dulzura por su Madre. Invoca para el mundo la paz, la paz de Cristo, y lo hace a través de María, mediadora y cooperadora de Cristo (cf. Const. Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 60-61). Llevándonos a cada uno a sentirnos dichosos por recibir de Dios la mejor bendición en su Hijo, nacido de la Virgen María, su Madre y también nuestra Madre.

4. Queridos jóvenes, al reunirnos en esta celebración quisiera retomar algunas ideas del mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz y que este año tiene como tema: “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Invitándonos a caer en la cuenta que “El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer” (cf. n. 1). El fundamento de la paz consiste en el origen divino del hombre, de la sociedad y de la autoridad misma, que nos compromete a los individuos, las familias, los diversos grupos sociales y los Estados a vivir relaciones de justicia y solidaridad. Es tarea entonces de todos nosotros construir la paz, a ejemplo de Jesucristo, a través de estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según sus posibilidades, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad.

5. Ante esta realidad el Santo Padre se plantea una serie de preguntas fundamentales: “¿los hombres y las mujeres de este mundo podrán corresponder alguna vez plenamente al anhelo de fraternidad, que Dios Padre imprimió en ellos? ¿Conseguirán, sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo y el odio, y aceptar las legítimas diferencias que caracterizan a los hermanos y hermanas?” (cf. n.3).  La respuesta  a estas interrogantes la encontramos en la palabra de Dios que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura de San Pablo a los Gálatas: Dios envió a nuestros corazones el Espíritu que clama ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! Así que ya no somos siervos sino hijos (cf. Ga 4, 4-7). Por lo tanto, tenemos un mismo Padre y la fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica, indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano (cf. Mt 6,25-30). Una paternidad, por tanto, que genera eficazmente fraternidad, porque el amor de Dios, cuando es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad. Al celebrar estos días el acontecimiento de la Encarnación, celebramos también que “la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos”  (cf. n. 3).

6. Queridos hermanos y hermanas, hoy día, considero que el primer paso para la construcción de la paz se dará en la medida que nos sintamos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Una fraternidad que supera los lazos sanguíneos y se convierte en una relación espiritual, superando las razas, el tiempo y las culturas. Creo que es necesario que cada uno de nosotros queridos jóvenes, tomemos conciencia de esta dignidad y promovamos una cultura donde nos sintamos y veamos como hermanos. Aquí se fundamenta el valor de la persona, la dignidad de cada ser humano, que hay que promover, respetar y tutelar siempre. Al iniciar este año nuevo quisiera invitarles a que vivamos como hijos de Dios; sé que no es fácil, pero con su bendición podremos lograrlo. Actuemos  como hijos de Dios, movidos por su Espíritu.

7. La pobreza, la crisis económica, la guerra en estados y ciudades circunvecinas, la corrupción y el crimen organizado. No son otra cosa sino el reflejo de la falta de la conciencia en cada persona y en cada bautizado del hecho de ser y sentirnos hijos de Dios. Son un síntoma grave de la falta de respeto por el hombre, del egoísmo, de la indiferencia, pero sobretodo de pensar bajo una mentalidad individualista. Por eso, afirma el Papa: “La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad” (cf. n. 10). Ante la persistencia de situaciones de injusticia y violencia que siguen oprimiendo a varias zonas de nuestro México, ante las que se presentan como las nuevas y más insidiosas amenazas a la paz, resulta más necesario que nunca trabajar juntos en favor de la paz. No esperemos a ser testigos de la violencia en las calles para ponernos al servicio de la paz. Iniciemos en cada familia.  No nos confiemos. Jóvenes ustedes pueden hacer mucho sobre todo a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Usemos un lenguaje de paz. Promovamos una cultura de la fraternidad pero de la fraternidad cristiana.

8. Yo estoy convencido que solamente podremos contribuir en esta tarea, cuando en cada parroquia, en cada comunidad, en cada pueblo y ciudad, la iglesia promueva las pequeñas comunidades. Los obispos en Aparecida hemos dicho que: “La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica” (DA, 156). Es ahí donde realmente se puede vivir la fraternidad. Esto implica que “al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunamos asiduamente para “escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42)” (DA, 158).

9. Ojalá que el nuevo año, que hoy comenzamos con confianza, sea un tiempo en el que progresemos en el camino de la fraternidad. Oremos para que, como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor «ilumine su rostro sobre nosotros», nos «sea propicio»  y nos bendiga(cf. Nm 6, 25). Que la Madre de Dios y Madre nuestra nos enseñe a acoger al otro como nuestro hermano, especialmente a quienes  que sufren en la soledad, en la tristeza y en la enfermedad. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro